Carlos III y Guadalajara (I)

viernes, 9 diciembre 1988 0 Por Herrera Casado

 

Se celebra este año, en toda España, el segundo centenario de la muerte de Carlos III de Borbón. Uno de los mejores monarcas que ha tenido nuestro país a lo largo de los siglos. Un verdadero revolucionario en su época, promotor de la modernidad, sabio y prudente, constructor de caminos y de monumentos, benefactor de la nación. Es precisamente el próximo día 14 de diciembre, el miércoles próximo, que se cumplen con exactitud esos dos siglos. A lo largo de tres semanas iremos viendo, muy resumidamente, algunas de las realizaciones directas o mediatas de su gobierno en Guadalajara.

Carlos III nació en Madrid, en 1716. Murió también en Madrid en 1788, el 14 de diciembre. Era hijo de Felipe V y de Isabel de Farnesio. Fué designado para ser Rey de Nápoles, y lo hizo entre 1734 a 1759. Tras la muerte de sus dos hermanos mayores, Luis I y Fernando VI, él fué llamado a reinar en España. Lo hizo entre 1759 y 1788. Vivió, pues, durante 54 años como Rey, la primera mitad en Nápoles, y la segunda en España.

El retrato que Fernán Núñez nos ha dejado de Carlos III es magistral: «Su fisonomía ofrecía en un momento dos afectos y aun sorpresas opuestas. La magnitud de su nariz a primera vista daba a su rostro un aspecto muy feo, pero, pasada esta impresión, hallábase en el mismo semblante una bondad, un atractivo y una gracia que inspiraban amor y confianza».

Fué el auténtico creador de la Ilustración. Rey‑alcalde para Madrid, ordenó la ciudad y la embelleció con Puertas (la de Alcalá), con fuentes y con parques (el Prado), y organizó el Estado de forma moderna. Se rodeó de importantes políticos (Flo­ridablanca, Campomanes, Olavide, Cabarrús, etc). Se crearon las Sociedades de Amigos del País, la Compañía de Filipinas, el Banco Nacional de San Carlos (luego Banco de España), organizó la Real Hacienda, puso las bases de una industria fuerte y de una econo­mía próspera, hizo obras públicas numerosas como el Canal Impe­rial de Aragón y el de Castilla, puentes numerosos, caminos, etc., haciendo repoblaciones en las sierras andaluzas (La Caroli­na, etc.), creando una nueva organización administrativa a base de Intendencias (Guadalajara, Molina) y poniendo en práctica el «regalismo» o control de la Iglesia por el Estado, controlando el nombramiento de Obispos y expulsando a la Orden de los Jesuitas. 

Una de las bazas que en favor de Carlos III existen en Guadalajara es el puente sobre el río Henares a su paso por nuestra ciudad. Este puente es obra antiquísima. Ya los romanos le elevaron y fue notablemente agrandado y perfeccionado por los árabes. Se lo llevó por delante alguna riada, y reconstruido en época medieval, así como en tiempos de Felipe II. Una nueva restauración se hizo en la época de Carlos III. Existe una piedra tallada, a modo de cipo o miliario, en la que con cierta dificul­tad se pueden leer sus borrosas letras, y en ellas puede desci­frarse que fue el año 1776, reinando Carlos III, por acuerdo del Ayuntamiento de Guadalajara, y con la ayuda y prestación económi­ca de los pueblos de cuarenta leguas a la redonda, se reconstruyó el puente solidamente, siendo el director de las obras el arqui­tecto Marco Vierna.

Tenía entonces una joroba central el puente, y una torre en el centro. Todo ello fué eliminado en las reformas de 1856, y ensanchado a 10 metros, ampliando y volando las aceras, en 1922, según se dice también en la referida piedra tallada.

Como otra importante obra pública de la época de Carlos III en Guadalajara debemos recordar el nuevo trazado de la Vía de Madrid a Aragón. El camino real, que desde época de Felipe II había empezado a discurrir por lo alto de la Alcarria, fue res­taurado y mejorado, ensanchándolo. En Torija se puso un monolito conmemorativo de ello. Se pusieron además numerosas posadas, ventas, etc. para proteger al viajero y asegurar lo rápido y cómodo del viaje. Surgieron así la de San Juan o Parador de Cortina en término de Azuqueca; otra en el puente del Henares, en Guadalajara; otra en la cuesta de Torija; la Venta del Puñal en lo alto de la Alcarria cerca de Ledanca, etc.

En la historia de España, han sido conocidas siempre como «Salinas de Guadalajara», ó «Salinas de Atienza» las que realmente se encuentran a lo largo del valle del río Salado, principalmente en Imón, Santamera, La Olmeda y Cirueches. A lo largo de este río, y desde tiempos muy primitivos, se aprovechó el depósito salino que sus aguas llevan disueltas. En la Edad Media, el control de las salinas fué crucial, y su posesión por los Obispos de Sigüenza dio pie a la leyenda de que la catedral seguntina se levantó con el producto de esas salinas.

El gobierno ilustrado de Carlos III las protegió y potenció, hasta el extremo de construir nuevos sus edificios y sus estructuras de explotación. Canga Argüelles h ahecho un estudio sobre su importancia y cantidades de producción. Se sabe que en 1760, el Superintendente General de la Real Hacienda, Miguel de Muzquiz, dictó unas instrucciones para el mejor aprovechamiento de las salinas, sobre todo de éstas.

También se restauraron a partir de esa época las salinas de Saelices de la Sal, y de Armallá, en término de Tierzo, en Guadalajara. En estos lugares, lo mismo que en Imón, se conservan casi intactas las construcciones de la época de Carlos III, con edificios, almacenes, depósitos, estanques y canales, etc.