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agosto, 1994:

¿Dónde está la Sorterraña?

 

Puede que a estas horas, la imagen románica, tallada en madera en el siglo XIII, de Nuestra Señora del Soterraño, ya no esté en la Alcarria. Es muy posible que haya salido, conducida con nocturnidad y premeditación, rumbo a otras tierras donde nunca sabrán qué significa, aparte de ser una imagen de la Virgen María. Es, incluso, muy probable, que quien hoy se ponga a rezar delante de ella, no sepa cómo llamarla, aparte de María… La Virgen del Soterraño, a la que en Pastrana todos querían y llamaban «la Soterraña», es una pieza magnífica, de las escasas que ya quedan entre nosotros, de la escultura románica castellana. Fue puesta por los caballeros calatravos en la cripta subterránea de la iglesia románica del castillo de Zorita de los Canes, y en ella, como señora de los espacios penumbrosos y mistéricos del Sacro Convento Caballeresco de Zorita, alumbró corazones apesadumbrados durante siglos. Luego, cuando ya los caballeros medievales dejaron la altura castillera, y esta fue adquirida por don Ruy Gómez de Silva, primer duque de Pastrana, y su mujer Ana de Mendoza, este matrimonio la recogió como sagrado y queridísimo elemento del culto y la puso en la iglesia del convento de San José, en la parte baja de su villa ducal de Pastrana, que en 1569 habían fundado para las carmelitas de Santa Teresa de Jesús, y en 1576 refundó doña Ana para las franciscanas concepcionistas. Allí quedó, sobre un pedestal junto al presbiterio, un pedazo de madera que, aparte de su valor material como obra de arte, tenía la fuerza talismánica de disolver penas, levantar depresiones y animar espíritus con la fuerza que sólo la Fe de Cristo es capaz de dar a las gentes a través de su Madre, la Virgen María. A estas horas, quizás, la Soterraña ya no está en Pastrana. ¿Quién ha sido capaz de tachar, de un solo plumazo, tanta historia y tanta confianza?

La historia se ha repetido en Pastrana. Un convento de monjas se disuelve de la noche a la mañana. Se van las monjas a otro lugar, y no dan cuentas, o no quieren darlas, a nadie. El problema es suyo. Y ellas solas lo resuelven. Así ocurrió en el mismo Pastrana, en 1574, cuando las carmelitas montaron todas sus pertenencias en un gran carromato y, por no aguantar a su señora la princesa tuerta que se había empeñado en hacerse monja con ellas, se marcharon a Segovia. Dos años después quedaba fundado el Convento de San José, con franciscanas concepcionistas, a las que doña Ana de Mendoza levantó la iglesia, la hizo lo mejor posible, y la llenó de regalos y obras de arte. Una de ellas, la imagen de la Virgen del Soterraño. Muchas otras cosas las dio, y los vecinos de la villa fueron entregando, año tras año y siglo tras siglo, demostrando el cariño que hacia estas «señoras monjas» profesaban. Tanto, que gracias a ellos pudieron salir con bien del arrebato de la Guerra de la Independencia. Y de otros malos momentos. Las «monjas de abajo» en Pastrana eran algo más, mucho más, que un convento y un grupo de mujeres. Eran la luz de la Fe, la prueba de que el espíritu cristiano sigue vivo en Castilla, sigue latiente en esta villa de la Alcarria.

Desde un punto de vista estrictamente legal, en el contexto de un Estado de derecho como el que vivimos, la propiedad del edificio y sus bienes muebles es de la comunidad de monjas que ahora ha decidido marcharse. Pero los tiempos están, afortunadamente, muy cambiados. Hay más justicia que nunca, y se aplica lo más perfecta y rápidamente que se puede. Pero también hay una sensibilidad hacia lo que es la historia, la cultura y los bienes patrimoniales de una comunidad. Hacia las raíces con las que se ancla un pueblo en la tierra, en el devenir del tiempo, y le nutren y le conforman. La gente de Pastrana sabe muy bien qué es eso. Hoy mejor que nunca. Y esa Virgen del Soterraño, y esos cuadros de Juan Bautista Mayno (pintor dominico nacido en el pueblo), y esas casullas del gran arzobispo don Pedro González de Mendoza, hijo de la princesa, y esos pergaminos, documentos y archivos en los que está escrita la historia de la villa, y esas piezas de marfil, de plata, de cristal y de madera, todo cuanto de material (y su forro espiritual) había en el convento, son parte plena de la villa. Existe sobre ellas una propiedad común, que no puede dirimirse acudiendo a un juez, o soportando el peso de unas pruebas y unas demostraciones de un par de abogados. Creo que se me entiende fácilmente. Y más por quien tiene, por ser cristiano y creer en que los cuerpos y sus obras nacen del espíritu, la capacidad de decir a dónde deben ir, en última instancia, ese patrimonio cultural y artístico que ha sido, con nocturnidad, premeditación y alevosía, sacado de su lugar de origen, de aquel de donde nunca debiera haber salido.

