Francisco Layna Serrano

viernes, 6 enero 1989 0 Por Herrera Casado

Cierta polémica, como siempre ribeteada de tintes políticos, ha traído a la palestra de los «papeles» de Guadalajara la figura de uno de los más importantes historiadores de este siglo, no ya en la provincia alcarreña, sino en el conjunto de nuestra nación. Se trata de la figura de D. Francisco Layna Serrano, quien 18 años después de muerto, y a pesar de contar con la obligada estatua (en la plaza de la Diputación) y la obligada calle (en el plan Sur) que una ciudad agradecida le tributó, parece que ha visto diluirse su recuerdo entre las gentes, jóvenes y menos jóvenes, que hoy dan marcha a nuestro burgo.               

Para que esa figura, señera y capital en los anales de Arriaca, que nunca podrán, aunque se quiera, emborronar o palidecer, esté presente entre todos, recordaremos en brevedad su vida y su obra, ha­ciendo un esfuerzo por resumir lo que, por admiración y justicia, debiera ocuparnos largo trecho. Nació don Francisco en el pueble­cito de Luzón, corazón de la Celtiberia, un 27 de junio de 1893. Allí y en Ruguilla paso sus primeros años, estudiando luego Bachillerato en el Instituto de Guadalajara y pasando a la Universidad madrileña a cursar la licenciatura de Medicina, especializándose después, junto a los maestros del Instituto Rubio y Galí, en Otorrinolaringología. Fue medico del Hospital del Niño Jesús, viajó por Europa e investigó sobre el tema de la «reflexoterapia endonasal», muy de moda en los años treinta, sobre la que llegó a publicar un libro que incluso fue traducido al inglés. Además del ejercicio publico y privado de su profesión, siempre acompañado de un éxito que le prestigió notablemente, fué fundador en 1922 de la Asociación Médico-Quirúrgica de Correos y Telégrafos por cuyo motivo le fue concedida años después la gran Cruz de Benefi­cencia de primera clase.

Si su biografía profesional podría acabar con las líneas dedicadas a su actividad médica, la tarea que como inves­tigador de la historia y el arte de Guadalajara, a la par que luchador y defensor de las esencias provinciales y de la cultura de Guadalajara, sería prolija de reseñar en pormenor. Cuando contaba cuarenta años inició Layna sus estudios e investigaciones en torno a Guadalajara. Lo hizo llevado de la irritación noble que le produjo ver cómo un multimillonario norteamericano cargaba con un monasterio cisterciense de Guadalajara, entero, y se lo llevaba a su finca californiana. Se trataba de Ovila. Layna investigó, protestó, y así surgió su pasión de por vida.

La Diputación Provincial le nombraba en 1934 Cronista Provincial, y a partir de ese momento se volcaría en cuerpo y alma a estudiar, a publicar, a dar conferencias, a escribir artículos y a defender a capa y espada el patrimonio histórico‑artístico y cultural de la tierra alcarreña. Entre sus muchos títulos y distinciones, cabe reseñar que tuvo también el cargo de Cronista de la Ciudad de Guadalajara, fue presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, fué académico correspon­diente de la de Historia y de Bellas Artes de San Fernando, axial como de la Hispanic Society of America, habiendo recibido el Premio Fastenrath de la Real Academia de la Lengua, y recibiendo la Medalla de Oro de la Provincia de Guadalajara tras su muerte, acaecida en 1971.

Hablar de la obra, referida a Guadalajara y su provincia, del Cronista Layna Serrano, nos llevaría largo rato del que no disponemos. Baste ahora centrar su labor en los apar­tados fundamentales en que discurrió.

En los temas de Historia fue donde Layna se distinguió principalmente: En 1932 publico su primera obra, El Monasterio de Ovila, a raíz de la exclaustración referida del cenobio alcarreño. Al año siguiente apareció la primera edición de Castillos de Guadalajara, obra en la que volcó Layna su ya inmenso caudal de conocimientos históricos, describiendo, tras haberlos visitado y estudiado sobre el terreno, las viejas forta­lezas alcarreñas y molinesas. Este libro alcanzó en poco tiempo tres ediciones, agotadas enseguida.

