Una tradición de altura: la romería del Santo Alto Rey

domingo, 2 octubre 1994 0 Por Herrera Casado

 

La Romería al Santo Alta Rey es una tradición muy antigua, que ya en la Relación Topográfica que, Bustares envió, en 1580, al rey Felipe II, se explica en la pregunta 51 diciendo que «a media legua del dicho lugar de Bustares está en lo alto de la sierra una casa y hermita que se nombra e llama del Señor Rey de la Magestad, la qual es de grandísima devoción, é a donde por esta causa acuden y vienen gente de muchas partes». Esto es justificación de achacar una gran antigüedad a esta costumbre romera, pues si en los años finales del siglo XVI existía esta acendrada y multitudinaria costumbre, quiere decir que sus inicios eran muy anteriores, quizás medievales.

Mañana por ser primer sábado del mes de septiembre, los pueblos de en tomo a la gran montaña del Santo Alto Rey subirán de nuevo, unos andando y otros (ya la mayoría) cómodamente en sus vehículos, hasta las praderas altas donde un año más, como desde hace siglos, se pasará una jornada de fe y alegría.

Los inicios de esta costumbre están en la subida individualizada de cada uno de los pueblos de en tomo al monte. La referencia de la ermita en lo alto de la «montaña sagrada» del Alto Rey, hizo que fueran todos los pueblos de la comarca los que tomaran como costumbre esa ascensión para rendir el homenaje debido a Dios en su altura, y al mismo tiempo celebrar un día de fiesta comunitario en el campo, con expresión de sus cánticos, con lucimiento de sus vestidos antiguos y tradicionales, con el enjaezamiento de sus caballerías, y con la exhibición de su cruz parroquial y de su pendón cofrade hasta la altura, más la comida por todo lo alto, y nunca mejor dicho.

Estas romerías, sin embargo, eran particulares, de cada pueblo en solitario, y se celebraban en días diferentes, a lo largo del año, aunque predominaban en la primavera bien entrada, y en el final del verano, las épocas más agradables para subir al monte.

Sin embargo, y según se refiere actualmente en los pueblos del contorno, la caída de un rayo allá por los años cuarenta, en medio de la reunión festiva, y que supuso la muerte de un hombre y su perro, así como el posterior fallecimiento de una señora y el susto correspondiente de todos los asistentes, hizo que se unificara la subida al monte por parte de todos los pueblos comarcanos, y así ha seguido haciéndose hasta ahora.

La subida de los de Albendiego

El pueblo de Albendiego tuvo tradicionalmente su subida en romería al Alto Rey los días 9 de mayo y 12 de septiembre. El calendario de esos días, similares, era el siguiente: a las ocho de la mañana saltaban repicando las campanas de la parroquia, y pocos minutos después se salía en procesión. Temprano y con el sol nuevo. Al frente del cortejo avanzaba el pendón parroquial, seguido de la cruz, y ésta a su vez del cura párroco, que cantaba en voz alta letanías. Todo el pueblo los seguía en procesión, hasta el arroyo «Valdecobos» y el «prao del Marcelino», todavía en las cercanías del pueblo, quedando allí los que no pensaban hacer la ascensión, que se volvían al pueblo.

El resto continuaba, unos andando, otros a lomos de caballerías, sobre todo las mujeres. Algunas de éstas, sin embargo, hacían la subida descalzas, en sacrificio por alguna promesa o acción de gracias. Al llegar al paraje denominado “las Anchuras», justo antes de comenzar la auténtica subida del Alto Rey, se encendía una hoguera o fuego para ir haciendo la comida comunitaria, “de puchero», quedando tres o cuatro personas como «alguaciles» al cargo de la hoguera, siguiendo los demás hasta la altura.

Una vez arriba, los vecinos de Albendiego, en procesión o particularmente daban tres vueltas a la ermita. A continuación se celebraba la Misa dentro de la ermita, con todo el pueblo asistente. Y terminada la función se hacía una procesión ritual con los dos santos (el Santo Alto Rey y Nª Sra. de los Ángeles), rezando el Rosario. Al finalizar, se subastaban los brazos de las andas en medias de trigo. Después, todos tomaban allí arriba un «bocado» y ya se bajaba, cada uno a su aire, hasta “las Anchuras”, donde se comía cómodo, haciendo después el baile, los cantos, los concursos de fuerza, los juegos y todo aquello que suponía una convivencia amable entre todos los vecinos.

Ya al atardecer se volvía al pueblo. Los que se habían quedado en el caserío, al avistar el pendón, salían a recibir a los que volvían, hasta la ermita de San Roque, donde se formaba otra vez la procesión que regresaba a la parroquia, como por la mañana, recitando las letanías. Todavía por la noche, en la plaza del pueblo, seguía el baile y la diversión hasta muy tarde.

