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noviembre, 1988:

CASIMIRO GÓMEZ ORTEGA, UN ILUSTRADO EN TRILLO

 

Ha celebrado España, en pluriforme copia de actos, el segundo centenario de la muerte de uno de sus más interesantes y benéficos personajes históricos, el rey Carlos III de Borbón, que gobernó nuestro Estado desde 1759 a 1588, dándole a todos los niveles un impulso continuo que le permitió entrar, de forma evidente, en la modernidad. En nuestra provincia se han celebrado algunos actos en recuerdo de esta efemérides (un magnífico concierto barroco en los jardines de la Real Fábrica de Paños de Brihuega durante el pasado verano) u en estos días el «Aula de Historia» de la Institución de Cultura «Marqués de Santillana» está llevando adelante un ciclo de conferencias que tratan de brindar, de forma secuencial, una visión amplia de la situación política, cultural y científica de la España carolina.

Quisiera hoy, y como una aportación a ese Centenario y a la memoria del rey Carlos III, traer a la pública consideración la figura y la obra de un sabio de la Ilustración, un hombre que laboró toda su vida, desde unas perspectivas de científico moderno, por conocer mejor la naturaleza y al tiempo tratar de aprovecharla mejor en beneficio de sus semejantes. Fue este sabio don Casimiro Gómez Ortega, médico, farmacéutico, botánico e historiador, que por su inteligencia y su trabajo ha merecido pasar a la historia. Aunque toledano de nacimiento, y madrileño de adopción, sus trabajos por las tierras de Guadalajara (en Trillo concretamente) le hacen en cierto modo ser un personaje más de esa galería quimérica y volátil de «alcarreños ilustres» que de vez en cuando anotamos.

Casimiro Gómez Ortega había nacido en Añover de Tajo (Toledo) en 1740, y murió en Madrid, en 1818. Estudió en Toledo, Madrid y Barcelona, y fué primeramente enviado a Bolonia, donde estudió Medicina y Filosofía, graduándose en 1762 de ambos títulos. Pero al regresar a España decidió estudiar Farmacia, lo cual hizo con gran aprovechamiento. Desde 1771, en que fue nombrado director interino del Jardín Botánico de Madrid, hasta 1801, en que se jubiló, dedicóse en cuerpo y alma a la tarea de hacer de esa institución un auténtico modelo en su género. La instalación de ese Jardín modélico le supuso a Gómez Ortega el viajar durante varios años por todas las capitales europeas, observando sus jardines botánicos, adquiriendo ejemplares de plantas en todos ellos, y finalmente ejerciendo una labor de director y formador de generaciones de botánicos en la capital de España, durante los 30 años que dirigió el centro (1771‑1801).

Su relación con Guadalajara se fundamenta en su estancia en Trillo, en 1777, en que acudió a realizar personalmente el examen químico de las aguas medicinales de los famosos manantiales de la villa alcarreña. El impulso de los gobiernos ilustrados de Carlos III hacia la puesta en valor de los manantiales de aguas con propiedades salutíferas, hizo que los de Trillo fueran alentados en gran modo. No solo se iniciaron los trabajos conducentes a la puesta al servicio público de sus baños y fuentes, sino que se decidió que es estudiaran con detenimiento sus aguas, desde un punto de vista químico. De su viaje y estudios por la Alcarria surgieron diversas publicaciones de un alto interés. Especialmente su Tratado de las aguas termales de Trillo, publicado en 1778, es una preclara muestra de un análisis metódico y científico, dando por primera vez Gómez Ortega la explicación adecuada sobre el ácido carbónico o «aire fijo» en las aguas, habiendo conseguido en ellas separa los gases del agua.

Su estudio sobre las propiedades químicas y medicinales del líquido elemento, se amplió a otros aspectos. De su gran valía como historiador surgió, en el libro que comentamos, una completa historia de la villa de Trillo y de sus aguas. Publica en esa obra el texto completo de la «Real Cédula de Su Majestad» (Carlos III) sobre las aguas de Trillo, y se extiende finalmente describiendo el itinerario de Madrid a Trillo, a través de Aranzueque. Además publicó, previamente a este interesante «Tratado», una Memoria analítica de las aguas de Trillo, del mismo año en que hizo su estudio (1777), y un Catálogo de las plantas que se crían en el sitio de los baños de Trillo y sus inmediaciones, en el que pone el sabio botánico, por orden alfabético, los nombres de las 260 plantas que encontró y clasificó en el entorno de la villa alcarreña, anotando de ellas las que tienen propiedades medicinales, y señalando incluso que la variedad de Robinica pseudoacacia (falsa acacia) que allí se veía, había sido enviada desde el Jardín Botánico de Madrid, para ilustrar los jardines del nuevo Centro Balneario.

