Bustares, fiesta y regocijo

viernes, 12 julio 1991 0 Por Herrera Casado

 

Al pie de ese gran monte mágico que es el Santo Alto Rey de la Majestad, y que con su silueta aplanada pero poderosa preside todo el norte de la provincia de Guadalajara, se encuentra Bustares, un antiguo lugar donde se empezó haciendo carbón con los bosques que le rodeaban (de ahí el nombre: bustar=lugar de quema de leñas) y luego se dedicó fundamentalmente al cuidado del ganado, que en sus tierras altas, frescas y húmedas se encuentra tan a gusto.

En Bustares hay muchas cosas que ver: primeramente los paisajes, plenos de roquedales negros, de bosquecillos de roble, de jara y yerba en las praderas, de gayuba arrastrada por las medianas alturas, y de piedra monda y lironda en las más altas cimas. Por la carretera que lleva hasta la base de observación militar se accede cómodamente y con rapidez al pico más elevado, donde está la famosa ermita que dice la leyenda fundaron los templarios. Desde allí puede verse un paisaje de inolvidables consecuencias.

En el propio caserío sorprende la iglesia parroquial, dedicada a San Lorenzo, que es obra románica del siglo XIII, cuando se pobló Bustares y adquirió su rango definitivo de Concejo (dentro del Común de Atienza, primero, y luego del de Jadraque, a cuya Tierra perteneció muchos siglos). De dicha iglesia merece destacarse la portada, formada por diversos arcos semicirculares en degradación, con todo el aspecto del más puro estilo románico, y algunos capiteles de decoración foliácea.

Y además, la fuente vieja, la casa de las monjas, la arquitectura popular que densamente ocupa cualquier perspectiva de la villa. En fin, un lugar interesante por el que merece darse una vuelta cualquier domingo de éstos.

Pero hoy le traigo a colación en este Glosario a propósito de haber sido publicado en el último número de los «Cuadernos de Etnología de Guadalajara» un amplio artículo firmado por Ángel Luís Toledano, Juan Ramón Velasco y José Lorenzo Balenzategui y titulado Cultura tradicional de Bustares que en una primera entrega nos ofrece una visión muy especial de Bustares: se trata fundamentalmente del análisis del folclore anual y de los romances clásicos que aún se cantan en el pueblo. Y ello es toda tan singular que bien merece nuestra atención.

La sola lista de fiestas que se celebran o celebraban en Bustares nos hace pensar que todo el año se lo pasaban de bulla. No es así, y había mucho más tiempo para el trabajo que para la ronda. Para la alegría, sin embargo, siempre había un hueco. Estas fiestas, estas costumbres de Bustares, ‑algunas todavía hoy mantenidas, otras perdidas ya‑ son similares en muchos otros pueblos de la sierra y de la provincia toda. Quiero destacar, sin embargo, aquellas más singulares y que tienen un desarrollo más específico.

Por ejemplo, la machorra, o fiesta iniciática de los varones, que se celebraba en pleno invierno, primero en noviembre, juntando todos los mozos algún macho cabrío, engordándolo y matándolo para comérselo juntos en Navidad. Además nombraban una especie de junta con cargos que constituían un «gobierno paralelo» en el municipio, dedicándose a tocar, en la época de invierno, las zambombas, los grajos, los cencerros y las caracolas, a cualquier hora. Sin tener una celebración especial, esos ritos de «junta», de «espíritu de grupo» y de «alboroto sonoro» constituía la machorra como un punto festivo o un modo de «estar en el mundo» desde la perspectiva de un grupo.

El Carnaval fue otra de las clásicas celebraciones en Bustares, en la que aparecían algunos vecinos revestidos con grandes trajes blancos, con calzones y camisas de ese color, una faja roja, cencerros grandes a la espalda y unas caretas, constituyendo el grupo de los zarragones, dedicados a dar bullanga por el pueblo, y sumándose a ellos un vaquilla que se ponía unas «amugas» a las espaldas sobre las que colocaba una cornamenta de vaca, corriendo y asustando a la chiquillería del pueblo. Además se hacía «entierro de la sardina», que en muchas ocasiones fué prohibido por sacerdotes y alcaldes celosos de las buenas formas.

En la Cuaresma destacaba el bloque de juegos populares (la salga, el marro, a la una que anda la mula, el recafú, la cebada, etc) y la salida a la calle de los carracones que eran grandes carracas, de más de un metro de largo, con las que se llamaba a los fieles a los oficios de la Semana Santa. Su ruido, ensordecedor, atronaba las calles del pueblo y hasta podía escucharse por las sierras cercanas. También era muy hermosa la petición del ramo que hacían las mozas de Bustares en esta época, y que consistía en adornar una cruz de madera con infinitas cintas de colores de las que luego colgaban estampas, medallas y emblemas litúrgicos, dándole el aspecto de una custodia multicolor y popular que se llevaba de casa en casa para pedir donativos con los que luego hacían velas y rosquillas de Pascua. Según pasaban las chicas por las casas con el ramo cantaban canciones populares a petición de los vecinos.

Quiero destacar especialmente, del largo listado que los autores del mencionado trabajo hacen, la celebración de la Cruz de Mayo, que tenía lugar el día 3 de ese mes, y que por ser fiesta de guardar las vacas del pueblo, muy numerosas hace años, tenían el privilegio de no ser yuncidas o juntadas en yunta sus poderosas testas. Se hacía en esa jornada la «bendición de los campos» y las mujeres se juntaban en corrillos para ese día, durante larguísimo rato, recitar una de ellas la frase Jesús, corona, clavos y cruz, mil veces seguidas, contestándole las otras con un breve versículo cada diez frases de la primera. Para no confundirse en tan abultada recitación, contaban con garbanzos las oraciones. Todo un espectáculo ritual que debía incitar ‑ imagino‑ al sueño.

Luego era el Corpus con adorno de casas y alfombro de calles con las ramas verdes del cantueso, de la retama, de la santamaría, del espliego, todas olorosas y puras. Y aún añadían la romería al Alto Rey que Bustares hacía, el pueblo todo hermanado, el día de San Antonio. O las peripecias amorosas de San Juan, cuando los mozos ponían «caminitos» de cantueso o de paja delante de las casas de las chicas solteras, demostrando así amor o rechazo o hacia ellas. O las corridas de vacas en San Roque, los recuerdos eclesiales a los muertos en el primero de Noviembre, etc.

En definitiva, y a tenor de lo que nos cuentan Toledano, Velasco y Balenzategui, todo un acopio festivo en Bustares que colmaba la vida tradicional con el denso aroma de un ancestralismo auténtico, y con la seguridad psicológica de un ritual comunitario.