Danzas y milagros en la Virgen de la Hoz

viernes, 12 junio 1992 0 Por Herrera Casado

 

El pasado domingo, en una jornada de primavera verde y húmeda, se celebró en Molina la tradicional fiesta en honor de la Patrona del Señorío, la Virgen de la Hoz. Era la jornada dedicada a representar la Loa de la Virgen, un auto sacramental antiguo y colorista que año tras año viene repitiéndose desde su rescate para el Domingo de Pentecostés.

Mucho público por la carretera que desde Molina va al Santuario de la Virgen de la Hoz, incrustado en lo más estrecho del desfiladero del río Gallo, en un paisaje que por más veces que se vea, siempre parece grandioso y vivo. Gentes devotas, patrióticas, sinceras… gentes como las de Molina, que sienten en las entrañas el amor a su tierra, a su Virgen, a sus tradiciones.

La representación, extraordinaria. El encuentro en lucha del Bien y el Mal, personificados en este auto sacramental por unos diablos y un ángel que pelean con espadas y con razones, mientras los pobres humanos (el mayoral y el zagal, el peregrino y el zamorano) asisten atónitos y sufridos a la lucha, quedó de maravilla. Después vienen las danzas de palos y espadas, la danza final de la cadena, y el remate con la torre humana en la que un niño vestido de angelito proclama a los cuatro vientos la grandeza de la Virgen.

Ayer, sin embargo, la jornada fue muy especial. Porque a la tradicional romería, a la fiesta vibrante de la Loa, a las comidas campestres, se sumaron los actos religiosos que celebraban la inauguración de las obras realizadas en el Santuario, que se han venido desarrollando a lo largo de todo el pasado año, sufragadas con las aportaciones económicas de los molineses amantes de su Virgen Patrona, y del santuario que la alberga. El párroco molinés encargado de esta capilla roquera me lo enseñaba entusiasmado.

El aspecto externo, como siempre de película, ha quedado tal cual era: las escaleras escoltadas por la roca, cubierto todo de hiedra y parras, llevan hasta la portada gótica con el escudo de los Burgos. El verso de Suárez de Puga, dedicado «a esta parra» sigue asombrando con su firmeza y melodía a cuantos lo leen. El interior, sin embargo, ha recibido una limpieza, ampliación y cuidado que sorprende a todos: a quien no lo hubiera visto antes, y a cuantos muchas veces (como me ocurría a mí) había penetrado en su oscuro ámbito a sentir la voz de la Madre de Dios entre la firme dureza de la roca.

Se han limpiado todos los muros, se ha dejado limpia la roca que hace de pared por el norte al templo, se ha iluminado el recinto y se han restaurado los retablos, quedando todo limpio y elegante, sin perder la sencillez y el humano volumen de lo que siempre fue. Aún quedan por terminar las obras del camarín de la Virgen, y la instalación de la fantástica colección de ex‑votos antiguos y originales como en pocos sitios pueden verse. Pero eso llegará enseguida, con la aportación segura de los fieles y amigos de esta Virgen milagrosa y este santuario inigualable.

Entre el bullicio de la fiesta y la maravilla natural del sitio, que el domingo pasado estaba más hermoso que nunca, fresco y brillante tras las lluvias de primavera, yo recordaba la leyenda de la aparición de la Virgen. Aquella singular y mágica andanza del vaquero de Ventosa al que se le perdió una vaca y buscándola se le hizo de noche entre las espesuras montuosas de la orilla del Gallo. Presa del miedo, acudió mentalmente a la Virgen, y sorprendido vio enseguida a la vaca, escondida en un lugar casi inaccesible. Cuando subió a por ella, encontró que aun más arriba una luz extraña iluminaba el bosque y la rojiza roca: sobre un pedestal de piedra estaba brillante una imagen en madera de la Virgen. Los pueblos de Ventosa y Corduente, y la capitana villa de Molina se disputaron el honor de tener la imagen recién aparecida. Tras diversas peripecias, el santuario se construyó en el término de Ventosa, en la orilla del río Gallo, pegado y aún refugiado en la propia roca arenisca. Y allí, en un reducido espacio sagrado, ahora remozado y hermoso como cuando en la Edad Media se construyera por primera vez, quedó la Virgen de la Hoz llamada, a la que todos los hombres y mujeres que son de Molina llevan en la frente y en el corazón como un talismán, y como un premio.

Eso se pudo comprobar el pasado domingo, en la animada romería celebrada, en torno a este santuario mariano que puede presumir de ser, sin duda alguna, el más hermoso de todos cuantos en la provincia de Guadalajara, y muy posiblemente en la Comunidad Autónoma entera, existen. El sitio, aunque no esté de fiesta, bien merece un viaje. Ahora con su pequeña hospedería, su casa de comidas, sus aparcamientos, y sus lugares para la merienda entre los árboles, le convierten en una meta segura y obligada de cuantos hacen turismo provincial y no quieren perderse ni una sola de las cosas hermosas que tiene nuestra tierra de Guadalajara.