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febrero, 1991:

Villaviciosa de Tajuña, el románico rumoroso

 

Tiene la alcarria también un nutrido repertorio de templos románicos. Pues aunque, como veíamos en anteriores capítulos en este repaso completo al arte románico de Guadalajara, son las tierras serranas, seguntinas y atencinas, las que mayor densidad guardan de estos ejemplos, la Alcarria ofrece algunos hermosos monumentos, entre los que cabe recordar Millana, Hontoba, Cifuentes y los templos de Brihuega. Hoy nos detendremos en Villaviciosa de Tajuña, en las cercanías de esta población, entre el rumor del agua y los álamos, en un día de primavera intemporal e inexistente.

El nombre del pueblo hace alusión a la hermosura de su entorno. Sobre la parda y llana meseta de la Alcarria, surge como escondido entre arboledas, en el recodo suave de una torrentera que cae hacia el hondón del Tajuña, este lugar que nació al compás de la repoblación medieval, y tomó el nombre de la buena impresión causada a sus primeros pobladores. «Vicioso» en la acepción medieval significa «hermoso y deleitable». Así es Villaviciosa.

La villa ha sido protagonista de importantes páginas de la historia de España. Recordar a ese respecto el encuentro crucial, bélico y definitivo, entre el ejército español de Felipe de Anjou y el de los aliados austriaco‑británicos comandados por Starenberg, en 1711, del cual quedó la victoria del primero de los Borbones españoles, Felipe V, quien tras dicha batalla aseguró su permanencia, y la de su dinastía, en el trono español.

También desde el punto de vista monumental guarda muchas reliquias históricas y artísticas. Es una de ellas la picota que aparece a la entrada de la población. O las ruinas el que fuera convento de monjes jerónimos de San Blas, cuya portada, que otro día comentaremos con mayor detenimiento, es una joya del manierismo alcarreño.

Pero lo más singular del conjunto patrimonial de Villaviciosa es su iglesia parroquial, dedicada a la Santa Cruz, y que ofrece detalles de estilo románico que obligan a estudiarla desde la perspectiva de esta tipología. Aunque con reformas posteriores, este templo fue trazado y construido en el siglo XIII, y hoy vemos de él lo fundamental. A saber: su planta rectangular, alargada de poniente a levante, de unos veintitrés metros de longitud por cinco de anchura. Es de una sola nave, dividida en cuatro tramos, más el presbiterio o ábside de planta semicircular. El interior de la nave, única como digo, ofrece arcos fajones apoyados en gruesos pilastrones laterales. El paso de la nave al presbiterio se hace a través de un arco triunfal apoyado en semicolumnas adosadas al muro, adornadas en breves y casi gastados capiteles.

Dos puertas tenía este templo primitivamente. Sobre el muro de poniente se abría uno, hoy cegado, muy estrecho. El otro, que todavía conserva su función de acceso al templo, estaba inserto en el muro de mediodía, en el segundo tramo de la nave, y se forma por dos sencillos arcos semicirculares en degradación, con arquivoltas lisas sin apenas decoración de ningún tipo. Sobre el muro de poniente se alza la espadaña, que es maciza, de recio aspecto, con dos vanos para las campanas, circuidos de sencilla moldura, y añadida en su remate triangular por un campanil más moderno. Al otro lado, a levante, se alza el ábside, de sillarejo poco trabajado, como todos los muros del templo, rematado en su altura por una cornisa apoyada en modillones lisos, y abierto en su centro por una simple ventana aspillerada. El esquema o plano adjunto da una idea de la estructura románica de este templo.

Que recibió, en el siglo XVI, el añadido de un cuerpo mas endeble que se levantó adherido al muro del sur, sobre la plaza del pueblo que hoy todavía luce su oronda olma multisecular. En ese cuerpo, formado de tres habitaciones, una de ellas en chaflán, se abre la puerta actual de ingreso, sin interés alguno.

