La Puerta, el románico que vuelve

viernes, 26 julio 1991 0 Por Herrera Casado

 

No hay nada comparable a recorrer la provincia en busca de viejos edificios románicos. Sendear la tierra, llegar a las plazas, otear el horizonte de tejados y espadañas, y alcanzar la mole pétrea del templo, generalmente cerrado y silencioso, pero otras veces cuajado de sonrisas que esperan. En este verano de canícula impía cualquier lector puede repetir el viaje que yo hice en el invierno, y que trataba de llegar hasta el enclave de La Puerta, en el fondo de la calle riente y verde del arroyo Solana, y allí contemplar y gozar con las formas y los silencios de la iglesia parroquial.

Aunque en las fotografías adjuntas ya se aprecian algunas perspectivas de la obra, no estará de mal recordarla aquí. Y valorar sus detalles. Incluso acentuar aquello que no está a la vista simple, que hay que buscar para llenar de gozo el viaje. Porque en el exterior, el templo de la puerta apenas tiene méritos, y menos románicos. Al oeste se alza la espadaña, moderna del siglo XVII, sin estilo definido: es la espadaña para las campanas, como las hay a cientos. La fachada del mediodía, la que ilumina el sol más horas al día, tampoco tiene nada de especial. Se puso nueva, cubriendo la primitiva fachada, en el siglo XVI, y solo ofrece una pequeña puertecilla que da acceso al atrio cerrado en el que, ahí sí de verdad, surge la portada antigua.

Todavía al exterior, son de destacar la serie de canecillos que cuelgan del alero de ese muro meridional, trasladados allí desde el primitivo alero que se quitó al ensanchar la iglesia en el siglo XVI. Hay en ese grupo de sonrientes cabecillas todo el simplismo y la fuerza ingenua de la escultura medieval. Son animales, cabezas humanas, algún vegetal, lo que nos grita desde su altura. Una galería perfecta de formas y escorzos.

Finalmente, rematando el templo por levante, el ábside, de planta netamente semicircular, alargada por el presbiterio, con ventanillas aspilleradas, y modillones simples, en una postura que reúne todos los aditamentos para decir de ella que es la perfecta forma románica.

Al interior, presbiterio y ábside están cubiertos de bóvedas de recia sillería, pálida por ser caliza, y solemne, como todo lo hecho en piedra. La entrada al presbiterio se forma de un arco triunfal muy alto y valiente. Sobre él hubo, en los primeros tiempos, una espadaña que (como ocurre aún en Hontoba, y ocurrió en La Golosa, en el término de Berninches) se apoyaba en ese gran arco y surgía encima del templo.

A la iglesia se penetra por una portalada netamente románica, abierta en el muro sur. Sin duda, la pieza mas hermosa del edificio, y que bien merece su admiración detenida. Hay que pedir la llave a quienes la tienen, para penetrar desde el exterior al atrio en el que, resguardada del sol y la lluvia, se mantiene como nueva después de siete largos siglos. Se trata de un ejemplar abocinado, formado por cinco arquivoltas semicirculares, adornadas la más interna con un dintel curvo y liso; la segunda y tercera con baquetones en zig‑zag que abrazan a un gran cordón continuo; la cuarta presenta una serie de cordones unidos por escocias, boceles y biseles, siendo la quinta la más voluminosa, adornada también por un baquetón zigzagueante. Por fuera corre una cenefa cuajada de puntas de diamante.

Todas estas arquivoltas apoyan a su vez sobre laterales columnas, cinco a cada lado del vano de la puerta, y coronada cada una por su correspondiente capitel, en los que lucen motivos florales, vegetales y aun zoomórficos, con elementos del bestiario medieval. Realmente es una sorpresa entrar en este estrecho atrio, y encontrarlo ocupado en todo el muro del fondo por esta notable portada románica, que parece de gran iglesia ciudadana más que de templo aldeano.

Hubiera sido una posibilidad, a la hora de restaurarla, como se ha hecho recientemente, dejar esta portada vista al exterior. Para ello hubiera habido que eliminar los dos cuartos que se construyeron en el siglo XVI a sus lados, y que en el más oriental está ocupado por la capilla de la Virgen de los Dolores, con cierto interés monumental, y sobre todo sentimental para los habitantes del pueblo. Por ello se comprende la imposibilidad de haber realizado esta medida restauradora ideal. Sin embargo, los muros del templo han quedado totalmente limpios, el ábside luce en su auténtica belleza, y la imagen del templo ha ganado en pureza y dimensiones.

Es, en definitiva, un lugar ideal donde acercarse cualquier fin de semana a gozar, de una parte, del clima ideal y de los paisajes cuajados de vegetación que en el valle de Solana se encuentran. Y, por otra, a contemplar este monumento del arte románico que, como tantos otros de nuestra provincia, nos retrotraen con facilidad a aquella edad en que todo se hacía a beneficio de un espiritual inventario.

En esta tierra en la que vivo, en la que vivís cuantos me leéis, cualquier rincón tiene una historia y levanta una evocación personal. Este de La Puerta tiene también su pálpito, su estremecimiento, su anécdota íntima que sólo conocen quienes fueron, una tarde de noviembre, al pairo de los vientos. Y allí encontraron motivos nuevos para seguir bombeando sangre por las venas.