El Cardenal Gil de Albornoz, Acipreste de Hita

viernes, 29 septiembre 1989 0 Por Herrera Casado

 

Nos ocupábamos la pasada semana de la figura de Juan Ruiz de Cisneros, como autor del «Libro de Buen  Amor”. Dejemos a un, lado la figura del poeta, y pasemos a la del firmante del libro, el «arcipreste de Hita, su figura paródica: el Cardenal don Gil Carrillo de Albornoz, arzobispo de Toledo. Él es el típico ejemplo del hombre medie­val, resuelto y, sabio, ambicioso y opulento. Son mil sus caras, esqui­nadas siempre: bondadoso y cruel, místico y mundano, humilde y, ostentoso. Es militar y eclesiástico, político e intelectual. Nace, entre 1310 y 1316, en el seno de una poderosa familia castellana en la que confluyen sangres de Luna, Albornoz y Carrillo. Es Cuenca su patria. Interviene activamente en la Corte de Alfonso XI, colaborando estrechamente con el monarca en preparación de su campaña recon­quistadora que culminará con la gran victoria del Salado, En esos años (1340‑1350) es don Gil quien domina la Corte, y con el arzobispa­do de Toledo en sus manos no cono­ce rival en la política del momento. Como es descrito en el Libro de Buen Amor:

las cejas apartadas prietas como carbón…

la su nariz es luenga. esto le descompon…

la boca non pequena. labios al comunal…

mas gordos que delgados. bermejos como coral…

Así nos aparece en los retratos que de él se conservan en la Capilla de los Caballeros de la catedral de Cuenca, y en la biblioteca Nacional de Madrid.

La llegada al trono de Pedro I el Cruel pone en huida al Cardenal Albornoz, que se refugia en la Corte Papal de Avignón, donde alcanza también ‑dotes no le faltaban‑ el más alto grado de Cardenal Legado pontificio, Vicario papal y privado de una larga serie de Pontífices. Pudo llegar a la silla de San Pedro, pero prefirió su sombra, más cómoda y manejable, llevando con tan buen gobierno los asuntos de la Iglesia, que consiguió trasladar nuevamente a los Papas desde Aviñón a Roma, haciendo que los Estados Vaticanos reconocieran nuevamente al sucesor de San Pedro, Urbano V. Poco después, en 1567, y en la italiana ciudad de Viterbo, moría don Gil.

Así como de Juan Ruiz no ha Podido probarse que fuera «arcipreste de Hita», sí que está demostrado con rigor de datos y amplia satisfacción, que este cargo estuvo durante 24 años en poder de muy allegados deudos e incluso del mismo Cardenal Albornoz: de 1343 a 1351 fue arcipreste de Hita Pedro Fernández, procurador y muy devoto de don Gil; de 1351 a 1353, lo fué Pedro Alvarez de Albornoz, su sobrino, veinteañero; y desde 1353 hasta 1367, año de su muerte, fue el propio Cardenal don Gil de Albornoz, el que tuvo, entre otros muchos cargos y prebendas, la de «arcipreste de Hita». Hacer un libro de, poemas alegóricos ridiculizando al clero, y poniendo de figura central, parodiada y parodiante, al arcipreste alcarreño, era poner en la picota directamente a tan alta eminencia que podía, y así ocurrió, sentirse aludido.

Es finalmente la bellísima tarea de mostrar el simbolismo del Libro de Buen Amor la que ha acometido, con acierto y clara visión, el investigador Criado de Val. En los varios miles de versos que nuestra más alta pieza de poesía medieval contiene, se retrata y metamorfosea a don Gil, al rey Pedro, a su tesorero general, Samuel Leví, y a otros muchos protagonistas de la historia castellana de mediado el siglo XIV, poniendo siempre el dedo en la llaga de vicios y escándalos.

No es cuestión, ahora de desmenuzar tema por tema; baste recordar aquella mención tan conocida del ratón de Guadalajara y el ratón de Mohernando, cuando el Poeta refiere e insiste en el miedo que demuestra siempre este último. La razón clave de la huida de España de Gil de Albornoz fue la exigencia del Rey Pedro de que devolviera la encomienda santiaguista de Mohernando, que le había sido regalada o donada en condiciones poco claras por la amante de Alfonso XI, doña Leonor de Guzmán, a cuyo círculo fue, muy adepto el Cardenal. Sus vacilantes excusas le sirvieron para poner tierra por medio. Con este objetivo clarificante, el Libro de Buen Amor es dedo fiel que, señala una época, una situación, un personaje. Si el «arcipreste de Hita», ya provisto de carné de identidad en forma de fraile mozárabe y vividor, no se nos queda con la etiqueta de “gloria local» que hasta aquí tuvo, sí al menos permaneceremos en la órbita castellana, alcarreña y campiñera de este primoroso cantar, parodia y emblema, que obliga a entrar en baile frenético a toda la sociedad del siglo XIV. Sigue siendo esta tierra de sendas polvorientas, rastrojales y choperas tenues el paso seguro y aún latiente de tanta algarabía.

Bibliografía fundamental

CRIADO DE VAL, M.: Historia de Hita y su, Arcipreste, Madrid, 1976

CRIADO DE VALM.: El Cardenal Albornoz y el Arcipreste de Hita, «Studia Albornotiana», XI (1972): 91‑97

SÁEZ, E., y TRENCHS, J.: Juan Ruiz de Cisneros, autor del «Buen Amor”, en «Actas del Primer Congreso Internacional sobre el Arcipreste de Hita», Barcelona, 1973, pp. 365‑.368

TRENCHS ODENA, J.: La iglesia de Sigüenza durante los primeros años de Juan XXII: Episcopologio de Simón de Cisneros en Revista «Wad‑al‑Hayara 6 (1979): 83‑95

REAL DE ‑LA RIVAC.: El libro de Buen amor, estudio histórico‑crítico del Códice de Salamanca, Madrid, 1975.