Antonio Herrera Casado

Cronista Provincial de Guadalajara

EL MUNDO – Septiembre 1994

La Virgen del Soterraño es una imagen de madera tallada, en estilo románico, sedente, del siglo XIII, una más de las miles que existen en toda España, en toda Europa. Pero una de las pocas, poquísimas, que ya quedan en la provincia de Guadalajara. Esta imagen, además, durante cuatro siglos largos ha recibido día a día la veneración y ha servido de consuelo espiritual a generaciones enteras de hombres y mujeres de Pastrana, la villa alcarreña que ahora no sabe dónde ha ido a parar esta imagen, como también ignora cuántas cosas, de qué manera y con qué destino, han salido del Convento de San José de esta villa, rumbo a la de Membrillas en Ciudad Real. Allí es donde la comunidad de franciscanas concepcionistas ha decidido trasladarse, y durante unos días han ido sacando, con sigilo y en secreto, gran cantidad de objetos que ellas consideran «propios de un convento», pero en los que se incluyen ropas litúrgicas del Arzobispo don Pedro González de Mendoza, cuadros de Juan Bautista Mayno, tallas de marfil barrocas, documentos y manuscritos fundamentales para la historia de Pastrana… y la Virgen del Soterraño, que ha dejado huérfanos de misericordia a los vecinos de Pastrana, que con este tema están, como es de imaginar, muy alterados.

La Virgen del Soterraño fue tallada en plena Edad Media para servir de imagen en el altar minúsculo de la cripta subterránea de la iglesia románica del castillo de Zorita de los Canes. Sobre la orilla izquierda del Tajo, en lo alto de un abrupto roquedal, custodiando uno de los tres puentes que en el reino de Toledo daban paso a las mercancías sobre el gran río hispánico, los caballeros de la Orden de Calatrava pusieron su castillo-convento en el que durante muchos años del siglo XII tuvo su sede la mesa maestral. Siglos adelante, mediado el XVI, Zorita y Pastrana fueron adquiridos al rey por su secretario y primer ministro don Ruy Gómez de Silva, quien por esas fechas (1569) fue nombrado duque de Pastrana. Casó el caballero con doña Ana de Mendoza, bellísima y turbadora a pesar de su ojo tuerto. Y añadieron a sus títulos el de Príncipes de Eboli.

El desarrollo que en sus días, en la segunda mitad del siglo XVI, alcanzó la villa de Pastrana fue de tal categoría, que don Ruy llegó a sugerir a Felipe II se instalara allí la capitalidad de España. Existen documentos en su Archivo Municipal que así lo demuestran. Madrid se llevó el gato al agua. Pero Pastrana vió asentarse una densa colonia de moriscos, llegando también muchos inmigrantes de Portugal e Italia, a trabajar en las prósperas industrias de la seda, los tapices y el cordobán que los duques instalaron. Atendieron también a la espiritualidad de la época, y llamaron a Santa Teresa de Jesús, la «animadora espiritual» del momento, para que allí fundara dos conventos. Uno, el de San Pedro, para frailes carmelitas. Y otro, el de San José, para monjas de la misma orden. Dotados con magnificencia, los duques vistieron los conventos con obras de arte sin cuento, y al de las monjas se trajeron, por mejor cuidarla, la imagen de la Virgen del Soterraño desde el castillo de Zorita. Se puso en la pared de la nave de su iglesia, y ahí ha estado, hasta hace unos días.

Era el año 1569, y poco después murió el duque, quedando la princesa tan sin consuelo -decía- que no vio a su vida más solución que la de meterse monja. Pero enseguida demostró serlo muy especial: recibiendo caballeros en su celda, organizando en ella tertulias en las que no estaría muy lejos la conspiración, poco después las monjas decidieron irse: y en una noche, sin aviso previo, montaron sus ropas y sus breviarios en un gran carromato, y a Segovia que se fueron sin decir ni adiós. Llueve, como se ve, sobre mojado.

Era 1574, y la princesa decidió que sin convento no se quedaba Pastrana. Así que llamó a las franciscanas concepcionistas. Doña Felipa de Acuña y Mendoza hizo de primera priora. Y allí entró, poco después, su querida hija Anusca: la Eboli puso, pues, savia de su sangre en este convento que ahora, también de la noche a la mañana, se evapora sobre unas furgonetas de «SEUR». A la institución le regaló doña Ana de Mendoza joyas sin cuento. En un documento que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, sección de Osuna, legajo nº 1.999, sin foliar, aparece el «Inventario de objetos donados por la Princesa de Eboli al Convento de la Concepción Francisca de Pastrana» por ella fundado. De la larga lista de bienes merece mencionarse: «Para el Santísimo sacramento un ostario de plata con sus patenas / una cruz de cristal guarnecida de plata / otra cruz de alquimia / otra cruz pequeña de plata para el altar / y otra cruz de alquimia / tres portapaces de Plata guarnescidas de ebano / una ymagen de nrª señora de bulto (quiere decir una talla, posiblemente la Soterraña) / un rretablo de nrª señora y santa Ana / un rretablo de xpo con la cruz a cuestas / cinco rretablos de ymagenes de nuestra señora pequeños / otro rretablo de lymbo / yten una ymagen de Santo Alejandre con la cabeza del mesno santo…» y sigue y no acaba la lista con ropas, muebles, y un largo etcétera de elementos que, a pesar de lo movido de los tiempos en nuestro país, y con las guerras de Sucesión, de Independencia y Civil de 36-39 por medio, aún habían llegado hasta nuestros días en buena cantidad.

¿Qué era exactamente lo que existía en estos momentos en el Convento de San José de Pastrana, y que las monjas se llevan a otra casa lejana y en secreto? No lo sabemos. Nadie lo sabe. Han sacado cuadros, muchos, y alguna talla grande envuelta en sábanas. Y varios Niños Jesuses propiedad de cada una de las hermanas. Pero el dato exacto se desconoce. Y ello por una razón muy sencilla, por una razón que afecta peligrosamente a gran parte del patrimonio artístico de la Iglesia, al menos en la provincia de Guadalajara: porque no está inventariado. Así no hay forma de saber lo que hay, lo que queda, lo que se vendió y lo que se llevan. Así están abiertas todas las puertas a la explicación que más les convenga.

