Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

enero, 1988:

Las cañadas de la Mesta por Molina

         

Siguiendo nuestro recuerdo al tema entrañable de los ganados, de la Mesta y del paso de los rebaños por las cañadas reales a través de la tierra de Guadalajara, hoy recordaremos algunos datos interesantes a este respecto, referidos al Señorío de Molina.

A este respecto, es interesante recordar cómo ya en el primitivo Fuero de la tierra molinesa, entregado por el primer Conde don Manrique de Lara en 1154, aparecen diversas cláusulas relativas a las cuestiones que los rebaños y ganados podían suscitar entre los primitivos pobladores de aquel gran Común medieval.

Y así, en un intento de proteger dichos ganados, el Fuero molinés establece que los pastores de Molina deben poner la marca de hierro a los ganados con la señal de cada dueño. Así mismo, establece que si los ganados entraran en sembrados, hasta marzo debe pagar 10 ovejas el responsable. Y de marzo en adelante, pecharán solamente 5 ovejas. Y si es desde San Ciprián en adelante, por no producir destrozo en las cosechas, no paguen nada. En otro artículo, se establece que si pasado San Juan se encontrara ganado entre las mieses, el dueño del animal pagará cinco ovejas de multa al dueño de la mies, y una oveja por cada diez que haya entrado en el sembrado. Si una bestia sarnosa encontraran paciendo en la dehesa comunal, el dueño pagaría una multa de 40 mencales. En este sentido, el fuero molinés defiende tanto a los ganaderos, para que protejan su cabaña, como a los agricultores, para que no sean lesionados en sus legítimos intereses por los dueños de los ganados. Recordemos que en 1154 todavía no se había fundado la Mesta, y por tanto el proteccionismo bajo‑medieval aún no había alcanzado sus cotas más exageradas. 

Sobre el ganado en el Señorío de Molina, nos habla el historiador del siglo XVII don Diego Sánchez de Portocarrero, quien primeramente habla de la geografía molinesa, de sus montes y bosques, y dice: «Aquellas montañas, y asperezas tampoco en su género son infructíferas, antes muy útiles para los ganados, y sus pastos. Para los de lana es esto de lo más a propósito de España así para el agostadero de los que vienen de los extremos, como para la conservación de los que no salen de la Provincia que llaman Zurros. De unos y otros no ha muchos años que fue esta tierra de las más ricas destos Reynos, porque sus Lanas (primeras en fineza después de las de Segovia) proveían gran parte a la fábrica de paños destos Reynos, y de las estrangeras, navegándose con copioso número e interés a Italia, Francia, Flandes, Inglaterra y a otras Provincias Septentrionales más».

Y añade: «Ya los accidentes del terreno han minorado mucho la cría y esta utilíssima grangería, sin embargo que aún salen de aquí muchas lanas para otras partes, y gran copia de Carneros, Ovejas y Cabrío que abasteze de carnes a los cercanos y a muchos apartados distritos, dejando bien proevído este a moderados precios.

En cuanto al número de cabezas de ganado en Molina, sobre el que se han dado a veces cifras disparatadas, hemos de considerar que si el Censo de 1477 de ganado ovino, vacuno y cabrío daba para toda Castilla la cifra de 2.694.000 cabezas, de ellas más del medio millón estaban en Molina. En el siglo XVI superaba las 750.000 cabezas, y hacia 1750, todavía tenía 470.000 cabezas. El ganado lanar molinés era considerado de varias categorías, siendo las más importantes el fino, extrafino, zurro y vasto.

Durante la Edad Media, muchos particulares tenían su propia cabaña. También abadías y monasterios. Destacaba en este sentido el Monasterio de Buenafuente. También los duques del Infantado, y en Molina concretamente los condes de Priego, parientes suyos, fueron grandes terratenientes en el tema de la ganadería trashumante.

Recordando el paso de los ganados por el Señorío de Molina, hay que decir cómo el territorio era atravesado totalmente por la «Vereda Real», que desde Aragón iba hacia la cabaña de Cuenca. Esta vereda pasaba por el valle del río Mesa, atravesando luego los montes y páramos de Molina hasta llegar a Peralejos, Puente del Martinete y sierra de Cuenca.

