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abril, 1994:

La Alcarria de Burgos

 

El próximo martes día 3 de mayo, a las 8 de la tarde, y en la Sala grande de exposiciones de la Caja de Guadalajara, en su sede principal de la calle Benito Chavarri, inaugurará exposición de óleos el alcarreño Antonio Burgos, quien des­pués de más de cinco años sin ofrecernos mues­tra de su obra, lanza un numeroso g rito de color y formas sobre los muros cálidos de esta prestigiosa Sala. Cita importante para la cultura de Guadalajara, cita con la pintura renovada de este maestro que asienta con su obra en la página central de la historia del arte en nuestra tierra.

La Alcarria sólo existe, como todos saben, en Guadalajara, en Cuenca y en Madrid. No existe otra en el mundo. No la hay tan bella y tan profunda, tan dulce a la vez y tan descarnada. No hay Alcarria en la tierra de Burgos. Lo que hace el título de este artículo es relacionar nuestra tierra con quien la mira con mejores ojos y la acaricia con más seguras manos: la Alcarria que ve Antonio Burgos Fraile es, quizás, la más cierta, y así nos la presenta: firme y nítida, retratada y bella en todos sus momentos.

El horizonte nevado

No suele nevar en la Alcarria. El planeta se va calentando, entre todos lo estamos consiguiendo (a saber, si para bien o para mal…)  y ya en la Alcarria no nieva tanto como antes. Nuestros padres y abuelos contaban de aquellas nevadas del invierno de antes: el medio metro de polvo helado por las calles, el blanquear de meses en los cerros y montañas de la tierra alcarreña, los fríos que helaban aceras y cañerías. Todo eso ha pasado a la historia. Así es que cuando, como este pasado invierno, un día caen cuatro copos y visten a la Alcarria de un blanco tenue, el paisaje adquiere un melancólico aspecto que el pintor no se resiste a retratarlo. En la exposición de Burgos se ven algunos paisajes nevados de la Alcarria que erizan los pelos de la espalda (a quien los tenga) y dan una inédita belleza a nuestras reconocidas planicies en las que los olivos, las carrascas y los mínimos navazos ponen el contrapunto de oscuridad que requiere la belleza.

El río Henares

El agua es sin duda uno de los elementos que mayor dificultad encierra a la hora de ser dibujado. Técnicamente, el mineral líquido que es el agua, cambia de forma y de color en cada instante. Y cuando va, como el río Henares que surca con su hilo azul o gris la tierra de Campiñas y Alcarrias, prieto entre las tierras, las alamedas y los cortados que le escoltan, se hace más vivo y más móvil. Antonio Burgos ha puesto todo su empeño en retratar al río Henares. Especialmente cuando, en las cercanías de Guadalajara, se ve escoltado por esos murallones de tierra rojiza que conocemos con el nombre de «terreras del Henares». Una belleza dormida, alejada del diario bullir, nos espera muy cerca. Junto al puente, o abajo pasado el Mesón de Hernando, siempre en la margen izquierda del fluir de las aguas: por las terreras de Cervantes, frente al Espinar de Cela, o por Casasola en Chiloeches, en la Barca de Alovera, en el Val de Alcalá… rojas y rugosas, atenazando el agua del río que da vida a la historia de Guadalajara, ahora vivas y mágicas en el pincel de Antonio Burgos.

Las sierras, los castillos, el Ocejón azul

Tiene muchas novedades esta exposición de Burgos. Tantas, que podría calificarse de histórica. En aspectos inéditos de nuestro paisaje, en técnicas y apariencias, en materiales que escoltan o sirven de basamento a la pintura. En este último caso, Burgos ha utilizado una vieja puerta para, en sus cuarterones de duro y brillante roble, pintar los paisajes mínimos, pero ciertos y vehementes, de Guadalajara. En ellos están las azules somosierras de Tamajón y Bustares; el Ocejón altivo de MajaeIrayo, visto siempre desde la Campiña como un héroe solitario; los castillos que vigilan los valles que rasgan esas sierras en bebedizas dulzuras, y así Jadraque, o Atienza, o el simple trigo ondulado sobre las parameras. No se cansa uno de mirar tanto color cierto, tanta emoción de camino reducida a la expresión de un cuadro.

