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mayo, 1989:

El escudo heráldico de Atienza

 

A lo largo de las próximas semanas, nos proponemos ir analizando, uno por uno, los escudos heráldicos de las nueve antiguas cabezas de partidos judiciales de nuestra provincia, con los cuales se formó en el siglo pasado el escudo heráldico de la Diputación Provincial, y por tanto de la provincia de Guadalaja­ra. Es una forma de repasar la historia de estas antiguas pobla­ciones, y al mismo tiempo saber algo de las formas, mecanismos y circunstancias que rodearon a la creación de los escudos munici­pales que hoy todas ellas utilizan. Empezaremos, por orden alfa­bético, con Atienza, y en siguientes Glosarios irán apareciendo las referencias a los blasones de Brihuega, Cifuentes, Cogolludo, Guadalajara, Molina de Aragón, Pastrana, Sacedón y Sigüenza.

 La Villa de Atienza ha venido utilizando, desde hace muchos años, armas propias, que han adquirido, por tradición de tanto tiempo, el carácter de Escudo Heráldico Muni­cipal. Sin embargo, este escudo nunca ha llegado a gozar de ratificación oficial por organismo competente, por lo que no pueden decir los de Atienza que tengan escudo oficialmente reconocido.

Para este estudio, hemos consultado, al objeto de encontrar razón previa de este escudo atencino, los documentos heráldicos generales existentes en la sección de Sigilografía del Archivo Histórico Nacional y de la Real Academia de la Historia, así como diversos fondos de bibliografía de carácter provincial. Del mismo modo, se ha hecho un repaso de los diversos escudos que existen tallados o pintados por algunos de los monumentos de la Villa, recogiendo de ellos las diversas formas en que el Escudo Municipal se ha representado a lo largo de los siglos.

Desde los primeros momentos de la repoblación, aparece Atienza como Villa de dominio real, nunca sujeta al señorío particular, y por lo tanto formando parte, como una de las joyas mas preciadas, de la Monarquía castellana. El gran cariño que el rey Alfonso VIII tuvo a su Villa de Atienza, a cuyos habitantes debía el trono, lo manifestó siempre con ayudas y construcciones, mejorando el castillo, las murallas, las puer­tas, las iglesias, las relaciones comerciales, los fueros, etc. En cualquier caso, la adhesión que los hombres y mujeres de Atienza tuvieron siempre por su monarca y directo señor, fue palpable. Atienza figuró durante siglos, especialmente en los de la Edad Media, como una de las más apreciadas Villas del reino de Castilla.

Examinando algunos escudos que intentan represen­tar a la Villa, encontramos dos formas diversas de representa­ción: por una parte, sobre la fachada del Ayuntamiento aparece un gran escudo que pertenece al Rey Felipe V, primero de los Borbo­nes hispanos, y por lo tanto no puede pensarse en él como repre­sentativo de la Villa. En el interior del Ayuntamiento, en su salón de sesiones, hay un gran lienzo, del siglo XVIII, en que se representa el escudo de la Villa, apareciendo en el mismo una ciudad amurallada con un gran castillo al fondo. Evidentemente es una representación ideal de Atienza, y posiblemente en él está el origen del Escudo Municipal: la intención en un principio fue que el símbolo de la Villa fuera la representación de esa misma Villa.

En otros elementos, como puede ser la Fuente del Santo, que se encuentra junto al Humilladero, y que es obra del siglo XVIII, el Escudo de la Villa muestra solamente un castillo de tres torres, aterrazado sobre unas peñas. Lo mismo que en la Fuente del Tío Victoriano, mas moderna, pero que ostenta el mismo símbolo.

Posteriormente, en elementos oficiales sobre todo (sellos de caucho, papel timbrado, banderas, etc.), se introdujo junto al castillo los dos cuarteles representativos de la monarquía, esto es: el castillo de oro y el león de gules. Es claro, pues, que la evolución del Escudo Heráldico de Atienza ha sido en el sentido de englobar los elementos mas representativos de su historia y su patrimonio arquitectónico, eje a su vez de esa misma historia.