De Molina surgía la «Vereda de la Mata», y por la plaza de San Francisco salía hacia la Pedriza y llegaba hasta la Vega de Arias, siguiendo desde allí una ruta que seguía la cabaña propiedad de la familia del marqués de Santa Coloma, que tenían su asiento en Chera. Los ganados de la Sierra generalmente cruzaban por la vereda que atravesaba el puente de la Tagüenza, por el que pasaba el camino que desde Soria llevaba hacia Andalucía y el valle de Alcudia.         

Ya veíamos la pasada semana cómo las asambleas de los ganaderos se solían celebrar en puntos amplios y destacados, con buenos accesos, como ermitas o iglesias. En el Señorío de Molina, estos lugares eran:

‑ en el campo de la torre de la Ermita de San Pedro, entre Concha y Aragoncillo: el 14 de septiembre

‑ el el torrejón de Traid, el 1º de septiembre

‑ en la ermita de San Bartolomé, en Prados Redondos, el día de San Miguel

‑ en Ventosa, el 28 de septiembre

Son todos estos datos para la historia de la ganadería y el devenir sencillo de esta «intrahistoria» que a base de elementos sencillos va formando la gran historia de nuestra tierra. Hoy les ha tocado a los ganados como cualquier día futuro le podría tocar a los trigos. Todos ellos son tan propios como los Mendozas, o el románico.

Las cañadas de la Mesta por Guadalajara

 

En un repaso que forzosamente ha de ser breve, a lo largo de dos semanas vamos a recordar algunos datos y anécdotas interesantes en relación con el paso de los ganados de la Mesta, de los caminos y cañadas por donde discurrían, a través de nuestra provincia de Guadalajara, y más concretamente por medio del Señorío de Molina, donde de una forma ya proverbial, siempre fue muy abundante y de gran calidad el ganado ovino.

En un recuerdo sucinto de la historia de la Mesta, hemos de decir que se inicia en tiempos de Alfonso X el Sabio, en 1273, quedando sus normas contenidas entonces en el «Cuaderno de las Leyes de la Mesta». Alfonso XI, en 1347, puso bajo su protección a todos los ganaderos del reino, disponiendo que se formara una sola cabaña: «la Cabaña Real». Y en 1454, Enrique IV incorporó a la Cabaña Real toda clase de ganado. Pocos años después, los Reyes Católicos dieron muchas prerrogativas a los ganaderos, declarando de su libre provecho todos los pastos, abrevaderos, majadas, veredas, descansaderos, baldíos y terrenos comunales, para que los ganados pudieran libremente circular.

La Mesta era así un auténtico «Estado dentro del Estado». También la monarquía de los Habsburgo dio muchos decretos favoreciendo la Mesta, y en el siglo XVI la cabaña nacional ascendía a casi tres millones de cabezas de ganado bovino, de las que casi la tercera parte estaban censadas en tierras de Molina. La política de los Borbones fue paulatinamente frenando al poderío de los Jueces y Alcaldes Entregadores de la Mesta, y restando fuerza a esta institución, quitando sus privilegios. Finalmente, las Cortes de Cádiz, y la activa política de Jovellanos, pusieron fin a esta oligarquía descarada de la que puede decirse que en gran modo frenó el desarrollo de la agricultura y la industria en España.

Los caminos por donde discurrían, España arriba, España abajo, los hatos y rebaños de ovejas en siglos pretéritos, recibían diversos nombres en función de su anchura e importancia. Estos caminos eran, de todos modos, respetados de forma general, habiendo duras penas para quienes los entorpeciera. Uno de esos caminos, el más principal, era la Cañada, paso entre zonas cultivadas, huertas, viñedos o labrantíos, con una anchura legal de 6 sogas y 5 palmos (unas 90 varas). Exactamente 75 metros. La vereda tenía 37 metros. La galiana era algo más estrecha, unos 20 metros de anchura, y finalmente quedaban los caminos más estrechos, los cordeles, las sendas, etc.

