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marzo, 1994:

Un viaje a Ruguilla

 

En estas frescas jornadas de la ya naciente primavera es casi obligado el viaje a nuestros pueblos, a los entornos frescos que forman los arroyos y apuntadas umbrías por los parajes recónditos de la Alcarria. Uno de los pueblos que se rodean de más hermoso paisaje en nues­tra tierra es, sin duda, el de Ruguilla. Hasta allí llegamos el pasado verano, en una jornada de calor justo y diáfanos horizontes, y en esta semana propongo a mis lectores que se animen a acercarse allí de nuevo, con este bagaje de noticias que pueden ser de utilidad para ellos.

Asienta este típico pueblo alcarreño en la falda de un cerro coronado por peñasco de piedra tobiza, sobre el que se alza la característica ermita de Santa Bárbara. Sus calles son cuestudas e irregu­lares. Por el noroeste, levante y sur, el pueblo se rodea de rocosas eminencias a las que allí denominan las covachas, las cuevas y la muela en las que aparecen numerosas cavernas o perforaciones, muchas de ellas artificiales. Entre unas y otras alturas, bajan por estrechos y profundos barranquillos las aguas de pequeños arroyos que, reuni­dos y encaminados hacia Sotoca, darán finalmente en el rio Tajo por su margen derecha.

Aparte la curiosa e inolvidable disposición del caserío de Ruguilla, su término abunda en deliciosos paisajes cubiertos de espesas bosquedas y roquedales: así el valle de trasmuela, o la callejuela cercana al pueblo; o el peñascoso barranco de las Carcamas, entre cuyas rocas de variada silueta crecen mas de mil quinientas variedades de plantas silvestres que dan oportunidad a las abejas de formar la miel mas exquisita de toda la Alcarria. Lugares amenos para la excursion o periodos de descanso.

El nombre del pueblo deriva de las varias rocas de sus contornos, y quizas mas concretamente de la roca o roquilla en que asienta. En sus cercanías se descubrieron muy concretas muestras de culturas prehistóricas: así, en el cerro de las Covachas hay restos de calles y un dolmen; sobre el cerro de la Muela se encuentra cerámica que atestigua la existencia de anti­guo poblado, quizas celtibérico; en la falda del cerro de las Covachas, restos de necropolis de la misma época tardo‑romana o hispano‑romana. Tras la reconquista a los árabes de la zona, realizada a finales del siglo XI, quedó este lugar incluído en el Común de Villa y Tierra de Atienza, que hasta la margen derecha del Tajo extendió sus límites.

Se rigió por el Fuero de dicha villa realenga. En su término gozaron de grandes y productivas propiedades los monjes del cercamo monasterio cisterciense de Ovila, situado en la margen derecha del río. En 1479 aparece incorporada al señorío de los condes de Cifuentes, la familia Silva, y a la jurisdicción ordinaria de dicha villa. Aun dentro del señorío de Silva y Mendoza, en el que llegó hasta el siglo XIX, hacia 1750 consiguió el privilegio de villazgo y ser villa eximida de la jurisdicción cifontina. Padeció grave destrucción en la Guerra de Sucesión, por ser su señor partidario del archiduque Carlos; y lo mismo ocurrió en la guerra de la Independencia, asolada por los fran­ceses. Hoy se mantiene con un ritmo de vida y economía un tanto precarios, aunque muchos de sus naturales, emigrados a las gran­des ciudades, regresan al pueblo en los periodos de vacación y descanso, dándole una animación inusitada sobre todo en las épocas de vacación, como la Semana Santa que se aproxima, y en el verano.

El viajero deberá admirar en Ruguilla la iglesia parro­quial dedicada a Santa Catalina. Es una bonita e interesante obra arquitectónica del siglo XVI, con una sola nave e inmenso cruce­ro, que remata en cúpula y linterna. La nave se cubre de bóveda de medio cañón. Tras la desamortización, fueron traídos a este templo muchos altares, cuadros, estatuas y joyas del culto del monasterio cisterciense de Ovila, pero en la Guerra Civil de 1936‑39 las milicias republicanas destruyeron todo lo que conte­nía el templo. Sólo queda en él de antiguo la pila bautismal de aire románico, con bonitas tallas geométricas en su taza.