Analizado el sello concejil de Atienza, del que quedan algunos ejemplares en el Archivo Histórico Municipal y una impronta en cera en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, encontramos que en él se representa, en el anverso, un castillo de tres torres con dos series de almenas, siendo la torre central más alta y en su parte baja abierta una puerta de semicircular arco, rodeado de una borrosa inscripción en la que parece leerse: «+ SIGILLVM…NCILLI DE…TENZA», y en el reverso se ve levantarse sobre unas rocas un lienzo de muralla de sillería escoltado a sus extremos por sendas torres rematadas en almenas y ocupadas de ventanas, alzándose al comedio de la muralla una gran bandera formada en su mitad externa por tiras o anchos flecos, apareciendo en su borde la inscripción «…SEL…CONCE…ATIENZA»

Conjuntando los muebles y modos representativos que a lo largo de los siglos ha ido ofreciendo el escudo heráldi­co municipal de Atienza, este queda definitivamente constituido del siguiente modo:

Escudo español, medio cortado y partido. A la derecha, el primer cuartel en alto es de campo de gules con un castillo de oro mazonado de sable y aclarado de gules, y el segundo cuartel en bajo es de campo de plata con un león rampante de gules. A la izquierda, el cuartel de azur tiene una torre y parte de muralla, aterrazadas sobre rocas, en su color. Al timbre, corona real cerrada.

Campiñeros famosos: El boticario Juan Rhodes Garrido

 

Quisiera hoy traer, a la galería de gentes ilustres que la provincia de Guadalajara ha dado a lo largo de su historia, la figura de un campiñero que destacó en su profesión con singulari­dad y fuerza, haciendo, o tratando siempre de hacer el bien a los demás, y trabajando en su profesión, como se suele decir, «a tope». Se trata de Juan RHODES GARRIDO. Natural de Cabanillas del Campo, donde nació el 27 de enero de 1881, estudió en el Institu­to Brianda de Mendoza de nuestra capital (tantas generaciones ya de famosos!) graduándose de bachiller el 27 de septiembre de 1898, y marchando a estudiar Farmacia en la Universidad Central de Madrid, donde se licenció el 28 de agosto de 1903.

Al terminar la carrera, Rhodes marchó a su pueblo, donde ejerció la profesión durante largos años, siendo inspector farmacéutico municipal (figura administrativa que envolvía a lo que realmente era el «boticario del pueblo»). Pero no paró ahí la actividad de nuestro personaje, pues esa carrera la han llevado muchos otros farmacéuticos a lo largo de los años. Rhodes se dedicó al estímulo de la profesión, y a lo largo de 30 años, hasta la guerra civil aproximadamente, ocupó todos los altos cargos de la profesión que era dado tener: fue Presidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Guadalajara, y Presidente de la Unión Farmacéutica Nacional. Así mismo le nombraron Consejero de Sanidad y Consejero del Centro Farmacéutico Nacional. Incluso llegó a ser nombrado, en honor a sus muchos méritos como defensor de la profesión, Presidente honorario de todos los colegios de farmacéuticos de España, lo mismo que de la Asociación de Estu­diantes de Farmacia, siendo al tiempo miembro de muy diversas comisiones encargadas por los gobiernos de la restricción de estupefacientes, seguros de maternidad y múltiples cuestiones relativas a la sanidad y la farmacia. Fué finalmente gerente del Centro Farmacéutico Nacional.

Dedicado también a la política, Rhodes Garrido fué Diputado Provincial por Guadalajara, perteneciendo por nuestra provincia a la Asamblea Nacional, interviniendo siempre en los temas relativos a su profesión. Así mismo, se dedicó con intensi­dad a escribir, haciéndolo en todas la revistas profesionales del momento, y por supuesto en todos los periódicos de la Guadalaja­ra de su época, como «Flores y Abejas», «La Crónica», «La Palan­ca», «Renovación», «El Liberal Arriacense», etc. Su bibliografía completa llenaría varias páginas, pues a lo largo de su vida, especialmente hasta la Guerra Civil, y luego hasta los años cincuenta, no dejó apenas un día que no escribiera algún artículo relativo a la farmacia, a personajes de la profesión, etc.

En definitiva, esta breve semblanza de Juan Rhodes Garrido nos sirve para comprobar que todavía son legión aquellos individuos, y sus menorías, que suponen un punto de referencia y reflexión para las nuevas generaciones. El recuerdo de otros que dedicaron su vida entera al trabajo útil, pudiera ser acicate para cuantos ahora, en este hoy inconstante y fugitivo, pensamos en la necesidad de ponerle a cada día su rótulo y hacer más ancha la colectiva memoria de las cosas.