Pastrana está hoy que bulle. Las gentes de Pastrana han ido tomando conciencia, a lo largo de los siglos, pero muy especialmente en los últimos años, de la importancia capital en la historia de Castilla que su villa ha jugado. Gran plaza de mercado bajo el dominio de la Orden Calatrava. Villa capital de la industria, las artes y la cultura en el Siglo de Oro, con la protección de sus señores los duques, la gran familia Silva y Mendoza que construyó, entre otras cosas, un magnífico palacio y una plaza renacentista delante, dirigidas las obras por el arquitecto Alonso de Covarrubias; una inmensa colegiata con cabildo de curas, y aires de catedral en su crucero manierista; un colegio de San Bartolomé para niños cantores, dos grandes conventos carmelitanos, poniendo en uno de ellos (el de San Pedro, para hombres) el Generalato de la Orden; un tesoro inconmensurable de arte en sus templos, especialmente en la Colegiata, en la que hoy lucen las impresionantes tapicerías de la conquista de Africa por Alfonso I de Portugal, considerada la mejor colección del mundo en tapices de tema profano. Y artistas de todos los géneros: pintores, escultores, poetas, teólogos, frailes milagreros… las comedias del pastranero Manuel de León Merchante se representaron en el siglo XVII con inusitado éxito por corralas y plazuelas. Hasta hoy mismo, Camilo José Cela no encuentra mejor lugar que Pastrana para tener la sensación de hallarse «en una ciudad medieval, en una gran ciudad medieval».

Pastrana está tomando, desde tiempos muy recientes, una cierta capitanía en la Alcarria como sede de Congresos, de reuniones culturales, de Cursos de Verano de la Universidad de Alcalá. Recoge cada fin de semana varios miles de turistas que recorren atónitos, embelesados, sus retorcidas y cuestudas callejas. Entre ellas aparece de vez en cuando un caserón inquisitorial, un viejo pósito, un zarandeado altar de mayas, o un convento, como el de San José, que asoma en su plazuela sin avisar. Y dentro de él la historia palpitante, los retablos, los carteles de la techumbre en que se clama por la benignidad de doña Ana de Mendoza, en que los colores vivos de sus escudos heráldicos pregonan antigua nobleza, y las tallas, los cuadros, las custodias y las telas… todo éso, según la ley, es de las monjas. ¿Pero no tiene algo que decir la gente de Pastrana? ¿No tiene algo qué decir, incluso, el pueblo castellano entero, que hoy mejor que nunca comprende que aquello es un patrimonio que sólo pertenece a quien lo parió, a sus gentes que hicieron posible que ese milagro se produjera? Juan Bautista Mayno nació en Pastrana, en una familia de inmigrantes milaneses, y en el pueblo alcarreño vió la luz y los colores que luego puso, brillantes y sumisos, en sus cuadros. ¿Es justo que se vayan de aquel entorno sus pinturas? El porvenir de Pastrana está, en buena medida, en el sesgo que acertadamente se le está dando (por parte de su actual Ayuntamiento y de la Diputación Provincial de Guadalajara) de cara a crecer como lugar de cultura, de encuentros, de turismo serio, de vigorosa pátina histórica… y en ese camino no sobra nadie, ni siquiera las monjas concepcionistas del Convento de San José, que salen de allí (ellas solas conocen la causa) como escapadas.

Para quien hoy se ponga ante el convento de San José de Pastrana, la figura externa le dirá muy poco. Ya no se puede entrar a su iglesia (a la clausura no entró nunca nadie, excepto el médico de las monjas), pero tras la fachada escueta, verdaderamente carmelitana, con su portón adovelado protegido por un tejaroz, y un gran cuadro de azulejería que hace unos años puso el Ayuntamiento en recuerdo de la Santa andariega, podía contemplarse un templo de nave única rematada en un pequeño ábside semicircular que se marca al exterior, viéndose un amplio sotocoro a los pies, más ancho que la nave, de la que se separa por las tradicionales rejas puntiagudas. El presbiterio se cubre de curiosa bóveda en forma de venera de charnela alta que recuerda las obras que en la tierra de Guadalajara firmaba Juan de Ballesteros, un arquitecto discípulo de Covarrubias. sobre el friso del entablamento de en que se sustenta la bóveda, corre con letras romanas un texto fundacional que dice «esta iglesia y monesterio fundó y dotó la excelentísima señora doña Ana de Mendoza y de la Cerda princesa de Mélito y duquesa de Pastrana cuio origen procede legítimamente de los Reyes de Castilla y de Francia. Acabóse a beinte días del mes de maio del año de nuestro Salvador Jesuchristo de mill y quinientos y ochenta y dos a onrra de Dios y de su bendita madre Tota Pulcra est Maria». Escudos de los linajes de Silva (un león de gules) y Mendoza (partido en sotuer la banda roja sobre el campo verde y las leyenda Ave Maria Gratia Plena en azur sobre el oro) campan por muros y bóvedas. La Soterraña, que tantas oraciones de los pastraneros y las pastraneras ha recogido durante más de cuatro siglos, en una peana junto al altar mayor. ¿Qué será desde ahora de todo ello? No caben lamentaciones, ni literarias rimas plañideras evocando mejores días. Se plantea, así lo ha planteado claramente el alcalde de Pastrana, Juan Pablo Sánchez Sánchez-Seco, la Corporación que preside y el pueblo todo, en un «Fuenteovejuna» sin precedentes, que este patrimonio mueble sea devuelto a Pastrana y expuesto (sería un sitio ideal si no pudiera ser el propio convento) en su gran Museo Parroquial. La duda, que está sobre el tapete, de quien es el auténtico, el legítimo propietario de esos bienes, está servida. Se plantea en esta anécdota alcarreña algo más, mucho más, que una mera cuestión jurídica: se plantea la existencia de un sentimiento de enraizamiento histórico, hasta ahora poco nítido en el pueblo castellano frente a otros pueblos españoles que sí lo han demostrado, y la cuestión final de quien debe administrar esos bienes. El pueblo de Pastrana ha tenido el valor, el gesto histórico, de plantearlo, y de jugarse mucho en ello.

