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marzo, 1991:

San Salvador de Pinilla el último románico

 

Existen aún muchos lugares de la provincia de Guadalajara donde se encuentran vestigios románicos de gran interés. La mayoría de ellos son pura ruina, inestable amontone de piedras entre las que luce algún desgastado capitel, la forma de un ábside a medio caer, un hueco de campana o una portada abocinada en medio de los campos o los sabinares. A esos lugares te invito, lector, a que viajes, y en ellos palpes por ti mismo el silencio que emanan, la fortuna de su vivencia, la belleza cantarina de su gris soledad.

Estas notas son recuerdos de tantos viajes, y tan antiguos, que parecen salir de la penumbra de un sueño. Como aquel primero que un día de junio de 1981 hicimos a varios enclaves de las sierras. Al final del día paramos en el monasterio rendido de San Salvador de Pinilla, en medio de un robledal hosco, a la orilla derecha del río Cañamares. El reventado complejo arquitectónico solamente tiene en pie la portada que reformaron en el siglo XVI las monjas calatravas, con el escudo de Carlos V y la efigie de San Bernardo, y los restos del templo que fué románico puro, orientado como todos los de su especie, con un ábside semicircular, nave única, canecillos tallados y restos de su entrada desde el claustro, en el que aún se ven algunos desgastados capiteles en lo que sería el acceso a la sala capitular. La iglesia, vacía de todo, solo contenía los habitáculos de las palomas y los vencejos, aunque guardaba los silencios de las monjas, y supo quedarse con tu risa nueva. Hoy, lejana de todo y de todos, es uno de esos lugares donde resuena el recuerdo y el ánimo se entretiene leyendo la página de los imposibles despropósitos.

Misterios aparte, otros muchos lugares de Guadalajara encierran la sorpresa del románico desconocido, del edificio entero, a medias o a décimas, que nunca hasta ahora ha sido pregonado en los papeles. Puede ser uno de ellos el pequeño enclave de Campiello, en término de Villaverde del Ducado, personalizado en lo que allí llaman ermita de San Bartolomé, y que se encuentra en una elevación del terreno sobre un poco profundo valle que va discurriendo desde la altura de Alcolea hacia el Tajuña en Luzaga. Tiene el edificio, que fué iglesia parroquial, planta de nave única, ábside semicircular a levante, y dos puertas de acceso, una al norte y otra al sur, con arcos de medio punto abocinados y sencillos decorados geométricos. En su interior queda todavía una gran pila bautismal que nadie pudo llevar, de lo que pesa.

Por Molina quedan ejemplos de interesante presencia, que tampoco han salido en los libros, pero a los que merece la pena acudir en peregrinación veraniega, pues el invierno, ya se sabe, es demasiado crudo por aquellas tierras. Uno de ellos es Teroleja, relativamente cerca de la capital, que muestra una portalada preciosa, sencilla pero muy completa: arcos de medio punto cobijan el acceso al templo, y algunos canecillos decorados se presentan en la cornisa de esa puerta.

Por las tierras ásperas de la sesma del Campo, a medio camino entre Concha y Tartanedo, están las ruinas evocadoras de Chilluentes, que también fué un pueblo hasta mediados del siglo XVI en que quedó abandonado. Se conserva la torre vigía, espléndida en su altura y reciedumbre. Y la iglesia parroquial, que fué dedicada a San Vicente, y que ofrece simples retazos de elementos románicos, a los que suma la decoración del dintel de su ventana absidal, que vemos junto a estas líneas, y que supone una decoración muy primitiva, que parece surgir silenciosa de la más remota tradición céltica. Es obra, sin duda, del siglo XIII.

