La civilización romana en Guadalajara

viernes, 19 febrero 1988 0 Por Herrera Casado

 

El reciente acontecimiento cultural que para Guadalajara ha supuesto, sin duda, la edición, por parte de la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y La Rioja, del libro de Dimas Fernández‑Galiano Ruiz sobre «Los Mosaicos Romanos del Convento Cesaraugustano», ha venido a poner nuevamente de actua­lidad el tema de la presencia romana en nuestras tierras de Guadalajara, y a ofrecer la posibilidad de plantearse nuevamente la intensidad de la romanización en las vegas de los principales ríos alcarreños, al tiempo que a hacerse preguntas sobre la cantidad de visitantes del Lacio llegados a nuestro entorno geográfico en el discurso del primer siglo antes de Cristo.

Estas preguntas, y las paulatinas, breves, tímidas pero cada día más valiosas respuestas aportadas a este tema por los hallazgos arqueológicos que se siguen produciendo, van conforman­do un «corpus» teórico y científico en torno al tema de la civi­lización romana en Guadalajara que esperamos que con el paso de los años llegarán a darnos una visión clara de esta importante etapa de nuestra historia. Gentes como el propio Dimas Fernández Galiano Ruiz, director de Museo Provincial de Guadalajara; como los profesores Jesús Valiente Malla, de la Universidad de Alcalá de Henares, y José Manuel Abascal Palazón, de la Universidad de Alicante; como los investigadores Jorge Sánchez y Nuria Morere, y una auténtica legión en su torno de estudiantes y futuros arqueólogos, van poniendo los rigurosos fundamentos a esta ciencia tan sugerente.

 Para dar a nuestros lectores una idea somera sobre la historia de los romanos en la Alcarria, podemos recordar que la primera noticia sobre la presencia de tropas romanas en Guadala­jara es del año 195 a. de C. En ese año, un gran ejército al mando del Cónsul Porcio Catón recorrió la Península Ibérica, tratando de avasallar a las tribus autóctonas, ibéricas y celti­béricas, que entonces la poblaban. En ese año de 195 antes de Cristo, Catón trató de conquistar la importante ciudad arévaca de Sigüenza, al parecer preparando el ataque desde un fuerte campa­mento instalado en la vega del Tajuña, junto a Anguita. De todos modos, los romanos no pudieron con la arévaca Segontia, y aunque en 185 a. de C. volvieron a atacar Cayo Calgurcio Pisón, y Lucio Quincio Crispino, tampoco éstos tuvieron mejor éxito. Con la conquista de Numancia en 132 a. de C., debió, por fin, de rendir­se también Sigüenza. En nuestra región sabemos que el año 78 a. de C. Sertorio tomó la ciudad de Caraca, en las proximidades el río Tajo.  Sería poco después, en las últimas decenas del siglo primero antes de Cristo, cuando la romanización se inició en estas altas parameras del interior de Iberia.

La romanización consistió en la organización de la vida económica y social de las tribus ibéricas al modo romano. Con ella se produjo una intensificación y racionalización de la explotación de los recursos naturales del país. Los romanos alentaron la agricultura y la ganadería, la minería y todo tipo de comercio. De entonces data la explotación de los filones argentíferos de Hiendelaencina, el aprovechamiento de las aguas medicinales de Trillo, y la puesta en marcha de todo un ambicioso plan de aprovechamiento cerealista en torno a las márgenes de los ríos Henares, Tajuña y Tajo.

Las tribus autóctonas van integrándose paulatinamente en los modos de la vida y civilización romana, y el latín por una parte, y la religión del Lacio, por otra, van asentándose a lo largo de los decenios entre la población de nuestro entorno. El mejor ejemplo de romanización en nuestra provincia, lo tenemos sin duda en Sigüenza, que pasó de ser un importante reducto de los celtíberos, a ciudad con estructura municipal netamente roma­na, densamente poblados sus alrededores con núcleos, villas y explotaciones al estilo latino.

Aunque la mayor parte de la población es autóctona, y tiene un fondo celtibérico muy neto, van adoptando en sus nom­bres, en sus villas, en sus formas de vivir (y de morir), en sus relaciones jurídicas, etc., un estilo plenamente romano. Del nombre de los invasores han quedado múltiples toponímicos repar­tidos por la geografía provincial: los pueblos de Romanones, Romancos y Romanillos así lo atestiguan, más ese «valle de Roma­nos» en Aguilar de Anguita, y tantos otros puntos que nos recuer­dan el paso de las legiones y de los legistas.

Un claro ejemplo de esta romanización de la tierra alcarreña, lo tenemos al ir leyendo las estelas funerarias, las inscripciones encontradas a lo largo de los caminos, en las vegas del Tajo, en torno a Sigüenza por el alto Henares, a todo lo extendido del Tajuña, etc. En ellas encontramos, siempre en latín escrito, los nombres de aborígenes enterrados, que a pesar de pertenecer a tribus de raíz y esencia celtíbera, reconocen a la civilización romana como la suya propia. En esas lápidas aparecen de forma habitual los gentilicios de los «Nissicum», los «Belai­nocum», los «Tauricom», los «Otesgicum», etc. Los hallazgos de estas lápidas abarcan un periodo desde el siglo I a. de C. al III d. de Cristo. En cualquier caso, esa es la época en que nuestra tierra y sus gentes, los «hispano‑romanos» auténticos, son prota­gonistas ciertos de nuestra historia. En la semana próxima conti­nuaremos analizando los restos concretos, monumentales, de esta civilización única.