Antonio Herrera Casado (Guadalajara, 1947). Médico, historiador y editor de libros, es Cronista Provincial de Guadalajara desde 1973, y Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia. Autor de un libro titulado «Pastrana, una villa principesca» (AACHE, 1992).

La ruta de románico por el Señorío de Molina

 

En nuestros viajes por los caminos de Guadalajara y sus diversas comarcas, vamos encontrando, como en una romería de sorpresas, elementos que nos hacen evocar el pasado, tan rico en historia, en tradiciones muy personales, en estilos artísticos muy genuinos, de los pueblos de Guadalajara. Nuestro comentario de hoy pretende alentar a otros posibles y futuros viajeros, en la idea de abrirse camino por los altos páramos del Señorío de Molina, esa comarca tan rica en evocaciones de siglos pretéritos, y hacer por un día ese viaje cultural para el que nuestra provincia tiene tantos y tan variados recursos.          

  Y ya dentro de los límites, bordeados de sabinas, de sierras, de campos y pedregales, del Señorío molinés, hoy nos dedicaremos a buscar los restos de la arquitectura de tipo románico, la que corresponde exactamente con el momento histórico de la repoblación del territorio, allá por los lejanos siglos XII y XIII, cuando sus señores independientes, los condes de Lara, con un entusiasmo digno de titanes se dedicaron a estimular esa nueva población por los cuatro puntos cardinales de su patria.

Apenas una docena de edificios de estilo netamente románico quedan actualmente en el Señorío molinés. Mínima representación de lo que debió ser en su origen este estilo arquitectónico, pues solo con atender al celo constructivo de los primeros condes, puede uno hacerse idea de lo que sería el territorio aforado allá por los siglos XII y XIII, recibiendo habitantes desde todas sus fronteras, instalándose en nuevos pueblos, y construyendo templos para su religión, a cual mejor.

Precisamente la riqueza y propseridad económica y social de los posteriores siglos, hizo que especialmente en las centurias XVI y XVII se derribaran muchos de los primitivos templos parroquiales molineses, para elevar en sus solares nuevos edificios, más grandes y ostentosos, que manifestaran la riqueza del lugar y sus habitantes. Esa circunstancia hizo que desaparecieran por completo muchos templos románicos, y que de otros solamente quedaran detalles mínimos, portadas, muros con alguna ventana, ábsides, etc., salvándose en su integridad solamente las iglesias de aquellos lugares que ya por entonces se encontraban en franca decadencia o en trance de abandono.

Esto es lo que ocurrió en lugares en los que hoy pueden verse los ejemplos más completos de arquitectura románica en el Señorío de Molina: la ermita de Santa Catalina en término de Hinojosa fue la iglesia de un pueblo denominado Torralbilla y que se despobló por completo hacia el siglo XVI. Similares características reunía la ermita de la Virgen de la Carrasca, en Castellar de la Muela; o el templo parroquial de Chilluentes, despoblado en término de Concha. En ambos se encuentran edificios plenamente románicos, del siglo XII en sus finales, toscos pero con la hermosura radiante de una arquitectura medieval primitiva y auténtica. En Santa Catalina sorprende la belleza de su atrio meridional con arcadas, y la gran puerta abocinada de entrada al templo, más los capiteles y solemnidad de su interior. En la Carrasca son las puras líneas de un románico rural, y en Chilluentes merecía la pena verse, hasta hace muy poco tiempo, los adornos tallados de tipo geométrico que, casi ocultos en la espesura, aparecían en las jambas de las ventanas absidiales. Hace poco tiempo, y en esa línea de voracidad depredadora que a algunos les ha entrado por llevarse a casa los elementos más significativos de nuestro arte, alguien ha robado esos elementos románicos de Chilluentes, quedando con ello huérfanos, todos nosotros, de su medieval temblor.

En otros lugares, el desarrollo de nuevos edificios en los siglos modernos respetaron algunos elementos del estilo, que hoy se nos muestran como reliquias de tan antiguos tiempos. Así, se encuentran portaladas románicas, originarias de los siglos XII y XIII, en las iglesias de Tartanedo, de Rueda de la Sierra, de Teroleja, de San Martín en Molina, y de Labros. En todas ellas sorprende la sencillez y rotundidad de su arquitectura, con vanos semicirculares moldurados de baquetones repetidos en los que suelen aparecer como decoración única puntas de diamante y algunos capiteles con elementos zoomorfos muy rudimentarios.