Aún por las tierras norteñas de la provincia, merecen un viaje los humildes lugares de Romanillos de Atienza, donde la iglesia parroquial, de enorme aspecto, sugiere la existencia de un antiguo atrio porticado que fue tapado en siglos de mejora económica y creciente población; de Morencos, un despoblado cerca de Alcolea de las Peñas, donde se ve airosa pero en ruinas la espadaña triangular de la torre de su templo, y junto a ella los enterramientos de sus antiguos vecinos, excavados en la roca; de Hijes, con interesante portada en la que lucen capiteles tallados con escenas guerreras y costumbristas; de Miedes, donde se percibe sin dificultad la estructura del primitivo templo románico bajo el actual, más moderno y feo; de Riendas, junto a las salinas de su nombre, camino de Paredes y de la última sierra que separa a Guadalajara de Soria: aquí se encuentran los restos de su antigua iglesia románica engullidos por la nueva construcción que sobre ella se hizo en el siglo XVI, y de la primitiva quedan multitud de canecillos decorados por el alero del ábside, entre ellos algunas figuras típicas del rural bestiario, como animales de enorme boca que se comen a otros, músicos y aún bailarinas contorsionistas que se quedan fuera de los templos, porque la religión no permite se metan dentro tales muestras de la perdición y el vicio; de Castilblanco de Henares, en cuya iglesia se encuentra estructura y disposición muy sugerente de ser románica, aunque las reformas posteriores le añadieron tamaño y capas de yeso, etc.

En este repaso, que es último y como palmerazo final de una sesión de fuegos artificiales, cuando por el cielo se abren en abanico las últimas luces, quiero citar otros lugares donde existen esas pisadas del románico que a veces son difíciles de adivinar, pero que están ahí, dispuestas a ser descubiertas por vosotros: En San Pedro de Valfermoso de Tajuña se ven restos mínimos de su iglesia parroquial; en Carrascosa de Tajo, sin embargo, el edificio se halla entero, y la puerta de acceso, orientada al mediodía, es un bonito ejemplar de románico rural en la misma orilla del Tajo; también en Lupiana, en lo que hoy se conoce como finca de Pinilla, queda el ábside entero y semicircular de lo que fué iglesia parroquial de este despoblado, todavía utilizada como ermita del Cristo al que vienen los del pueblo en peregrinación y romería una vez al año; también en la Olmeda del Extremo hay un templo de estilo románico agradable de descubrir, con espadaña, ábside semicircular, y sobre todo una portada de características muy puras, muy sencilla pero también muy hermosa; en el valle del Arlés, aguas abajo de Berninches, se encuentra el enclave del Collado, donde tuvieron su encomienda los caballeros de la Orden de Calatrava, y donde hoy se levanta entera la iglesia que es plenamente románica, con su nave única, su ábside semicircular, su portada meridional de amplias arcadas, y el resto mínimo de su espadaña a poniente; cerca, en los carrascales que limitan el valle por los altos del norte, se encuentran las ruinas de La Golosa, otro pueblo que fué abandonado en el siglo XIV, cuando la terrible epidemia de peste, y del que ha quedado muy derrotado el templo parroquial, que aún muestra su semicircular portada; finalmente, en el extremo más meridional de la provincia, yendo desde Albalate de Zorita hacia el Tajo por un camino, se encuentran los restos de la iglesia de Cubillas, que hoy se utilizan para cementerio del lugar, y que ofrece el muro sur cubierto con la puerta de arco levemente apuntado, y un rimero de canecillos decorados con motivos zoomórficos y antropomórficos de gran efecto.

En cualquier caso, y con estas líneas acabamos nuestro recorrido, son estos restos un pequeño muestrario de lo mucho y sorprendente que todavía guarda el románico de Guadalajara como saco de sorpresas para quien con devoción se acerca a él, con ganas de ser sorprendido, y el resultado es que la conclusión se hace obligada: la provincia entera de Guadalajara está cuajada, aquí y allá, de templos y edificios que dicen de su denso pasado medieval, de su fiebre constructiva en una época que creemos bárbara, pero que estuvo, al menos, llena de fe y de entusiasmo. Todo lo contrario de lo que ahora pasa.

