La iglesia de la Piedad

viernes, 21 mayo 1993 0 Por Herrera Casado

 

Introducción

El interés por los monumentos y el patrimonio artístico de nuestra ciudad parece que al fin ha cuajado en nuestras autoridades rectoras, y en estos días se inauguran las restauraciones de dos de nuestros más emblemáticos monumentos. A comienzos de este mes lo ha sido la iglesia de los Remedios, que entre la Universidad de Alcalá (su propietaria) y la Diputación Provincial, han conseguido una acertadísima restauración, salvando de la ruina y el abandono un templo de estilo manierista italiano.

En estos días se procederá a la inauguración de la restauración de la iglesia de la Piedad, la aneja al Instituto de Enseñanza Media, que también tras largos meses de trabajos quedará abierta a la pública contemplación, y al uso de la misma. Su propietario, el Ministerio de Educación y Ciencia, ha permitido que sea la Junta de Comunidades quien realizara la restauración. Aquí la valoración no puede ser, sin embargo, más negativa. Ahora veremos porqué.

Evolución de las obras

El palacio de Antonio de Mendoza en Guadalajara ha venido usándose durante más de un siglo como Instituto de Enseñanza Media, con el nombre de «Brianda de Mendoza». Después de su traslado al moderno edificio de junto al cementerio, el viejo caserón y su templo anejo quedó vacío, deteriorándose. El Ministerio de Educación y Ciencia, con gran acierto, lo restauró con todo cuidado, volviendo a ser ocupado por aulas y estudiantes, constituyendo el tercer Instituto de Guadalajara que lleva el nombre de «Ateneo Caracense». La restauración, impecable, devolvió a la ciudad un monumento señero, con un uso adecuado.

Pero la iglesia aneja, el templo de la Piedad, que en 1530 construyera Alonso de Covarrubias por mandado de doña Brianda, quedó aún vacío y en progresivo proceso de deterioro. Su interior, convertido en almacén de trastos viejos. Su exterior, abandonado a la agresión de las palomas. Las filigranas en piedra que tallara el mejor de los arquitectos españoles del Renacimiento, las formas elegantes de su ámbito religioso, iban perdiéndose día a día, ante el disgusto de quienes conocíamos el valor de aquellas piedras.

Por fin se inició la restauración, que ha corrido a cargo de los presupuestos de la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades. Aunque estas obras han estado rodeadas de un secretismo a ultranza (en varias ocasiones, a lo largo de los dos años largos que han durado, he intentado ver el interior del templo, sin que ello fuera posible, dadas la órdenes de impedir la entrada a cualquier persona ajena a la obra) ello no fue impedimento para que en cierta ocasión, nada más comenzar la restauración, consiguiera ver personalmente lo que empezaba allí a fraguarse. Alarmado seriamente, pedí ver los planos del proyecto de restauración, dirigido por un arquitecto/s de Toledo. No fue posible. Elevé mi preocupación al responsable político más directo en este tema. La contestación fue que la restauración estaba en marcha, el arquitecto/s designados por la Junta ya tenían decidido lo que iban a hacer, y aquí nadie opinaba nada más sobre el asunto.

Resultado final

Pero las obras han terminado, y el edificio se abre al público. Ya que no me ha sido posible previamente opinar sobre su evolución, incluso objetar algunas cuestiones, y proponer alternativas, ejerceré el único derecho que en mi calidad de ciudadano de a pie me cabe: opinar sobre lo que se ha hecho. Mi opinión es totalmente negativa. Para centrar la cuestión: creo que la restauración que la Junta de Comunidades ha hecho de la iglesia de la Piedad de Guadalajara es totalmente inadecuada, gravemente atentatoria contra la identidad del edificio, atreviéndome a asegurar que lo que allí se ha hecho es una barbaridad sin límites.

Al ver consumada la agresión contra el templo de la Piedad, no me cabe más que lamentar hondamente que esto haya podido llegar a tal extremo. Creo que se ha actuado de espaldas a la sociedad de Guadalajara, a cuantos conociendo más o menos a fondo la historia de la ciudad, el valor de sus edificios, de sus símbolos, de su idiosincrasia, nunca hubiéramos dado el visto bueno a lo que aquí se acaba de rematar: la iglesia ha desaparecido como tal; sus muros han sido perforados por múltiples sitios para abrir puertas accesorias y de servicio; el espacio arquitectónico (que era de un templo renacentista) ha sido violentado a extremos inconcebibles; y al presbiterio del mismo se le ha adosado una escalera monstruosa que ha terminado por destrozar perspectivas, volúmenes y hasta elementos arquitectónicos y ornamentales que eran claves para la comprensión del monumento.

Al parecer, el objetivo era convertir el templo de la Piedad en lo que ahora se llama una «sala de uso polivalente». La nave ha vuelto a partirse en dos espacios superpuestos, repitiendo la desafortunada reforma que Ricardo Velázquez hiciera a comienzos de este siglo. En lo que fueran los pies del templo se ha montado un escenario de teatro. Y en su cabecera, el presbiterio, en el que por fin aparecieron liberadas las bellísimas pilastras platerescas que en su mejor momento de inspiración trazó Covarrubias en 1530, rematadas por los escudos de doña Brianda de Mendoza, se ha levantado una escalera inmensa, grande y opulenta, en mármoles de colores varios, con luces indirectas bajo el ancho pasamanos de madera, ocultando en diversas partes las referidas pilastras y, lo que es aún peor, la cenefa que rodeando el presbiterio llevaba una frase conmemorativa que ni ha sido restaurada, ni siquiera recogida para la posteridad: todo se lo ha engullido este enorme, mostrenco y desafortunado artilugio al que, por más que lo pienso, no comprendo cómo se ha decidido poner ahí, y así. La escalera de la Piedad es, sin duda, el mayor desafuero que se ha cometido contra un monumento de Guadalajara, y la restauración que por parte de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha se le ha hecho a este venerable edificio, un atentado incalificable.

Supongo yo (ya voy estando acostumbrado) que estas palabras tan duras caerán directamente al vacío. Las protestas que previamente manifesté fueron despachadas con un encogimiento de hombros (y con algo más, que no hace ahora al caso). Pero aquí ha ocurrido algo muy serio, que nunca podrá ser silenciado, y que mientras no se arregle, clamará al cielo.

Peticiones

Para terminar, y ejerciendo el derecho que la Constitución me otorga a opinar de cuanto se hace en mi comunidad, y con mi dinero, como un simple ciudadano con criterio, exijo que se le devuelva a la iglesia de la Piedad de Guadalajara su primitivo sentido y estructura. Que se reconsidere su destino y utilización, y que, sobre todo, se derribe esa escalera disparatada que cubre por completo su presbiterio.

Pregunta final, y siempre con el mayor respeto personal hacia responsables políticos y técnicos: ¿pero ustedes saben realmente quien era Alonso de Covarrubias? ¿Quién doña Brianda de Mendoza? ¿Qué fué la arquitectura plateresca en Castilla? ¿Cuál la historia de España? ¿Saben, de verdad, en qué mundo vivimos? ¡Ah, si don Francisco Layna Serrano levantara la cabeza! O si lo hiciera doña Brianda! ¡O los Mendoza! ¡Qué no se oiría! ¿Y si probáramos a levantar la cabeza los que vivimos?