El Museo de Sigüenza: La pinacoteca que surgió de los pueblos

viernes, 7 octubre 1994 0 Por Herrera Casado

 

En el lento pasar de los tiempos, todo lo que hay sobre la faz de la tierra sufre un proceso irreversible de vejez y de hundimiento. Todas las cosas llevan, como el latido humano que les dio vida, el destino de perecer. A la obra de arte es posible preservarla de este proceso, y en los Museos darla cabida y calor, además de un puesto de relieve para su estudio y admiración. Para ese rescate, en muchos casos de urgencia, de importantísimas obras de arte de la diócesis de Sigüenza, se creó un gran museo situado en el centro de la ciudad, en la antigua y característica casona noble de los Gamboa, con su gran escudo esquinero, frente a la fachada de poniente de la catedral. Se acondicionaron sus salas para contener más de dos centenares de obras de arte. Vitrinas y repisas convenientemente situadas, e incluso hasta las comunicaciones de unas salas con otras se colmaron con antiguos arcos, composiciones talladas de viejos retablos, enterramientos, etc. Todo luce ahora con un meticuloso cuidado y limpieza; cada pieza goza de una visibilidad perfecta, y en muchos casos la restauración previa ha aumentado el interés por su estudio.

Fue el Dr. D. Laureano Castán Lacoma, cuando ocupó el puesto de Obispo de la Diócesis de Sigüenza-­Guadalajara, quien se lanzó a la búsqueda de piezas de arte diseminadas por las iglesias de sus pueblos, y en trance casi todas ellas de desaparecer olvidadas o vendidas a los anticuarios. En muchos casos tuvo que adquirirlas en competencia mercantil con ellos. Desde humildes clavos de puerta, hasta grandes composiciones pictóricas, retablos y enterramientos, pasando por obras de orfebrería, tallas románicas, ropajes y libros, fue colocado y puesto al alcance de todos. La inauguración oficial, con asistencia del Director General de Bellas Artes, señor Pérez‑Embid, y del nuncio del Vaticano en España, monseñor Dadaglio, tuvo lugar el día 11 de mayo de 1968, fecha desde la que viene funcionando sin interrupción.

Sería inacabable mencionar y comentar una por una todas las obras de arte en esta galería contenidas. Todos los estilos, épocas y piezas artísticas están representadas en él, en cantidad más o menos abundante. El denominador común es que proceden del ámbito sacro, a excepción de algunos elementos de arqueología. Su actual director, el canónigo y archivero capitular Dr. D. Felipe Peces, cuida con esmero esta colección única y sorprendente.

Consta este singular Museo de siete salas y un patio, en la planta baja, y otras cinco salas en la alta. Aunque muy brevemente, podemos señalar cómo en el paso de las tres primeras salas se han colocado unos arcos mudéjares en estuco, con escudos y decoración geométrica, que se encontraban en unas casas de la Travesaña Alta. En estas primeras habitaciones destacan buena cantidad de vírgenes románicas y góticas, tablas y retablos desde los siglos XV al XVH, piezas de orfebrería gótica y renacentista, tallas barrocas como el San Joaquín que vemos sobre estas líneas, un magnífico Cristo de marfil, obra de origen filipino que se encontraba en Brihuega (que también ilustra este trabajo), diversas vestiduras litúrgicas de la catedral, y alguna hoja suelta de antiguos libros cantorales, con profusión de colores y notas. Temas similares aparecen en las siguientes salas, hasta llegar a la quinta, verdadera pinacoteca, en la que nos sorprende una Piedad atribuida a Luís Morales, y otras tablas del estilo de Correggio, Ticciano, etc. En estas, como en la siguiente sala, la de la Inmaculada de Zurbarán, el espectador se convence de que ha pisado un espacio de subido valor artístico, en el que en pocos metros cuadrados se juntan un verdadero aluvión de obras de arte de primera categoría. Todavía en la última sala se ve algún gran óleo de Ulpiano Checa representando La toma de Huesca por el rey don Pedro I. En el patio se conservan muy diversas piezas, desde capiteles románicos y renacientes a un par de esculturas representando a Adán y Eva, procedentes del enterramiento de don Martín Fernández en Pozancos. También escudos heráldicos, lápidas epigráficas, fragmento de una lauda de un obispo, pilas románicas, en especial una bellísima, románica, procedente de Canales del Ducado, la campana gótica de Valdelagua, anterior al descubrimiento de América, y una interesante colección de objetos de arqueología hallados en las cercanías de Sigüenza y pertenecientes a las culturas paleolítica, neolítica y celtibérica.

La Tabla de Pozancos

Si son múltiples , y extraordinarias las pinturas del Siglo de Oro español que se exhiben en el Museo seguntino, quizás la más sugerente al espectador sensible sea la que se encuentra nada más penetrar en el Museo, en la primera sala, a la derecha: ahí encontramos una magnífica pintura sobre tabla, que procede de la iglesia parroquial de Pozancos, villa cercana a Sigüenza, donde, en oscura capilla lateral, ornaba el luneto semicircular bajo el que aún se cobija el enterramiento y estatua sepulcral de don Martín Fernández, señor de Pozancos, capellán que fue de la iglesia de Sigüenza, arcipreste de Hita, cura de las Inviernas, etc., etc… En deplorable estado rescatada, fue hace años restaurada con gran cuidado y puesta aquí para general admiración. Aunque el aspecto del sepulcro, frontal con escudos y ángeles tenantes, estatua yacente y detalles iconográficos varios, incluso las imágenes de Adán y Eva, desnudos y desproporcionados, que, procedentes de dicho enterramiento, también vemos en este Museo, parecen inclinar su época de construcción al siglo XV, por el aparente goticismo de técnicas y detalles, todo ello debe trasladar su época de realización a las primeras décadas del siglo XVI. Esta tabla es la que, con su ya decadente sentido gótico en la composición y las posturas, pero con su técnica y algunos detalles iconográficos, hace adoptar tal cronología para todo el conjunto. Se trata de un Santo Entierro con las clásicas figuras: Cristo muerto, envuelto muy levemente en el Sudario, es colocado en el sepulcro, de clarísima filiación toscana, renacentista ya, por Nicodemo y José de Arimatea, mientras María, con las manos juntas, contempla desconsolada a su Hijo; el apóstol Juan la consuela, y las tres santas mujeres se ocupan en arreglar el cuerpo a los pies de la Escena. La riqueza de detalles en sepulcro y vestiduras de los personajes quedan incluso ensombrecidas ante los magníficos rostros que aparecen: el de Cristo se presenta de frente e inclinado; cuatro aparecen tomados desde la derecha; dos desde la izquierda, y el de Nicodemo desde atrás. Son diversos estudios de rostros; todos distintos y en diferentes escorzos. Tratados, además, con un rigor y una perfección completa. En el círculo de Juan de Flandes y Juan de Borgoña puede situarse esta obra, que, de momento, ha de incluirse en la escueta nómina de un maestro de Pozancos. De tales artistas hereda el interés por el trato preferente de los rostros, y, quizás del primero, un abandono del fondo paisajístico, para concentrar su pasión mejor en las figuras.

Es esta tabla, perteneciente al denominado grupo de primitivos castellanos, un magnífico exponente del arte provincial que en este Museo Diocesano de Sigüenza se encuentra expuesto, y que hemos recogido para hacer su comentario pormenorizado como el emblema, más inmediato de la gran cantidad, y calidad, de obras de arte que son dables admirar en este centro de la cultura provincial. Al que puede visitarse cualquier próximo fin de semana. Este que viene, por ejemplo.