Molina de Aragón

Quizás el más hermoso, el más llamativo de los cuadros de esta próxima exposición de Burgos sea el retrato del alcázar de Molina. Una composición que, siendo cierta en sus perfiles, retratando al detalle casas, ventanas, tejados y fortaleza, confiere al lugar una grandiosidad única, nueva, aterradora. El cielo tiene la fuerza que le puso Zuloaga, y la tierra de Castilla pega un grito tan fuerte que borra incluso las palabras de Azorín y los versos de Machado: nunca vi tal fuerza, tanta altura, en las cosas de nuestra tierra. Esta sorpresa se la debo a Burgos, que se hace artista a base de ofrecer la realidad con perfiles de leyenda.

Palomas y olivos sobre las rejas

De un momento concreto de su vida, Antonio Burgos saca pasión de retratar a la Naturaleza en sus criaturas más sencillas. Las palomas pueden ser, las ramas de olivos. Son ofertas de apuntes que con el óleo adquieren rasgos de obra definitiva. La mínima sombra del ala, el brillo único del ojo, la suavidad charolada de la hoja, todo ello forma parte también del paisaje alcarreño. Quizás sean esas palomas retratadas en un instante sobre la ventana y el muro desportillado de un suburbio lo que da mejor idea de lo que es la fugacidad del tiempo. Lo vivo que se capta y permanece ya fijo sobre el lienzo, es salvación y es aplauso. De cualquier forma, son estos fragmentos de la vida lo que confiere a la exposición de Burgos un nuevo valor,

También retratos, personas y sentimientos

Aunque es difícil poner sobre el lienzo, a base de lanzarle coloreados aceites, un sentimiento, Burgos lo consigue con sus retratos. Son, en cualquier caso, anónimas expresiones, pero siempre con un nombre y unos apellidos detrás. La duda y la sorpresa, la resignación y el dolor, se esconden más allá de las superficies carnosas, más a lo hondo de las palabras y los latidos. De todos modos, y aunque recomiendo vivamente la visita a la exposición de Burgos, y la posibilidad que ella brinda a muchos de poder hacerse con uno de sus cuadros para dar cierta razón de la Alcarria en sus hogares, no acaba aquí el discurso del artista: Burgos tiene (nunca lo ha expresado sobre el papel) una firme filosofía de la vida y de la tierra en que vive. Su oferta la hace en color, con el óleo, sobre las maderas y los lienzos. Vamos a correr a verla, porque es única.

El centenario del Asilo de Ancianos Desamparados

 

Una de las instituciones que están ya más recta­ mente enraizadas con la vida y la historia de la ciudad de Guadalajara, es el Asilo de las Hermanas de An­cianos Desamparados «Santa Teresa Jornet». Se cum­ple en estos días el Centenario de su fundación y asentamiento entre nosotros, rematando así todo un siglo de infatigable y desinteresada actuación de beneficencia y caridad hacia los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Sirvan estas humildes líneas como homenaje a tan larga, tan recia y tan callada labor.

La Orden religiosa de las «Hermanitas de Ancianos Desamparados» fue iniciativa y creación de un seguntino, una de las figuras más relevantes de la historia de la Ciudad Mitrada (como la ha calificado el historiador Asenjo Pelegrina): don Saturnino López Novoa, quien desde su estancia en Huesca y Barbastro, y junto a otros religiosos de la zona, pusieron en marcha esta idea de asistencia a los menesterosos, secundada enseguida, y llevada al máximo de su actividad, por una mujer extraordinaria, la catalana Teresa Jornet e Ibars, qué recientemente alcanzó la gracia de la santidad.

La primera fundación de la Orden en la provincia de Guadalajara fue en Sigüenza. Por ser la ciudad natal del creador de la misma, se quiso poner allí una Casa, grande. Fue en mayo de 1890. La iniciativa se debió a don Carlos María García Algar, natural de Campillo de Dueñas y vecino de Madrid a la sazón, quien lo solicitó del Obispo Antonio Ochoa y del Ayuntamiento seguntino. Conseguidas las oportunas licencias, en mayo de 1890 llegaron de Madrid cuatro hermanitas destinadas a esta Casa-Asilo que empezó funcionando en el castillo de Sigüenza con 12 ancianos. Se levantó pronto el nuevo edificio, con aportaciones de toda la ciudad, y en 15 de junio de 1900 se abrió este nuevo centro, hoy moderno y ampliado, honra de Sigüenza, que celebró también su Centenario de modo muy relevante.