Solamente dos grandes templos permanecen en el Señorío molinés que nos muestran su arquitectura románica completa y original. Son, por una parte, la iglesia parroquial de Santa María de Pero Gomez, en la capital del Señorío,  y hoy conocida como templo de Santa Clara, pues en el siglo XVI pasó a servir de capilla conventual a la institución de clarisas fundada por la familia de los Malo. Es un edificio espléndido, de planta de cruz latina con amplio crucero, bóvedas de crucería, ábside semicircular cubierto de bóveda de cuarto de esfera, que al exterior se traduce en un valiente y elevado elemento pétreo en el que los ventanales aspillerados, los pilares adosados, los capiteles vegetales y los canecillos conjugan y evocan la arquitectura de los condes con su tiempo de leyenda. La portada de Santa Clara es, finalmente, un elemento magnífico, de reminiscencias francesas, elegante y pulcro, el más bello exponente de esta arquitectura en el territorio de nuestra visita.

Finalmente, el segundo de los monumentos plenamente románicos de Molina es la iglesia del monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, construída en el siglo XII por caballeros y monjes franceses, y que muestra su interior realizado totalmente en piedra de sillería, compuesto de una sola nave adornada de arcos de refuerzo apuntados, y con un ábside plano en el que lucen bellas ventanas, más sendas portaladas de ingreso, a los pies del templo, con arcos semicirculares, finos haces de columnillas, capiteles de temas vegetales y metopas de lo mismo. Es, en definitiva, un estilo medieval que en Molina evoca sus primeros tiempos de repoblación, y que ofrece pocos pero muy interesantes elementos que bien pueden justificar una «ruta del románico» a través del país molinés.    

Con ese ánimo están redactadas hoy estas líneas: con el de estimular el viaje de nuestros lectores, ahora que el tiempo, de verano y vacaciones a tope, se brinda a acompañarnos por las alturas todavía frescas y generosas del páramo molinés.

Sigüenza en la meta de una ruta por valles y cañadas

 

La ciudad de Sigüenza es uno de los más señalados elementos que orientan el turismo en la provincia de Guadalajara. En la última edición de la Feria Internacional de Turismo que el pasado invierno se celebraba en Madrid, la ciudad de Sigüenza fue de las que más atención de agencias, operadores y visitantes recibió. Ese aumento en el interés por conocer lugar tan magníficamente conservado conforme a los rasgos del puro medievo, se va concretando semana a semana en la cantidad de viajeros que hasta su altura llegan. Sigüenza debe ser visitada con detenimiento, tratando de saborear el encanto de sus cuestudas y estrechas calles, o la belleza soberbia de sus monumentos religiosos. Pero también deben visitarse algunos enclaves que en su torno existen, y que al final de estas líneas mencionaremos.

En cualquier caso, estos días en torno a la festividad de San Roque, en la Sigüenza vive con inusitada alegría sus fiestas mayores, son el mejor motivo para acercarse hasta allí. A su tradicional encanto une estas jornadas el sonido y la luz de unas fiestas que sin caer en el «urbanismo» completo, sobrepasan el mero aldeanismo y se hacen merecedoras de correr sus calles sin temor al tiempo.

Memoria y silueta de Sigüenza

En el alto valle del Henares, sobre una ladera de suave declive, entre cerros cuajados de recuerdos celtibéricos, se sitúa esta que fue la «Ciudad de los Obispos» pues tras su reconquista en el año 1023 por don Bernardo de Agen, el Rey de Castilla la entregó en señorío a sus regidores eclesiásticos, teniendo durante siglos la hegemonía de almas y vidas.

Este señorío eclesiástico hizo que se levantaran obras de arte por todos los rincones. La ciudad ofrece un aspecto amurallado imponente. Algunas puertas de acceso quedan, con arcos semicirculares, protegidas de fuertes cubos adosados: el portal del Hierro, la Puerta del Sol, etc. En lo alto del cuestarrón, presidiéndolo todo, está el Castillo, hoy convertido en Parador Nacional de Turismo, donde se conserva íntegro el recuerdo de los Obispos, pues esta era su residencia habitual, el lugar donde administraban la justicia, etc.

A lo largo del casco antiguo, en cuesta, se encuentran las calles llamadas Travesañas, ocupadas de edificaciones tradicionales, y de algunos palacios, como el de los Bedmar, del siglo XV, o iglesias románicas, como la de Santiago y San Vicente, con portadas de arcos semicirculares, y esta última con un interior sobrio del estilo, y un gran Cristo gótico.

La Catedral es el edificio más señalado de Sigüenza, Su exterior tiene aspecto militar, con torres cuadradas escoltando el costado occidental. Portadas románicas y en el interior tres naves con ancho crucero y deambulatorio posterior. Son multitud las obras de arte que deben en su interior ser admiradas: sepulcros de eclesiásticos y caballeros; altares con retablos góticos; escudos policromados y el gran claustro con arcadas, rejas y numerosas capillas donde reposa la nobleza de la ciudad. Pero es sobre todo la escultura funeraria del caballero Martín Vázquez de Arce, más conocida como «el Doncel» la que despierta toda la admiración y orienta la visita. Su serena estancia, se vestimenta de caballero medieval, y la elegancia de actitud y talla, la hacen sin duda quedar en el primer lugar de la escultura mundial. También es imprescindible visitar la «Sacristía de las Cabezas» diseñada por Alonso de Covarrubias, que ofrece en su bóveda de cañón todo un poblado mundo con más de 300 medallones en los que aparecen tallados personajes de gran fuerza y expresividad.

