El centenario del Asilo de Ancianos Desamparados

viernes, 22 abril 1994 1 Por Herrera Casado

 

Una de las instituciones que están ya más recta­ mente enraizadas con la vida y la historia de la ciudad de Guadalajara, es el Asilo de las Hermanas de An­cianos Desamparados «Santa Teresa Jornet». Se cum­ple en estos días el Centenario de su fundación y asentamiento entre nosotros, rematando así todo un siglo de infatigable y desinteresada actuación de beneficencia y caridad hacia los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Sirvan estas humildes líneas como homenaje a tan larga, tan recia y tan callada labor.

La Orden religiosa de las «Hermanitas de Ancianos Desamparados» fue iniciativa y creación de un seguntino, una de las figuras más relevantes de la historia de la Ciudad Mitrada (como la ha calificado el historiador Asenjo Pelegrina): don Saturnino López Novoa, quien desde su estancia en Huesca y Barbastro, y junto a otros religiosos de la zona, pusieron en marcha esta idea de asistencia a los menesterosos, secundada enseguida, y llevada al máximo de su actividad, por una mujer extraordinaria, la catalana Teresa Jornet e Ibars, qué recientemente alcanzó la gracia de la santidad.

La primera fundación de la Orden en la provincia de Guadalajara fue en Sigüenza. Por ser la ciudad natal del creador de la misma, se quiso poner allí una Casa, grande. Fue en mayo de 1890. La iniciativa se debió a don Carlos María García Algar, natural de Campillo de Dueñas y vecino de Madrid a la sazón, quien lo solicitó del Obispo Antonio Ochoa y del Ayuntamiento seguntino. Conseguidas las oportunas licencias, en mayo de 1890 llegaron de Madrid cuatro hermanitas destinadas a esta Casa-Asilo que empezó funcionando en el castillo de Sigüenza con 12 ancianos. Se levantó pronto el nuevo edificio, con aportaciones de toda la ciudad, y en 15 de junio de 1900 se abrió este nuevo centro, hoy moderno y ampliado, honra de Sigüenza, que celebró también su Centenario de modo muy relevante.

El Asilo de Guadalajara

La segunda fundación fue esta que ahora conmemorarnos. Fue en 1894. El Alcalde de la ciudad pidió directamente a la Madre Fundadora que una comunidad de sus Hermanitas se hiciera cargo del Asilo Municipal de Mendicidad de Nª. Sra. de la Merced, en el que por entonces había acogidos 22 pobres, y que estaba situado a las afueras de la ciudad, justo donde hoy se encuentra (aunque ahora ya en pleno centro). Accedió la Madre Superiora general, Teresa Jornet, y el 16 de abril de 1894 llegaron a Guadalajara 5 hermanitas, siendo recibidas por el alcalde y concejales, que les hicieron entrega de la casa con ancianos, ropas, camas, etc. Les asignaron entonces una subvención de 250 Pts anuales, con agua gratis y un fontanero del Ayuntamiento.

Los fondos obtenidos para el mantenimiento de la Casa se hicieron con la postulación por la ciudad y la provincia, siempre con el esfuerzo permanente de las monjas, que llegaron con el tiempo a formar parte del paisaje de nuestras tierras, con sus mil medios de locomoción y siempre su infinita paciencia.

En 1916 la Diputación Provincial, que se encargó de mantener el Asilo por las funciones de Beneficencia que le competían, donó 100 camas vestidas, y en 1927 dio otras 50 para nuevos dormitorios. Se fueron comprando casas adyacentes y construyendo y ampliando siempre el Asilo, mejorando continuamente, con un espíritu emprendedor que para sí quisieran muchos empresarios.

En la Guerra Civil se sufrieron registros y amenazas. En un bombardeo cayeron dos bombas incendiarias que destruyeron la casa, aunque dio tiempo a salvar a todos los acogidos. Noche de horror como en la casa se recuerda, al día siguiente se trasladaron a Pastrana y se alojaron todos, monjas y ancianos, en un convento. Después de la Guerra hubo que rehacerlo todo de nuevo. En 1945 se compró al Ayuntamiento la casa donde se hizo la fundación, que seguía siendo entonces propiedad del Municipio, aunque se siguió ampliando siempre por compras y donaciones hasta llegar a lo que es hoy…