Es destacable además el hecho de que las grandes expediciones científicas organizadas por el gobierno de Carlos III hacia América y otras tierras remotas, con el afán de investigar los múltiples aspectos de su geografía misteriosa y las propiedades de sus productos, fueron realmente planificadas y dirigidas por don Casimiro Gómez.

Además destacó Gómez Ortega por muchos otros motivos. Es reseñable su afición a la historia, que le llevó a ser nombrado, en 1770, todavía muy joven, académico numerario de la real institución. Muestras de su capacidad en este sentido las dio al escribir su «Tratado» sobre las aguas de Trillo, en el que puso un largo preámbulo con una exhaustiva y bien trazada historia de sus baños. Fue además alcalde examinador del Tribunal del Protofarmacéuticato, recibió el título de «boticario mayor del Rey», siendo además médico de la Real Cámara. Por supuesto fue Académico de número de la Real Academia Médica Matritense, desde 1761 (antes de haberse hecho farmacéutico). Brilló, incluso, como sapiente latinista, y además de versos en este idioma, nos dejó su maravilloso tratado botánico titulado «Caroli Limai botanicorum principis philosophia botánica», publicado en 1792, en Madrid, por Pedro Marín. En definitiva, una eximia figura de la ciencia hispana que dejó su honda y brillante huella por las tierras de la Alcarria, contribuyendo con su presencia y su trabajo a un mejor conocimiento de la misma.

El escudo heráldico de Tendilla

 

Dentro del nuevo auge que han comenzado a presentar los escudos heráldicos de los municipios, son muchos los pueblos de nuestra provincia de Guadalajara que han puesto en marcha la máquina burocrática que indefectiblemente se manifiesta ávida de papeles e informes, para conseguir tener un Escudo Heráldico Municipal que sea el símbolo perfecto del pueblo, y en el que se resuma, con unas pocas figuras y colores, la historia y la idiosincrasia de la localidad.

Uno de esos pueblos alcarreños ha sido Tendilla, que ya desde hace algunos años ha venido manifestando su deseo de poseer un emblema municipal sintetizador de su historia. Y lo ha conseguido finalmente, pues hace escasas fechas el Boletín Oficial de la Comunidad de Castilla‑La Mancha publicó el decreto por el que se concedía a esta simpática villa el derecho a poseer y exhibir oficialmente su Escudo Heráldico Municipal.

En los estudios previos a la confección del escudo, que realizamos personalmente por ruego del Ayuntamiento tendillano, encontramos la existencia, en un manuscrito particular, de un escudo sumamente complicado en el que la abundancia de símbolos y su entrecruzamiento contribuían a perder la imagen de claridad y concreción que este tipo de símbolos deben tener. Por otra parte, se hizo una consulta pormenorizada de documentación en las secciones sigilográficas del Archivo Histórico Nacional y de la Real Academia de la Historia, sin haber encontrado en ellas dato alguno sobre el escudo de Tendilla, o por lo menos sobre el que hubiera podido tener en la antigüedad. En la bibliografía consultada, encontramos un dato valioso, cual era la información que en 1580, don Juan Fernández de Sebastián Fernández, por comisión de las autoridades del pueblo, envió al Rey Felipe II, y cuyo original se conserva manuscrito en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, estando publicado el dato en las «Relaciones Topográficas» que don Juan Catalina García hizo a principios de siglo por encargo de la Real Academia de la Historia.

Dicho escrito señala que, en esos días, el escudo de la villa era el mismo que el de sus señores territoriales, los Mendoza condes de Tendilla y marqueses de Mondéjar. Perteneció este pueblo, desde su reconquista en el siglo XI, al Común de tierras de Guadalajara, habiéndole concedido el rey Enrique III de Castilla, a fines del siglo XIV, el título de Villa con jurisdicción propia, entregándola entonces en señorío al almirante mayor del reino, Don Diego Hurtado de Mendoza. En esta familia de los Mendoza, señores de gran parte de la Alcarria, permaneció desde 1395 hasta los comienzos del siglo XIX, por lo que bien puede decirse que esta estirpe, en su rama de los condes de Tendilla y marqueses de Mondéjar, marcó con su sello el devenir histórico de la Villa. Era claro, pues, que el blasón de los Mendoza debería figura en el escudo municipal de Tendilla.