En la parte más baja del pueblo, a su salida, aparece la ermita de la Soledad, con puerta de entrada de doble arco. Sobre la rojiza roca que culmina el pueblo, destaca la sencilla ermita de Santa Bárbara, con un atrio delantero, hoy absolutamente vacia.

Este pasado verano, en visita rápida pero inolvidable a Ruguilla, pude todavía descubrir un elemento de su patrimonio que no conocía, y que bien merece ser destacado en el conjunto de sus edificios de interés. Está en la parte baja de la villa. y se trata de la picota, elemento singular que recuerda el poder de administrar justicia que en la villa tenían los condes de Cifuentes. Se constituye por unas gradas de planta cuadrada, y sobre ellas la columna cilíndrica que remata en curiosísimo capitel en cuyas esquinas hay una suma de rostros humanos, de cada uno de los cuales cuelga una argolla de hierro. De ahí se eleva un bloque de piedras en decrecida que rematan a su vez con la cruz y un cuchillo, en hierro. Todo un ejemplo de simbolismo jurisidccional.

Muy numerosas son las fiestas y costumbres que añaden interés a Ruguilla. Se celebra la fiesta de Santa Catalina, patrona del pueblo, el 28 de noviembre; antiguamente se celebra­ban en esta ocasión corridas de toros, y al finalizar el espectá­culo, con el astado muerto, se guisaba en la plaza, y todos los asistentes a la fiesta comían de él. Mucho se celebraban los ritos de iniciación de los mayos, con rondas y canciones alusivas de los jóvenes hacia las mozas. El día de la Cruz, el 3 de mayo, se subía a la ermita de Santa Bárbara, y desde allí se bendecían los campos.

En la festividad de Santa Agueda tenían su día señalado los mozos, que en esa jornada ejercían la autoridad municipal, y corrían por las calles un viejo macho cabrío al que se azuzaba para asustar a las mozas, comiéndoselo luego entre todos a la puerta de cualquiera de las muchas bodegas de las inmediaciones; ese mismo día se formaba una especie de tribunal por los jóvenes que dirimía las cuestiones suscitadas entre ellos durante el año.

También era muy celebrada la festividad del Corpus Christie, en la que se sacaba el Sacramento por las calles con altares en las encrucijadas y muchedumbres de florecillas monta­races cubriendo el suelo, o arrojadas desde ventanas y balcones; la flor del cantueso, utilizada para tapizar el suelo de la iglesia, era por eso llamada «la flor del Señor». Muy típica era también la fiesta celebrada la noche y víspera del 14 de noviem­bre, festividad del Cristo: esa noche se reunía todo el vecinda­rio en la plaza y se encendía una gran hoguera: se disparaban cohetes, se departía amigablemente, y el Concejo repartía caña­mones y vino en taza para todos.

Es curioso saber también que en Ruguilla nacieron grandes pensadores, literatos e historiadores. Incluso alguno, como Layna Serrano, aunque no nació físicamente en el lugar, residió en él largas temporadas, hasta poder decirse que en él fraguó su personalidad, y cristalizó en sus perfiles el alcarreñismo más puro. Entre los ilustres personajes nacidos en Ruguilla, son a destacar don Manuel Serrano Sanz (1866‑1932), archivero de la Biblioteca Nacional, catedratico de Historia en la Universidad de Zaragoza, y cronista provincial de Guadalajara, gran experto en bibliografía, arte medieval y en Historia de América, dejó escri­tos inmensos acopios de libros y artículos sobre estos temas, así como varios otros en torno a la provincia de Guadalajara. También don Juan Francisco Yela Utrilla, profesor de latín en varios Institutos de España, dejó escritos numerosos libros y artículos, entre los que destacan sus grandes obras, Gramática latina y España en la Independencia de los Estados Unidos de America. De este personaje se cumplió el pasado año el centenario de su nacimiento.