La nueva capilla se bendijo en octubre de 1955, y el Sanatorio para Hermanas en 1964. El Pabellón de matrimonios se terminó e inauguró en 1968, y poco a poco se ha ido remodelando. El Centenario de la creación de la Orden, en 1973, se conmemoró aquí en Guadalajara por todo lo alto. Desde entonces, una estatua en que se ve a la Madre Fundadora acogiendo a dos ancianos, preside uno de los más recoletos rincones de la ciudad, frente a la fachada del Asilo. Su labor callada es magnífica, y para muchos alcarreños que ven declinar su vida faltos de fuerzas y muchas veces de cariño, esté lugar es como et oasis en el que confían y al que aspiran. Yo puedo decir que cada vez que acudo a la Casa‑Asilo de nuestra ciudad, veo todo mejorado, más nuevo, siempre limpio…

Santa Teresa Jornet e Ibars, la Fundadora

La Madre Fundadora, hoy Santa Teresa Jornet e Ibars, nació en Aytona el 9 de enero de 1843, y murió en Liria en 1897.

Recibió una educación en ambientes austeros, trabajadores, cristianos. Estudió en Lérida y luego en Fraga. Se hizo maestra, teniendo su primer destino es Argensola.

Ella y su hermana Josefa, más joven, se vieron desde un principio atraídas por la labor de su tío el padre carmelita Palau, quien estaba tratando, desde sus principios carmelitas, de crear una Orden o Instituto religioso de atención a los pobres. En 1868, Teresa ingresó en las clarisas de Briviesca. Pero la enfermedad, en los días duros de la Revolución, la hicieron salirse del Convento.

Colabora como visitadora de los centros terciarios carmelitas que funda su tío. En el alma de Teresa hace asiento el espíritu del siglo: preocupación por los pobres, menesterosos, ancianos, etc. En unos se orienta a la revolución liberal; en otros, al marxismo; muchos más los hacen a la religión. Este de Teresa Jornet es un claro ejemplo.

Toma contacto con un grupo de sacerdotes de Huesca y Barbastro, que están poniendo las bases de un Instituto Femenino para la asistencia de los ancianos pobres y desamparados. En Francia ya funcionaba con el nombre de «Hermanitas de los Pobres Desamparados». Lo promueve todo el seguntino don Saturnino López Novoa.

En 1872, Teresa va a Barbastro en un viaje familiar, y allí la proponen entrar a hacerse cargo de esta idea.

En Barbastro se abre la primera casa del Instituto. Se pone en el edificio del “Pueyo», y acuden a colaborar 12 jóvenes de entre 18 y 30 años. Teresa es elegida Superiora.

Se inicia con el nombre de «Hermanitas de los pobres desamparados» y luego para evitar confundirlas con las de origen francés, se llama «Hermanitas de los ancianos desamparados».

En 1873 se procede a la inauguración, y «vestición» de la comunidad en Barbastro.

Luego se acogen a un importante proyecto de un grupo de católicos valencianos, que quieren fundar algo similar. Falla la conexión con la Orden francesa, y López Novoa trae a las monjas de Barbastro a Valencia, creándose así la llamada «Casa-­Madre». En 1874, la Madre Teresa viaja a Zaragoza donde le han pedido que funde otra casa. Y a partir de entonces, se multiplican las casas por toda España. En 1885, son llamadas a fundar en Santiago de Cuba, y en La Habana. La Madre no puede ir: tiene sólo 42 años, pero está enferma, hace años que ha tenido que retirarse a hacer una vida reposada, sin fatigas…

En 1887 llegó la aprobación definitiva por parte del Vaticano.

En 1896, y dado su avanzado estado de enfermedad, en el Capítulo General pide la Madre Teresa ser relevada de su cargo de Superiora General. Su padecimiento artrósico se complica al final con una infección tuberculosa intestinal. Muere en Liria, en 1897, con 54 años, con 103 casas-Asilo fundadas y más de 1.000 Hermanitas atendiendo a miles y miles de ancianos.

Hoy en día, este instituto tiene ya 260 casas abiertas, en 18 naciones diferentes, con 3.200 religiosas y 28.000 ancianos.

En 1904, el cuerpo de la Madre es trasladado a la Casa‑Madre de Valencia.

En 1958 se proclamó Beata, y recientemente Santa. Toda una trayectoria de generosidad y trabajo: un ejemplo que podría ser imitado hoy en día por tantas y tantas mujeres que no tiene (como no lo tienen tantos y tantos hombres) un norte. El de ayudar a los demás. No lo hay mejor.