El próximo día 1 de mayo se celebrará El Butrón en el Barranco de la Hoz

miércoles, 20 abril 1994 0 Por Herrera Casado

 

Los amigos del viaje por Guadalajara, de la captura de imágenes, de la vivencia de fiestas, y de la admiración de paisajes (por no añadir el auténtico motivo de muchos, que es gozar la paz de la tierra silenciosa) tendrán un buen motivo el próximo día 1 de mayo, que además de festivo es sábado, para trasladarse al «barranco de la Hoz», junto a Molina de Aragón, y vivir allí un día completo de luz, de rocas, de aguas cristalinas, y de fiesta: se celebrará, un año más, como desde el siglo XIII viene ocurriendo, la romería del «Butrón». Y será una forma ideal de conocer, ó de volver, al reino de la magia y la leyenda, al mismo tiempo que de introducirse en la corriente de los siglos y ser un elemento más de esa fuerza imparable.

El barranco de la Hoz, formado entre profundos cortados de la arenisca roca por las aguas cantarinas y siempre transparentes del río Gallo, se encuentra en el término de Ventosa, pero muy cerca (a cinco minutos apenas, en coche) de Molina de Aragón. Sus murados límites se constituyen por elevados cantiles rocosos de piedra arenisca rojiza, que dibujan sobre el alto cielo mil caprichosas formas. Entre los roquedales se asoman los pinos y una variada vegetación. En el fondo del barranco de la Hoz, hay lugares donde apenas queda sitio para el paso del río y la carretera. Por los alrededores, desde Ventosa y Corduente, y hasta Torete, se encuentran numerosas arboledas, merenderos, lugares naturales donde poder pasar el día de excursión.

En los más profundo de ese barranco asienta desde hace siglos el santuario de Nuestra Señora de la Hoz: la voz de la tradición dice que, poco después de la Reconquista, a principios del siglo XII, un vaquero de Ventosa había perdido una de sus reses, y anduvo buscándola todo el día sin hallarla. Al internarse por la Hoz del Gallo se le hizo de noche y creyó estar también él perdido. Al rato vio salir luz de entre unas rocas; acudió, y vio cómo sobre un pedestal rocoso se encontraba una pequeña imagen de la Virgen. Acudió luego al pueblo, y tras varias deliberaciones, se decidió llevar la talla a Molina, colocándola en la iglesia mayor de la villa. Pero al día siguiente, la Virgen había desaparecido de su nuevo altar y volvió a aparecer en el barranco. Esto ocurrió por dos o tres veces. Al final, se decidió levantar alguna ermita o santuario en el mismo enclave donde se apareció al vaquero de Ventosa. La devoción hacia la Virgen de la Hoz creció muy pronto, o fue alentada, como patrona de la Vega del Gallo, de la ciudad de Molina, y del Señorío o Común entero, que pronto también inició sus romerías hacia este lugar.

Ya desde entonces, los molineses pusieron a la Virgen de la Hoz del Gallo como su abogada ante el Cielo. Cualquier problema de la ciudad o del Común tenía su referencia en forma de plegaria a la Madre de Dios allí venerada.

En aquel remoto y paradisíaco lugar se instalaron, en el siglo XII, algunos monjes o canónigos regulares de San Agustín, quizás venidos de Francia, pues el obispo seguntino don Joscelmo adquirió el lugar de su dueño, el conde molinés don Pedro Manrique de Lara, en 1272. Estos hombres, mitad religiosos, mitad guerreros, edificaron el templo para la Virgen bajo la misma roca monumental, y junto a él pusieron su refugio claustral, pequeño monasterio, con hospedería para los romeros. Se constituía así un típico enclave mariano que levantó devoción por todo el territorio molinés. La tradición quiere que aquí hubo también caballeros templarios cuidando del lugar, pues al parecer esta Orden fue dueña de los enclaves de Ventosa y Cañizares. Lo único cierto es que ya mediado el siglo XIV, la Hoz era propiedad del monasterio cisterciense de Ovila, que aquí puso algunos de sus monjes blancos para cuidar, material y espiritualmente, del enclave.

Cuando el viajero llega hasta el corazón de la Hoz del Gallo, se encuentra con que el edificio del templo es obra del siglo XV. Está materialmente «incrustado» bajo la enorme roca, y muestra un portón apuntado con arquivoltas y un escudo del Cabildo molinés. El interior, que ha sido recientemente restaurado con acierto, es muy sencillo, de una nave, y en el altar se nuestra la imagen de la Virgen, que es talla románica del siglo XIII, hoy totalmente revestida de brocados, sedas y coronas.

Aneja está la Hospedería, que ofrece también detalles arquitectónicos y ornamentales del siglo XVI, algunos grutescos populares, y ciertos escudos del Cabildo molinés. Y junto a estos dos edificios se ha instalado, adecuando un antiguo edificio, una nueva hospedería que sirve para poder comer y pasar la noche al abrigo de las rocas y con el arrullo de las aguas.  Pero el atractivo popular y paisajístico del conjunto, anula cualquier otra condición artística que, en todo caso, es mínima.

La devoción del Señorío de Molina fue siempre grande hacia este santuario. En la capital se organizaron varias cofradías a lo largo de los siglos. Nobles y letrados hicieron donaciones sustanciosas. Muchos pueblos acudían en masa para hacer romería en su entorno, especialmente los de Corduente, Ventosa, Lebrancón, Rillo, Herrería, Canales, Rueda y Tierzo, así como Molina ciudad, y el hoy turolense pueblo de Odón, que en sus orígenes fue molinés. Estas romerías se hacían acudiendo el pueblo entero, presidido de sus cruces y pendones, sobre carros ataviados de flores, haciendo luego los «dances» ante la Virgen. Ella siempre benefició a sus fieles con miles de milagros, y ellos dejaron cuajado su santuario de ofrendas y ex‑votos, que aún pueden verse en el camarín alto de la Virgen.

La fiesta del próximo 1 de Mayo, el «Butrón» de la Hoz, remonta su origen al siglo XIII. Se inició cuando el pueblo molinés sufrió una epidemia tras la que se prometió hacer romería hasta el Santuario, juntos el Concejo molinés y el Cabildo eclesiástico, repartiendo allí, tras las ceremonias religiosas, alimentos a todos, en forma de pan, sardinas y vino. En ese inicio está la visión teocéntrica de la vida, que explica el bien y el mal como procedente de la divinidad: la enfermedad sólo podía mandarla, y luego curarla, Dios Todopoderoso. Rogarle a El, o a su Madre la Virgen, era el modo más directo de enfrentar la desgracia. Un recuerdo de aquel pensamiento queda hoy en este viaje a pie por los caminos del Señorío, en la ribera del río Gallo, juntos civiles y eclesiásticos, cruces y bastones, cánticos y rezos. La honda luz tamizada por las rocas será, como siempre, el mejor marco para contemplar el paso de la tradición secular, y de paso, encontrar en su silencio esa paz que tanto nos hace falta.