El castillo de Calatrava la Nueva

viernes, 3 noviembre 1989 0 Por Herrera Casado

 

En el recientemente celebrado Congreso Nacional de Cronistas Oficiales, itinerante por diversas localidades y monumentos de la provincia de Ciudad Real, hemos llegado como en peregrinación histórica hasta la altura de Calatrava la Nueva, el enclave rocoso y casi inaccesible que vigila desde hace siglos la llanura manchega en su cercano paso (por el puerto del Muradal) hacia el reino de Córdoba.

Para un alcarreño, que tantas historias ha oído contar, en su propia tierra, de la Orden de Calatrava, que tantos maestres y comendadores sabe ha tenido corriendo sus veredas, que tantos castillos y tantas enseñas han levantado desde Zorita a Berninches y desde Auñón a Almoguera, es un copioso manantial de recuerdos el que se le agolpa al pecho, y no puede por menos de dedicarle unas líneas a esta alcazaba, que lleva entre sus muros, hoy bastante bien arreglados y compuestos, belleza de líneas y capítulos densos de la historia de Castilla.

La primera localización de Calatrava (la antigua) fue en las orillas del Guadiana, cerca de Daimiel. Allí los templarios pusieron castillo y ciudadela, pero en la ocasión de ser amenazados por los almohades, acudieron a pedir ayuda a Toledo, al rey Sancho III. En aquel momento se fraguó el nacimiento de una nueva Orden militar, netamente española, al mandado de Raimundo de Fitero y Diego de Velázquez, quienes enseguida secundados por numerosos caballeros castellanos, formaron una Compaña que recibió del monarca, como primera donación, la fortaleza de Calatrava, tomando de ella su tradicional nombre. Era el año 1158. La defen­sa de la villa y castillo calatravo fué efectiva durante algunos años, pero tras la derrota de Alfonso VIII en Alarcos, en 1195, Calatrava fué abandonada por los cristianos.

Tras la victoria de las Navas de Tolosa, en 1212, se decidió poner en nuevo lugar, mas potente y resaltado, la fortaleza sede de estos nuevos caballeros, herederos en tantas cosas de los Templarios. Se eligió para ello el valle donde ya se encontraba el antiguo castro de Salvatierra, vigilando un paso muy frecuentado hacia Andalucía. Sobre las mínimas ruinas de un antiguo castillo llamado de Dios o de las Dueñas, y en muy poco tiempo, se inició en 1217 la construcción de la gran alcazaba de Calatrava la Nueva, en la que muy pronto pasaron a residir los maestres y gran número de caballeros, que desde esta atalaya manchega gobernaban sus estados cada vez más numerosos y densos. Allí se continuaron celebrando los Capítulos generales de la Orden, e incluso los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II pasa­ron algunas temporadas alojados entre sus muros.

Aunque luego se trasladaría, ya en el siglo XVI, la sede de los Maestres calatravos a Almagro, el castillo de Calatrava quedó siempre protegido y protector como una voz dura y pétrea sobre la llanura manchega.

Hoy es una emoción inolvidable el ascender por el estrecho y serpenteante camino entre carrascos hasta la altura batida del viento. La restauración llevada a cabo, bajo la dirección de Miguel Fisac, por la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, que ha dejado en ello últimamente más de 40 millones de pesetas, ha conseguido devolver en parte la apariencia del antiguo castillo. El ingreso principal lo tiene en la llamada Puerta del Hierro, formada por fuertes cubos y un largo pasadizo. El interior de ese recinto primero consiste en un espacio muy extenso, totalmente vacío, y en cuesta. Un camino o rampa va ascendiendo suavemente por él, hasta llegar al segundo nivel, el mural del castillo, en el que ya se encuentran algunos de los elementos más interesantes. Está formado ese segundo recinto por muros más altos y fuertes que el anterior, con cuatro torreones en sus esquinas. Allá se encuentra el gran templo de los calatra­vos, edificio sumamente interesante, pues está construido en un estilo que podría definirse como pulcramente cisterciense.

La iglesia del castillo de  Calatrava es bastante grande, compuesta por tres naves separadas de firmes pilares, y cubiertas de bóvedas de crucería, con sendos ábsides en la cabecera, de planta semicircular, y levemente iluminados por ventanas que parecen saeteras, por lo delgadas. Está construida a base de piedra y ladrillo, y en la portada que se abre a los pies llama la atención la puerta de acceso, de arquería apuntada en degradación, con decoración de arquillos y elementos simples geométricos, sumada de un enorme rosetón circular que en un estilo puramente medieval, y con unas dimensiones evidentemente desproporcionadas, adorna y da luz al interior.

Junto al templo aparecen los restos de otras estancias y elementos constructivos que venían a formar este segundo recin­to, en el que sabemos existió un claustro de pilares de ladri­llos, las salas capitulares, el gran refectorio, biblioteca, salas de ceremonias, etc, e incluso un espacio al que llaman el campo de los mártires, en el que descansaron como cementerio los restos mortales de muchos caballeros calatravos.

Más centrado todavía existe lo que podría considerarse como tercero y más íntimo recinto: el castillo calatravo propia­mente dicho. En él estaba la Torre del Homenaje, y las habita­ciones, salones y dependencias propias del Maestre de la Orden, en un apartamiento y defensa verdaderamente rituales. Allí se guardaban las riquezas, los documentos y archivos, los sellos, etc., que el viajero de hoy puede evocar al discurrir por sus enrevesados laberintos de estancias y pasillos.

A muchos de mis lectores se le están viniendo a la cabeza, como a mí me ocurrió al ascender hace pocos días por entre las altas torres de Calatrava, algunas imágenes del Nombre de la Rosa. El aislamiento, la progresiva y espiral caminata espiritual hacia el único centro, hacia la más elevada estancia donde está el pergamino que dice contener toda la sabiduría. Umberto Ecco no inventaba nada. Ese lugar existe. Y se parece mucho a Calatrava. Ese lugar es la abadía del Mont Saint Michel, en la Bretaña francesa, donde en un plano más grandioso aún, muy bien conservado, cuajado de riquezas, vemos la misma estructura que en al castillo manchego: la ascensión en espiral, el paso por puertas de hierro, por salones en cuesta, por terrazas progresivas, la iglesia, el claustro, la sala capitular, las terrazas finales que acceden a la torre última donde están los libros, los sellos, los misterios a los que solo pueden llegar los abades, o los maestres… Calatrava la Nueva, en Ciudad Real, es de todos modos un lugar al que cualquier alcarreño que conozca y admire su historia, debe acudir y ver, aunque no necesite muchas más palabras, porque el lugar y silencio de aquella altura lo dicen todo.