En 1991 se debiera haber celebrado el Quinto Centenario de Luís de Lucena

viernes, 13 diciembre 1991 0 Por Herrera Casado

 

Aunque no andamos muy sobrados de acontecimientos culturales, y al paso que vamos (con la penuria económica que al parecer aflige a organismos tales como Diputación y Provincial y Ayuntamiento capitalino, progresivamente vacías sus arcas para los menesteres culturales) cada vez serán menos cosas las que se celebren, no habría estado de más haber conmemorado de alguna manera el señalado aniversario que correspondía a una de nuestras más singulares figuras históricas: la de Luis de Lucena, médico, humanista y arqueólogo renacentista, de animada biografía y geniales obras que, afortunadamente, han perdurado hasta llegar a celebrar, ellas solitas, con su perfil mudéjar y su colorada sonrisa de ladrillo, el Quinto Centenario del nacimiento de su diseñador y patrocinante.

Afortunadamente, al final ha habido una institución guadalajareña que sí ha sido sensible a lo que significa un aniversario de tanta monta, y así el Colegio Oficial de Arquitectos (la Delegación de Guadalajara más concretamente), que ahora preside don Jaime de Grandes Pascual, ha estado, lo va a estar en los próximos días, en el primer plano de esta conmemoración obligada, patrocinando la edición de un libro que trata, monográfica pero muy ampliamente, de la figura de este ilustre arriacense y de su obra máxima, la Capilla dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles que hoy forma, en la cuesta de San Miguel, entre lo más destacado del patrimonio artístico de nuestra ciudad.

Luís de Lucena nació aquí, en 1491, en el seno de una familia donde abundaban los rastros judíos, y junto a otros hermanos (unos dedicados a la clerecía, otros a la medicina) de sospechosa actividad intelectual (hay ocasiones en España, por desgracia demasiadas, en las que el pensar por cuenta propia se hace peligroso y molesto para las autoridades) dio tono y alegría a la Guadalajara que despuntaba a un Renacimiento puro, luego glorioso y pintado con los colores mendocinos.

Luis de Lucena estudió Medicina en Montpellier, y actuó como profesional en Toulouse, donde escribió un libro con remedios para la peste. En España viajó y buscó restos romanos, dejando también escrito un libro con sus hallazgos. Y en esta ciudad que le vio nacer diseñó una obra extraordinaria que quiso sirviera para varias cosas: de un lado, para dotar a las gentes de Guadalajara de un nuevo lugar de piedad; de otro, un ámbito para ser enterrados todos los miembros de su numerosa familia que fueran falleciendo, incluso él mismo cuando le llegara la hora de la muerte (esa cosa que, por definición, le pasa siempre a los demás, nunca a uno mismo); y finalmente, como tercer objetivo de su empresa, la posibilidad de referir, trasladas en pinturas, las teorías promovidas por Erasmo de Rótterdam sobre la posibilidad de salvación exclusivamente a través de la figura de Cristo: escenas de la Biblia, imágenes de Sibilas, de Profetas y de Virtudes, pintadas todas por el florentino Rómulo Cincinato, pueblan de colores y formas las techumbres de esta maravillosa capilla (hoy, todavía, cerrada al público y en un estado de abandono tan lastimoso que, si no se remedia en un plazo breve de tiempo, nos obligará a pedir públicamente alguna que otra dimisión).

Luis de Lucena, tras haber dejado en Guadalajara su huella de humanista y literato, hubo de marchar a Italia. Nadie ha dicho que lo hiciera forzado. Solamente que se fué. Y allí sirvió como médico en la Corte Vaticana, asistiendo a todas las grandes Academias de científicos, de pensadores, de filósofos y artistas de la ciudad del Tíber. Pero la fecha en que se va, aproximadamente 1525, es la que vio desatarse la caja de los truenos en el Arzobispado de Toledo contra los erasmistas y sus consecuentes sectas de alumbrados, iluministas, quietistas, etc, que de forma tan honda habían cuajado (si no nacido) en Guadalajara y su tierra. Ese detalle, y la interpretación netamente erasmista de sus pinturas, nos han obligado, ya hace tiempo, a plantear la figura de Lucena como la de un reformador religioso (no un luterano, ojo), y su marcha a Roma como la de una auténtica huída o exilio no del todo voluntario. Murió finalmente, en la Ciudad Eterna, el año 1552, estando sepultado en la iglesia de Nuestra Señora del Pópulo.

Estas breves líneas han querido ser un homenaje personal, mínimo por ello, a la figura de este paisano tan ilustre. En momento tan señalado, creo, como el quinto centenario de su nacimiento. Aunque entre nosotros existen instituciones culturales que deberían haber conmemorado como se merece este acontecimiento, nada se ha hecho. Quizás por considerarlo demasiado «elitista» unas, o por simple ignorancia de la cuestión otras. El caso es que, en el último momento, Luis de Lucena tendrá su cumplido recuerdo y homenaje, quinientos años después de haber nacido, por parte de una corporación de profesionales que, herederos suyos en buena parte, tratan siempre de hacer más bella la ciudad en la que viven. Los Arquitectos de Guadalajara, a través de su Colegio Oficial, y presididos en esta ocasión por Jaime de Grandes, al tiempo que inauguran su nueva sede el próximo día 19 de diciembre, presentarán un libro titulado «La Capilla de Luis de Lucena» en el que se recogen con pormenor los avatares vitales de este personaje, y el análisis meticuloso de la capilla que lleva su nombre. Un aplauso para ellos, y nuestro recuerdo, ‑espero que también el de bastantes de mis paisanos‑ para la figura de este genial antepasado que fué Luis de Lucena.