En Castilla había cuatro principales cañadas: al Oeste, las leonesas; la Central, ó segoviana; la del Este, manchega, y al Sur, la de Cuenca. De estas cañadas, como hemos dicho, salían ramificaciones: veredas o cordeles. Las cañadas de hoja eran estacionales, atravesando barbechos, y respetando en tiempo de siembra los territorios dedicados a la agricultura. Estos  caminos eran vigilados y cuidados por los entregadores (jueces entregadores) que eran funcionarios judiciales protectores de la Mesta.

Las ciudades de reunión de las cuatro cabañas de la Mesta eran: León, Segovia, Soria y Cuenca, y las ciudades donde se realizaban las juntas invernales eran: Villanueva de la Serena, Guadalupe, Talavera, Ayllón, Riaza, Buitrago, Medina del Campo, Berlanga, y Sigüenza.

Se llamaba Cabaña Real al conjunto de ganados bajo la protección real. La cabaña de un particular era el conjunto de reses ovinas, caballar, vacuno, equino y porcino de un propietario, grupo de propietarios o municipios. Cada cabaña tenía a su mando un mayoral, y se dividía en rebaños, o grey (así era llamada en el Fuero molinés), de unas mil cabezas cada uno. Los rebaños más pequeños se llamaban mesnadas, hato o pastorías. Cada uno llevaba 50 murecos y 25 cencerrados, que estaban a cargo de un pastor y 4 zagales.

Es interesante recordar aquí el recorrido de la Cañada Real a través de la actual provincia de Guadalajara. Se iniciaba en el término de Torrecilla del Ducado, y terminaba en el de Almoguera por el sur. Entre ambas cruzaba por Olmedillas, Torre de Valdealmendras, Alboreca, Alcuneza, Barbatona, La Cabrera, Algora, Mirabueno, Las Inviernas, Masegoso, Solanillos del Extremo, La Olmeda, Henche, Castilmimbre, Picazo, Budia, San Andrés del Rey, Berninches, Fuentelencina, Valdeconcha, Hueva, Pastrana, Escopete, Escariche, Yebra, El Pozo de Almoguera, Fuentenovilla, Albares, Mondéjar, Mazuecos, Driebes y Almoguera, discurriendo en todos estos términos a través de los prados, cañadas, fuentes, majadas, bosquedales y términos más característicos, por donde los ganados mestales pasaban en su anual peregrinación desde los fríos pastizales de la alta Castilla hacia los templados horizontes de las sierras de Cazorla y valle de Alcudia.

De todos esos lugares, algunos había en los que habitualmente se detenían los ganados y pastores a descansar, o eran utilizados como puntos de referencia para enviarse cartas, etc. Generalmente eran ermitas, torres abandonadas, o amplios espacios en forma de prados en los que cabían cómodamente los grandes rebaños. En las cercanías de Sigüenza era la ermita de Santa Librada el punto de reunión. Allí estaba, en los altos de Pelegrina, en el llamado «cerro de la Santa», el descansadero de la Cañada Real Soriana. La Cañada real pasaba cerca de la ciudad, y por el interior de ésta cruzaba una «vereda de ganados», por delante de la ermita de San Roque. Todavía hoy el ministerio de Agricultura posee cientos de hectáreas en todo el término de Sigüenza, herencia directa de las posesiones de la Mesta. En la próxima semana continuaremos recordando detalles, relativos en esa ocasión al Señorío de Molina, sobre la Mesta y sus Cañadas por nuestra tierra.

Un horchano ilustre, Ignacio Calvo Sánchez

 

En la multitud de figuras que la provincia de Guadala­jara ha dado a la historia, las hay que destacaron por sus hechos militares, otras por su santidad, y no pocas por su sabiduría y genio. Este personaje que vamos a recordar hoy, aunque comulga de varias de esas vertientes, nos sorprenderá por la gracia y origi­nalidad de una de sus producciones, que aunque no la más conocida de las suyas, sí que merece destacarse en el ámbito de su perso­nalidad conjunta.