Por otra parte, consideramos que Tendilla posee, entre sus más queridas tradiciones ancestrales, la memoria de la aparición de la Virgen de la Salceda a dos caballeros sanjuanistas, en el paraje denominado «barranco del Infierno», en los remotos días de la Edad Media. La devoción por esta imagen de la Virgen, hace que el paraje de la Salceda sea uno de los más queridos de las gentes de Tendilla, y la leyenda de la aparición de la misma, algo connatural con la historia del pueblo. Sus múltiples edificios monumentales, por otra parte, hacen referencia tanto al patronazgo de los Mendozas sobre la villa durante tantos siglos, como a la tradicional devoción por la Virgen de la Salceda. Se hacía imprescindible, pues la presencia de alguna alusión a la Virgen de la Salceda.

Se esbozó un escudo partido en el que aparecía, de un lado, el blasón mendocino, y en el otro un sauce con la estrella de ocho puntas correspondiente al brisurado puesto por los condes de Tendilla y marqueses de Mondéjar sobre las primitivas armas alavesas. La Real Academia de la Historia, en el análisis final del escudo tendillano, introdujo aún alguna modificación, cual era la de que el escudo quedaría mejor cortado que partido, y en el segundo de sus cuarteles, sobre el sauce de color verde, debería ir puesto el anagrama de la Virgen María mejor que la estrella marquesal, para así significar con claridad que el árbol era alusivo a una leyenda de aparición mariana.

Tras varios expedientes, consultas, informes, etc., el escudo municipal de Tendilla ha quedado definitivamente estructurado y oficialmente respaldado, siendo ésta su descripción según el lenguaje, un tanto arcano y especializado, de la heráldica española: se trata de un escudo español, cortado. Primero, cuartelado en sotuer: 1º y 4º de sinople, la banda de gules perfilada de oro; 2º y 3º de oro, la salutación angélica AVE MARIA GRATIA PLENA en letras de azur. Segundo, de plata el sauce de sinople cargado del anagrama de la Virgen María. Al timbre, la corona real cerrada. Le vemos en esquema junto a estas líneas.

El Valle del Henares, unidad histórica

 

La ciudad de Guadalajara está siendo estos días el auténtico centro, la auténtica capital del Valle del Henares. Aunque solo fuera por su posición central en el recorrido geográfico del río, ya le correspondería tal denominación. Pero en estos días se suma otra circunstancia, y es la de ser la sede de un importantísimo acontecimiento cultural, cual es el «I Encuentro de Historiadores del Valle del Henares», que ha reunido en nuestra población a más de 200 investigadores españoles y alguno extranjero, dispuestos a examinar las razones, especialmente históricas, pero también geográficas y etnográficas, que hacen del Valle del Henares una auténtica unidad y que propone la posibilidad de labrar en él, con todos sus pueblos, sus recursos y sus gentes, un porvenir común, pues que el pasado ya lo tiene.

En el Complejo Educativo «Príncipe Felipe», que tiene la Diputación Provincial en el paseo de Las Cruces, y en el salón de actos de su núcleo central, abiertas a todas cuantas personas estén interesadas en estos temas, se empiezan oír a exponer las múltiples comunicaciones, en un número aproximado a cincuenta, que otros tantos investigadores traen en torno a la Arqueología, el Arte, la Historia y el Costumbrismo del Valle del Henares, y de sus pueblos. Algunas son recapitulaciones de temas ya estudiados. Otras son absolutamente novedosas. En cualquier caso, durante dos días de muy denso calendario, en sesiones de mañana y tarde, se irán leyendo, proyectando diapositivas, exponiendo planos, etc, las investigaciones más recientes acerca de temas diversos relacionados con la común historia de nuestro valle.