Clasificación y tipología del Románico en Guadalajara

 

Llevamos una amplia serie de semanas hablando en estas páginas del románico de Guadalajara, un tema de nuestro patrimonio histórico‑artístico que sabemos interesa a muchos, y que desde hace años nos ha venido ocupando en viajes, estudios y análisis varios. Fruto de esos viajes es un libro que, publicado por AACHE, aparecerá en breves fechas, y que ofrece una visión amplia de los mejores o más curiosos monumentos del románico guadalajareño.

En este arte románico de Guadalajara deben ser consideradas tres zonas muy concretas y bien diferenciadas en las que aparecen edificios de características propias. Apartándonos de la habitual clasificación ‑iniciada por Layna Serrano‑ hecha a base de consideraciones exclusivamente geográficas, y más concretamente guiada por las cuencas de los ríos que cruzan el territorio provincial, proponemos una nueva clasificación que comprende tres grupos de edificios religiosos románicos, y que serían los siguientes:

a) el románico de la Sierra Pela, que se localiza al norte‑ noroeste de la provincia, y que abarca una franja que lleva desde Villacadima hasta Atienza, incluyendo edificios como los de Albendiego, Campisábalos, San Bartolomé, la Trinidad, el Val, Romanillos, Bochones, y varios otros, y que tiene unas características constructivas y sobre todo ornamentales muy emparentadas con el románico de Soria y heredadas del foco de Santo Domingo de Silos.

b) el románico seguntino‑alcarreño, que nace en la ciudad episcopal de Sigüenza, promovido y dirigido por sus obispos, y que a continuación, y a lo largo de los dos siglos siguientes, se extiende por todo el área de influencia de este obispado, hacia el sur, abarcando las serranías del Ducado y la Alcarria. Es de anotar el hecho de que los cinco primeros obispos de Sigüenza fueran de origen aquitano, y que por lo tanto durante la segunda mitad del siglo XII y primera del XIII, los maestros constructores venidos de Francia a petición de estos jerarcas religiosos, fueran quienes dictaran sus normas constructivas y apoyaran la actividad de grupos de tallistas venidos también del sur de la actual Francia. La influencia de este foco es muy grande, y se extiende por todo el entorno inmediato a Sigüenza (Carabias, Pozancos, Pinilla, Beleña, Abánades, Cifuentes), llegando incluso a lugares tan alejados como Millana, Alcocer, Hontoba y Albalate en la baja Alcarria. No puede, sin embargo, negarse la indudable influencia del foco arquitectónico toledano capitaneado por los maestros también traídos de Europa por el arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada, que van imponiendo un estilo de transición, con cierto viraje al gótico, en los lugares de su más clara influencia y dominio, como Brihuega, Uceda y posiblemente Guadalajara, donde de todos modos no quedó ningún vestigio de este estilo. Pero esto ocurre ya bien entrado el siglo XIII.

c) el románico de Molina, que tiene por su núcleo central al monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, así como otros templos de la propia capital del Señorío, especialmente el hoy conocido como convento de Santa Clara, que en su origen fué iglesia parroquial de Santa María de Pero Gómez. El hecho de que el primer señor molinés, el conde don Amalrico de Lara, estuviera casado con Ermesenda de Narbona, y que de esa ciudad del Rosellón vinieran a Molina juristas, militares y clérigos a dirigir la repoblación del territorio, puede explicar el sello propio que tienen los edificios románicos, hoy tan escasos, que se encuentran por Molina y su territorio. La iglesia del monasterio de Buenafuente, Santa Clara de Molina, Rueda de la Sierra, Tartanedo, Teroleja y algunos otros, prueban la influencia que el románico franco ejerció en este territorio.