El Asilo de Guadalajara

La segunda fundación fue esta que ahora conmemorarnos. Fue en 1894. El Alcalde de la ciudad pidió directamente a la Madre Fundadora que una comunidad de sus Hermanitas se hiciera cargo del Asilo Municipal de Mendicidad de Nª. Sra. de la Merced, en el que por entonces había acogidos 22 pobres, y que estaba situado a las afueras de la ciudad, justo donde hoy se encuentra (aunque ahora ya en pleno centro). Accedió la Madre Superiora general, Teresa Jornet, y el 16 de abril de 1894 llegaron a Guadalajara 5 hermanitas, siendo recibidas por el alcalde y concejales, que les hicieron entrega de la casa con ancianos, ropas, camas, etc. Les asignaron entonces una subvención de 250 Pts anuales, con agua gratis y un fontanero del Ayuntamiento.

Los fondos obtenidos para el mantenimiento de la Casa se hicieron con la postulación por la ciudad y la provincia, siempre con el esfuerzo permanente de las monjas, que llegaron con el tiempo a formar parte del paisaje de nuestras tierras, con sus mil medios de locomoción y siempre su infinita paciencia.

En 1916 la Diputación Provincial, que se encargó de mantener el Asilo por las funciones de Beneficencia que le competían, donó 100 camas vestidas, y en 1927 dio otras 50 para nuevos dormitorios. Se fueron comprando casas adyacentes y construyendo y ampliando siempre el Asilo, mejorando continuamente, con un espíritu emprendedor que para sí quisieran muchos empresarios.

En la Guerra Civil se sufrieron registros y amenazas. En un bombardeo cayeron dos bombas incendiarias que destruyeron la casa, aunque dio tiempo a salvar a todos los acogidos. Noche de horror como en la casa se recuerda, al día siguiente se trasladaron a Pastrana y se alojaron todos, monjas y ancianos, en un convento. Después de la Guerra hubo que rehacerlo todo de nuevo. En 1945 se compró al Ayuntamiento la casa donde se hizo la fundación, que seguía siendo entonces propiedad del Municipio, aunque se siguió ampliando siempre por compras y donaciones hasta llegar a lo que es hoy…

La nueva capilla se bendijo en octubre de 1955, y el Sanatorio para Hermanas en 1964. El Pabellón de matrimonios se terminó e inauguró en 1968, y poco a poco se ha ido remodelando. El Centenario de la creación de la Orden, en 1973, se conmemoró aquí en Guadalajara por todo lo alto. Desde entonces, una estatua en que se ve a la Madre Fundadora acogiendo a dos ancianos, preside uno de los más recoletos rincones de la ciudad, frente a la fachada del Asilo. Su labor callada es magnífica, y para muchos alcarreños que ven declinar su vida faltos de fuerzas y muchas veces de cariño, esté lugar es como et oasis en el que confían y al que aspiran. Yo puedo decir que cada vez que acudo a la Casa‑Asilo de nuestra ciudad, veo todo mejorado, más nuevo, siempre limpio…

Santa Teresa Jornet e Ibars, la Fundadora

La Madre Fundadora, hoy Santa Teresa Jornet e Ibars, nació en Aytona el 9 de enero de 1843, y murió en Liria en 1897.

Recibió una educación en ambientes austeros, trabajadores, cristianos. Estudió en Lérida y luego en Fraga. Se hizo maestra, teniendo su primer destino es Argensola.

Ella y su hermana Josefa, más joven, se vieron desde un principio atraídas por la labor de su tío el padre carmelita Palau, quien estaba tratando, desde sus principios carmelitas, de crear una Orden o Instituto religioso de atención a los pobres. En 1868, Teresa ingresó en las clarisas de Briviesca. Pero la enfermedad, en los días duros de la Revolución, la hicieron salirse del Convento.

Colabora como visitadora de los centros terciarios carmelitas que funda su tío. En el alma de Teresa hace asiento el espíritu del siglo: preocupación por los pobres, menesterosos, ancianos, etc. En unos se orienta a la revolución liberal; en otros, al marxismo; muchos más los hacen a la religión. Este de Teresa Jornet es un claro ejemplo.

Toma contacto con un grupo de sacerdotes de Huesca y Barbastro, que están poniendo las bases de un Instituto Femenino para la asistencia de los ancianos pobres y desamparados. En Francia ya funcionaba con el nombre de «Hermanitas de los Pobres Desamparados». Lo promueve todo el seguntino don Saturnino López Novoa.

En 1872, Teresa va a Barbastro en un viaje familiar, y allí la proponen entrar a hacerse cargo de esta idea.

En Barbastro se abre la primera casa del Instituto. Se pone en el edificio del “Pueyo», y acuden a colaborar 12 jóvenes de entre 18 y 30 años. Teresa es elegida Superiora.

