Layna Serrano, todo un ejemplo

viernes, 25 junio 1993 0 Por Herrera Casado

 

Mañana sábado, 26 de junio, se celebrará en la localidad serrana de Luzón un multitudinario homenaje a la figura de don Francisco Layna Serrano, en el momento de cumplirse, con exactitud, el Centenario de su nacimiento en aquella villa. Justo es, por tantas razones, y la primera la de una admiración sin reservas a su personalidad y a su obra, que en esta jornada le dediquemos nuestro más fervoroso recuerdo.

Recordaremos en brevedad su vida y su obra, haciendo un esfuerzo por resumir lo que, por admiración y justicia, debiera ocuparnos largo trecho. Nació don Francisco, como acabo de decir, en el pueblecito de Luzón, el 27 de junio de 1893. Allí y en Ruguilla pasó sus primeros años, estudiando luego Bachillerato en el Instituto de Guadalajara y pasando a la Universidad madrileña a cursar la licenciatura de Medicina, especializándose después, junto a los maestros del Instituto Rubio y Galí, en Otorrinolaringología. Fue médico del Hospital del Niño Jesús, viajó por Europa e investigó sobre el tema de la «reflexoterapia endonasal», muy de moda en los años treinta, sobre la que llegó a publicar un libro que incluso fue traducido al inglés. Además del ejercicio público y privado de su profesión, siempre acompañado de un éxito que le prestigió notablemente, fue fundador en 1922 de la Asociación Médico‑Quirúrgica de Correos y Telégrafos por cuyo motivo le fue concedida años después la gran Cruz de Beneficencia de primera clase.

Si su biografía profesional podría acabar con las líneas dedicadas a su actividad médica, la tarea que como investigador de la historia y el arte de Guadalajara, a la par que luchador y defensor de las esencias provinciales y de la cultura de Guadalajara, sería muy prolijo reseñar en pormenor. Cuando contaba cuarenta años inició Layna sus estudios e investigaciones en torno a Guadalajara. Lo hizo llevado de la irritación noble que le produjo ver como un multimillonario norteamericano cargaba con un monasterio cisterciense de Guadalajara, entero, y se lo llevaba a su finca californiana. Se trataba de Ovila. Layna investigó, protestó, y así surgió su pasión de por vida.

La Diputación Provincial le nombraba en 1934 Cronista Provincial, y a partir de ese momento se volcaría en cuerpo y alma a estudiar, a publicar, a dar conferencias, a escribir artículos y a defender a capa y espada el patrimonio histórico‑artístico y cultural de la tierra alcarreña. Entre sus muchos títulos y distinciones, cabe reseñar que tuvo también el cargo de Cronista de la Ciudad de Guadalajara, fue presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, fue académico correspondiente de la de Historia y de Bellas Artes de San Fernando, así como de la Hispanic Society of América, habiendo recibido el Premio Fastenrath de la Real Academia de la Lengua, y recibiendo la Medalla de Oro de la Provincia de Guadalajara tras su muerte, acaecida en 1971.

En cuanto a los aspectos más sobresalientes de su obra, fue la Historia en la que Layna se distinguió principalmente: En 1932 publicó su primera obra, El Monasterio de Ovila, a raíz de la exclaustración arriba comentada del cenobio alcarreño. Al año siguiente apareció la primera edición de Castillos de Guadalajara, obra en la que volcó Layna su ya inmenso caudal de conocimientos históricos, describiendo, tras haberlas visitado y estudiado sobre el terreno, las viejas fortalezas alcarreñas y molinesas. Este libro alcanzó en poco tiempo tres ediciones, agotadas enseguida.

De una conferencia suya titulada El Cardenal Mendoza como político y consejero de los Reyes Católicos apareció en 1935 un folleto interesante, dando a la imprenta, por fin, en 1942, su grande y definitiva obra : la Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI en cuatro gruesos tomos . En esa obra, que en estos días vuelve a reeditarse para gozo de todos los admiradores de Layna, desborda el conocimiento que nuestro autor alcanzó sobre la familia prócer que dio vida durante varios siglos a Guadalajara. Llegó a conocerla, como dijo el marqués de Lozoya, «como si de su propia familia se tratara».

En 1945, y como fruto de sus investigaciones en el Archivo Histórico Nacional, dio a luz su obra Los Conventos antiguos de Guadalajara, con documentación prolija. Y en ese mismo año, la Historia de la Villa de Atienza, en un volumen de más de 600 páginas, donde plasmó la historia de Castilla, de la reconquista, del territorio serrano y alcarreño y, por supuesto, de Atienza, describiendo además su arte y sus costumbres. Todavía en este ámbito de la historia, Layna trabajó duro en el archivo municipal y en el parroquial de Cifuentes, saliendo tras largas horas de dedicación una magnifica Historia de la villa de Cifuentes en 1955.

También en los temas de arte destacó Layna por la abundancia de asuntos tratados, y el descubrimiento de documentos, de artistas y noticias de gran interés. Además de lo ya mencionado sobre Ovila y los Castillos, en 1935 apareció su obra La Arquitectura románica en la provincia de Guadalajara, fruto de viajes y anotaciones «in situ». En 1948 apareció, en colaboración con el fotógrafo Tomás Camarillo, el libro de La Provincia de Guadalajara con infinidad de reproducciones fotográficas, y en las que el Cronista aportó el texto.

En revistas especializadas como «Arte Español» y «Boletín de la Sociedad Española de Excursiones» publicó Layna lo más útil de su aportación en historia del arte. Solamente cabe aquí recordar algunos de los temas de mayor interés: la iglesia de Santa Clara en Guadalajara; el palacio del Infantado; la parroquia del Salvador en Cifuentes; la capilla del Cristo de Atienza; la iglesia parroquial de Alcocer; los retablos de la parroquia de Mondéjar; las tablas de San Ginés, en Guadalajara; la cruz parroquial de La Puerta; la parroquia de Alustante; el sepulcro de Jirueque y decenas de temas más que permiten considerar su aportación de fundamental.

Aunque en temas de costumbrismo no se entretuvo especialmente, son de gran valor los estudios de Layna sobre La Caballada de Atienza y las tradiciones en torno al Mambrú de Arbeteta y La Giralda de Escamilla. Por ultimo, dedicó el Cronista parte de sus conocimientos en realizar algunas breves Guías turísticas de la provincia y de sus poblaciones más interesantes. Todo ello sin contar lo que sobre Medicina o, también sobre temas históricos y artísticos, dedicó a otras provincias españolas, en especial a Logroño y Ciudad Real, sobre las que reunió gran cantidad de datos en torno a sus castillos y fortalezas.

Esta obra ingente proclamó a Francisco Layna Serrano como un auténtico historiador y un conocedor total de la tierra alcarreña. Justo es, justísimo, que le dediquemos este mínimo recuerdo en el momento exacto en que se cumplen los cien años desde que, en aquel 27 de junio de 1893, naciera en Luzón. Rememorar su trabajo leyendo sus escritos, es, quizás, el mejor homenaje que hoy podemos hacer a su memoria. Y, por supuesto, mantener vivo el espíritu de defensa de lo alcarreño, de nuestra idiosincrasia y nuestro patrimonio, que él tuvo siempre como meta única de su existencia. En su ejemplo vivimos.