El autor de la maravilla: El arquitecto Lorenzo Vázquez

 

Aunque, no existe documentación que acredite justificadamente la autoría de la obra, arquitectónica que vamos comentando a lo largo de las pasadas semanas, y que no es otra que el convento franciscano de San Antonio en Mondéjar, todos los indicios apuntan a que fue diseñada y dirigida por el arquitecto o maestro de obras de los Mendoza, el segoviano Lorenzo Vázquez. Hasta 1588 estuvo trabajando para el Cardenal don Pedro González de Mendoza dirigiendo el Colegio de Santa Cruz en Valladolid. Al terminar las obras allí, vino a Mondéjar, donde dio las trazas del convento de San Antonio, marchando luego, al llamado de los mismos Condes de Tendilla, a Granada, donde participó como maestro de cantería en la Capilla Real, y posteriormente a Guadix, más concretamente a La Calahorra, donde diseñó el castillo‑palacio del marqués de Cenete, auténtica joya de la arquitectura civil del primer Renacimiento hispano, Poco después realizaría el palacio de los duques de Medinaceli, en Cogolludo, donde le vemos residiendo en 1503.

Aunque casi nada se conoce de su peripecia vital, solamente sus obras, debemos colegir que Lorenzo Vázquez viajó a Italia, y allí se formó y tomó sus modelos estructurales y de ornamentación, trayéndole de allí muy probablemente don Iñigo López de Mendoza, a su vuelta en 1497 de su embajada por Roma. De ese modo entraría a trabajar como arquitecto de la familia Mendoza, haciendo obras tanto para el propio conde de Tendilla (este monasterio de Mondéjar), como para su tío el Cardenal González de Mendoza (el Colegio de Santa Cruz en Valladolid), el hijo de éste don Rodrigo de Mendoza, marqués de Cenete (el castillo‑palacio de La Calahorra), el tío del conde de Tendilla, don Luís de la Cerda, primer duque de Medinaceli (palacio ducal de Cogolludo, y el primo carnal de dicho conde, don Antonio de Mendoza (palacio mendocino hoy Instituto de Guadalajara). Aún trabajó para diversas obras en Alcalá de Henares por mandado del señor de la ciudad y Cardenal‑Arzobispo de Toledo el mismo don Pedro González de Mendoza.

Los elementos ornamentales y estructurales utilizados por Vázquez en sus obras, y más en concreto en este monasterio de Mondéjar, están tomados de diversos autores italianos. Así, las exuberantes mazorcas o flores rellenas de grano que culminan las portadas del palacio de Cogolludo y de este monasterio, están tomadas de Brunelleschi y de Desiderio. Para Prentice y Kubler, Lorenzo Vázquez debe ser calificado cómo el Brunelleschi español. Sus temas están extraídos de prototipos boloñeses y toscanos, como por ejemplo el uso de los escudos heráldicos en las enjutas, las parejas de delfines y las cabezas de serafines, las comisas y rosetas de soplo clásico, o las palmetas y veneras tan del gusto del Brunelleschi.

La obra arquitectónica y decorativa de Lorenzo Vázquez, que en este monasterio de San Antonio, en Mondéjar, pone lo mejor de su saber, está caracterizada por un purismo itálico total, por una importación masiva de estructuras y ornamentos que, años después, y tras la elaboración de otros muchos artistas hispanos, permitiría el nacimiento del primer plateresco español y las sucesivas corrientes del Renacimiento en nuestro país. Es Vázquez, pues, un auténtico precursor, y esta obra suya de Mondéjar prácticamente lo primero que diseña en nuestra tierra. Todo un monumento que, en la brevedad con que ha sido expuesto en las líneas anteriores, viene a ofrecerse, como una joya singular y preciadísima de nuestro patrimonio artístico provincial cumpliendo ahora, en estos días del riente mayo, el Quinto Centenario de su creación. Ojala alcance otros tantos, o aún más siglos, para deleite y asombro de futuras generaciones.

Como una ayuda a cuantos se inter1san por la historia y el arte de Guadalajara y quisieran estudiar sus, elementos más a fondo, a continuación algunas referencias bibliográficas que ayudarán al curioso a completar su visión del monumento y su circunstancia que a lo largo de las pasadas semanas hemos recordado.

CEPEDA ADÁN J.:‑ El gran Tendilla, medieval y renacentista, en «Cuadernos de Historia”, 1 (1967):159-­68.

FERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Anastasio: Historia de Mondéjar, Mondéjar, 1981.

GARCÍA LÓPEZ, J.C.: Catálogo Monumental de la provincia de Guadalajara, manuscrito en la Biblioteca del Centro de Estudios Históricos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, 1911.

GÓMEZ‑MORENO, Manuel: Estudios sobre el Renacimiento en Castilla: Hacia Lorenzo Vázquez, en «Archivo Español de Arte», 1 (1.925):140.

HERRERA CASADO, Antonio: Glosario Alcarreño, tomo I, «Por los caminos de la Alcarria», Guadalajara, 1974.

HERRERA CASADO, Antonio: Inventario de los elementos arquitectónicos de interés histórico­-artístico de la provincia de Guadalajara. Inédito. Un original en la Delegación Provincial de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, en Guadalajara.

