Clasificación y tipología del Románico en Guadalajara

viernes, 15 marzo 1991 0 Por Herrera Casado

 

Llevamos una amplia serie de semanas hablando en estas páginas del románico de Guadalajara, un tema de nuestro patrimonio histórico‑artístico que sabemos interesa a muchos, y que desde hace años nos ha venido ocupando en viajes, estudios y análisis varios. Fruto de esos viajes es un libro que, publicado por AACHE, aparecerá en breves fechas, y que ofrece una visión amplia de los mejores o más curiosos monumentos del románico guadalajareño.

En este arte románico de Guadalajara deben ser consideradas tres zonas muy concretas y bien diferenciadas en las que aparecen edificios de características propias. Apartándonos de la habitual clasificación ‑iniciada por Layna Serrano‑ hecha a base de consideraciones exclusivamente geográficas, y más concretamente guiada por las cuencas de los ríos que cruzan el territorio provincial, proponemos una nueva clasificación que comprende tres grupos de edificios religiosos románicos, y que serían los siguientes:

a) el románico de la Sierra Pela, que se localiza al norte‑ noroeste de la provincia, y que abarca una franja que lleva desde Villacadima hasta Atienza, incluyendo edificios como los de Albendiego, Campisábalos, San Bartolomé, la Trinidad, el Val, Romanillos, Bochones, y varios otros, y que tiene unas características constructivas y sobre todo ornamentales muy emparentadas con el románico de Soria y heredadas del foco de Santo Domingo de Silos.

b) el románico seguntino‑alcarreño, que nace en la ciudad episcopal de Sigüenza, promovido y dirigido por sus obispos, y que a continuación, y a lo largo de los dos siglos siguientes, se extiende por todo el área de influencia de este obispado, hacia el sur, abarcando las serranías del Ducado y la Alcarria. Es de anotar el hecho de que los cinco primeros obispos de Sigüenza fueran de origen aquitano, y que por lo tanto durante la segunda mitad del siglo XII y primera del XIII, los maestros constructores venidos de Francia a petición de estos jerarcas religiosos, fueran quienes dictaran sus normas constructivas y apoyaran la actividad de grupos de tallistas venidos también del sur de la actual Francia. La influencia de este foco es muy grande, y se extiende por todo el entorno inmediato a Sigüenza (Carabias, Pozancos, Pinilla, Beleña, Abánades, Cifuentes), llegando incluso a lugares tan alejados como Millana, Alcocer, Hontoba y Albalate en la baja Alcarria. No puede, sin embargo, negarse la indudable influencia del foco arquitectónico toledano capitaneado por los maestros también traídos de Europa por el arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada, que van imponiendo un estilo de transición, con cierto viraje al gótico, en los lugares de su más clara influencia y dominio, como Brihuega, Uceda y posiblemente Guadalajara, donde de todos modos no quedó ningún vestigio de este estilo. Pero esto ocurre ya bien entrado el siglo XIII.

c) el románico de Molina, que tiene por su núcleo central al monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, así como otros templos de la propia capital del Señorío, especialmente el hoy conocido como convento de Santa Clara, que en su origen fué iglesia parroquial de Santa María de Pero Gómez. El hecho de que el primer señor molinés, el conde don Amalrico de Lara, estuviera casado con Ermesenda de Narbona, y que de esa ciudad del Rosellón vinieran a Molina juristas, militares y clérigos a dirigir la repoblación del territorio, puede explicar el sello propio que tienen los edificios románicos, hoy tan escasos, que se encuentran por Molina y su territorio. La iglesia del monasterio de Buenafuente, Santa Clara de Molina, Rueda de la Sierra, Tartanedo, Teroleja y algunos otros, prueban la influencia que el románico franco ejerció en este territorio.

La tipología del románico de Guadalajara es muy simple. En su inmensa mayoría se trata de edificios parroquiales pertenecientes a aldeas de escasa importancia demográfica, que se erigían como templo único del lugar. Solo en pocos casos nos encontramos con varios edificios en el mismo burgo, y ello en lugares que durante esos siglos (XI al XIII) tienen una supremacía social muy importante sobre el territorio en torno: Sigüenza ofrece la gran catedral de influencia aquitana y aún borgoñona, así como varios templos parroquiales de magnífica traza; Atienza muestra hoy todavía siete iglesias románicas, algunas de ellas de verdadera consistencia monumental. Igual ocurre con Cifuentes y Molina. Pero el resto son edificios únicos, capitales en el lugar que los luce.

Esos templos tienen siempre una orientación clara: el ábside a levante, la espadaña o torre a poniente, la puerta de entrada principal a mediodía, y el norte cerrado por grueso muro sin apenas vanos. En algunos casos, pocos, al sur se abre una amplia galería porticada con uno, dos y hasta tres flancos abiertos. La planta es casi unánimemente de una sola nave, aunque hay algún templo, (el de Santa Coloma de Albendiego por ejemplo) que tiene tres espacios paralelos, en su cabecera, con crucero marcado, que también se luce en Santa Clara de Molina, aunque aquí con una sola nave.

La decoración se centra en las portadas, ampliamente arqueadas y densamente ilustradas con visiones escatológicas y programas teológicos, como los de El Salvador de Cifuentes y Santa María del Rey en Atienza. Los capiteles de las portadas de iglesias rurales (Valdeavellano, Poveda de la Sierra, Cereceda, Millana, etc.) y los de las galerías porticadas (Saúca, Pinilla de Jadraque, Campisábalos, etc.) ofrecen en algunas ocasiones sorpresas iconográficas llenas de gracia y espontaneidad. También en los canecillos de muchos edificios (Rienda, Santa Catalina de Hinojosa, Cubillas en Albalate, Beleña del Sorbe) se ven escenas y personajes sacados de la realidad de aquellos siglos.

Los apéndices para colocar las campanas son generalmente espadañas, de traza triangular, que pueden tener un sólo vano, dos, tres como fue la de Villacadima o incluso cuatro, como las grandes de Pinilla y Hontoba, siendo muy escasas las torres de esa época.

Otros elementos, muebles, de la época románica, que quedan en cierta cantidad por los pueblos de Guadalajara, son las pilas bautismales, difíciles de destruir o cambiar, por su consistencia pétrea y maciza. Así, hay algunos ejemplares verdaderamente dignos de ser admirados, como las pilas de la Trinidad de Atienza, la de Valdeavellano, la de Palazuelos, y alguna otra. De pinturas, orfebrería, tejidos o arte efímero no ha quedado nada en nuestra tierra de aquella remota época. En cualquier caso, esta visión ha servido para, en rápido repaso general, centrar un poco lo que de arte románico aún pervive en Guadalajara, y ofrecer la posibilidad a cuantos quieran lanzarse a su conocimiento detallado un recuerdo y una meta de posibles puntos de encuentro en torno a este fenómeno histórico y monumental.