Pero Sigüenza ofrece todavía otros elementos para la visita: así el museo de Arte Antiguo situado en la misma plaza de la Catedral, con 14 salas llenas de obras muebles de arte, retablos, pinturas, etc. La Plaza Mayor es, asímismo, una joya del urbanismo renacentista, con el Ayuntamiento en un extremo, y la catedral en el otro, escoltando sus laterales las casas de los canónigos, soportaladas. Además reviste interés el barrio de San Roque, construído en el siglo XVIII en un homogéneo estilo barroco, y al final, en lo más hondo del valle, la Alameda que llena el ambiente con la sombra de sus grandes árboles y el frescor de la cercanía del río.

Viaje a las cercanías de Sigüenza

En los alrededores de la Ciudad Mitrada se encuentran múltiples lugares llenos de encanto e interés. No sólo desde el punto de vista paisajístico, también con la carga densa de lo monumental, de lo histórico. Es quizás el más señalado ejemplo la villa de Palazuelos, completamente amurallada y presidida por su castillo, obra todo éllo del siglo XV. En torno a ella, mediante un paseo reposado y admirativo, podremos encontrar los ecos de un tiempo perenne y aquí como resonante. Parece increíble que de una forma tan completa haya llegado hasta nuestros días la amurallada presencia de esta villa mendocina.

Tampoco debe dejarse de admirar el enclave de Pelegrina, donde los obispos tenían su residencia de verano, con un enorme castillo presidiendo el estrecho valle del río Dulce, encajonado entre roquedales y cascadas.

También son de interés los lugares de Guijosa (con otro castillo), Cubillas, con una iglesia románica, e Imón, con las instalaciones de sus medievales salinas íntegramente conservadas. Todo un repertorio único y variado de ofertas monumentales y paisajísticas que justifican el viaje y la estancia. Y que en estos días de fiesta continua, pueden ser el mejor contrapunto a pasar las horas de la media-mañana, esperando que lleguen las de altos vuelos y alegría desbordante por la noche seguntina.

Ruta de la Sierra negra: del Ocejón a Tejera Negra

 

Otra propuesta de viaje hacemos hoy a nuestros lectores. Esta vez se orientan nuestros pasos hacia las grises alturas del Ocejón y sus contornos. Por la orilla derecha del valle del Henares van abocando multitud de ríos que proceden de las altas serranías que limitan las dos Castillas: la vieja de Soria y la nueva de Guadalajara. En esas sierras, formando parte del gran Sistema de la Somosierra, y con alturas especialmente destacadas como el Pico del Lobo, el Tres Provincias, el Ocejón, el Santo Alto Rey y el Pico de Grado, se esconden una serie numerosa de pueblos interesantes, paisajes espectaculares, y caminos que están pidiendo ser recorridos, a pie o sobre el motor que cada uno se procure, por cuantos buscan en la Naturaleza ese gozo del silencio, de la paz y de la autenticidad.

La sierra negra de Guadalajara tiene todos esos elementos en grado sumo. Vamos a verlos.

Hay que considerar que la forma idónea de arribar a esta comarca es, fundamentalmente, a través de tres núcleos históricos que abren sus caminos hasta lo más recóndito del espacio serrano. De una parte es Cogolludo, donde destaca sobre el resto de sus edificios el gran palacio de los duques de Medinaceli, obra espectacular del Renacimiento español. Es preciso detenerse un par de horas aquí, en Cogolludo, y admirar no sólo la fachada, sino el interior del palacio ducal: el patio, que si bien sólo ofrece el esqueleto, este lo tiene limpio y espectacularmente bello. O la gran chimenea de labor mudéjar, una de las más bonitas de Castilla. También en Cogolludo puede el viajero entrenerse en admirar la ahora recién restaurada iglesia de Santa María, joya del Renacimiento. O buscar entre la fronda que las oculta, las ruinas del que fuera convento de frailes carmelitas, con su típica fachada de la Orden.

Otra de las llaves de la sierra es Tamajón, abrigada de encinares y bosques múltiples, al pie mismo del pico Ocejón. Allí debemos pararnos unos minutos ante la bella estampa de su iglesia parroquial, que fue románica en sus primeros días, y luego tenazmente restaurada y ampliada, hasta que ahora nos ofrece su mezcolanza de estilos, pero siempre con la grandiosidad de lo perfecto. No olvidar echar un vistazo a la fachada renaciente del que fuera palacio de los Mendoza, hoy dedicado a remozado Ayuntamiento.

Y finalmente es Atienza, esa villa medieval y realenga que de su antiguo esplendor guarda aún el soberbio castillo, las murallas completas abiertas de trecho en trecho por portalones, y una polimorfa serie de templos de estilo románico en los que brillan capiteles, ábsides, cristos góticos, espadañas y un Museo único en la iglesia de San Gil. Las plazas del Trigo y de España son otros elementos que dan carácter de castellanía pura a esta villa. Aunque no es de este lugar la tarea de pararse a demostrar con detenimiento las razones que le caben a Atienza para ser denominada «cumbre del románico», no podemos olvidar cómo todavía son cinco los templos de este estilo que pueden visitarse, con ábsides opulentos (la Santísima Trinidad), galerías porticadas (San Bartolomé), Iconografía curisísima a base de saltimbanquis medievales (Santa María del Val) ó portadas fastuosas repletas a cientos de figuras como la de Santa María del Rey. En San Gil, ya lo he dicho, lo mejor es el Museo de Arte que se cobija en su interior.