De una conferencia suya titulada El Cardenal Mendoza como político y consejero de los Reyes Católicos apareció en 1935 un folleto interesante, dando a la imprenta, por fin, en 1942, su grande y definitiva obra : la Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI en cuatro gruesos tomos . En esa obra desborda el conocimiento que Layna alcanzo sobre la familia prócer que dio vida durante varios siglos a Guadalajara. Llegó a conocerla, como dijo alguien, como si de su propia fami­lia se tratara.

En 1945, y como fruto de sus investigaciones en el Archivo Histórico Nacional, dio a luz su obra Los Conventos antiguos de Guadalajara, con documentación prolija. Y en ese mismo año, la Historia de la Villa de Atienza, en un volumen de más de 600 páginas, donde plasmo la historia de Castilla, de la reconquista, del territorio serrano y alcarreño y, por supuesto, de Atienza, describiendo además su arte y sus costumbres. Todavía en este ámbito de la historia, Layna trabajo duro en el archivo municipal y en el parroquial de Cifuentes, saliendo tras largas horas de dedicación una magnifica Historia de la villa de Cifuen­tes en 1955.

También en los temas de arte destaco Layna por la abundancia de asuntos tratados, y el descubrimiento de documen­tos, de artistas y noticias de gran interés. Además de lo ya mencionado sobre Ovila y los Castillos, en 1935 apareció su obra La Arquitectura románica en la provincia de Guadalajara, fruto de viajes y anotaciones in situ. En 1948 apareció, en colaboración con el fotógrafo Tomas Camarillo, el libro de La Provincia de Guadalajara con infinidad de reproducciones fotográficas, y en las que el Cronista aporto el texto.

En revistas especializadas como «Arte Español» y «Boletín de la Sociedad Española de Excursiones» publico Layna lo más útil de su aportación en historia del arte. Solamente cabe aquí recordar algunos de los temas de mayor interés: la iglesia de Santa Clara en Guadalajara; el palacio del Infantado; la parroquia del Salvador en Cifuentes; la capilla del Cristo de Atienza; la iglesia parroquial de Alcocer; los retablos de la parroquia de Mondéjar; las tablas de San Gines, en Guadalajara; la cruz parroquial de La Puerta; la parroquia de Alustante; el sepulcro de Jirueque y decenas de temas mas que permiten conside­rar su aportación de fundamental.

Aunque en temas de costumbrismo no se entretuvo especialmente, son de gran valor los estudios de Layna sobre La Caballada de Atienza y las tradiciones en torno al Mambrú de Arbeteta y La Giralda de Escamilla. Por ultimo, dedico el Cronis­ta parte de sus conocimientos en realizar algunas breves guías turísticas de la provincia y de sus poblaciones más interesantes. Todo ello sin contar lo que sobre Medicina o, también sobre temas históricos y artísticos, dedico a otras provincias españolas, en especial a Logroño y Ciudad Real, sobre las que reunió gran cantidad de datos en torno a sus castillos y fortalezas.

Esta obra ingente proclamó a Francisco Layna Serrano como un auténtico historiador y un conocedor total de la tierra alcarreña. Su recuerdo sigue y seguirá siempre vivo, ‑en su obra buscada continuamente‑ entre las gentes de Guadalajara y de España toda. Quien, en hipotética situación, alegara la no condición de historiador para Layna, haría muy bien en consultar no sólo sus obras, que son las que hablan por sí mismas, sino las opiniones de cuantos, en España y todo el mundo occidental, tienen en algún momento que ocuparse de los antecedentes históricos de nuestra tierra. La consulta de Layna es obligada. Su lección de historia auténtica ha quedado, pues, imborrable.