La romería de los de Bustares

La romería al Alto Rey de los de Bustares se hacía el 13 de junio, festividad de San, Antonio, coincidiendo en ese día con los de las Navas. Ya la víspera los mozos habrían hecho una gran ronda por todo el pueblo, con sus habituales canciones y libaciones. La subida del día 13 se hacía en común con los de las Navas, a los que se iba, ya en procesión, a esperar hasta «el Valladar” rezando las letanías de los santos y el Rosario, llegando de este modo hasta la ermita de la Soledad, donde el cura se desvestía de sus ropas litúrgicas. A partir de allí, cada uno iba a su aire: unos andando, otros en caballería; unos por «el Chortalón», otros por «la Corraliza», y otros, en fin, por «Santa Coloma» y «el Sestahuelo» hasta llegar arriba del monte, a la ermita del Santo Alto Rey. Por el camino, que algunos hacían descalzos, también se cantaba, y al llegar al «mojón de los cantos» se echaba alguna piedra en él y se rezaban tantos padrenuestros, por intenciones particulares, como piedras se habían echado.

Arriba se hacía una misa y una procesión. Al frente de todos avanzaba el pendón parroquial y la cruz. La misa era dentro de la ermita, pero si por la afluencia tan grande de público no cabían todos dentro, entonces se celebraba al exterior, poniendo el altar donde hoy está situado el púlpito. Después se almonedeaban los brazos de las andas y las colas que los fieles ofrecían, como rosquillas, bebidas, racimos de uvas, etc. Luego se bajaba a comer hasta la pradera de “Santa Coloma”, situada a mitad de la cuesta, donde alguien se había quedado al cuidado de las viandas. Durante la comida, acudían algunos pobres a pedir, y todos les daban de lo que había. Abundante y suculenta comida llevaban los de Bustares, a base de tortillas, chorizos, arroz con leche, y multitud de bollos y rosquillas.

Allí mismo, en «Santa Coloma», término ya de Bustares, se bailaba y cantaba, lo mismo que en la zona llamada “la Dehesa de la Casa». Desde allí se bajaba la cuesta y en la ermita de la Soledad se reanudaba la procesión que llegaba hasta la iglesia parroquial, donde se despedían los de las Navas.

La romería conjunta

Pero la costumbre de subir cada pueblo a su aire se vio interrumpida tras la Guerra Civil española, en que se tomó el acuerdo y la decisión de subir en romería todos los pueblos juntos. Cada uno con su pendón, su cruz parroquial, y su Ayuntamiento al frente. Cada uno desde su localidad, para juntarse en el camino, o en la cima, y hacer allí una celebración multitudinaria, no sólo ya de fervor religioso, que siempre es lo principal, sino de auténtica demostración de unidad comarcal.

La tradición que hoy existe dice que esta iniciativa surgió en los años cuarenta, tras la caída de un rayo sobre el grupo que formaban los de Albendiego que habían subido en romería el día que les correspondía. Dicen allí que “la cosa mala» que cayó fue atraída por las «carlancas» de un perro muy grande de Miedes, que estaba tumbado a la puerta de la ermita. A su lado había un serrano, llamado Martín Sanz, de Albendiego, que tenía sobre sus rodillas a un niño, Frutos Redondo, arropado con una manta. La chispa mató instantáneamente al hombre y al perro, pero al niño no le pasó nada. En aquel momento murió también otra mujer, Cándida Chicharro, al parecer asfixiada por el tufo de la cosa mala. A muchos de los congregados se les quemaron las plantas de los pies y a casi todos la descarga eléctrica les tiró por el suelo.

El caso es que desde entonces se tomó la decisión de celebrar todos los pueblos juntos la romería del Santo Alto Rey el 12 de septiembre. Los Estatutos reformados por don Abraham Martínez Herranz en 1956 así lo sancionaban, y de este modo se ha venido realizando, con un fervor y una afluencia de público cada vez mayores.

En años recientes, se decidió cambiar nuevamente la fecha, y ponerlo el primer domingo de septiembre. La disminución de población estable de la zona, y el predominio de romeros que vienen en automóviles desde otras ciudades y comarcas donde residen habitualmente y trabajan, hizo que hubiera que designar un día de fiesta para juntarse multitudinariamente. Todavía es muy reciente la decisión última de trasladar la fiesta al primer sábado de septiembre, por razones de práctica social aceptadas por todos.

La fiesta, en esencia, es similar a lo que se ha hecho desde tiempo inmemorial. Únicamente que ahora se junta en la altura un buen número de gentes. La mayoría suben ya por carretera, en sus automóviles, a través del camino asfaltado que se construyó hace años para servicio de la base militar puesta en las cercanías de la ermita. Allí se juntan, sin embargo, los pendones y las cruces parroquiales de los siete pueblos, con sus párrocos y sus alcaldes respectivos. Se dice la misa, se recitan cánticos religiosos y se subastan los brazos de las andas y algunos dulces y donativos. Finalmente, la procesión saca al brillo del sol los colores y las formas de las imágenes queridas y veneradas del Santo alto Rey y de la Virgen de Nª. Sra. de los Ángeles.

La costumbre de celebrar concursos entre los asistentes, ya antigua, se ha revitalizado. Y así, se han celebrado en los últimos años, previa convocatoria, concursos de fotografías, de pintura y artesanía, de poesía, de trajes típicos de la Sierra, e incluso de jotas y rondallas. Todo ello, habitualmente completado con la lectura de un «pregón» por alguna personalidad intelectual de la provincia, y el reparto de limonada, supone un día completo de ilusión, alegría y devoción que manifiesta de forma muy elocuente la viveza de la cultura popular y el vigor de la tradición centenaria de las gentes de esta Sierra del Alto Rey.