Ya por los caminos que se marcan en los mapas, debe ascenderse desde Cogolludo a los enclaves que contornean el río Sorbe: así el pueblecito de Muriel, con su cercana «cueva del Gorgocil» y la emoción de encontrar abundantes fósiles en todo su término. También puede subirse, a través de buenos caminos ya asfaltados hasta Umbralejo, pueblo abandonado que hoy se ocupa por colonias infantiles que le restauran en toda su pureza. Y aún pasar, desde La Huerce y Valdepinillos, a través del «alto del Campanario», a la zona de pinares de Galve de Sorbe, siempre rodeados de altos picos pizarrosos, tapizados de musgos y de brezos.

Es desde Tamajón que pueden realizarse las mejores excursiones en torno a la zona del Ocejón. La carretera se introduce, pasada la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, con su puerta siempre abierta al caminante, hacia la «sierra negra» propiamente dicha. En ella, cubierto el campo de jarales, y el entorno surcado de rientes arroyejos, van apareciendo los pueblos negros que dan nombre al territorio: los caseríos mínimos de Campillejo,  del Espinar, de Roblelacasa, de Campillo de Ranas y de Robleluengo. Todos ellos ofrecen enormes edificios de vivienda y almacén construídos con piedra oscura de gneis y grandes lajas de pizarra negra con la que forman sus tejados. Finalmente, es Majaelrayo donde se para, se puede comer, y se inicia la ascensión a pie hasta el alto pico del Ocejón, con sus 2.068 metros de altura, todo un reto para montañeros y excursionistas. Aún desde aquí puede seguirse, por una carretera abierta recientemente, hacia la altura del puerto de la Quesera y pasar así a la provincia de Segovia, bajando hasta Riaza, entre paisajes de grandiosidad impensada.

Desde Tamajón debe alcanzarse, en el rato que se tenga libre, la parte oriental del mpico Ocejón. Tras sobrepasar Almiruete, riente siempre entre los múltiples cursos de agua que bajan regándole desde la alturas, a través de fresnedas y rebollares se llega a Palancares, hoy poco a poco remozado, y finalmente a Valverde de los Arroyos, que es para muchos el «pueblo insignia» de esta Sierra Negra de Guadalajara. En Valverde se puede contemplar, en toda su pureza, la situación increíble de todo un pueblo colgando de la montaña, verde su paisaje todos los meses del año, fresca y agradable la atmósfera que le tapiza, y con una estampa demasiado hermosas para ser real: las casas han sido rehabilitadas, conservando su primitiva estampa. La plaza con su juego de bolos; la iglesia tan rural y primitiva; las eras donde la Octava del Corpus resuena gaitas y tamboriles en rito mágico y ancestral. La simpatía y acogimiento de sus gentes añade un elemento por el que toda slas rozones están a favor de viajar hasta Valverde mañana mismo.

Desde Atienza puede llegarse asímismo a la zona de la serranía que ronda la montaña del Santo Alto Rey. Bien desde Albendiego y los Condemios, por el norte, o desde Bustares por el sur, caminos en buen estado llevan hasta la cumbre misma de esta montaña sagrada, en cuya cima se visita una ermita construída originalmente, allá en la remota Edad Media, por los templarios. Pueblos como Prádena de Atienza y Gascueña de Bornova, insertos en paisajes de un perenne verdor, rodeados por todas partes de arroyos y bosquedales, ofrecen también la grandiosidad de su arquitectura popular inmaculada, todos sus edificios de piedra y pizarra, con curiosas costumbres que hay que saber degustar.

En definitiva, una zona apasionante del centro de España que nadie que ame la Naturaleza y el aire libre, la pureza de los pueblos vírgenes y la emoción de descubrir soledades, debe perderse.

Ruta breve para caminar por la Alcarria

 

Con el tiempo bueno, los días largos, las vacaciones merecidas, y las ganas perennes de ver reír al campo y sonar las panderetas de las nubes, los viajeros que me leen están deseando salir al campo, recorrer caminos de Guadalajara, andarse las trochas por donde se contemplan los mejores paisajes o las más viejas vetusteces de nuestro patrimonio. Podríamos hacer con ese objetivo varias rutas. Esta de hoy es la de la Alcarria. Allá vamos.

Desde Guadalajara, el viajero tiene mil recorridos que poder hacer por la tierra que le rodea. Quizás la comarca más conocida y atrayente sea la Alcarria, la que con su miel, sus olivos y tantos pueblos centenarios cargados de historia y monumentos, hacen de ella un lugar que merece ser visitado y conocido. No es el menor aliciente, por supuesto, la fama que Camilo José Cela le diera con su universal escrito «Viaje a la Alcarria», en el que se daba noticia de paisajes limpios y silenciosos, de gentes bondadosas y monumentos en ruinas.

Saliendo de Guadalajara por la carretera N-320, se llega en primer lugar a Horche, lugar de típicas arquitecturas populares, con una plaza de corte tradicional, en la que para septiembre se celebran emocionantes juegos taurinos. En este lugar cabe admirar algunos paisajes muy bellos, como la «sierra de Horche», junto al valle del río Ungría. Es también una estación de especial interés por su oferta gastronómica.

