Por los caminos de la Sierra: El monasterio cisterciense de Bonaval

viernes, 5 febrero 1993 0 Por Herrera Casado

 

Una vez más hemos emprendido el camino que serpentea, entre los robles ahora secos y tristemudos, desde Retiendas hasta Bonaval. Ha hecho tanto frío durante la noche quieta, que las orillas del arroyo se han helado. El sol, tímido de nieblas, le echa unas sonrisas a las altas cimas (el Cerbunal, el Ocejón) que parecen dioses sin corona.

Hay que saborear, en silencio y soledad, estas huellas del pretérito de nuestra tierra. Del antiguo monasterio cisterciense de Bonaval quedan hoy unas escasas ruinas. Pero la belleza del paraje en que están situadas, lo grandioso de su enmarcado y el lenguaje plenamente medieval que sus formas expresan todavía, merecen ser tenidas en cuenta en esta hora de reflexión (siempre cerca de mí «la funesta manía de pensar») sobre lo que fueron brillos y hoy son ruinas, abandonadas y olvidadas ruinas.

Se encuentra esta antigua abadía en el término de Retiendas, en la serranía del Ocejón, provincia de Guadalajara. Hasta allí se llega tomando la carretera que sale a la izquierda de la que desde Guadalajara y Humanes sube a Tamajón. Del referido pueblo de Retiendas nace un carril, hoy asfaltado, hacia la presa de El Vado, y a unos doscientos metros del pueblo sale un camino a la izquierda, que lleva directamente, tras media hora de andadura, hasta las ruinas de este cenobio medieval.

Fue fundado por el rey Alfonso VIII de Castilla, en 1164, para los monjes cistercienses, y en 1175 vemos ya confirmado definitivamente en su posesión a su primer abad don Nuño y a los monjes que vinieron de Valbuena, en Palencia. Les dió un ancho territorio para que vivieran de sus productos, y los reyes sucesivos lo fueron confirmando. Como lugar muy aislado, paulatinamente fue perdiendo su importancia, hasta quedar como residencia de monjes ancianos. En 1821 fue deshabitado, pasando sus ocupantes a Toledo. Más de 650 años estuvieron poblando Bonaval los monjes blancos. Lo que ahora puede el visitante contemplar es su situación en lo hondo de un estrecho valle poblado de árboles (robles añejos y encinas con sus criaturas circundantes, los rebollos y las carrascas, y algún álamo copudo y blanco), cerca de su desembocadura en otro valle más ancho, el del Jarama.

La estructura del templo y monasterio es muy característica de los modos cistercienses de construcción en el siglo XII o comienzos del XIII. La forma actual del templo ofrece unas dimensiones similares de anchura y longitud, y posee todos los rasgos propios de esa arquitectura cisterciense, importada de Centroeuropa, que tanto auge tuvo en los siglos de la Edad Media.

De sus tres naves, sólo queda cubierta la de la epístola. La central es más alta que las laterales, y se separa de ella por medio de pilares de planta octogonal en los que se apoyan los arcos formeros, dobles y apuntados, sobre los que reposaban las bóvedas, de tipo nervado, de medio punto, que descansaban sobre adosadas columnillas a los pilares.

Las tres capillas de la cabecera, o triple ábside, comunicadas entre sí por pequeñas puertas abiertas en el fuerte muro, se conservan bastante bien, y están cubiertas de sus primitivas cúpulas nervadas. A la capilla principal se accede por medio de un gran arco triunfal, que da paso a un presbiterio recto cubierto por bóveda sustentada de dos nervios de medio punto, y rematado en el ábside de tres lados rectos cubierto asímismo de bóveda poligonal iluminado por tres ventanas muy alargadas y estrechas. Adosada a la capilla del Evangelio, se encuentra la sacristía, quizás la más antigua de las edificaciones de este monasterio, de encañonada bóveda semicircular. Se abre a sus pies un sencillo hueco de arco sin moldurar que daba paso al antiguo claustro. En lo que fué el crucero, se abre una escalerilla que asciende, embutida en la torre, hasta la terraza de la misma. En el interior del templo, se ven numerosos capiteles de bella decoración foliácea, rematando las columnillas que se adosan a los pilares y a los muros del templo.

Al exterior, en el paramento meridional, se abre la puerta del templo, de estilo netamente cisterciense, con apuntado arco cargado de archivoltas, adornadas al exterior de una moldura de puntas de diamante,  que a su vez descansan en sendos capiteles foliados, y estos rematan a cuatro pares de columnas. Sobre ella, y ligeramente descentrada, aparece una elegante ventana de estilo de transición. Junto a la puerta, se levanta la torre rematada en almenas.

El aspecto de los tres ábsides en la cabecera del templo es magnífico. En ellos se abren grandes y estilizados ventanales de arco apuntado, con finísimas columnas que sostienen mínimos capiteles, y una cinta de puntas de diamante bordeando el conjunto. Rodeando a la iglesia por occidente y norte, se ven los altos muros, derruidos y sin interés, de lo que fué el convento. Hoy es, como ayer y hace ya más de siglo y medio, un entorno de paz y belleza, apenas roto en verano por los excursionistas. La Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha anunció hace tiempo la puesta en marcha de un «taller de restauración» integral que actuaría sobre la ruina de Bonaval, con el objetivo de limpiar su entorno, acondicionarlo y rescatarlo de la progresiva ruina y rapiña. La cosa quedó, como tantas otras que el viento lleva y la desmemoriada masa olvida, en la nada. El viaje hasta el entorno, medieval y silencioso, de Bonaval, es en cualquier caso algo que merece hacerse cuanto antes. Mejor ahora, en una mañana limpia y brillante de escarchas de este invierno que se deshace en soles. Antes de que lleguen las motorizadas huestes de excursionistas a ponerle ruidos de casette y cáscaras de naranja.