El Val de Atienza: el románico alegre

viernes, 14 septiembre 1990 1 Por Herrera Casado

 

Seguimos nuestro recorrido por el románico de nuestra tierra, tan numeroso y vario. Y nos llegamos hasta una de sus capitales, la enriscada Atienza, la villa real que en plena Edad Media llegó a contar con una población de siete mil habitantes y un número superior de la docena de iglesias, todas ellas románicas, por supuesto. Aún hoy queda de tan densa madeja de historias una buena muestra en sus murallas, en sus callejas y palacios, en sus templos románicos. Y de uno de ellos, concretamente de la iglesia de Santa María del Val, hablaremos hoy, por ofrecerla como meta de peregrinación de curiosos y añorantes, y por darla analizada y definida a quien precise tener su referencia exacta.

Aunque hoy es conocido este templo (en guías y domésticas conversaciones) como «ermita del Val», en su origen fue templo parroquial dedicado a Santa María, acogiendo ese apellido por estar situada en un profundo hondón, al norte de la villa, fuera ya de las murallas atencinas. Pero en su derredor tuvo un barrio y durante siglos fue centro devocional de una nutrida colonia de gentes serranas. La iglesia, por tanto, hay que verla como construida para ser centro de un poblado, y por ello su estructura y su ornamentación tienen, como todos los edificios religiosos medievales, un simbolismo que, arcano a nuestros ojos, cumplía su misión aleccionadora en la época de su construcción.

Fue ésta el siglo XII en su comedio. Edificada de primera intención en su conjunto, recibió modificaciones en los siglos modernos, ampliando el presbiterio y ábside, que elevó sus muros y se reforzó con contrafuertes adosados, perdiendo así la originaria uniformidad pero ganando amplitud. La planta es rectangular prolongada de Este a Oeste, con aspecto cruciforme, ensanchada la nave única a la altura del crucero. En su origen tuvo una torre a los pies, junto a la fachada, que desapareció y fué sustituida por una pequeña espadaña. Aunque estructura y muros en su mayor parte son originales, el único elemento que revela su estilo y época es la portada, que puede figurar, por sí sola y con toda justicia, entre lo más destacado del arte románico guadalajareño.

Se trata esta portada de una estructura encuadrada dentro de un muro levemente saliente puesto sobre la fachada meridional del edificio. Se forma por un vano enmarcado de cuatro arquivoltas semicirculares en degradación, con la más exterior en forma de chambrana decorada con medias bolas. Las arquivoltas externa e interna, de arista viva, descansan a través de corrida imposta decorada con roleos vegetales, en sendas jambas que también son de arista viva. La arquivolta central apoya sobre capiteles y columnillas adosadas. Estos capiteles presentan una decoración muy desgastada, de tipo vegetal.

La arquivolta central de la atencina iglesia del Val ofrece el modelo más llamativo y original del románico de la villa. Su curioso detalle iconográfico lo constituye la secuencia, tallados sobre un baquetón saliente, casi exento, de diez figuras talladas, enrolladas y contorsionadas al máximo de unos personajes vestidos al modo medieval, que tocan con sus pies la respectiva cabeza, y que se agarran al baquetón con sus propias manos. Semejan figuras de contorsionistas, que en tres ejemplos se tocan la cabeza con un bonete de estilo morisco, pero que en los otros siete ofrecen el pelo suelto, partido en raya central.

El tema de los contorsionistas en la decoración de los templos románicos, bastante frecuente en el románico francés, es muy escaso en el español. Un motivo parecido lo hemos visto en algunas iglesias del norte de la provincia de Segovia (concretamente en la de Nuestra Señora de la Peña de Sepúlveda, y en la de Fuentidueña). El sentido simbólico que se le ha dado es bastante claro: en la Edad Media existía un grupo social de saltimbanquis, acróbatas y contorsionistas que iban de pueblo en pueblo ofreciendo su espectáculo semicircense. Se acompañaban de personajes marginales, prostitutas y cantantes. Por parte de la oficialidad jerárquica religiosa, en una sociedad netamente teocéntrica como era la Medieval occidental, estaban muy mal vistos, pues se supone que distraían a los fieles de sus obligaciones cristianas, y les entretenían en sus ejercicios de piedad a lo largo de las rutas de peregrinación. Es más, formaban todos ellos en el grupo de las sectas o sociedades secretas que llamaban los goliardos y que formaban la «Corte de los Milagros».

Elementos, por tanto, identificables con el diablo, con las fuerzas del mal, en cualquier caso no eran admitidos al interior del templo, y ellos mismos voluntariamente quedaban a las puertas de las iglesias.

La interpretación, a veces tan ingenua y siempre directa, de los diseñadores de portadas eclesiales románicas, los escogía para ponerlos en las puertas y decir a los fieles que seres de ese tipo se quedaban siempre fuera, eran repudiados. Hay un interesante texto de San Bernardo en que los cita, indirectamente, pues habla de los pecadores que, a causa de sus faltas, viven en el país de la incongruencia, donde no son felices y permanecen, errando, dando vueltas sobre sí mismos, sin esperanza, en el circuito del impío. Un grupo, verdaderamente, interesante y hermoso este de los diez contorsionistas del Val de Atienza, que, por si fuera poco, recuerdan con sus vestidos y peinados a los mudéjares que todavía mediado el siglo XII quedaban en abundancia por estas serranías atencinas.

Un ejemplo más de acróbatas en el románico de Guadalajara lo encontramos en la trompa oriental del crucero de la catedral de Sigüenza, donde además aparecen en conjunción con algunas figuras desnudas, y mujeres de vida alegre. En una próxima semana trataremos ese interesante elemento iconográfico.

La portada del Val de Atienza aún se completa con otras figuras, como son la pareja de animales que hacen guardia en las jambas laterales y que, a pesar de su multisecular desgaste, nos recuerdan unos fuertes cuadrúpedos, que bien podrían ser el toro y el león de San Lucas y San Marcos, respectivamente, como elementos del Tetramorfos que posiblemente escoltaría al completo esta portada. Aún queda, en su parte superior, sobre la clave del arco, una sencilla y atrayente imagen de la Huida a Egipto, con la Virgen y el Niño a lomos de un asno en desproporcionada relación espacial.

En cualquier caso, una muy interesante iglesia y su correspondiente portada, esta del Val de Atienza, que merece ser tenida en cuenta por quien esté elaborando, a golpe de viaje y de búsqueda bibliotecaria, el catálogo que el románico de Guadalajara necesita todavía. Esta página quiere ser, como tantas otras, una ayuda limpia y desinteresada para ella.