Iznaola, el pintor de Pastrana

viernes, 11 octubre 1991 0 Por Herrera Casado

 

Si tiene cada mujer su amador, y cada ciudad su apasionado dibujante, a Pastrana le ha correspondido la serena fiebre de Carlos Iznaola como notario gráfico de todas sus maravillas, de todos sus ángulos múltiples, de sus panorámicas increíbles y hermosas. Sigüenza encontró en Fermín Santos su cronista gráfico, Guadalajara a Gil Senovilla, a Fortea y a Alvarez, mientras la Alcarria se dejaba retratar tan a gusto por Campoamor y Burgos, y Molina se encontraba a sí misma en los perfiles de María Jesús Mielgo. Pastrana, que a todos acoge y a cuantos en ella se fijan derrama ofertas de luz y claroscuro, reservó sus más bellas poses para Carlos Iznaola, el hombre que durante muchos años ha fraguado, con silencio y esfuerzo, un amor único de líneas y colores por esta villa alcarreña que nunca cansa.

Pastrana e Iznaola son uña y carne. Dos entes que no pueden separarse. Su palabra, dicha al sol del verano y al viento de los otoños, mezclada al concreto dibujo de sus rincones hacen símil con un recitativo de ópera, con un canto cósmico que embarga a quien lo escucha.

Iznaola y Pastrana se necesitan mutuamente. Ya no se concibe el uno sin la otra. La ciudad revive en sus acuarelas, en la pausada somnolencia de sus pinceles. Crece de nuevo, se hace otra. El pintor, a su vez, tiene en las esquinas, en las calles y en los monumentos de la alcarreña villa sus motivos más seguros, los que nunca le hacen temblar, los que siempre responden.

En los dibujos al carboncillo, en los guaches, las acuarelas y las tintas de Carlos Iznaola, Pastrana se esmera y surge con todo su encanto. El propio y el que añade el artista al recrearla. Las frescas y empinadas callejas del antiguo burgo calatravo se hacen como livianas y transparentes: ahí vemos la planta elegante y ancestral de la cuesta de la Castellana, por donde arribaban al corazón de la villa ducal las caravanas de moriscos que subían desde la Pangía al Albaicín. O ese ámbito cuajado del fragor popular de silleros y lañadores que es la calle del general Cayuela, sus muros ocupados por los orondos portalones de las viviendas de los labradores acomodados, felices con sus destinos, llenas sus vidas de ritos, de alegrías familiares, de soportables desdichas anunciadas.

Muchos años lleva Carlos Iznaola, desde su otero urbano de la calle mayor pastranera, viendo pasar la luz y las sombras sobre la ducal villa alcarreña. Más de veinticinco. Pero como recién llegado. Porque ‑me ha dicho en secreto‑ que cada día se le aparece nueva, y disfruta como un niño con el paseo, con el apunte, con la terquedad del artista que persigue crear cada vez su mejor obra. Pastrana está feliz de tenerle, y él se sabe eterno estando allí. Creo que es una fortuna para todos, para Pastrana, para la Alcarria, para los pastraneros y los alcarreños todos, que Carlos Iznaola siga teniendo a esta villa de nuestra entrañable geografía provincial como su dama soñada y preferida. A pesar de que, por mor de la costumbre, ya muchos se han hecho a esa simbiosis perfecta. Pero no por ello debe ser silenciado este maridaje, esta unión de amor y arte que forman Pastrana y Carlos Iznaola. Una pasión que disfrutamos todos. Y si no, ahí está ‑ junto a estas líneas‑ la muestra más clara. Sus dibujos.