Una lanza por el Corpus

viernes, 2 marzo 1990 0 Por Herrera Casado

 

La polémica está servida. Como siempre, viene de la mano de los políticos, que rigen destinos, calendarios y horarios como si de los constituyentes de un mundanal Olimpo de caras televisivas y declaraciones continuas se tratara. A partir de este año desaparece del calendario de fiestas la jornada tradicionalmente luminosa del Corpus Christi. Su rito se traslada al domingo siguiente. Los Ayuntamientos tienen, sin embargo, la capacidad de declarar a todos los efectos festiva esta jornada, con el objeto de que la tradición permanezca y puedan manifestar su secular ritual las procesiones y cofradías que vienen haciéndolo tal día desde hace siglos.

No ha sido así en el caso de Guadalajara. Desafortunadamente. Se ha preferido dejar de vacación un viernes de septiembre, en la semana de Ferias, que ya de por sí es medio festivo para todos (pues en esa semana no se trabaja por la tarde, y hasta es «más feria la feria» si sucede en día laborable). Y se ha dejado en normal jornada de trabajo a ese jueves «que reluce más que el Sol»: al Corpus Christi, el «Día del Señor».

Creo que una de las misiones de un Ayuntamiento es la de hacer cuanto sea posible por mantener, por salvar, por acrecentar incluso el conjunto de tradiciones heredadas de un pueblo. Actualizándolas, poniéndolas en el contexto del siglo en que se vive. Pero dando una continuidad, como si de un cordón umbilical y vivificante se tratase, al costumbrismo ancestral, para que ese pueblo sea cada vez más «el mismo», sin quedarse en la cuneta de ningún progreso, pero sin perderse en el espacio vacío de la indocumentación.

El Ayuntamiento que hoy nos rige, parece no hacer suya esta filosofía social. Como si su mayor empeño estuviera en borrar lo pasado, se ha tratado de ir cambiando las fechas de las tradicionales Ferias y Fiestas de Otoño hasta calzarlas en el verano. Ahí está el ejemplo del pasado año, y del que ahora corre. Se inventó una «Feria Chica» en Mayo que no llegó a cuajar nunca. No sé por qué, pero no llegó a cuajar: el hecho cierto es que el propio Ayuntamiento la ha retirado de la circulación festera. Se pusieron encierros de toros por las calles, en un invento de contraste pamplonica, y ahí está la cuestión: cada año van menos mozos al encierro, porque los horarios de nuestra Feria iban por la otra media cara del reloj. Se puso el encierro de los toros a las dos de la madrugada. Y a pesar de las intenciones (que siempre se suponen buenas) no funcionó tampoco la cosa.

Pues bien; cuando surge la hamletiana duda de dejar una tradición firmemente enraizada, o quitarla, nuestro Ayuntamiento opta por olvidarse de ella. Y no importa que detrás haya quinientos años de celebración continua. Que sea algo conocido, querido y esperado por miles de ciudadanos. Que haya una Cofradía ejemplar que da tono, originalidad y viveza a la fiesta. Que habría incluso la posibilidad de potenciarla de una forma moderna y atrevida, transformando en algo nuevo lo que de cinco siglos viene arrastrándose y forma ya parte, quiérase o no, de la historia de Guadalajara. De su ser y su respirar. Pues no: se quita.

Yo propondría que no se quitase. Por varias razones: una es el hecho de que Guadalajara cuenta con pocas y pobres tradiciones. Pueblo trabajador, y hoy de aluvión, cada uno celebra su cumpleaños, su primera comunión o su licencia de la mili. Y no se siente de verdad la Fiesta ciudadana, la de todos. Poco a poco se olvidaron «las mayas» en los barrios; la subasta de San Roque y las roscas con huevo duro en Pascua. Las castañeras huyeron porque las cuatro perras de ganancia se las iba en impuestos. Y cuando hay todavía un «fiestón» de campanillas, un día de procesión, de banda de música, de trapos de colores que se estrenan, y de honda Fe en los corazones cristiano/castellanos, el Olimpo municipal va y la quita (perdón, que la ha quitado la Conferencia Episcopal: el Olimpo municipal va y no hace nada por recuperarla).

El Corpus no sólo debería mantenerse en su día, sino que debería potenciarse. Desde hace años vengo, por esas fechas, recordando anécdotas de como era el día de ese Jueves mayor en nuestra ciudad: la procesión, que salía de Santa María y a la misma iglesia volvía, duraba todo el día. En ella participaban gran número de personas con sus mejores galas. Delante y detrás de la carroza con el Santísimo, iban otras carrozas montadas por los barrios y los gremios artesanales. En las calles se ponían altares floridos, mantos y reposteros colgando de los balcones. En las plazuelas se representaban autos sacramentales, entremeses y comedias. Delante del Palacio del Infantado, el duque se pagaba una corrida de toros. En la Plaza Mayor, el Ayuntamiento daba una sesión de danzas y chirimías, y repartía vino y dulces para todos. Caballeros y menestrales andaban juntos cantando, y la pompa religiosa con el Cabildo de clérigos revestido de tafetanes y rasos, mas las «religiones» de franciscanos, dominicos, carmelitas y bernardos ponían la variopinta rubicundez de sus papadas sobre las esclavinas de seda levantina. Flores nuevas, romero sobre las calles, el sol en todas las plazas, y Guadalajara viva y contenta en su más esperada, en su más señalada fiesta. La Fiesta por antonomasia.

¿De verdad que no puede hacerse nada por tenerla de nuevo, por tenerla como siempre? Que quien pueda, y deba, se lo pregunte a solas.