El mecenazgo cultural del Cardenal Mendoza

viernes, 26 noviembre 1993 0 Por Herrera Casado

 

Puede considerarse a don Pedro González de Mendoza, el Cardenal Mendoza, como el producto paradigmático de una época, como el hombre del Renacimiento en Castilla. Su figura se ha puesto de actualidad, en cierto modo, gracias a que en este año se ha celebrado el Centenario de Layna Serrano, sin duda su mejor historiador, y quien con más detenimiento ha buscado las luces y las sombras de este personaje tan relevante de nuestra historia.

Dentro de ya poco tiempo, en el próximo 1995, celebraremos, con la resonancia que se merece, el Quinto Centenario de la muerte de este solemne Mendoza alcarreño.

Años y edades del Cardenal Mendoza

Su padre don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, había sido pionero en la introducción del movimiento renacentista en Castilla. El Cardenal llegaría a tener sobre sí todos los rasgos propios del movimiento: político de altura, eclesiástico, literato e introductor de artes y artistas en su tierra. Sin profundidad en los detalles, pero con la intención de clarificar la ambigua y ejemplarizante postura renaciente del Mendoza más grande, damos ahora su biografía con los datos esenciales que nos le sitúan, esperemos que definitivamente, en el lugar que le corresponde. No fué un santo, ni tampoco un demonio. Tuvo inteligencia a raudales, y la usó. Pero también tenía, y dio muestras de ella, una soberbia insufrible. Ambicioso para sí y los suyos de prebendas, riquezas y poder. Pero generoso a la hora de conceder puestos, de levantar monasterios y crear obras de arte. Quedó su carrera ceñida a Castilla, porque aquí quiso él subir hasta lo más alto. Podría, sin duda, haber llegado a ser Papa, pero prefirió manejar los asuntos de la Iglesia a la sombra de los Católicos Reyes. Y al fin, como cada cual, y en ambiente milagrero y profético, murió y se quedó prendido en las crónicas y en las interpretaciones de la historia.

Nació Pedro González de Mendoza en Guadalajara, el 3 de mayo de 1428. Y murió en la misma ciudad, sesenta y seis años después, el 11 de enero de 1495. Era hijo del entonces gran magnate castellano don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, prepotente y acaudalado noble, señor de vastas extensiones, político influyente y notable poeta.

La carrera eclesiástica de Pedro González de Mendoza fue brillante como pocas. A los 8 años de edad, se le adjudicó el curato de Santa María de Hita, rica población y parroquia, con un buen sueldo para el titular. Su padre era señor de la villa, y su tío, don Gutierre Alvarez, Arzobispo de Toledo, en cuyo territorio se enclavaba Hita. 

Las ayudas de unos y otros le hicieron fácil la escalada por las prebendas eclesiásticas: a los 13 ó 14 años le dieron una canonjía de Toledo: el arcedianato de Guadalajara. En 1454, a los 26 años de edad, el Rey propone a Mendoza para cubrir el puesto de Obispo de Calahorra, recientemente vacante. Junto a este episcopado de Calahorra, le fue asignado el de Santo Domingo de la Calzada, y las Colegiatas de Oñate, Cenarruza, Vitoria y Logroño. En todos estos lugares residió por temporadas, aunque ya sin perder de vista la Corte, donde empezaría muy pronto a intervenir.

Siguiendo con su carrera eclesiástica, y todavía joven, pero ya con un enorme prestigio en Castilla y en todo el orbe católico, Mendoza puesto al frente de su casa y hermanos, es designado por Paulo II, el 30 de octubre de 1467, obispo de Sigüenza, una de las más ricas diócesis españolas. A partir de entonces, Pedro recibirá numerosas prebendas y cargos importantes, que no harán sino enriquecerle y ofrecerle el uso de un poder ingente. En 1469, por gracia del mismo Papa, recibe la importante abadía benedictina de San Zoilo, en Carrión de los Condes. En 1473 es nombrado Cardnal de Santa María in Dominica  ‑Cardenal de España por ruegos de Enrique IV‑.

Cambiará luego su título cardenalicio por el más querido de Cardenal de la Santa Cruz. Sus relaciones con el Pontificado fueron buenas, aunque siempre fué Mendoza el brazo diplomático de la Corte castellana en el Vaticano. Con Sixto IV (el savonés humanista Francisco de la Róvere) tuvo profunda amistad. De él recibió el arzobispado de Sevilla, en 1473, y luego el arzobispado de Toledo, en 1482, así como prebendas tan notables como la abadía de Valladolid, en 1475, y la abadía de Fécamp, en Normandía, más la administración del Obispado de Osma, en 1478, y la abadía de Moreruela.

El mecenazgo cultural

La gloria que el Cardenal Mendoza alcanzó en sus vertientes de eclesiástico y aún de político, ha quedado apagada por lo que de más perdurable tienen las acciones humanas: los edificios por él levantados, la piedra dura, tallada y deslumbrante, que pervive al latido de la carne, y dice el nombre y las ansias de quien ideara su construcción. Las obras de arte y arquitectura que han quedado de Mendoza, son hoy su mejor reliquia, el dato más claro del ya justificado «ánimo renacentista» de este hombre. Se supo rodear de artistas, humanistas y pensadores que pusieron en todo lo suyo el sello de lo nuevo venido de Italia. El Renacimiento literario entra en Castilla de la mano del marqués de Santillana, y el artístico lo hace de la de su hijo el Cardenal, y otros hermanos y sobrinos suyos, como el segundo conde de Tendilla.

De la familia Mendoza son productos insignes algunos edificios cercanos a nuestro entorno: desde el castillo‑palacio de La Calahorra (en la provincia de Granada), hasta el Colegio de Santa Cruz, en Valladolid, pasando por nuestros más cercanos ejemplos del convento de San Antonio en Mondéjar, el palacio ducal de Medinaceli en Cogolludo, el palacio de Antonio de Mendoza en Guadalajara, etc., todas ellas obras en la que puso mano e ingenio el arquitecto Lorenzo Vázquez, formado en Italia y traído a Castilla por el Cardenal Mendoza.

El mismo enterramiento de éste, en la catedral toledana, fue trazado en sus líneas generales por el mismo purpurado, y luego realizado, tras su muerte, por diversos artistas toscanos, quizás Fancelli, o Sansovino.

La actividad constructora y de mecenas del más grande de los Mendoza no para ahí: es en Toledo, con su hospital de la Santa Cruz; en Sevilla, con diversas obras en la catedral, en San Francisco y en la iglesia de la Cruz; en Sopetrán, donde levanta la iglesia; en Alcalá de Henares, donde reforma el palacio; en Guadalajara, donde aún renueva la iglesia del monasterio de San Francisco, panteón familiar de los Mendoza; en Roma, reedificando la iglesia de Santa Cruz, y aún en Jerusalem, donde intervino para la consolidación de la iglesia del Santo Sepulcro. Mendoza es uno de los más altos protectores del arte de todos los tiempos, comparable incluso a los famosos Médicis florentinos que un siglo antes habían demostrado y allanado el camino de la renovación artística como una de las metas del humanismo.