El Jueves de Corpus, la fiesta mayor de Guadalajara

viernes, 8 junio 1990 1 Por Herrera Casado

 

El próximo jueves será Corpus Christi. Como lo ha sido todos los años desde que tal festividad, en su dimensión teológica, fué proclamada para todo el Orbe Católico por el Pontífice Urbano IV en 1264. Guadalajara, este año, no tendrá fiesta. Se traslada al domingo próximo, por razones que ya todos conocen. Yo no quiero insistir en el tema, por no correr el riesgo de ser tachado de desestabilizador. Pero el tema tiene la suficiente importancia, y la tradición ha sido, desde hace quinientos años, en nuestra ciudad, tan densa, que no puede pasarse esa jornada sin que recordemos la razón de que hoy, algunos, lamentemos su supresión.

Además del significado puramente religioso, que es lo que hoy prima, el Corpus fue en ocasiones anteriores lo que con toda justicia podría denominarse una auténtica «fiesta popular». Todo el mundo se echaba a la calle, en una jornada que generalmente ya era de buena temperatura, y además de asistir a los oficios litúrgicos y contemplar el paso de la procesión, se divertían con las representa­ciones teatrales que el Ayuntamiento ofrecía, así como con los des­files de pantomimas, cabezudos, máscaras y tarascas. Por la tarde había corrida de toros, y alguna justa caballeresca como residuo medie­val. La fiesta del Corpus Christi en Guadalajara podemos decir que alcanzó toda su plenitud en el siglo XVI, época de la que tenemos bastantes datos relativos a su celebración, y de la que hoy aportamos un documento curioso, precisamente el de la celebración de esta fiesta en 1586 hace poco más de cuatro siglos.

Se ofrecían corridas de toros en este DIA, en la plaza que se formaba delante del palacio de los duques del Infantado. Se daban entre cuatro y ocho toros, y el espectáculo duraba largas horas. A los astados se les alanceaba a caballo y a pie, o se les echaba en otras ocasiones mas singulares a luchar contra osos o leones, y final­mente se les mataba.

En la procesión del Santísimo Sacramento, solemnísima y multitudinaria, que era presidida por el corregidor acompañado de los cargos municipales y representaciones de los gremios y la aristo­cracia de la ciudad, dio siempre carácter  ‑al menos desde el siglo XV en que tenemos noticia de que ya salían‑  la Cofradía de los Apóstoles. Se formaba esta Cofradía por diversos individuos que para la ocasión se vestían con los trajes de época de los discípulos de Cristo, poniendo sobre sus caras unas máscaras que así acentuaban el carácter sagrado de su representación, siendo precedidos en el cortejo por niños que portaban carteles con sus respectivos nombres. Estos apóstoles heredaban de sus padres o antecesores directos el derecho a salir de tal modo en la procesión del Corpus, y es verdaderamente reconfortante el hecho de que hasta hoy mismo se haya mantenido esta antiquísima costumbre. A pesar de que ahora se tenga que trasladar de día.

En cuanto a lo que de fiesta realmente popular encerra­ba la jornada, fué siempre llamativa, ruidosa y múltiple. Es indudable que, por lo menos a lo largo de los siglos XVI y XVII, el Corpus Christi fue la fiesta mas importante y esperada de la ciudad. Una costumbre muy bonita era que por la mañana del luminoso DIA, salían ricamente vestidos y montados en sus caballos, el Corregidor y los comisarios de fiestas del Ayuntamiento, recorriendo las calles por donde habría de pasar la procesión.  Reglamentada por unas normas muy estrictas y tradicionales, en ella se representaban todos los elemen­tos significativos de la vida de la ciudad. Acudían cofradías y religiones a la iglesia de Santa Maria de la Fuente la Mayor, donde se ponía el Santísimo sobre unas ricas andas, y así salía a la calle acompañado de autoridades y gremios. Cada grupo hacía algo concreto y preestablecido de tiempo inmemorial: los escribanos llevaban hachas de cera encendidas; los procuradores una imagen de la Virgen, etc. Todos los estamentos ciudadanos competían ‑en esta sociedad más litúrgica que teocéntrica‑ en aparecer con mayor pompa y llamatividad sobre los demás.

Las fiestas consistían en danzas, representaciones teatrales, y desfiles de gigantes, cabezudos y tarascas. Estas cosas las pagaba el Ayuntamiento, por contrato previo con particulares o compañías de cómicos y profesionales. En cuanto al sentido de las representaciones teatrales, y según hemos podido colegir de los títu­los que en documentos se dan a las mismas, todos ellos estaban rela­cionados con historias bíblicas o del «Flos Sanctorum», que quizás muy en su origen habían sido «autos sacramentales» en los que la dualidad Bien‑Mal luchaba y se manifestaba ante los fieles. Las danzas estaban normalmente protagonizadas por demonios, soldados, gitanos y moriscos, pero en todo caso para esta época, la ciudadanía había olvidado el sentido primitivo (quizás heredado de épocas prehistóricas, ibéricas) y el Corpus quedaba como una fiesta pura, colorista y abigarrada, popu­lar y espontánea en modo tal que ya para hoy la quisiéramos. Solían salir músicos, timbales y trompetas contratados por el Ayuntamiento. También los referidos gigantes y cabezudos y una enorme representación de San Cristóbal con el Niño en brazos.

En cualquier caso, una ocasión muy especial en la que la ciudad de Guadalajara (calles, casas, gentes de una y otra posición, instituciones y cielos) se unía a sí misma para dar la nota, el color, el canto, y ser más suya, mas propia, mas Guadalajara que nunca. ¿Seré tan raro que me gusta recordar estas cosas, y aún pedir a quien por tener el mandato popular manda en la ciudad, que restituya a su primitiva esencia tal parafernalia? ¿Seré tan bobo que no me consuelo por haberla perdido?