Un viaje al Señorío: Prados Redondos

 

En un lugar por demás remoto y a trasmano de rutas y destinos, se encuentra Prados Redondos, un pueblo del Señorío molinés donde nadie se arrepentirá de haber llegado.‑ Porque a pesar de su escaso renombre, de no aparecer en las guías, ni en los repertorios de bellezas arquitectónicas o paisajísticas de nuestra provincia, incluso de haber ido cayendo en un olvido que es, a todas luces, inmerecido, no quiere ello decir que Prados Redondos sea un lugar anodino, vacío o sin interés. Ni mucho menos. Prados Redondos tiene tal enjundia en su historia, en sus personajes, en los elementos patrimoniales, que configuran el pueblo, que está perfectamente justificado hacer un viaje en exclusiva para conocerlo y admirarlo. Las palabras que siguen no pretenden Más que pintarlo en, sus perfiles._Pero quien se anime a viajar hasta la paramera molinesa y contemplar la rotundidez de su, iglesia, de sus palacios y fuentes, y a entrar en la médula de sus leyendas y tradiciones, volverá convencido de que no he exagerado. Merecía la pena.

Historia y leyenda de Prados Redondos

Prados Redondos es uno de los pueblos grandes y más señalados de la sesma del Pedregal. Por su término cruza el río Gallo, en sus primeros pasos agrestes, y va creando ricas y densas arboledas, campos amenos de huerta, y regadío, dejando para el cereal y el monte bajo el resto del territorio. Hubo en sus alrededores, cerca de Chera, un importante asentamiento celtibérico. Tras la creación del Común y Señorío de Molina, desde su reconquista en 1129, al amparo del Fuero de D. Manrique se pobló este lugar, que en un principio se dedicó a la ganadería, y de ahí su nombre. Tierra de ganaderos, algunos de sus hijos emigraron con la trashumancia a más fértiles y cálidos terrenos, a Extremadura por ejemplo. Aquí sin embargo quedaron siempre sus casonas y sus nombres, con el favor continuo dedicado al pueblo. En el siglo XIII fue donado este lugar por Di Blanca, quinta señora de Molina, a su caballero Gonzalo Martínez. Después fue durante siglos aldea: del Común molinés.

En sus alrededores

En el término de Prados Redondos podemos visitar tres pequeños enclaves aún poblados. Es uno de ellos el de Chera, a la orilla frondosa y fresca del río Gallo, que por estos parajes atraviesa hermosas gargantas recónditas y prestas para la admiración paisajística. Tiene una sencilla iglesia presidiendo la plaza: está dedicada a Nª Sra. de la Soledad. Tiene una portada moldurada semicircular y en el interior, sencillísimo, podemos contemplar algunos retablos populares y una antigua pila bautismal. En las afueras del lugar, en el barrio que está al otro lado del río, destacan las ruinas impresionantes de la casa‑fuerte del marqués de Santa Coloma, de aspecto guerrero, militar, mostrando en su muro sur, de sillar bien tallado, un portón de arco apuntado rematado, en escudo liso. En su parte posterior se ve el gran patio de armas, con restos de un enorme arco semicircular, de amplia arquivolta.

Es lástima que tan interesante construcción, casi calificable de castillo, se haya dejado perder en el abandono de los años. Cerca de allí está la hermosa finca dé pastizal de la Hoz, que durante siglos perteneció al mayorazgo de los Ayllón Vellosillo. Otro enclave es Aldehuela, un conjunto de casas presidido por los restos de un fuerte torreón vigía que acaso fuera levantado en los orígenes medievales del Señorío. Fue mayorazgo de los de la Cueva. Y aún Pradilla, en las orillas del Gallo, también creada como aldea del Común en el siglo XII, que fue cedida por el rey de Castilla Sancho IV, cuando se hizo con el Señorío molinés, a su caballero principal Vigil de Quiñones. Pasó luego por diversas pertenencias: al arciprestazgo de Molina, al mayorazgo de los Castillo, Alderete y Malo. No posee hoy nada de interés visitable.