La tipología del románico de Guadalajara es muy simple. En su inmensa mayoría se trata de edificios parroquiales pertenecientes a aldeas de escasa importancia demográfica, que se erigían como templo único del lugar. Solo en pocos casos nos encontramos con varios edificios en el mismo burgo, y ello en lugares que durante esos siglos (XI al XIII) tienen una supremacía social muy importante sobre el territorio en torno: Sigüenza ofrece la gran catedral de influencia aquitana y aún borgoñona, así como varios templos parroquiales de magnífica traza; Atienza muestra hoy todavía siete iglesias románicas, algunas de ellas de verdadera consistencia monumental. Igual ocurre con Cifuentes y Molina. Pero el resto son edificios únicos, capitales en el lugar que los luce.

Esos templos tienen siempre una orientación clara: el ábside a levante, la espadaña o torre a poniente, la puerta de entrada principal a mediodía, y el norte cerrado por grueso muro sin apenas vanos. En algunos casos, pocos, al sur se abre una amplia galería porticada con uno, dos y hasta tres flancos abiertos. La planta es casi unánimemente de una sola nave, aunque hay algún templo, (el de Santa Coloma de Albendiego por ejemplo) que tiene tres espacios paralelos, en su cabecera, con crucero marcado, que también se luce en Santa Clara de Molina, aunque aquí con una sola nave.

La decoración se centra en las portadas, ampliamente arqueadas y densamente ilustradas con visiones escatológicas y programas teológicos, como los de El Salvador de Cifuentes y Santa María del Rey en Atienza. Los capiteles de las portadas de iglesias rurales (Valdeavellano, Poveda de la Sierra, Cereceda, Millana, etc.) y los de las galerías porticadas (Saúca, Pinilla de Jadraque, Campisábalos, etc.) ofrecen en algunas ocasiones sorpresas iconográficas llenas de gracia y espontaneidad. También en los canecillos de muchos edificios (Rienda, Santa Catalina de Hinojosa, Cubillas en Albalate, Beleña del Sorbe) se ven escenas y personajes sacados de la realidad de aquellos siglos.

Los apéndices para colocar las campanas son generalmente espadañas, de traza triangular, que pueden tener un sólo vano, dos, tres como fue la de Villacadima o incluso cuatro, como las grandes de Pinilla y Hontoba, siendo muy escasas las torres de esa época.

Otros elementos, muebles, de la época románica, que quedan en cierta cantidad por los pueblos de Guadalajara, son las pilas bautismales, difíciles de destruir o cambiar, por su consistencia pétrea y maciza. Así, hay algunos ejemplares verdaderamente dignos de ser admirados, como las pilas de la Trinidad de Atienza, la de Valdeavellano, la de Palazuelos, y alguna otra. De pinturas, orfebrería, tejidos o arte efímero no ha quedado nada en nuestra tierra de aquella remota época. En cualquier caso, esta visión ha servido para, en rápido repaso general, centrar un poco lo que de arte románico aún pervive en Guadalajara, y ofrecer la posibilidad a cuantos quieran lanzarse a su conocimiento detallado un recuerdo y una meta de posibles puntos de encuentro en torno a este fenómeno histórico y monumental.

Pozancos, el románico silencioso

 

Aquí seguimos nuestro paseo por los templos románicos de Guadalajara. En la aventura iniciada por los estamentos culturales de la Administración Regional, con vistas a su estudio sistemático y su restauración cuidadosa, queremos colaborar con nuestra andadura por estas pequeñas iglesias, por los más apartados rincones de la geografía alcarreña, serrana o molinesa donde aún palpitan, con un rumor de salmodia medieval, estos antiguos e íntimos edificios que nos hablan de los siglos lejanos en los que esta tierra bullía de vida.

Y nuestra andadura alcanza hoy (hoy es de nuevo ayer, hacía sol, había helado, y tu sonrisa alimentaba la esperanza) el pueblecillo mínimo de Pozancos, que se encuentra aterido, silencioso, apartado de todas las rutas, en la ladera norte del valle del río Valleras, estrecho y doméstico, hablándonos de su historia, que no tiene más que media página en la que se lee que fue aldea del señorío del Infantado hasta que adquirió el grado de villazgo, pasando luego al señorío del Cabildo catedralicio de Sigüenza, que ponía por señor a alguno de sus prebendados. Así, al final del siglo XV, lo era don Martín Fernández, canónigo de Sigüenza, arcipreste de Hita, cura de Las Inviernas y señor de Pozancos.