HERRECA CASADO, A.: Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara, Segunda edición, Guadalajara, 1988, pp. 308‑315.

LAYNA SERRANO, F.: Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, Madrid, 1942, Tomo I.

LAYNA SERRANO, F., y CAMARILLO HIERRO, T.: La provincia de Guadalajara, Madrid, 1948.

MENDOZAIBÁÑEZ DE SEGOVIA Y ARÉVALO, Gaspar, Marqués Consorte de Mondéjar: Historia de la Casa de Mondéjar, inédita, 3 volúmenes. Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Madrid.

MENESES GARCÍA, E.: Iñigo López de Mendoza, Correspondencia del Conde de Tendilla, I (1508‑1509): Biografía, estudio y trascripción, en «Archivo Documental Español», XXXI, Madrid, 1974.

NADER, H.: Los Mendoza y el Renacimiento Español, Institución «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1986.

RELACIONES TOPOGRÁFICAS enviadas a Felipe II por la Villa de Mondéjar en 1580. El original se conserva en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Cf. GARCÍA LÓPEZ, J.C. Memorial Histórico Español, Tomo XLII, Madrid, 1903, pp. 309‑337.

Cuerpo y figura del convento franciscano de Mondéjar

 

Sabemos por ciertas referencias documentales cómo era el monasterio de San Antonio de Mondéjar, del que ayer se cumplía exactamente su Quinto Centenario, en las épocas en que se mantenía íntegro. Realmente era pequeño, como lo atestiguan los ruinosos cimientos que de él, hoy permanecen, y la propia iglesia, que a pesar de su belleza ornamental y estilística, formaba un recinto de escuetas proporciones.

De esa minúscula apariencia tene­mos la primera referencia en la carta que el 10 de noviembre de 1509 diri­gía el fundador don Iñigo al Cardenal Cisneros, en la que le decía que mi monasterio es bonito, bien labrado e ordenado, pero tan poquita cosa que no paresce syno que se hizo para modelo (como dicen en Italia) de otro mayor, para el lugar basta como la mar para el, agua. En las intenciones del segundo conde de Tendilla no estaba prevista la existencia de más de 10 o 12 frailes para habitarle, y en las Relaciones Topográficas del siglo XVI se decía que este cenobio contaba con el edificio de la Yglesia… con su huerto y lo, demás necesario. Ello era un claus­tro mínimo, ciertos espacios para la vida comunitaria, las celdas de los frailes, y la iglesia con su sacristía. Poco más.

La iglesia del convento de San Antonio de Mondéjar era una verdadera joya del primitivo grupo de edificaciones protorrenacentistas, con las cuales se introdujo en España el nuevo estilo nacido en Italia un siglo antes. Orientada clásicamente, con el ábside a levante y la portada principal sobre el hastial de poniente, era de una sola, nave, planta rectangular, y bóvedas de crucería completadas con terceletes, más un coro elevado en la zona de los pies del templo. Incluido este templo en la tipología de lo que todavía puede calificarse como «arquitectura isabelina», la nave única, de reducidas proporciones, con capilla en el testero y coro a los pies, más ventanales gotizantes en los muros, con capiteles de bolas, y la decoración centrada exclusivamente en la portada, dejando asomar leves detalles novedosos en capiteles y molduras, en ventanales y escudos nobiliarios, componen un conjunto propio de ese final del siglo XV, de ese «otoño de la Edad Media» en el que juega tanto papel el declive de una ideología como el nacimiento, el renacimiento, de otra nueva.

En el centro de la nave existía, cubierta por el enlosado de su pavimento, una gran cripta que diseñó el arquitecto Adonza por encargo del marqués de Mondéjar, mediado el siglo XVI, y que tenía por objeto constituir un ámbito sagrado donde poder enterrarse, en pequeño panteón familiar, los titulares del marquesado alcarreño. De bóveda y muros de ladrillo, hoy sólo queda el hueco, que llama la atención por lo grandioso, ocupando buena parte de la planta del templo.

El material con que se construyó, en los años finales del siglo XV, fue de una piedra caliza de basta calidad, en forma de mampuesto poco fino, que solo dejaba la aparición de sillares bien tallados en las esquinas, y por supuesto la decoración principal de la portada y los escudos o capiteles sobre piedra de Tamajón. También al interior se utilizó la mampostería en los muros, aunque usando piedra caliza para los elementos más nobles, como el entablamento corrido a lo largo de la nave, las pilastras, los nervios bien moldurados de las bóvedas, los arcos, capiteles y columnillas de las ventanas e incluso los escudos heráldicos del hastial del testero.

