Más datos sobre el Panteón. El pintor Ferrant y los artistas que hicieron el Panteón

viernes, 26 marzo 1993 0 Por Herrera Casado

 

Hemos hablado las semanas pasadas, al hilo de la polémica que se ha suscitado en torno a la posibilidad de transformar urbanísticamente el ámbito que rodea al Panteón de la Duquesa de Sevillano y el resto de edificios artísticos que la circundan, sobre los creadores de tanta belleza, que fue construida, dada su magnitud y detalles, a lo largo de treinta años, desde 1884 hasta 1916 aproximadamente. Y así recordamos al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, burgalés que diseñó con todo detalle y meticulosidad el conjunto de tan magna obra; al escultor Ángel García Díaz, madrileño, que talló con mimo las esculturas que forman los elementos más vigorosos y concretos de la decoración. Y hoy nos queda hablar de ese otro plantel de artistas que remató la belleza del lugar.

Es uno de ellos, sin duda el más famoso y conocido en los ambientes artísticos románticos madrileños de fines del siglo pasado, el pintor Alejandro Ferrant y Fischermans, uno de los mejores pintores de «cuadros de historia» en la España finisecular, y que figura como autor del gran Calvario que centra el altar del templo del panteón, y que parece recién pintado, de brillante y colorista que aún se muestra.

Había nacido Ferrant en Madrid, en 1843, ciudad donde moriría en 1917. Tuvo por maestro a su tío Luis Ferrant, académico de San Fernando. Recibió clases en la Escuela Superior de Pintura de Madrid, ganando muchos premios desde joven y concursando en diversas exposiciones de ámbito nacional. En 1874 fue pensionado por el gobierno y marchó a Roma, donde realizó un gran cuadro «La disputa del Sacramento» en colaboración con Pradilla. Varios grandes cuadros de tema histórico pintó allí, y en 1880 fue elegido académico de la de Bellas Artes de San Fernando. En 1892 obtuvo la Primera Medalla de la Exposición Internacional, con un cuadro sobre El Cardenal Cisneros. En 1903 fue nombrado director del Museo de Arte Moderno. Cultivó siempre la pintura histórica, la de género, la religiosa y la meramente decorativa. Se le consideró siempre como un hombre muy culto, bondadoso e incansable para el trabajo, siendo siempre respetado por todos los pintores, incluso los más jóvenes. Gran dibujante y colorista, practicó no sólo el óleo, sino también la acuarela. Sus cuadros fueron colocándose en diversos museos y en los palacios y casas más aristocráticas de la Corte. En la cúpula de San Francisco el Grande pintó las Sibilas y Profetas, y algunas otras pinturas en ese templo. También pintó para escaleras y muros del Ministerio de Instrucción Pública, para el palacio de Miramar en San Sebastián, y en el de El Pardo, en la Diputación de Navarra varias escenas de la historia de este antiguo reino, así como el techo del Casino de Zaragoza, los del Palacio de Justicia de Barcelona, etc. Fué Alejandro Ferrant un auténtico esforzado de la pintura histórica y de género, dejando en este templo del panteón de la duquesa de Sevillano una muestra exquisita, pura y elocuente, de su maestría pictórica, de su dominio de la figura, la expresión y el color.

El resto de la riqueza ornamental del panteón de la condesa de la Vega del Pozo está conseguido a través del trabajo y el arte de una larga serie de artesanos anónimos, que pusieron en los mosaicos de techos y suelos, o en los mármoles de las paredes y altares, lo mejor de una técnica depurada elaborada a través de los siglos. Así debemos recordar a los musivarios de Rávena, que venidos desde Italia se dedicaron durante años a bordar en las bóvedas del panteón su excelsa teoría de formas y colores; a los marmolistas granadinos que trabajaron con paciencia y dulzura las grandes cantidades de mármol que previamente se había traído, en bruto, desde lejanas regiones de España; y a los rejeros y herreros madrileños y toledanos que forjaron las grandiosas rejas que en su parte de ingreso desde el paseo de San Roque, y en la que comunica con la Fundación, dan límite expresivo y preciosista a este monumento. Por poco no pudimos contar en la nómina de artistas que conformaron esta joya monumental arriacense al maestro de jardines que fué Cecilio Rodríguez. Después de morir la duquesa, la propiedad contrató a este hombre para que realizara los jardines que adornarían el espacio que va desde la verja de entrada sobre el paseo de San Roque hasta la misma escalinata de acceso al Panteón. Debían ser unos jardines de ambiente funerario, solemnes y dispuestos para infundir en quien los cruzara en dirección al templo sepulcral la idea de respeto hacia la muerte y a la persona/s enterradas en aquel inmenso edificio. Por razones que ignoramos, no se llegaron a hacer esos jardines.

Han venido estos apuntes recordatorios de los artistas que hicieron el monumental conjunto del Panteón y la Fundación «San Diego de Alcalá» a cuento de la polémica suscitada el pasado mes, a raíz de un coloquio‑debate organizado por el Colegio de Arquitectos de Guadalajara en torno a la posibilidad de desmontar de su actual emplazamiento la verja de entrada a este conjunto, y trasladarla delante de la escalinata del Panteón, para que de ese modo quede un espacio abierto (que el Ayuntamiento construirá como «parque público») entre las viviendas unifamiliares de la calle Mozart y el referido Panteón, comunicado todo ello con la calle Ferial de una parte, y con el parque de San Roque por otra. El espacio destinado a este parque sería donación, al parecer, de las monjas adoratrices a la ciudad, a cambio de haber recibido del Ayuntamiento la recalificación de parte de su territorio de huertas para espacio urbano donde poder construir 400 chalets.

Aparte el tema de la construcción de esos chalets en un lugar muy cercano al conjunto monumental del Panteón/Fundación, sobre el que, aunque tengo mis opiniones, no considero procedente expresarlas públicamente, sí que me parece importante opinar acerca del referido traslado de la verja, que por dos razones fundamentales me parece un error que no debería cometerse: de un lado, el gran riesgo de deterioro que supondría para tan delicado y extraordinario monumento su desmontaje, traslado y nueva colocación en terreno diferente; y de otro, y más radical, el atentado que ello supondría a la obra artística diseñada por un arquitecto tan genial y valorado como Ricardo Velázquez, que planteó  el conjunto de su obra con una gran verja de entrada, de simbolismo también mortuorio‑religioso, en una posición angulada respecto al Panteón, y precisamente en ese borde del paseo de San Roque que limitaba la ciudad y un camino público con el ámbito sagrado elevado al sur de la ciudad. Una y otra razón creo que son de suficiente peso como para hacer reconsiderar a los promotores de la idea en discusión la posibilidad de abandonar esas intenciones de trasladar de lugar y orientación un elemento monumental que, por otra parte, no se encuentra amenazado en cuanto a su supervivencia por ninguna causa mayor (como no sea la de una pura y dura especulación de terrenos…)