Hay una infinidad de razones para considerar a la cuenca del río Henares como una verdadera unidad. En Arqueología encontramos una «pétrea» razón de suficiente peso. La Vía Augusta atravesaba en los tiempos del Imperio romano nuestra comarca, subiendo desde Alcalá hacia Sigüenza, pasando por Guadalajara, por Hita, por Jadraque, por Espinosa, y creando en su torno un ámbito de cultura clásica que todavía hoy respiramos Los hallazgos arqueológicos de esa común presencia romana, desde Complutum a Segontia, quizás sea la primera línea, el auténtico primer capítulo que fundamenta este «Encuentro» de hoy

La historia ha sido explícita en rasgos aunados. Durante varios siglos, el río Henares sirvió de frontera de Al‑andalus en su marca Media, frente al reino castellano. Los califas cordobeses, y luego los reyes de taifas toledanos pusieron en esta frontera sus defensas en forma de castillos, que aun en mejor o peor estado los vemos desde la fortaleza de Alcalá, pasando por el alcázar de Guadalajara, hasta los castillos de Hita, de Jadraque y Sigüenza, sin olvidar la multitud de torres de defensa y vigilancia que escoltaban los pasos y vados del valle.

Y aun en historia aparecen rasgos comunes, regidos de los mismos personajes: los Mendoza serían unos, con sus posesiones a lo largo del curso de agua, en sus orillas, desde las alturas de Espinosa hasta el final del río en Mejorada. Sus fundaciones, sus patrocinios de obras de arte, de instituciones culturales, así lo prueban. La Universidad Complutense, hoy revitalizada en Alcalá, estuvo a punto de tener su sede primera en Guadalajara, ó por lo menos los duques del Infantado así lo intentaron. El Cardenal Ximénez de Cisneros, su fundador real, vivió siempre en este valle, pues desde su puesto de vicario en Sigüenza, al de arzobispo toledano fundador de la Universidad, pasando por su estancia en el monasterio franciscano de La Salceda junto a Tendilla, las aguas oscuras y susurrantes del Henares acompañaron su densa biografía.

El costumbrismo, en fin, nos muestra también que las fiestas, los decires, las canciones, los bailes y en general los modos de enfrentarse a la vida las gentes de este entorno, son absolutamente similares desde Horna a Mejorada Y ello es lógico, pues a todas las razones apuntadas anteriormente se unen las geográficas y económicas, quizás las más fuertes. Una cuenca única, bastante cerrada en sus límites, propicia el crecimiento de una sociedad muy compacta. Ello nos lleva, finalmente, a una consideración sobre el presente y muy especialmente sobre el futuro de este valle del Henares. Y es la evidencia de una partición administrativa actual realmente absurda. El hecho de que poblaciones como Alcalá y Guadalajara, vecinas y en todo comunes, estén inscritas en dos Comunidades autónomas diferentes, es una prueba más de lo mal planteada que estuvo la partición de España, hace muy escasas fechas, en Comunidades Autónomas que solo se rigieron por las premisas previas de unas provincias ya constituidas. «Rectificar es de sabios», dice el refrán. Esperamos que un día quienes nos gobiernan se atrevan a serlo.

Una familila gallega en Guadalajara: los Sotomayor

 

Una de las familias de hidalgos que hubo en pasados tiempos en Guadalajara y su tierra, fue la de los Sotomayor, oriundos de Galicia, y asentados en la Alcarria, dando varias ramas ilustres, una de las cuales, la que se unió a la de los Dávalos, tuvo participación en los avatares políticos de nuestra ciudad, así como en la construcción de uno de sus más importantes monumentos: el palacio de Dávalos, en la plaza de su mismo nombre. Y queriendo añadir un dato mas para la historia de esta noble casona, que fue erigida para el cobijo de una encopetada familia, y hoy ha quedado como una joya en herencia de pasadas centurias, doy a, continuación la relación genealógica dé la familia Sotomayor, que en Guadalajara tuvo su asiento, tomada (en hallazgo afortunado repasando viejos manuscritos en la Real Academia de la Historia) de la Tabla Genealógica de la familia Sotomayor, vecina de Guadalajara.

Comenzaré recordando los versos que pone el poeta Luís Zapata en su «Carlos Famoso», cuando señalando todos los escudos que lucían en el friso del gran artesonado morisco del salón de linajes del Palacio del Infantado, decía así de los Sotomayor:

Las tres faxas d’escaques roxos y oro / con las vandas por medio atravessadas / y son las vandas negras con decoro / ygual en campo blanco encaminadas: / Son de Sotomayor, que han mucho Moro muerto / y hecho mil cosas señaladas / y según que se tiene dello sciencia / de Galizia es su antigua descendencia.

Este escudo, tallado en piedra, se ve hoy todavía sobre la puerta principal del palacio, de los Dávalos, así como en los capiteles de su patio, y en escudetes ppolicromados que sostienen el gran artesonado del piso alto de esta casona.