Aunque de una sencillez aplastante, de una rusticidad evidente y de una pureza de líneas que singulariza en líneas generales al románico alcarreño, esta iglesia parroquial de Villaviciosa de Tajuña ha de ser incluida en el catálogo general del románico de Guadalajara, que todavía por hacer debería abarcar no solo los grandes edificios de todos conocidos y proclamados en las guías y folletos de turismo, sino también estos otros que, precisamente por su insignificancia, podría no solo pasar desapercibidos, sino incluso sufrir los efectos de un mal uso y desaparecer para siempre.

Convocando a un Centenario. Layna Serrano, un hombre de cuerpo entero

 

La movida cultural de Guadalajara va a tener en los próximos meses, y aún años, un elemento en torno al cual podrá girar, en espiral acelerada, sacando a la luz múltiples cuestiones que atañen profundamente a la razón de ser de nuestra tierra: a su geografía, al aprovechamiento de sus recursos turísticos; a su historia, al aliento de investigaciones y propuestas; al patrimonio artístico, a la necesidad de su restauración, de su uso, de su divulgación; al folclore y costumbres de Guadalajara y sus sierras, desde la Caballada a las botargas, y a un largo etcétera de temas que tendrán por motor exclusivo la figura (su recuerdo, mejor dicho) de Francisco Layna Serrano, el que fuera Cronista Provincial y uno de los más apasionados defensores de Guadalajara y de todo cuanto ha tenido que ver con su desarrollo y su permanencia.

Esa movida estará promovida por la celebración del «Centenario de Layna Serrano», al que desde aquí, y de forma individual, ‑por ahora‑, alentamos. El 27 de junio de 1893 nació Layna en la localidad serrana de Luzón, donde su padre actuaba de médico. Educado en Guadalajara y Madrid, activo como médico durante toda su vida, pero apasionado de la historia y de la raíz entraña de Guadalajara, Francisco Layna fue el modelo de dedicación desprendida (sin ocupar nunca un puesto oficial ni cobrar por ello el más mínimo estipendio) hacia la provincia, proponiendo ideas y alentando la cultura a muy diversos niveles. Como Cronista Oficial de la provincia y de la ciudad de Guadalajara, como presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, como Académico Correspondiente de la Historia y Bellas Artes, como periodista, como escritor de libros, como conferenciante y como propagandista en cualquier foro en que se encontrara de los valores alcarreñistas, Layna actuó y entregó su vida en estas lides.

Se cumplirá, pues, en 1993, el Centenario del nacimiento de este personaje al que tanto debemos todos. Será el momento justo, entonces, de recordarle, de hablar de él a las nuevas generaciones. De ponerle como ejemplo y de dedicar un momento de meditación a su memoria. Muchos conocen su estatua en la plaza de la Diputación, otros saben de su calle en el Plan Sur. De su obra numerosa, de densos libros, es más difícil que sepan los jóvenes, porque sus numerosos escritos están superagotados. Esta será la ocasión de oro para traer a la memoria de todos a Layna, y para juntos releer sus investigaciones, sus apreciaciones, sus descubrimientos. En suma, el año 93 será el «año Layna» en Guadalajara. Y para ello debemos irnos ya preparando.

Quisiera en estas líneas hacer, de una forma individual, pero espero que oficial en algún modo, la convocatoria a preparar este centenario con todo el rigor y la solemnidad que merece. He creado para ello un «logotipo» que junto a estas líneas presento, y que bien pudiera servir de sello invocador de estas efemérides. Proponer a instituciones públicas y privadas la realización de actos culturales en torno a su figura y a su obra. Una exposición monográfica sobre Layna Serrano podría recorrer a lo largo de ese año todos los pueblos significativos de Guadalajara en los que su obra se fijó. La edición de sus libros más importantes (Los Castillos de Guadalajara, el Románico, la Historia de Cifuentes, de Atienza, del monasterio de Ovila, de Guadalajara misma…) quizás incluso en una unidad que fueran, de ahora para siempre, las «Obras Completas de Layna», sería el eje de la conmemoración, pues el mejor homenaje a un escritor es leer y conocer sus escritos. Promover un Congreso de historiadores para tratar de completar sus temas fundamentales, actualizarlos, valorar en su justa medida lo por él hecho, etc.

