Veinte años después de su muerte. La obra de Layna Serrano sigue viva

viernes, 14 junio 1991 0 Por Herrera Casado

 

El próximo día 8 de mayo se cumplirán los 20 años del fallecimiento de quien fuera no solamente Cronista Provincial de Guadalajara, Académico correspondiente de la Real de Historia, miembro de la Hispanic Society of America, y múltiples títulos más, sino fundamentalmente un gran alcarreño, un enamorado a ultranza de su tierra, y un trabajador incansable en favor de su buen nombre y de su prestigio nacional.

Me estoy refiriendo a don Francisco Layna Serrano, hoy más conocido entre los alcarreños por el nombre de la calle que le fue dedicada, y que es una de las populosas y animadas de nuestra ciudad. Sin embargo, el recuerdo de su obra permanece vivo entre muchos de quienes le conocimos y, especialmente, entre los que a diario usan sus libros y buscan en la sabiduría que él dejó impresa las claves para entender la historia y la idiosincrasia de nuestra provincia alcarreña.

Había nacido Layna en la villa de Luzón (Guadalajara), el 27 de junio de 1893. Hijo de médico rural, en Luzón y en Ruguilla pasó sus primeros años, estudiando luego Bachillerato en el Instituto de Guadalajara y pasando a la Universidad madrileña a cursar la carrera de Medicina.

Su auténtica fama la consiguió como investigador de la historia y el arte de Guadalajara, a la par que luchador y defensor de las esencias provinciales y de la cultura de Guadalajara. Cuando contaba cuarenta años inició Layna sus estudios e investigaciones en torno a Guadalajara. Lo hizo llevado de la irritación noble que le produjo ver cómo un multimillonario norteamericano cargaba con un monasterio cisterciense de Guadalajara, entero, y se lo llevaba a su finca californiana. Se trataba de Ovila. Layna investigó, protestó, y así surgió su pasión de por vida.

Destaca Layna Serrano en sus investigaciones históricas referentes a la familia Mendoza y su importancia en el devenir de la ciudad de Guadalajara. También en sus aportaciones a la historia de las villas de Atienza y de Cifuentes, así como a la arquitectura religiosa románica y militar de los castillos de la provincia de Guadalajara.

Fue nombrado por la Diputación Provincial de Guadalajara, en 1934, su Cronista Provincial, dedicándose a partir de ese momento en cuerpo y alma a estudiar, a publicar, a dar conferencias, a escribir artículos y a defender a capa y espada el patrimonio histórico‑artístico y cultural de la tierra alcarreña. Entre sus muchos títulos y distinciones, cabe reseñar que tuvo también el cargo de Cronista de la Ciudad de Guadalajara, fue presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, fue académico correspondiente de la de Historia y de Bellas Artes de San Fernando, así como de la Hispanic Society of America, habiendo recibido el Premio Fastenrath de la Real Academia de la Lengua, y recibiendo la Medalla de Oro de la Provincia de Guadalajara tras su muerte, acaecida el 8 de mayo de 1971, que es la que ahora recordamos.

Layna Serrano es el símbolo de la integridad, del trabajo, de la investigación, del saber, y de la capacidad de transmitir a los demás su amor por la tierra natal. En sus libros puede hoy beberse lo más ancho y más profundo de cuanto se ha escrito sobre Guadalajara. Una estatua frente a la Diputación, y su mausoleo en el Camposanto de Guadalajara, mas la calle dedicada en el Plan Sur, y sus libros, son la herencia que nos permite aquí recordarle, en estas jornadas en que se cumplen los veinte años de su desaparición. Layna Serrano, sin embargo, a pesar de su adustez en el carácter, de su machaconería en los temas que le preocupaban, de su excesiva seriedad en el trato de autoridades y público, fue un hombre que llevó toda la dulzura de su corazón hacia el cauce de la tierra natal, de la que defendió, como ninguno, su esencia y su pervivencia.

No es demasiado pedir que hoy, años después de su muerte, le dediquemos un recuerdo, y hagamos lo que con un escritor debe hacerse para homenajearle: leer sus libros, aprender de su enseñanza, emular su entrega.