El Palacio Ducal de Pastrana

viernes, 6 marzo 1992 0 Por Herrera Casado

 

Ya lo hemos repetido algunas veces: es este el «año de Pastrana», y estamos seguros de que los diversos acontecimientos que en la alcarreña villa se han de celebrar van a catapultarla a la fama que merece y que hasta ahora parece habérsele negado, quizás por la falta de promoción que ha tenido. El Cuarto Centenario de la Princesa de Eboli, su figura más universal; la Décima Feria Apícola Regional, llena de animación y colorido; el Congreso Internacional sobre «Caminería Hispánica» en el mes de julio, y sobre todo la siempre cierta belleza de su entorno, harán de Pastrana este año meta segura de muchos viajeros.

Para empezar degustando su rico patrimonio, y saber algo más en profundidad de su silueta magnífica, recordaremos hoy lo relativo al primero de los monumentos con que se encuentra el viajero al llegar a su parda esencia.  

Presidiendo por su costado norte la plaza de la Hora, la plaza mayor de Pastrana, se encuentra el Palacio Ducal, monumental construcción que erigieron en la primera mitad del siglo XVI los señores de la villa, como expresión clara de su poder y su preeminencia sobre el resto de la población.

Las fechas de su construcción van del año 1545 al 1580. Desde el primer momento surgieron problemas entre la señora de Pastrana, doña Ana de la Cerda, y el Concejo y pobladores de la villa, por cuanto éstos argüían que, conforme a las normas reales y a la tradición, estaba prohibido construir castillo ó casa‑fuerte junto a las murallas de una villa. Ella consideraba su construcción como palacio, y así fue que, aunque muy contestado, y con la constante oposición de la ciudadanía, doña Ana levantó su residencia junto a la muralla pastranera, y posteriormente le abrió una amplia plaza de armas delantera, la que hoy llamamos «Plaza de la Hora».

El arquitecto diseñador de este palacio fue muy posiblemente Alonso de Covarrubias. El estilo de su portada, que reproduce simplificada la del Alcázar toledano, así nos lo permite sospechar. En cualquier caso, las fechas de su construcción coinciden con los años en que el artista y arquitecto toledano aun optaba por este tipo de construcción cerrada, casi medieval, con algunos detalles de Renacimiento puro, como sería la portada principal, la decoración plateresca de los salones y el patio central que, si fue diseñado, nunca llegó a construirse. El maestro de obras que se encargó de su construcción directa, fue Pedro de Medina ayudado de Francisco Aragonés y el montañés Pedro Muñoz.

Este palacio no fue nunca concluido. Su cuerpo principal, torres, decoración interior y jardín posterior, se hicieron en vida de la primera señora de Pastrana, Ana de la Cerda. Tanto su hijo don Gaspar Gastón de la Cerda como sus sucesores en el señorío, los Silva y Mendoza, no hicieron sino mantenerlo y habitarlo por temporadas. En él se hizo el recibimiento, en 1569, a Santa Teresa de Jesús, cuando vino a Pastrana a fundar sus conventos, y en él estuvo, en la torre de levante, retenida y prisionera la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, entre 1581 y 1592, por orden de Felipe II. Sus hijos y nietos ocuparon en alguna otra ocasión los salones de palacio, pero muy circunstancialmente.

A la muerte de una de las duquesas de Pastrana, en el siglo XVIII, el palacio pasó, por disposición testamentaria, a ser propiedad de la Compañía de Jesús, que para nada se ocupó del edificio, metiendo en él a realquilados y compartimentándolo para viviendas. Posteriormente, tras la expulsión de los jesuitas, el edificio pasó a la Mitra de Toledo, en cuya archidiócesis estuvo incluida Pastrana durante muchos siglos, y en 1956, pasó a la Mitra de Sigüenza, por la reorganización de las diócesis españolas. En los últimos años, un proceso de restauración extraordinariamente lento está consolidando muros, mejorando cubiertas y adecentando el patio, sin llegar a poner definitivamente en valor al edificio, y darle un destino comunitario y noble como merece.

De planta cuadrada, ofrece al estilo clásico un patio central rodeado de edificaciones, con otro amplio patio o jardín escalonado en la parte posterior. La fachada principal se abre al sur, presidiendo la gran plaza de armas ó Plaza de la Hora. Consta de un paramento hermético, de sillería tallada en piedra de tono dorado, con escasos vanos. En su centro, la portada principal, único acceso, que consta de un arco semicircular escoltado de sendas columnas exentas apoyadas en altos pedestales, y rematadas en capiteles corintios que sujetan un entablamento ó arquitrabe en el que se lee la leyenda DE MENDOÇA I DE LA CERDA. Un par de medallones circulares con bustos clásicos ocupan las enjutas. Se trata, evidentemente, de un elemento plenamente renacentista y de raigambre serliana. Años después de su construcción, se abrió un amplio balcón con barandilla de hierro forjado, muy volada, justo sobre la puerta, que resultó dañada en su estructura superior, y muy afeada en su aspecto. Así quedó para siempre.

En el interior, y tras atravesar el amplio vestíbulo, se encuentra el patio, también de planta cuadrada, que si fue proyectado por Covarrubias con arquería, piso alto, ornamentación clásica, etc., nunca llegó a construirse, por lo que quedó con las paredes de las estancias al descubierto, abriéndose en ellas algunos vanos simples. Hoy ha recibido una restauración de corte absolutamente moderno, a cargo del arquitecto Merino de Cáceres, con columnata de estructura metálica, que de una forma muy simple crea galería alta descubierta, y sirve de contrapunto a la tradicional estampa de mole pétrea que presentaba el palacio. Es una restauración‑invención que no debería haberse hecho, dedicando los dineros que ha costado a poner de una vez en valor y uso el resto del palacio.

Del interior, lo único destacable son los salones principales de la primera planta, los que dan a la plaza en su fachada principal. Existen tres grandes salones rectangulares, mayor el central, y uno estrecho y cuadrado que clásicamente se denominó como capilla. En todos ellos aparecen unos extraordinarios artesonados de estilo renacentista, de madera tallada, con casetones y frisos en los que se derrama toda la imaginación y el buen gusto de los tallistas de la primera mitad del siglo XVI. Sus autores más probables fueron los alarifes madrileños Justo de Vega y Cristóbal de Nieva. En el artesonado de la denominada capilla, de forma muy especial, se ven estructuras y ornamentos de tendencia mudéjar. Todo ello en el estilo de la época en que fueron construidos.

La habitación que ocupa, en primera planta, la torre de levante, fue en la que recluyó Felipe II a la princesa de Éboli en 1580. Allí la dejó 11 años, tabicada de modo que sólo podía llegarle el alimento a través de un hueco hecho en el muro. Al exterior de su ventanal, al que sólo podía asomarse una hora al día (de ahí el nombre de la plaza) se ve una gran reja renacentista de hierro forjado, cuyo autor documentado fue Tilyman Dieste. Tras ella murió, el 2 de febrero de 1592, doña Ana de Mendoza, la triste y hermosa Princesa de Éboli que aquí evocamos.