Antes, yo aconsejaría desviarse un tanto a la izquierda, y llegar hasta Lupiana. No sólo por ver, en la plaza mayor del pueblo, la picota del siglo XVI que pone contrapunto de independencia al Ayuntamiento remozado, o por asombrarse unos instantes ante la portada cuajada de filigranas talladas de su iglesia. No. Yo lo digo principalmente por alcanzar el Monasterio de San Bartolomé, que fue sede inicial y siempre sede capitular de los monjes jerónimos de España, y allí extasiarse viendo las huellas solemnes de tanta grandeza: el claustro principal, obra genial de Alonso de covarrubias, con su triple nivel de galerías en las que múltiples detalles nos avisan de su estilo plenamente renacentista, italianizante al máximo. O mirando las ruinas de la que fuera iglesia monasterial, elevada y somera como la del Escorial, en la que Felipe II muchas veces rezó y cometió su intento de contactar con Dios. Todo ello está hoy a medio abandonado, un tanto decrépito, pero con el brillo perenne de lo que vale la pena. Se visita solamente los lunes por la mañana.

Tendilla se extiende por un estrecho valle, plenamente alcarreño, con su larga calle soportalada, en la que parece vivo el espíritu de los comerciantes de su feria que en el siglo XVI reunía gentes de todos los países. Ofrece en ella la iglesia manierista y el palacio de los Plaza Solano con capilla barroca. En sus cercanías, las ruinas del convento jerónimo de Santa Ana. Merece la pena pararse y andar tranquilamente por sus calles, sobre todo por la mayor soportalada, mirar sus viejas tiendas, departir con la gente que toma el fresco en los oscuros tramos protegidos del sol. Es como volver atrás varios siglos, y adentrarse en el misterio sucinto y cierto del siglo XVI.

Peñalver es conocido por su rica miel, y es dado admirar su encantador aspecto rural, plenamente alcarreño, y entre todos sus edificios el de la iglesia parroquial, con portada plateresca y retablo renacentista. Ahora, además, en la plaza luce un monumento al mielero alcarreño, que tiene por telón de fondo los olivares pardos del entorno.

Pastrana es uno de los puntos obligados de todo recorrido por la Alcarria. El antiguo enclave de los calatravos fue impulsado extraordinariamente por la llegada, en el siglo XVI, de la familia de los Silva y Mendoza. De tal manera que ellos convirtieron lo que fuera un pequeño burgo en una alegre ciudad, superpoblada, con templos, palacios e industrias de todo tipo. Destaca hoy en Pastrana, aparte del sabor auténtico de su urbanismo medieval y la rancia contextura de sus edificios, el gran palacio ducal que preside la Plaza de la Hora. Portada renaciente pura, artesonados en su interior, y un patio de reciente y discutida restauración. La plaza es ancha y siempre llena de vida. Subiendo la calle mayor se llega a la Colegiata, donde puede admirarse una arquitectura manierista de gran envergadura, y especialmente la colección de tapices góticos de fama universal: en ellos se narran las conquistas africanas de Alfonso I de Portugal. Además, un gran museo de arte, y un exquisito retablo de pinturas. Todavía cabe admirar en Pastrana su fuente de los Cuatro Caños, su barroco edificio del Colegio de niños cantores, el monasterio de San José que fundara Santa Teresa para monjas carmelitas, y el soberbio edificio, hoy dedicado a Hospedería, del convento de San Pedro, en el que estuvo San Juan de la Cruz.

La Alcarria ofrece aún muchas sorpresas. Por ejemplo, la villa de Mondéjar, con sus famosos vinos, cuidados en campos protegidos del frío y siempre iluminados por el sol. En este lugar destaca como monumento la iglesia parroquial, bellísimo ejemplar renacentista, y las ruinas del monasterio de San Antonio, uno de los primeros ejemplos del plateresco castellano. Lástima que anda más de la mitad por los suelos, y el entorno que lo rodea no esté todo lo limpio que fuera de desear. En la iglesia son las techumbres de luz ingrávida las que nos embrujan, y aún en las afueras debe hacerse una visita, en la ermita del Santo Cristo, a los famosos judíos de Mondéjar, una colección de figuras hechas en cartón piedra en el siglo XVI por un monje de Lupiana, en las que se representan escenas variadas de la pasión de Cristo.

Brihuega también merece ser conocida por el viajero. Encaramada sobre la ladera del río Tajuña, ofrece una historia rica y un buen conjunto de monumentos. Así el castillo de la Peña Bermeja, donde vivieron largos siglos los arzobispos toledanos. Las iglesias románicas de transición de Santa María, de San Felipe, de San Miguel. Y la bella conjunción de arte y naturaleza que supone la Fábrica de Paños, donde se conjuga la arquitectura industrial de la Ilustración española con la suave belleza nostálgica de los jardines versallescos. Murallas, portones, palacios y la gran Plaza del Coso, con su arquitectura típica, completan el recorrido por este sin igual enclave.

Muchos otros lugares merecen ser visitados en la Alcarria: desde Valfermoso de Tajuña, con su añejo castillo avizor del hondo valle, hasta Cifuentes, donde el recuerdo del infante guerrero don Juan Manuel se materializa en la altura ampulosa de su castillo; desde Budia a Sacedón, con sus embalses de Entrepeñas y Buendía, paraíso de los deportes acuáticos. Se trata, en fin, de un inacabable listado de propuestas para viajar por esta tierra de sorpresas inagotables. La Alcarria es todo un tapiz de infinitas ofertas que se abren ante nuestros ojos, dispuestas a ser admiradas con mansedumbre y alegría.