Se inicia con el nombre de «Hermanitas de los pobres desamparados» y luego para evitar confundirlas con las de origen francés, se llama «Hermanitas de los ancianos desamparados».

En 1873 se procede a la inauguración, y «vestición» de la comunidad en Barbastro.

Luego se acogen a un importante proyecto de un grupo de católicos valencianos, que quieren fundar algo similar. Falla la conexión con la Orden francesa, y López Novoa trae a las monjas de Barbastro a Valencia, creándose así la llamada «Casa-­Madre». En 1874, la Madre Teresa viaja a Zaragoza donde le han pedido que funde otra casa. Y a partir de entonces, se multiplican las casas por toda España. En 1885, son llamadas a fundar en Santiago de Cuba, y en La Habana. La Madre no puede ir: tiene sólo 42 años, pero está enferma, hace años que ha tenido que retirarse a hacer una vida reposada, sin fatigas…

En 1887 llegó la aprobación definitiva por parte del Vaticano.

En 1896, y dado su avanzado estado de enfermedad, en el Capítulo General pide la Madre Teresa ser relevada de su cargo de Superiora General. Su padecimiento artrósico se complica al final con una infección tuberculosa intestinal. Muere en Liria, en 1897, con 54 años, con 103 casas-Asilo fundadas y más de 1.000 Hermanitas atendiendo a miles y miles de ancianos.

Hoy en día, este instituto tiene ya 260 casas abiertas, en 18 naciones diferentes, con 3.200 religiosas y 28.000 ancianos.

En 1904, el cuerpo de la Madre es trasladado a la Casa‑Madre de Valencia.

En 1958 se proclamó Beata, y recientemente Santa. Toda una trayectoria de generosidad y trabajo: un ejemplo que podría ser imitado hoy en día por tantas y tantas mujeres que no tiene (como no lo tienen tantos y tantos hombres) un norte. El de ayudar a los demás. No lo hay mejor.

El próximo día 1 de mayo se celebrará El Butrón en el Barranco de la Hoz

 

Los amigos del viaje por Guadalajara, de la captura de imágenes, de la vivencia de fiestas, y de la admiración de paisajes (por no añadir el auténtico motivo de muchos, que es gozar la paz de la tierra silenciosa) tendrán un buen motivo el próximo día 1 de mayo, que además de festivo es sábado, para trasladarse al «barranco de la Hoz», junto a Molina de Aragón, y vivir allí un día completo de luz, de rocas, de aguas cristalinas, y de fiesta: se celebrará, un año más, como desde el siglo XIII viene ocurriendo, la romería del «Butrón». Y será una forma ideal de conocer, ó de volver, al reino de la magia y la leyenda, al mismo tiempo que de introducirse en la corriente de los siglos y ser un elemento más de esa fuerza imparable.

El barranco de la Hoz, formado entre profundos cortados de la arenisca roca por las aguas cantarinas y siempre transparentes del río Gallo, se encuentra en el término de Ventosa, pero muy cerca (a cinco minutos apenas, en coche) de Molina de Aragón. Sus murados límites se constituyen por elevados cantiles rocosos de piedra arenisca rojiza, que dibujan sobre el alto cielo mil caprichosas formas. Entre los roquedales se asoman los pinos y una variada vegetación. En el fondo del barranco de la Hoz, hay lugares donde apenas queda sitio para el paso del río y la carretera. Por los alrededores, desde Ventosa y Corduente, y hasta Torete, se encuentran numerosas arboledas, merenderos, lugares naturales donde poder pasar el día de excursión.

En los más profundo de ese barranco asienta desde hace siglos el santuario de Nuestra Señora de la Hoz: la voz de la tradición dice que, poco después de la Reconquista, a principios del siglo XII, un vaquero de Ventosa había perdido una de sus reses, y anduvo buscándola todo el día sin hallarla. Al internarse por la Hoz del Gallo se le hizo de noche y creyó estar también él perdido. Al rato vio salir luz de entre unas rocas; acudió, y vio cómo sobre un pedestal rocoso se encontraba una pequeña imagen de la Virgen. Acudió luego al pueblo, y tras varias deliberaciones, se decidió llevar la talla a Molina, colocándola en la iglesia mayor de la villa. Pero al día siguiente, la Virgen había desaparecido de su nuevo altar y volvió a aparecer en el barranco. Esto ocurrió por dos o tres veces. Al final, se decidió levantar alguna ermita o santuario en el mismo enclave donde se apareció al vaquero de Ventosa. La devoción hacia la Virgen de la Hoz creció muy pronto, o fue alentada, como patrona de la Vega del Gallo, de la ciudad de Molina, y del Señorío o Común entero, que pronto también inició sus romerías hacia este lugar.