Andar y ver Prados Redondos

Para el visitante de Prados Redon­dos existen numerosos puntos de in­terés turístico que se reseñan a conti­nuación. Una necrópolis celtibérica importantísima ha puesto al descubierto una serie de sepulturas, ar­mas, cerámicas, y ajuares de guerreros, de varios siglos antes de nuestra Era. En el caserío destaca la iglesia parroquial de la Asunción, monu­mento voluminoso, erigido en fuerte sillar en tono rojizo. En su extremo noreste se alza la torre, con diversos cuerpos escalonados y remate de campanario. En el muro sur se abre la portada, de severas líneas cla­sicistas. En ella aparece la fecha de 1749 que corresponde a su termina­ción. El interior es de una sola nave, con marcado crucero. Sobre la bóve­da de la nave se dibujan efigies de santos (Isidro, José, Juan el Bautis­ta); el altar mayor, que es de un subi­do barroquismo, está dedicado a la advocación de la parroquia que apa­rece sobre óleo central. A los lados, tallas de San Ignacio y San Francis­co Javier, y pinturas de San Pedro y San Pablo. Esta obra fue realizada por artistas molineses en la primera mitad del siglo XVIII. En el crucero se alzan otros dos buenos retablos barrocos. Se conserva en su interior, custodiada en bello relicario, una Espina que es fama y devoción per­teneció a la corona de Cristo. Fue llevada al pueblo en 1383 por el ca­ballero molinés D. Diego López Cor­tés, que la obtuvo por su casamiento con Dª Leonor Vázquez Barrientos, parienta de los condes de Medinaceli, que la tenían heredada de la casa del Conde de Fox, en Francia, de donde venía parte de esta familia condal.

En la plaza mayor, ante la iglesia, se alza la torreta, un elemento de planta cuadrada, con fuerte basa formada por sillar, sobre la que apoya una terraza en cuyos ángulos surgen columnas de piedra rematadas en capiteles de tradición renacentista, con zapatas, arquitrabe y tejado a cuatro vertientes. Se construyó en el siglo XVI y luego fue reconstruida. Tenía la finalidad de mostrar desde ella, una vez al año, la reliquia de la «Santa Espina». Desde su altura se enseñaba el objeto y se pronunciaban homilías.

Diversas casonas de rancia tradición molinesa se conservan también: la de los Cortés es muy representativa de las casonas de ganaderos: se precede de amplio patio vallado; en el centro del muro de fachada aparece el portón de ingreso de gran arco semicircular, adovelado, con escudo de la familia. Esta familia emigró en el siglo XVI a Extremadura, y al parecer existen indicios que de ella fuera originario el conquistador de Méjico Hernán Cortés. La de los Garcés, de planta rectangular, con magnífica fachada a mediodía, en la que destaca el portón de entrada, semicircular y adovelado, apareciendo en su centro el escudo familiar; su interior muestra aún la clásica estructura de estas casonas, que en este caso tenía el patio posterior. La de los Sendín, con portada de sillería y gran arco semicircular de lo mismo, rematada en su clave con un borroso escudo del apellido y un capitel. Otras diversas casonas, de época gótica y barroca, algo desestructuradas, se extienden por el pueblo. En su salida hacia Anquela podemos admirar la fuente pública, magnífica construcción neoclásica, de sillar, con pináculo y bolas como adorno, y la fecha de 1893 en su frente, de la que salen dos grandes caños que caen en anchuroso pilón. Junto a ella admiramos el pairón, de la Virgen del Pilar, muy moldurado, rematado en hornacina que aún conserva una talla de piedra de María.