De la gloria pasada quedan hoy, tal como puede comprobar quien hasta el lugar del monasterio acuda, tristes ruinas que evocan como pueden la grandeza de otros días. Entre maleza y derrumbes, rodeado el conjunto de una alambrada metálica que trata de, impedir se sigan arrojando sobre las ruinas las basuras y desperdicios que se generan en las cercanías, surgen los altos muros de la portada y el testero, que a la luz del atardecer, cuando el sol los ilumina directamente, cobran relieve y casi adquieren vida, ofreciendo al espectador de hoy la valentía de formas y la elegancia de ‑ornamentos que hacen de este monumento uno de los más bellos de la provincia de Guadalajara.

Los dos elementos que hoy fundamentalmente podemos admirar son la portada y el hastial de la cabecera. En ellos quedan las piedras talladas que componen los elementos que, lógicamente, tenían mayor relieve en el concepto general del templo. Aparte, claro es, del retablo principal que albergaba en su interior, rematando la capilla mayor y presbiterio, y que sabemos por diversos cronistas franciscano que existía y era bellísimo, de lo mejor de su tiempo, compuesto de pinturas y esculturas de gran calidad.

La portada tiene, en esquema, una estructura sucinta de bocina con arco de medio punto. Ese arco se adorna con múltiples detalles que llegan a recubrirle de «plateresca» ornamentación protorrenacentista, en un estilo netamente toscano, con grandes similitudes respecto a las portadas del Colegio de la Santa Cruz de Valladolid y del palacio de los duques de Medinaceli en Cogolludo, obras que como hoy se sabe fueron diseñadas por el arquitecto Lorenzo Vázquez de Segovia.

Consta esta portada, como acabamos de decir, de un gran arco semicircular con varias arquivoltas cuajadas de fina decoración de rosetas, hojas, bolas, etc., apoyadas en casi desaparecidas jambas con similar ornamento. En las enjutas del arco, y acompañados de plegada cinta, aparecen los escudos del matrimonio fundador, don Migo López de Mendoza y doña Francisca Pacheco. Todo ello se escolta por dos semicilíndricos pilastrones cubiertos de talla vegetal y rematados en compuestos capiteles.

El entablamento de este arco es riquísimo, ocupado por un friso con delfines, que aparecen atados en parejas por sus colas, y cabezas de alados querubines, añadidos de series de bolas y dentellones. Encima va un amplio arco, de tipo escarzano, que forma un tímpano, con candeleros a sus lados y por frontispicio se ve una especie de gablete con molduraje de comisa. Dicho arco está ocupado por una pequeña imagen de la Virgen con el Niño en brazos, sedente, sobre gran medallón circular de fondo avenerado, al que ciñen cornucopias con estrías y cintas plegadas. El fondo del gablete se llena de robusto follaje que orla el arco del tímpano. Se trata de una especie de cardo espinoso, muy revuelto y con una gran palmeta en medio, cargada de grano, quizás una mazorca de maíz, similar en todo a las que circuyen el arco de la puerta en el palacio ducal de Cogolludo.

Esta portada, cuyos elementos son plenamente italianos, es una de las primeras aportaciones del estilo renacentista en España. En todos sus detalles puede leerse la novedad venida de la Toscana. Es más, su simbolismo parece claramente referido a la devoción que los Mendoza, y concretamente el primer marqués de Mondéjar, tienen hacia la Virgen María a la que colocan sobre un fondo de venera en el que clásicamente se sitúa a Afrodita naciendo del mar, junto a los cuernos o cornucopias de la abundancia, rodeado todote cintas que simbolizan el triunfo, dando en conjunto el mensaje de una victoria emparejada de la Madre de Dios y de los Mendoza sobre el entorno.

El otro resto conventual que hoy podemos admirar, es el muro del testero, en el que se ven cómo los apeos superiores se constituyen por pilastras finísimas, recuadradas con molduras, y corrido encima va un entablamento muy pobre y sin talla; los capiteles llevan estrías, volutas acogolladas y una flor en medio. Los tímpanos de dicho testero de arcos muy ¡apuntados aparecen ocupados por grandes, escudos dentro de láureas: el central muestra la cruz de Jerusalén, quizás en recuerdo del título cardenalicio del tío, del comitente, el Cardenal don Pedro González de Mendoza, vivo aún cuando este templo se construía, y a los lados, las armas del fundador, don Iñigo López, que son las de Mendoza sobre una estrella, y con la leyenda BVENA GVIA adoptada por los Mondéjar, más las de su mujer doña Francisca Pacheco.