Prácticamente lo único interesante que ofrece esta villa serrana, situada a 6 kilómetros tan sólo de Sigüenza, es la iglesia parroquial, interesante ejemplar de arquitectura románica, erigida en los años mediados del siglo XIII. Frente a ella, pendientes de su brillo y del nuestro, nos detendremos un momento para estudiarla.

Se trata de un templo sencillo, tan esquemático que parece estar hecho para servir de plantilla a otros mejores y suntuosos. De sillarejo los muros, solo aparecen sillares bien tallados en las esquinas o en la portada. Su interior es de una sola nave, dividida en cuatro tramos por sendos arcos fajones de medio punto, en sillar, que sostienen bóveda de escayola, que vino a sustituir a la primitiva de madera. De los tres arcos del templo destaca el triunfal que sirve de acceso al presbiterio, también semicircular, hoy cubierto de yeso, que apoya sobre sendos capiteles de tradición románica, en los que aparece tallado el jarrón de azucenas, símbolo del Cabildo seguntino. En su interior solamente destaca un altar de estructura renacentista albergando repintados lienzos y una estimable talla de la Virgen, de la misma época. También es de anotar la pila bautismal románica, decorada en su copa con pares de columnas rematadas en molduras, y unidas por arcos.

Adjunto presentamos un plano del templo, en el que aún se ve cómo la nave remata a oriente con un espacio algo más elevado y de planta semicircular, correspondiente al presbiterio o ábside. Este ábside está construido de mampostería con sillar en las esquinas y modillones y friso de lo mismo. Una ventana central, cegada, de arco semicircular, completa toda su decoración. Sobre el muro de poniente, a los pies del templo, se levanta una espadaña sencilla y de corte barroco.

Sobre el muro sur del tercer tramo de la nave, se abrió y construyó en el siglo XV una capilla gótica, muy bella y que alberga (o albergó siglos pasados, pues hoy está a medias el conjunto) el magno enterramiento del canónigo seguntino don Martín Fernández. Por ser tema ajeno a nuestro propósito, lo olvidamos hoy.

Y nos centramos en la portada. Serena y espléndida. Con la turgencia y la luz justas que tienen las cosas vistas en una perspectiva de felicidad completa. Ocupa el flanco meridional del templo en su segundo tramo, y ofrece un gran arco semicircular, decorado con cuatro arquivoltas, tres de las cuales apoyan sobre columnas, y una, la exterior, sobre la línea de impostas. Las arquivoltas son lisas,  los capiteles poseen una esquemática decoración vegetal que recuerda mucho a otros ejemplares en la catedral e iglesias de Sigüenza. De encarnadura suave, ofrecen sin embargo la riqueza de lo hecho con amor y paciencia. La imposta que corre sobre los capiteles presenta complicados roleos vegetales, con los que alternan desgastadas cabezas de jóvenes. Esta portada de Pozancos es, indudablemente, una copia o interpretación de las grandes portaladas románicas seguntinas. Y si estas están ya fechadas en la primera mitad del siglo XIII, no cabe duda que este portal de Pozancos es algo posterior, de mediados de esa centuria. La gracia de los capiteles, de canon muy alto, de suaves incisuras que forman el esqueleto de una repetida flor, es heredada de los que escoltan las portadas de Santiago y San Vicente en la Ciudad Mitrada. De su tendencia al arabesco, al ataurique morisco, es reminiscencia la imposta que corre sobre ellos, que tiene un claro antecedente en las arquivoltas de las referidas iglesias seguntinas. En cualquier caso, todo ello es producto de una escuela local, comarcal, de tallistas románicos en los que alentaba un signo mudéjar indudable.

