Tortonda, el románico soñado

viernes, 20 julio 1990 0 Por Herrera Casado

 

Muy malo debía estar el camino hasta Tortonda, desde Alcolea del Pinar, en los años 30 de este siglo. Y aún algo después. Pues don Francisco Layna Serrano, a quien no arredraban las trochas polvorientas o guijarrosas, no se llegó nunca hasta este lugar recóndito y bellísimo del ducado de Medinaceli, en el que hubiera podido encontrar una iglesia románica sorprendente, espectacular, única. Hoy no es que esté mucho mejor el camino, porque para entrar en él desde la carretera general Madrid‑Barcelona a la altura de Alcolea, se juega uno el bigote (quien lo tenga) y el cráneo todos. Pero luego el firme es asfáltico, y las revueltas entre un robledal primero, choperas y alamedas después, y un definitivo sinclinal, tomadas con la paciencia y el gusto que la tarde iluminada y verde de la primavera imponen, terminan por compensar cualquier sacrificio, y alientan sin remedio la nostalgia por quien debería haber estado en la aventura.

La iglesia parroquial de Tortonda es uno más de los ejemplos que nos ofrece el románico rural de Guadalajara. En este caso anclado el caserío dentro de lo que geográfica e históricamente se consideran tierras del Ducado de Medinaceli. El pueblo nació en tiempos de la repoblación del siglo XII, en torno a alguna antigua torre redonda que le prestó el nombre: Tortonda, torre redonda. De inmediato comenzó la construcción del templo parroquial, situado aislado del caserío, y en su parte más alta.

De la antigua construcción, hoy solamente queda la galería del norte, plenamente románica, del siglo XIII en su primera mitad. El resto del templo fué reedificado en el siglo XVI, formando una sola nave alta, con remate de crucero, presbiterio y un añadido para sacristía detrás de éste. Sobre el crucero surge una gran linterna ochavada, y encima del primer tramo de la nave, se levantó la gran torre de las campanas, que ocupa toda la anchura del edificio, y que se remata en una terraza almenada, recordando como sin querer a las torres de la catedral de Sigüenza, edificio matriz que indudablemente ejerce una notable influencia estilística.

Esa influencia de la iglesia mayor seguntina se traduce en Tortonda no sólo en la torre de las campanas, almenada como si fuera una fortaleza defensiva, sino en varios detalles de la parte románica que aún queda. El atrio de este templo está abierto al norte, lo cual es una excepción en la ordenación habitual de las iglesias medievales. Solamente las de Baides y Carabias entre las hoy existentes ofrecen esta característica.

El atrio de Tortonda, aunque restaurado en parte hace años, todavía necesitado de una definitiva actuación dignificadora, ofrece una estampa evocadora y bellísima. Tal como vemos en el esquema adjunto, que hicimos en nuestro reciente viaje a la villa, aparece una galería de siete arcos, siendo el central más ancho y alto, abierto hasta el pavimento, para servir de ingreso al recinto. A sus lados, separados de él por jambas anchas, se abren cuatro arcos semicirculares que apoyan en breve moldura, en capiteles y columnas que a su vez descansan sobre pétreo basamento.

Los arcos están afirmados por doble columnata y, por lo tanto, por doble línea de capiteles. Estos son magníficos, de tema vegetal, muy estilizados, ofreciendo en diversos modos racimos de hojas de acanto que en las esquinas rematan en volutas, tallados con gran limpieza y elegancia. Una parte de estos arcos, concretamente dos del lado derecho, están ocultos todavía por las reformas posteriores, que consistieron en la construcción, en su lugar, de una puerta, obra del siglo XVI, semicircular con arquivolta externa de bolas. También tenía un ingreso este atrio por su cara oeste, pero hoy está tabicada. Es por ello que decimos, que aún le queda al templo parroquial de Tortonda algunos arreglos que le dejen en condiciones de ser admirado como merece.

A la hora del atardecer primaveral, cuando el sol se deja caer sobre los muros pardorojizos de la gran torre y de las arcadas de la galería románica de Tortonda, el silencio de la serranía verdecida acompaña al viajero y le obliga a titular soñado este románico. Porque lo fué antes y lo será siempre, mientras la realidad no se ajuste a su deseo.