Recordaremos brevemente a D. Ignacio Calvo Sánchez, natural de Horche, y que a pesar de haber discurrido su vida a caballo entre el siglo pasado y el actual, todavía es guardado su recuerdo con gran viveza entre las gentes de esta populosa villa alcarreña, pues su fama de sabio, y su continua actividad cientí­fica le valieron el honor de ser profeta en su tierra, cosa que, en los días que corren, muy pocos lo han conseguido.

Nació este personaje en 1864, haciendo sus estudios religiosos en la ciudad de Toledo, y dedicando su vida sacerdotal por diversos lugares de la archidiócesis primada. En el mismo Toledo quedó dando clases de Arqueología y Arte en el Seminario diocesano. Otra gran temporada de su vida discurrió por la ciudad y universidad salmantina, donde llegó a ser bibliotecario de los Studii Salmanticense. Su aplicación a la historia, y muy especial

mente a la arqueología, de la que era un verdadero especialista, le valió el nombramiento de Académico correspondiente de la Real de Historia, así como jefe del Gabinete de Numismática del Museo Arqueológico Nacional, en época en la que dirigía este centro el también alcarreño y Cronista Provincial D. Juan Catalina García.

Ignacio Calvo fue paladín de los estudios arqueológicos de campo en las altas planicies celtibéricas. Aparte de las excavaciones iniciadas bajo su dirección en los poblados arévacos de Termancia y Osma, realizó personalmente muchas búsquedas de materiales arqueológicos por las tierras llanas de la Alcarria, e incluso hasta la provincia de Jaén, en el Castillar de Santieste­ban, y en el Collado de los Jardines junto a Despeñaperros, llegó su pasión científica.

Como erudito de todas las historias, y galante escritor de fina ironía, participó en varias ocasiones en los Juegos Florales de Salamanca, en los que obtuvo tres premios señalados. Además publicó una obra titulada Salamanca a vista de pájaro, y otra de historia sobre los Orígenes de la Diócesis de Madrid‑ Alcalá. En su parcela de arqueólogo, dejó múltiples referencias a sus excavaciones en las páginas de la «Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos», y en las «Memorias» de la Junta Superior de Excavaciones Arqueológicas. Es fama en Horche que llegó a juntar un magnífico y sorprendente Museo particular de arqueolo­gía, que guardaba en su casa del pueblo, y que hoy está en paradero desconocido.

Pero la más curiosa y entretenida de sus obras es, sin duda, la traducción al latín macarrónico que en sus años jóvenes hizo de la inmortal obra de Cervantes «Don Quijote de la Mancha», empresa que surgió, según él mismo cuenta en el prólogo a la misma, de forma verdaderamente casual, pues como castigo a una travesura en el Seminario toledano en que se encontraba estudian­do, el Rector del mismo le impuso la tarea de traducir al latino alguna obra clásica española. Se decidió Calvo nada menos que por El Quijote, y sus párrafos salieron tan chuscos, que al leerlos, el severo Rector no pudo por menos que echarse a reír con todas sus fuerzas, y exclamar: Sufficit, Calve, jam habes garbanzus aseguratum. Ignacio Calvo había iniciado de esa manera su obra que luego llegaría a alcanzar varias ediciones (tengo en mi biblioteca la de 1966). La primera salió en 1922, con un prólogo‑ carta escrito por su amigo el profesor don Manuel Anaya.

En esa primera edición, se titulaba Calvo curam misae et ollae, y adornaba su portada con el ex‑libris en que una lámpara de aceite iluminaba un abierto libro en que se leía, en líneas superpuestas: «I C S / HORCHE /(Alcarria)/ TEOLOGIA / ARQUEOLOGIA / NUMISMATICA», en alusión a sus más caras aficiones, y todo ello amparado por la frase latina «Comede volumen istud». Aunque la traducción del Quijote al latín se había intentado en varias ocasiones, nadie había tenido hasta entonces la paciencia de terminar la empresa. Calvo Sánchez hace, en aquella ocasión de principios de siglo, el intento de poner la famosa y universal novela cervantina, en un macarrónico latín que, a pesar de tomar el son del Lacio, se hacía perfectamente comprensible para los mesetarios cacúmenes, y a éstos servía de rumor gracioso cuando no de restallante carcajada. Y para muestra, basta un botón, cual puede ser la ocasión aquélla en que a Sancho Panza sentara mal la cena, y a la mañana tuviera problemas con la motilidad de sus intestinos. Dice así el traductor alcarreño:

«In momento isto, frigiditas mañanae, quae yam incipie­bat, metivit se in intestinibus Sanchi et revolvens coenam diei anterioris, armavit in suo ventre unam tempestatem sine relámpa­guis, sed cum tronitos surdos, quos escuderus reprimebat apretan­do dentes et apretando óculum qui non videt lucem…»

El eminente prologuista Anaya, decía tras haberse leído de un tirón la obra del horchano, que solo tuve tiempo para reír, y no para discurrir acerca de su mérito… Quizás sea esta una faceta del ilustre escritor y sabio don Ignacio Calvo, la menos conocida de entre sus paisanos. Y yo propondría, ya que hoy hemos dado en recordarle y homenajearle en el silencio de la hogareña lectura, tener al cura alcarreño por el más destacado de los humoristas de nuestra tierra, en la que se han producido, a lo largo de los siglos, militares de postín, santos varones, sabios sin tacha y artistas únicos, pero gentes dedicadas a hacer reír a los demás, no sé porqué, ha habido muy pocos…

Los Bolaños de Establés

Don Fausto Bolaños García, natural de Establés

El Señorío de Molina, siempre dadivoso con la historia a la hora de entregarla personajes de nota, grandes guerreros, pensadores y artistas, no fue tampoco remisa a la entrega cuando de santos y de escritores se tratara. En nuestro repaso ocasional a las ilustres personalidades que la tierra de Guadalajara dio al mundo, vienen hoy tres figuras en comunión simbólica, tanto por ser molineses los tres, como por llevar el mismo apellido, que éllos supieron engrandecer, desde su humildad, pero con su vida plena de entrega a los demás.

Trátase el primero de éllos de don Benigo BOLAÑOS y SANZ, natural de Establés, el pueblecito escondido en las ver­tientes que desde la alta paramera van a dar sus aguas al valle del Mesa. En una de esas recias casonas que se cobijan a la sombra del severo castillo, nació este personaje en 1865. Estudió desde pronto en el Seminario de Sigüenza, pasando luego por las aulas de las Universidades de Zaragoza y Madrid, doctorándose en la Corte en la facultad de Filosofía y Letras. Años después, siempre estudioso y activo, se doctoraría en Derecho y en Teolo­gía. Todo un sabio a la antigua usanza.

Cuando se fundó el periódico El Correo Español, el año 1888, Bolaños Sanz entró como redactor del mismo, llegando años más tarde a ser director del famoso rotativo madrileño. Como escritor, muy prolífico, utilizó los seudónimos de «Eneas» y «Mediocris». Colaboró en otros muchos medios de comunicación, entre otros «La Voz de Valencia», «La Ilustración Catalana», «El Intransigente» y «El Pilar», este último semanario zaragozano del que Bolaños fue el fundador. Fué un activo partidario de las ideas políticas de corte tradicionalista. Murió en Madrid, en plena madurez, el año 1905.   

Otro hijo ilustre del pueblecito de Establés fue el religioso don Fausto BOLAÑOS GARCIA, que nació en la altura molinesa el año 1884, de familia sumamente humilde, y pobre, debiendo pasar una infancia de privaciones, y una juventud de estudio intenso, en el Seminario de Sigüenza. Finalmente, el 4 de abril de 1910, celebraba su primera misa en Establés, tras haber sido ordenado sacerote en la catedral seguntina.