Esas instituciones públicas y privadas, para las que sin duda servirán de abanderados la Diputación Provincial, el Ayuntamiento de Guadalajara, la Casa de Guadalajara en Madrid, los Ayuntamientos de Atienza, de Cifuentes, de Trillo, de Sigüenza, o de otra parte las formaciones que pueden dedicar algunos de sus caudales a la promoción de la cultura provincial (Cajas de Ahorro, grandes empresas de implantación provincial), tienen mucho que decir y que hacer en esta ocasión. No es pronto, en esta primavera de dos años antes, ponerse a pensar en el tema, e ir preparando alguna actuación. Por nuestra parte iremos moviéndonos en todas aquellas direcciones que suponemos han de realzar como se merece este centenario de Layna al que estas líneas quieren ya convocar. Ojalá nos veamos todos los buenos alcarreños en este sendero de ilusiones y proyectos.

Tiempo de Botargas

 

El pasado sábado día 26 de enero, la plaza mayor y las calles todas de Robledillo de Mohernando eran una fiesta: la fiesta de las botargas, que se habían dado cita en ese lugar campiñero como inicio de una andadura que estos días, justo a partir de hoy y durante una semana más o menos, va a ser densa, colo­rista y sonora por muchos de nues­tros pueblos de la Sierra y la Campi­ña. Ahora que San Blas, que Santa Águeda, que la Candelaria y algunos que otros celestiales patronos se eri­gen en unánimes señores del calen­dario y la celebración, las botargas hacen su aparición, —cencerros‑ y cachiporras en cinturas y en ma­nos—y corren las calles y vuelan por las terreras echando rayos de luz o imprecaciones festivas, como gentecillas de un bién/mal que a todos nos toca.

Pero ese inicio del tiempo de bo­targas, repito, tuvo lugar el pasado sábado en Robledillo, en el discurso de una celebración que tuvo varios motores y que sonó bien hasta el último momento. De un lado, la Asociación «El Roble» de Robledi­llo de Mohernando, que preside Juan Francisco Palancar, y que se dio por entero al gran número de visitantes que acudieron a la cita. De otra, ese humánense entusiasta y certero en cuanto hace, dice y escribe que es Francisco Lozano Gamo, alma en buena medida del encuentro. Allí, en la plaza mayor de la villa de Robledillo, y desde primeros horas de la mañana, se congregaron gen­tes de todas latitudes, sociales y culturales: gentes sencillas de los pueblos comarcanos, estudiosos del folclore, políticos provinciales, pactas y gastrónomos, andarines y banqueros, cantautores y periodis­tas, en una mezcolanza digna de un retablo milagroso. Sobre todos Ellos, por supuesto, la luz y el ruido de las botargas, venidas de Beleña (Paulino Herrera Palancar, que aho­ra la viste, nos explicó con pelos y señales todo el rito de su celebra­ción en aquel perdido y maravilloso enclave de junto al Sorbe), de Arbancón (el joven Alfredo Pinel, con la tallada máscara del Mere en la mano, también nos contó las ca­rreras, las naranjadas y los saltos que por los soportales de su pueblo dará mañana mismo), de Peñalver(refe­rida su secuencia emocionante y casi sagrada por quien durante muchos años fue su encarnadura fiel, don Feliciano Sánchez Brihuega, que llegó a Robledillo acompañado de su nieto Álvaro Sánchez, quien ahora se viste de colores y echa a volar por las ventanas peñalveras), de Montarrón (era Félix Mejía San­josé quien vestido de su «puntilloso» atavío nos contaba también el rito de su festejo, que ya se celebró hace días, por San Sebastián. Y los de Humanes, de Alarilla, con su careta de cuero, y otros muchos que por allí andaban y bailaban, incluidos el botarga infantil del propio Robledi­llo, que había tenido su fiesta mayor el pasado día 24, día de la Virgen de la Paz, acompañado de su corte de chicas cobijadas sus rubias me­lenas de pañolones de seda. Y toda la alegría del mundo.