Por lo demás, el templo de Pozancos es sencillo y elegante, ofreciendo hoy, de su antigua estructura medieval, los restos de su planta, de su portada meridional y su ábside orientado. El resto es reconstrucción, reforma o añadido. En cualquier caso, una ficha más que añadir al Catálogo de templos románicos de Guadalajara. Tan ancho, tan variado, tan inacabable y tan cierto como el espíritu del día en que lo vimos y lo aprendimos con los ojos nuevos de la sabiduría auténtica.

San Bartolomé de Atienza, el románico solemne

 

De las múltiples iglesias románicas que vio Atienza levantarse entre sus muros a lo largo de los siglos medios, hoy solamente quedan siete de estos templos: unos mejor conservados que otros, pero todos interesantes. Están, de un lado, los de la Trinidad y San Gil, dentro del casco poblacional, con sus ábsides llamativos y potentes; está la gloria iconográfica de Santa María del Rey en la alto del cerro, bajo el castillo; y están los templos del Val y San Bartolomé aislados también, por los bajos de la población, camino de las sierras sorianas.

Llegamos hoy, en nuestro imaginario peregrinaje por los templos y las arquitecturas del románico de Guadalajara, tan denso y variado, hasta el edificio de la iglesia de San Bartolomé de Atienza. Es este de San Bartolomé un dignísimo ejemplo del arte románico castellano, casi paradigmático y elocuente por sí sólo de lo que fué la potencia de esta población de arrieros y comerciantes en la Edad Media castellana, de Atienza concretamente.

Situado este templo en la parte mas baja de la población, se rodea de una valla alta de piedra y se precede de un pradillo con árboles que le confieren un encantador aspecto en su aislamiento. Es obra que se conserva casi en su integridad. Construida en la primera mitad del siglo XIII, en una piedra de la escalera que sube a la espadaña se lee ERA M.CCLXI (1223) que la fecha, y el nombre de Bohar que puede ser la firma del arquitecto o artífice que la levantara. Su ábside es de planta cuadrada, y se ve adornado con finas columnas adosadas. Su espadaña es también románica. Así como la galería porticada con arcos de medio punto (los fustes de sus columnas fueron tallados y abalaustrados en el siglo XVI) y la puerta de ingreso con dos arcos semicirculares decorados con roleos y finos entrelazos de sabor mudéjar, así como algunos capiteles decorados con figuras humanas.

En el siglo XVI se hicieron importantes reformas en este templo, alzando su techumbre y poniendo nuevo artesonado de madera; construyendo la casa del santero y la casa‑curato, luego destinada para hospedería, dispuesta en torno a la cabecera de la nueva nave lateral añadida por el lado norte; y la capilla y sacristía del «Cristo de Atienza». En su interior merece destacarse el retablo barroco del presbiterio; el gran arco triunfal románico que le precede; y la capilla barroca del Cristo de Atienza, decorada con profusión y exceso, debida al maestro Pedro de Villa Monchalián, quien la construyó en 1703. La gran verja que la cierra es obra del gran artista cifontino Pedro de Pastrana, obra también del siglo XVIII. El retablo de esta capilla lo construyó, entre 1703 y 1708 el artista Diego de Madrigal. En el centro de ese barroquísimo retablo se ve el grupo gótico, magnífico, de Cristo en la Cruz abrazado por José de Arimatea, y San Juan y la Virgen Maria contemplando la escena. Obra del siglo XIII, se trata de un Descendimiento en conjunto iconográfico poco visto en el arte español. Es, de todos modos, obra capital de la escultura gótica en la provincia de Guadalajara.

El templo románico de San Bartolomé de Atienza merece, pues, otro viaje ex‑profeso para contemplar no sólo su maravillosa silueta, y acercarse al silencioso misterio de su patio anterior, donde resuenan los pasos tenues de los siglos medievales, sino que en su interior hay elementos suficientes para ver de cerca la maravilla del arte de esos pasados tiempos. Una oferta de cara a este fin de semana que ya tenemos encima, y que nos brinda generoso el goce de contemplar los monumentos antiguos y venerables de Guadalajara, que son centenares.