El primer destino de Bolaños García estuvo en el peque­ño reducto soriano de Cenegro, pasando de allí a otros pueblos de Aragón y finalmente vino a ser trasladado al lugar que llevaba en su corazón, porque era su natal terruño. Primeramente en Labros, y después en Turmiel y Establés. Allá llegó en 1933, y su paso por esos lugares quedó grabado entre sus vecinos como un ejemplo de abnegación y cariño hacia todos. Gracias a sacrificios nota­bles, cuantos dineros pudo ahorrar a lo largo de su vida los destinó a la fundación de algunas becas, que él destinaba a favorecer a los naturales de su pueblo que quisieran hacerse sacerdotes o estudiar en Sigüenza. Así, creó la beca llamada del Cura Rural, dotada entonces con la respetable cifra de 22.500 pesetas. Y la beca de La Inmaculada, con 33.000 Pts. Otra tercera beca denominada del Sagrado Corazón de Jesús fué destinada como las anteriores para estimular a los jóvenes en su formación religiosa seguntina. Todavía creó otra de 31.000 Pts. con destino al Seminario de Misiones de Burgos, y otra más de 12.000 para favorecer al clero nativo en los países de misión.

Lleno de buenas obras, y siempre querido y recordado por sus paisanos que al mismo tiempo habían sido sus feligreses, murió en 1960, estando a la sazón acogido en el Hospital de la Mutual del Clero, en Madrid. Sobre su vida escribió una biografía detallada Aurelio Ortiz Sobrino. 

Un tercer molinés ilustre fue don Juan BOLAÑOS AYUSO, natural del pueblo de Luzón, a caballo entre el Señorío y la sierra celtibérica del Ducado. Este hombre, sacerdote y periodis­ta, dedicó buena parte de su fortuna en una obra pública con destino al uso y disfrute de todos sus paisanos: a finales del siglo pasado, fundó y mandó construir en Luzón la denominada Fundación Bolaños, para que en ella los padres Escolapios pusie­ran un convento y colegio anejo, y en él educaran esmeradamente a todos los niños luzoneros. El arquitecto Marañón, el mismo que diseñó y dirigió el edificio de la Diputación Provincial en Guadalajara capital, fue el encargado de diseñar el convento y la iglesia, poniéndolos en lo más alto de la roca que sostiene a Luzón, y dándoles un estilo ecléctico con detalles ornamentales verdaderamente curiosos, que hoy todavía, a pesar del estado de abandono en que se encuentran aquellos venerables edificios, causan admiración entre los viajeros que se acercan a visitarlos.

Sirvan estas tres biografías, enlazadas por la común anécdota del apellido similar y la tierra de origen única, para evocar tres figuras molinesas que, no por olvidadas y silencio­sas, dejan de tener su valor en esta Galería de molineses ilus­tres.

La fachada del palacio del Infantado: Clavos y Salvajes

 

Ya desde el siglo XVI, muchos viajeros, como los famo­sos Münzer, Lalaing y Navaggiero, han elogiado en sus escritos y recuerdos la monumentalidad y belleza de la joya artística con que Guadalajara se adorna: el palacio de los duques del Infanta­do. En el siglo pasado, todavía don José María Quadrado pasó horas enteras admirando su fachada, y dejando palabras elogiosas sobre ella escritas. Todos, siempre, han sido unánimes en la alabanza a esa genial tapicería de piedra donde los clavos y los salvajes dan la clave de una civilización personalísima.

El recuerdo de su autor y de sus dueños ha quedado inscrito en la piedra que, a modo de cenefa, recorre la parte inferior de los arcos del patio: El yllustre señor don Yñigo de Mendoça duque segundo del Ynfantado, marqués de Santillana, conde del Real y de Saldaña, señor de Hita y Buitrago mandó faser esta portada año MCCCLXXXII años… seyendo esta casa edificada por sus antecesores con grandes gastos y de sumptuoso edefiçio, se puso toda por el suelo, y por acrescentar la gloria de sus proge­nitores y la suya la mandó edeficar otra vez para más onrrar la grandeça… año de myll e quatrocientos e ochenta e tres. Esta casa fisieron Juan Guas e M. Anrri Guas et otros muchos maestros que aquí trabajaron. Vanitas vanitatum et omnia vanitas. 

Bien claro queda así que fue el nieto del marqués de Santillana quien, ostentando ya el título de duque del Infantado, acometió la empresa de derribar la casa donde habitaron sus mayores, y construir una nueva, más rica y brillante. Encomendó la tarea al gran arquitecto europeo Juan Guas, quien en 1483 había terminado ya la fachada y estaba trabajando en el patio. Fueron deprisa las obras, y en 1490 estaba acabado el armazón del edificio, pasando posteriormente a la tarea de ornamentar su interior, con artesonados fabulosos que se perdieron en el incen­dio de 1936, y otra serie de maravillas artísticas.