Entre los espectadores y comen­sales de las «patatas con bacalao» (y la tortilla de escabeche de postre) que puso la Asociación «EI Roble», los etnólogos Sinforiano García Sanz, prohombre del propio Roble­dillo, querido de todos (porque lo merece) en su sazonada edad, y José Ramón López de los Mozos, cada vez más sereno en su saber de estas cosas. Estaban también Manuel Esteban, siempre atento, desde su Tamajón querido, a cuanto pase por la Serranía del Ocejón y sus vaguadas; José Antonio Suárez de Puga, observador silencioso de la incesante ocupación humana; Pedro Lavado Paradinas, que desde Madrid se vino a vivir de cerca esta explo­sión de magias querubínicas; Javier Borobia, que ronda siempre donde hay personas y personajes conjuga­dos; José Antonio Alonso, mirando y repartiendo su generosa sonrisa; Lupe Sanz Bueno, tan conocedora de estas tradiciones serranas, por­que en Uceda cumplió su rito iniciá­tico; Miguel Ángel Moranchel, Fer­nando Chápuli, Romo, y mil más que quieren a Guadalajara y la buscan en cada rincón donde se expresa.

Para este cronista fue de una es­pecial alegría el trozo de día que de­dicó a ver, por vez primera (lo con­fiesa) el peliculón que en 1951 rodó Pío Caro con las indicaciones y el guión de su hermano Julio Caro Baroja sobre «Las Botargas» de Guadalajara, producido por NO&DO y aunque en blanco y ne­gro, y proyectado a través de un video en un televisor puesto en alto y al fondo de una nave demasiado grande para este objetivo, quedó la mar de majo y apasionante: la visión de la fiesta hace cuarenta años, rodada sin ambición pero también sin engaño, era conmove­dora y fué inolvidable.

Después se procedió a un coloquio sobre botargas y su significado, interpretado por los et­nólogos citados (García Sanz, López de los Mozos y Lozano Gamo) que no llegó a aclarar nada sobre el verdadero origen de estas figuras festivas. Entre otras cosas porque es imposible decir la última palabra sobre el significado de estos ele­mentos festivos que, muy antiguos (quizás) y muy paganos (a saber), son en cualquier caso la razón de unas bonitas fiestas que este próxi­mo fin de semana en el que ya entramos tendrán lugar en muchos pueblos de nuestra provincia.

Para el curioso de estos temas, no le vendrá mal recordar que maña­na sábado salen a la calle (y espere­mos que haga bueno, y no se calen) en Retiendas, en Arbancón, en Aleas (y no en Beleña, que ahora se hace en Agosto, por aquello de que es cuando están todos los hijos del pueblo en el ídem), y el domingo día 3 en Albalate, en Almoguera y en Peñalver.

Será este tema una buena justi­ficación para hacerse a La carretero, consultar el mapa, arribar a los pue­blos, y conocer mejor su forma de ser y de expresarse. En este caso concreto de las botargas, y aunque en coda pueblo y cada festividad se manifiesta de un modo diferente, en común aparece su carácter jugue­tón, temido de niños y reído de mayores, revestido de un traje de franela o paño fuerte de múltiples colores, la cara tapada de una más­cara enloquecida, las manos ocupa­das de porras, naranjas y castañue­las, las espaldas y cintos llenas de cencerros y campanillas, y unas ganas incansables de correr, de gol­pear «a propios y extraños», de pedirles limosnas y voluntades, de saltar en silencio delante de la Vir­gen, de San Blas o de quien se lo pida generosamente. En fin, un día donde lo cotidiano se olvida y la magia del primitivismo prehistóri­co parece aflorar en cada plaza, en cada era, en cada rincón frío de los pueblos de nuestra provincia. Un buen momento, —mañana, el domingo para conocer esta costum­bre milenaria, para recordarla y revi­virla, para saber un poco más de nuestra tierra.