Ya desde entonces, los molineses pusieron a la Virgen de la Hoz del Gallo como su abogada ante el Cielo. Cualquier problema de la ciudad o del Común tenía su referencia en forma de plegaria a la Madre de Dios allí venerada.

En aquel remoto y paradisíaco lugar se instalaron, en el siglo XII, algunos monjes o canónigos regulares de San Agustín, quizás venidos de Francia, pues el obispo seguntino don Joscelmo adquirió el lugar de su dueño, el conde molinés don Pedro Manrique de Lara, en 1272. Estos hombres, mitad religiosos, mitad guerreros, edificaron el templo para la Virgen bajo la misma roca monumental, y junto a él pusieron su refugio claustral, pequeño monasterio, con hospedería para los romeros. Se constituía así un típico enclave mariano que levantó devoción por todo el territorio molinés. La tradición quiere que aquí hubo también caballeros templarios cuidando del lugar, pues al parecer esta Orden fue dueña de los enclaves de Ventosa y Cañizares. Lo único cierto es que ya mediado el siglo XIV, la Hoz era propiedad del monasterio cisterciense de Ovila, que aquí puso algunos de sus monjes blancos para cuidar, material y espiritualmente, del enclave.

Cuando el viajero llega hasta el corazón de la Hoz del Gallo, se encuentra con que el edificio del templo es obra del siglo XV. Está materialmente «incrustado» bajo la enorme roca, y muestra un portón apuntado con arquivoltas y un escudo del Cabildo molinés. El interior, que ha sido recientemente restaurado con acierto, es muy sencillo, de una nave, y en el altar se nuestra la imagen de la Virgen, que es talla románica del siglo XIII, hoy totalmente revestida de brocados, sedas y coronas.

Aneja está la Hospedería, que ofrece también detalles arquitectónicos y ornamentales del siglo XVI, algunos grutescos populares, y ciertos escudos del Cabildo molinés. Y junto a estos dos edificios se ha instalado, adecuando un antiguo edificio, una nueva hospedería que sirve para poder comer y pasar la noche al abrigo de las rocas y con el arrullo de las aguas.  Pero el atractivo popular y paisajístico del conjunto, anula cualquier otra condición artística que, en todo caso, es mínima.

La devoción del Señorío de Molina fue siempre grande hacia este santuario. En la capital se organizaron varias cofradías a lo largo de los siglos. Nobles y letrados hicieron donaciones sustanciosas. Muchos pueblos acudían en masa para hacer romería en su entorno, especialmente los de Corduente, Ventosa, Lebrancón, Rillo, Herrería, Canales, Rueda y Tierzo, así como Molina ciudad, y el hoy turolense pueblo de Odón, que en sus orígenes fue molinés. Estas romerías se hacían acudiendo el pueblo entero, presidido de sus cruces y pendones, sobre carros ataviados de flores, haciendo luego los «dances» ante la Virgen. Ella siempre benefició a sus fieles con miles de milagros, y ellos dejaron cuajado su santuario de ofrendas y ex‑votos, que aún pueden verse en el camarín alto de la Virgen.

La fiesta del próximo 1 de Mayo, el «Butrón» de la Hoz, remonta su origen al siglo XIII. Se inició cuando el pueblo molinés sufrió una epidemia tras la que se prometió hacer romería hasta el Santuario, juntos el Concejo molinés y el Cabildo eclesiástico, repartiendo allí, tras las ceremonias religiosas, alimentos a todos, en forma de pan, sardinas y vino. En ese inicio está la visión teocéntrica de la vida, que explica el bien y el mal como procedente de la divinidad: la enfermedad sólo podía mandarla, y luego curarla, Dios Todopoderoso. Rogarle a El, o a su Madre la Virgen, era el modo más directo de enfrentar la desgracia. Un recuerdo de aquel pensamiento queda hoy en este viaje a pie por los caminos del Señorío, en la ribera del río Gallo, juntos civiles y eclesiásticos, cruces y bastones, cánticos y rezos. La honda luz tamizada por las rocas será, como siempre, el mejor marco para contemplar el paso de la tradición secular, y de paso, encontrar en su silencio esa paz que tanto nos hace falta.