La fachada de este palacio comulga al mismo tiempo de tres estilos diferentes. La corriente que subyace de mudejarismo, se conjunta al gótico flamígero del momento y apunta, en cierto modo, muy ligeramente, los modos de hacer del Renacimiento. Es como obra maestra del estilo gótico hispano‑flamenco, en su modalidad toledana, como debemos considerar esta fachada.

Sobre un zócalo de sillares se alza la fachada cubierta de cabezas de clavo, encontrándose situadas en esa superficie varias ventanas y una puerta de la reforma que el quinto duque del Infantado hizo hacia 1570. El ingreso original y la galería de balcones que corre en lo alto, sobre el friso de mocárabes, es lo que le confiere su más acusada personalidad.

La puerta principal no se sitúa en el centro, sino ligeramente echada hacia el lado izquierdo, mirando de frente. Es de arco muy apuntado, escoltada por dos columnas con el fuste cubierto de decoración reticular, con semiesferas en los huecos, que reproducen en escala reducida la estructura de puntas de clavos de toda la fachada. Recorriendo todo el arco figura una leyenda en caracteres góticos que alude al constructor de la casa.

El tímpano de esta puerta es obra de filigrana mudéjar, pues sobre el fondo taqueado se ven arcos y tracerías que mues­tran los escudos de Mendoza y Luna, sus señores constructores, con remate floreado y un par de grifos alados en las enjutas. Directamente sobre esta puerta de entrada se ve el escudo gran­dioso del apellido Mendoza que va sostenido por un par de salva­jes.

Es casi seguro que sobre la puerta de entrada existie­ron originariamente dos balconadas de arco apuntado, góticas, que luego en el siglo XVI el quinto duque cambió por sendos balcones renacentistas, y que en las tareas de la última reconstrucción, hace tan solo unos años, fueron definitivamente eliminados. Este gran escudo, probablemente el más bello de cuantos hay en la provincia de Guadalajara, y uno de los más espléndidos de todo el país, retrata bien claro el espíritu de ensalzamiento heráldico que en esos momentos de finales del XV hay en España. El emblema de Mendoza, inclinado, se corona con la ducal y un yelmo tercia­do, con una corona cívica y un águila por cimera, cayendo lambre­quines de hojarasca por todo el contorno, y escoltándose por dos tolvas de molino, símbolo también adoptado por el segundo duque del Infantado.

Rodeando este escudo, aparecen otros dieciocho símbo­los, colocados en sendas cabezas de clavo, que no son otra cosa que los escudos de los diferentes títulos y señoríos del duque don Iñigo: castillos, leones, águilas, cruces y árboles signifi­can su omnímodo poder.

El otro elemento característico y bellísimo de esta fachada es la galería alta, dividida en seis calles, con dos vanos, cada una, por siete garitones semicirculares. Arcos cono­piales por todos ellos, hoy felizmente restaurados, y un riquísi­mo friso o faja de tres filas de mocárabes, que a manera de estalactitas pétreas, cumplen de maravilla la función de filigra­na que a la piedra de Tamajón quiso dársele.

El tema de las cabezas de clavos salpicando toda la fachada es muy característico del arte hispano de todos los tiempos. De raigambre indudablemente árabe y mudéjar, puesto que estos elementos se inscriben en una retícula imaginaria de rom­bos, rompiendo así el estructuralismo rectangular del arte ita­liano. La yeserías árabes de los palacios y mezquitas andaluces inscriben sus temas ornamentales en trabeculación rómbica. Y es así como el artífice de la fachada del palacio del Infantado, en Guadalajara, concibe ordenadas las cabezas de clavo que en ella coloca.

Por todo ello, podemos calificar a esta portada pala­ciega como una de las maravillas del arte hispano, y el más elocuente de los símbolos del pasado histórico alcarreño.