La polémica del Panteón. El arquitecto Velázquez Bosco y su obra en Guadalajara

viernes, 12 marzo 1993 0 Por Herrera Casado

 

El pasado 18 de febrero, y como intervención inicial al debate sobre el proyecto existente de modificación del urbanismo en torno al Panteón de la Duquesa de Sevillano en Guadalajara, pronunció una conferencia en la sede del Colegio de Arquitectos de nuestra ciudad el prestigioso catedrático de Composición de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad de Madrid, don Miguel Angel Baldellou Santolaria. El tema era la figura del arquitecto decimonónico Ricardo Velázquez Bosco, autor, entre otras maravillas del arte español del siglo XIX, del conjunto del Panteón de la Duquesa de Sevillano y aneja Fundación de «San Diego de Alcalá» en Guadalajara.

La figura de Velázquez como uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XIX y aun de todos los tiempos, ha sido contrastada por numerosos tratadistas del arte hispano. De toda su obra, esta Fundación y Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo es sin duda la más monumental y grandiosa, la más estudiada y medida.

Nació este profesional y artista en Burgos, en 1843, demostrando desde muy joven gran afición a la arqueología, a la historia, a los monumentos. Ayudante con arquitectos y catedráticos, a los 32 años de edad, ya viviendo en Madrid, decidió cursar la carrera de Arquitectura, acabándola en 1879, consiguiendo en 1881 por oposición la cátedra de «Dibujo de Conjuntos e Historia de la Arquitectura».

Enseguida recibió una serie de encargos, sobre los que trabajó en cuerpo y alma, obteniendo maravillosos, deslumbrantes resultados. Entre 1883 y 1888 construyó la Escuela de Minas de Madrid, hizo la restauración de la Mezquita de Córdoba, el palacio de Velázquez en el Retiro madrileño, y el Palacio de Cristal en el mismo lugar. Más adelante construiría el Ministerio de Fomento, en Atocha, y luego el Colegio de Sordomudos en el paseo de la Castellana. Fue considerado progresivamente como un autor sumamente novedoso, atrevido, imaginativo, plenamente identificado con el pujante momento socio‑económico de la Restauración borbónica. Cada año más famoso, recibió encargos de todas partes, pudiendo atender tan sólo al Estado y a gentes de tanto poder económico como la Condesa de la Vega del Pozo, que le trajo a Guadalajara donde desarrolló una labor constructiva de las que hacen época.

Aquí reformó, por encargo de esta señora, su palacio residencial en el centro de la ciudad (actual Colegio de Maristas) y su oratorio de San Sebastián. Luego comenzó a planificar y dirigir las obras de la Fundación piadosa o Asilo de Pobres, y del Panteón donde doña María Diega Desmaissiéres quería enterrar a su padre, y finalmente le sirvió a ella de mausoleo. Este conjunto, construido entre 1877 y 1916, es sin duda la obra capital del arquitecto Velázquez. Además levantó, poco después, todo el conjunto rural del poblado de Miraflores, con su caserón central, su palomar, su capilla, y sus casas de residencia y almacenes. Un gracioso conjunto, hoy semiabandonado.

Buena parte de la prestancia arquitectónica de Guadalajara es debida al trazo inteligente y la visión artística de Ricardo Velázquez Bosco, un arquitecto que puso en nuestra ciudad la mejor expresión de su genialidad. Aquí se ocupó Velázquez de algunas restauraciones: en concreto la de la capilla de Luis de Lucena, a instancias del primer ministro Conde de Romanones, quien en 1914 se preocupó de este edificio declarándole Monumento Nacional y rescatándole de una inminente ruina. También hizo, en 1902, y por encargo del Ministro de Fomento Conde de Romanones, la restauración del antiguo palacio de don Antonio de Mendoza y Convento de la Piedad, para ser acondicionado como Instituto de Enseñanza Media. En él amplió con una nave que hoy corre a todo lo largo de la calle del cronista Juan Catalina las dependencias destinadas a Instituto, modificando la fachada del antiguo palacio quitándola el frontón triangular e insertando en su lugar un balcón sin gracia. Puso en la planta baja del patio un gran zócalo de azulejería sevillana, lo mismo que en la escalera principal. Se ocupó además, a principios de este siglo, de mejorar y adecentar la fachada y entorno del palacio del Infantado, colocando una gran verja de hierro delante del mismo, y rehaciendo los edificios que por poniente y norte le bordean.

Murió en 1923. Su huella genial quedó entre nosotros, y hoy puede Guadalajara enorgullecerse de contar con la obra mejor de este mago de la arquitectura finisecular.

El profesor Baldellou, tras su alocución inicial, pidió para Velázquez el merecido recuerdo que la ciudad le debe, y que debería concretarse en la dedicación de una calle, pues su monumental trabajo configuró en buena forma la silueta de Guadalajara, y le entregó un aire pleno de luminosidad, de color y de encanto que no debería nunca, bajo ningún concepto, perderse.

En la posterior polémica abierta en torno al proyecto existente de construir 400 chalets en torno al Panteón, y abrir un parque delante del mismo con el traslado de la verja monumental desde el parque de San Roque hasta unos metros delante de la fachada del referido Panteón, el profesor Baldellou se mostró totalmente en contra del mismo, y esbozó en ese momento algunos datos hasta ahora inéditos sobre el sentido de conjunto de este grupo de edificios: en los escritos de Velázquez que él personalmente acaba de descubrir, y que piensa próximamente publicar, se hace alusión al sentido SAGRADO de la construcción y de su orientación, que hasta ahora aparecía realmente paradójica, expresando su creencia de que todo en ese conjunto está puesto con un sentido simbólico, tanto la falta de axialidad uniforme, con visiones en escorzo y perspectivas variadas de los diversos elementos, como el hecho de orientar al norte la puerta del templo y por supuesto los cambios de orientación de comitiva fúnebre y altares de la iglesia y la cripta. Insistió, muy razonadamente, en su postura contraria a introducir cambios en la situación de los elementos del conjunto, que fueron diseñados con unos planteamientos cultos (en un ámbito paleo‑cristiano de elementos girados y distraídos de un eje) que ahora no pueden desmontarse en aras del crecimiento de una ciudad que, como Guadalajara, es pequeño y tiene multitud de lugares por donde crecer cómodamente, sin tener que agredir un conjunto monumental que es su más señalado patrimonio artístico, y de cuya agresión sería muy difícil volver a enmendar más adelante.

La figura de Velázquez Bosco, en cualquier caso, quedó suficientemente resaltada y puesta en valor como la de uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XIX, que en Guadalajara dejó grabada su más elevada inspiración constructiva.