Entre los muros del Convento de San Francisco crece y grita la Feria Apícola de Pastrana

 

Un año más, ahora por décimotercera vez consecutiva, Pastrana abre sus puertas a la celebración de la Feria Apícola de Castilla-La Mancha. Un acontecimiento que cobró ya su auténtica mayoría de edad, instalándose no sólo en la realidad económica de la provincia, sino en la afirmación precisa y contundente del progresivo protagonismo de la villa alcarreña, que está decidida a un lanzamiento económico y turístico de gran altura.

En la plaza del Deán, a la parte alta del burgo, en un entorno que los días de sosiego y sol huele a cánones y amores infantiles, estos días será centro de la bullanga y el trasiego de gentes, de apicultores, de curiosos y de viajeros que pretenderán encontrar el «angel» de Pastrana en este entorno. No es difícil, pero sería recomendable que lo hicieran con más pausa, con mayor sosiego en otra ocasión futura. Ahora, con el ir y venir de las gentes de Pastrana que, en la alegría de haber conseguido la denominación oficial de origen para su «Miel de la Alcarria», no paran un momento, se hace difícil vivir este encantador pueblo con la tranquilidad que merece.

La Feria Apícola, que hasta el domingo próximo estará abierta en Pastrana, tiene su asiento en el antiguo convento de San Francisco, situado en la llamada «Plaza del Deán». Un entorno maravilloso, evocador a más no poder, que fue no hace mucho restaurado, lo mismo que el convento todo. Merece recordar, aunque sea en breves líneas, la historia y el interés que ofrece monumentalmente este edificio tan antiguo y solemne.

Se trata de una de las instituciones más clásicas en la historia de Pastrana. Nació este convento en 1437, con el nombre de monasterio de Santa María de Gracia. Pero no en este lugar, sino a una legua de la villa, en el paraje denominado Valdemorales. Fue su fundador fray Juan de Peñalver, el adalid de la Observancia franciscana, quien vivió aquí algunos años como guardián del convento. Pero en 1460 se trasladó la fundación a la propia villa, a extramuros de la misma, en el lugar que entonces llamaban los Herreñales, junto a la parte alta de la muralla. Tanto los maestres de Calatrava, señores de la villa, como el arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo favorecieron mucho la construcción de este nuevo convento pastranero. La señora de la villa desde 1541, doña Ana de la Cerda, también ayudó a los frailes, edificando desde sus fundamentos la Capilla mayor deste Convento, muy suntuosamente, y los duques de Pastrana, a partir de 1569, acogieron el patronato de su templo y le llenaron de retablos, de rejas, escudos y ornamentos. Quedó vació cuando la Desamortización, en 1836.

El viajero encuentra que presidiendo la amplia plaza se alza, al norte, el gran edificio monasterial, construído como tantos otros en sillarejo e hiladas de ladrillo, con ventanales enrejados y pocos detalles más que no sean su inconfundible aire de casa religiosa. La iglesia, que se alza al fondo de la plaza, es más interesante, y con la restauración que ha recibido recientemente, ha vuelto a ganar su antiguo esplendor.

En la fachada ofrece un atrio de cinco altos arcos semicirculares, revestidos de ladrillo, que rematan en un cuerpo corrido adornado de pilastrones y abierto de grandes ventanales, superado de corrida cornisa del mismo material, y sobre el tejado que le protege, apoyando en el muro de los pies del templo, levantóse la gran espadaña de tres arcos, toda ella también construída en ladrillo, y ahora huérfana de las campanas. El interior del templo es de sorprendente belleza. De una sola nave, cubierta de bóveda de elegante crucería, en la que aparecen capiteles simples formados de elementos vegetales, y escudos heráldicos de Mendoza. Ofrece también algunas capillas laterales. El patio claustral, también restaurado, es de planta cuadrada, sus muros con arcos están construídos totalmente en ladrillo, dando la imagen perfecta de la sencillez franciscana.

Estos días aparece la iglesia ocupada de los stands apícolas, con las novedades tecnológicas más avanzadas para la producción de la miel, y en su claustro y salones se afanan unos y otros en comunicarse sus hallazgos, sus vidas y  milagros en torno a la miel que es el símbolo universal de nuestra tierra alcarreña. Un perfecto complemento, este del convento franciscano de Pastrana, con el río espeso y dorado de la miel de la Alcarria. Unos días, éstos de la Feria Apícola, para la alegría y la promesa de visitar Pastrana de nuevo, cuando esté más tranquila y serena. Cuando sea más élla misma.