El viaje a Colombia. En el universo verdes de los taironas

viernes, 1 noviembre 1991 0 Por Herrera Casado

 

Entre las múltiples maravillas que encierra Colombia, y que ofrece al viajero del mundo, están sobre todas las paisajísticas, que al norte del país pueden concretarse en dos elementos muy definidos: de un lado la costa caribeña, con sus múltiples playas de fina arena y verdes aguas, y de otro el gran bloque montañoso de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el que sobre las abruptas laderas de altísimas montañas que se elevan a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar, aparece una vegetación exuberante y selvática.

De las playas resultan inolvidables sus perspectivas de cocoteros al borde del agua, sus blancas arenas formadas por siglos de erosión sobre las conchas y moluscos, y el agradable nivel termométrico de sus aguas. Hay una especialmente sugestiva próxima a Santa Marta: la Playa Concha, a la que el calificativo de paradisíaco no le sobra en absoluto. En la montaña, más fresca y llevadera, se alzan y extienden hasta el infinito los bosques con árboles gigantescos, antiguos y venerables, que esconden entre sus enramadas los restos de antiguas civilizaciones.

Esta es otra más de las posibilidades turísticas de la Colombia caribeña: el viaje a la precolombina sede de los «taironas», un pueblo sabio y culto como los aztecas, los mayas o los incas, que todavía hoy se encuentra poco y mal estudiado, aunque el futuro reserva grandes sorpresas para cuantos se lancen a la aventura de estudiarlo.

La cultura tairona se extendió fundamentalmente en el seno de la Sierra Nevada de Santa Marta, ocupando sus ciudades, de las que hasta ahora se han encontrado unas 250 bien individualizadas, las abruptas laderas boscosas de esa gran cordillera caribeña. Surgieron como cultura propia y definida entre el 500 y el 700 después de Cristo, y alcanzaban su máximo esplendor en el momento de la arribada de los españoles.

A partir de 1501 se emprendió la conquista del territorio de los «taironas» por parte de Rodrigo de Bastidas. Se ha calculado que en ese momento existían unos 500.000 individuos. A la largo del siglo XVI, y tras cruentas campañas de asedio, fueron disminuyendo en número y potencia. En 1604 culminó el dominio español, a cargo del gobernador Juan Guiral Velón.

Lo más interesante de esta cultura precolombina de las selvas ecuatoriales, fué sin duda la «trama de ciudades, caminos y puentes» que supieron crear para hacer habitable un mundo complejo e inhóspito. Además supieron labrar con arte el barro, la piedra y los metales, como lo demuestran infinidad de muestras de orfebrería y cerámica que hoy se encuentran depositadas en el Museo del Oro de Santa Fe de Bogotá. Pero lo realmente interesante de este pueblo es su modo de vida, su urbanismo y sistema de comunicaciones.

Así, en los últimos quince años se han realizado intensas exploraciones arqueológicas a través de la Sierra Nevada de Santa Marta, llegando a localizar 250 poblados. De ellos, los más importantes aparecen en pleno corazón de la Sierra, en altitudes superiores a los 3.000 metros. Son concretamente el Alto de Mira, que ofrece más de 80 terrazas; el enclave de Tigres, con 50 terrazas, y la Ciudad Perdida, extraordinario conjunto urbano que define a la perfección lo que sabían hacer los «taironas»: el 40% de esta ciudad, colgada de los empinados cerros verdes, eran espacios públicos, por lo que se ha supuesto que sería la capital del territorio. En ella se ven 9 sectores distintos, con diferentes características organizativas y formales. En ella vivían de 1.400 a 3.000 personas en la época de su mayor poblamiento. Un antiguo cronista hispano decía de este lugar que «las más de mil casas grandes que había, en cada una vivía una parentela», por lo que quizás ese cálculo se haya quedado corto.

En cualquier caso, la Ciudad Perdida de los «taironas» es un lugar que está llamado a ser otro de los grandes atractivos de la arqueología precolombina americana. Tanto como Teotihuacán, el Machu‑Pichu o Palenque, en este lugar el viajero que consiga llegar (ahora son tres días de camino a pie por selvas muy empinadas y difíciles) podrá admirar la grandiosidad humana en punto a dominar el terreno y hacerlo habitable. Múltiples terrazas de perímetro curvo, unidas por escaleras de lajas, pasadizos, estancias en su derredor, etc., conformaban un enclave de fábula y misterio. Esta Ciudad Perdida fué encontrada hace 15 años por un grupo de arqueólogos‑exploradores, y actualmente requiere un permiso formal del Gobierno Colombiano para visitarla, pues se continúan a buen ritmo las excavaciones, con productivos resultados.

En la costa de Santa Marta, junto al Parque Nacional de Tairona, también pueden visitarse lugares como Pueblito y Chenge. Cerca se supone que estaba otra gran ciudad, Bonda, que aún está por descubrir.

Otra curiosidad para el viajero que se anime a llegar a estas costas caribeñas de la nación colombiana, y afrontar en ellas los todavía notorias carencias de comunicaciones y alojamientos que de cara al turismo existen, es la posibilidad de contactar en directo con el pueblo aborigen de los kogi, que habitan en un estado totalmente primitivo en la vertiente norte de la sierra, o de los sanká e ijkas, concentrados en la suroriental, y que en total no sobrepasan los 25.000 individuos, que mantienen intactas sus formas de vida, urbanismo en cabañas, vestimenta de tejidos naturales, etc., como hace quinientos años. A veces se les ve caminando por las calles de Santa Marta, pues subir hasta sus poblados es tarea de aventureros con tiempo y ganas.

En cualquier caso, es esta una faceta del turismo en Colombia que bien puede ser tenida en cuenta por quienes quieren hacer de un viaje de vacaciones, toda una aventura de emociones y riesgos. En este lugar tan hermoso y remoto está garantizada la posibilidad para la sorpresa, para la búsqueda de ciudades ocultas, para la entrevista con indígenas que parecen haber salido, como todo en Colombia, de un sueño.