Venían los Sotomayor, efectivamente, de Galicia. Salazar recuerda y rehace la línea familiar hasta los comienzos del siglo XIV. En que aparecen don Payo Gómez dé Sotomayor, casado con doña Hermesenda Núñez Maldonado, y su hijo don Suero Gómez de Sotomayor, caballero gallego, que casó con doña Juana Terruchaón. El hijo ‑de éstos, don Juan Páez de Sotomayor, llamado «él viejo», fue el primero que se afincó en Guadalajara, y lo hizo hacia comienzos del siglo XV. Casó con doña Catalina de Orozco, y tuvieron un hijo, también llamado Juan Páez de Sotomayor, a quien en Guadalajara le conocían por el «mozo». Aquí casó con doña Catalina de Reinoso, teniendo dos hijos que darían todavía largas series de ilustres personajes. El mayor de ellos fue don Hernán Páez de Sotomayor, contemporáneo de don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana. Casado con doña Teresa Arnaldez de Loaisa, tuvieron a don Pedro Páez de Sotomayor, quien casó con doña Catalina de la Peña, y tuvieron a su vez dos hijos: el primero de ellos fue don Antonio Páez de Sotomayor, casado con doña María Carrillo de Alarcón, que casó con Bernaldo de Mata, natural de Guadalajara. El hijo de ambos tomó los apellidos más nobles y de superior prosapia, de la línea materna: don Pedro Ruy de Alarcón y Sotomayor caballero de Santiago, y Corregidor en Zamora, quien casó con doña Isabel de Salinas, teniendo a don Pedro de Alarcón y Sotomayor, militar y caballero de Calatrava.

El segundo hijo de don Pedro Páez de Sotomayor y doña Catalina de la Peña fue don Fernando Páez de Sotomayor, quien ca­só en Guadalajara con doña Inés de Proaño. Tuvieron una hija, doña Catalina de Sotomayor, quien en la primera mitad del siglo XVI casó con el licenciado don Hernando Dávalos y de Ava­los, constructor del palacio que aún hoy se conserva con su nombre. El hijo de ambos, y conti­nuador en la obra arquitectónica de sus padres, fue el licenciado don Hernando Dávalos y So­tomayor, procurador en Cortes por el estado de hijosdalgo de Guadalajara, y cuyo es el escu­do nobiliario de la portada del palacio arriacense, que él acabó de construir. Fue también miembro del Consejo de Castilla, y regente de la Vicaría de Nápoles. Obtuvo los títulos de marqués de Peñaflorida y señor de Archilla, localidad a orillas del Tajuña. Continuador en títulos y excelencia fue su hijo don Alonso Dávalos y Sotomayor, segundo señor de Archilla, y aún le siguieron el hijo de éste, don Fernando Dávalos y Sotomayor, don Francisco Domingo Dávalos y Sotomayor, caballero de Calatrava, mayor­domo de don Juan de Austria, y su hija doña María Dávalos, viuda del primer marqués de Villa­toya, vivía aún a fines del siglo XVII. Es, pues, en esta rama de, los Dávalos y Sotomayor, bien patente la ininterrumpida línea de caballeros hijosdalgo durante cuatro siglos, desde comienzos del XIV a finales del XVII.

Para completar esta visión genealógica de’ los Sotomayor en Guadalajara, es preciso volver al matrimonio de don Juan Páez de Sotomayor, «el mozo», con doña Catalina de Reinoso, cuyo segundo hijo fue don Juan Páez de Sotomayor, y casó en Alcalá de­ Henares con doña Francisca de Mendoza. Su hijo fue don Gaspar Páez de Sotomayor, quien casó con doña Antonia de Cartagena, dando , una línea primogénita, afincada en Alcalá de Henares, y otra segundona, que termina, ya en el siglo XVII, con doña Elena de Sotomayor, monja en el convento concepcionista de San Acacio, en la ciudad de Guadalajara.

De tanto claro varón no podemos decir que se haya borrado totalmente el recuerdo. Queda el dato documental de su genealogía, y aún permanece en pie el palacio que en Guadalajara construyó esta familia, emparentada con los Dávalos, dejándonoslo como muestra preclara del arte renacentista. Estos señores fueron también dueños jurisdiccionales y territoriales de algunos enclaves de la Alcarria, como por ejemplo de Archilla, en el valle del Tajuña.