La Navidad en la Alcarria

viernes, 25 diciembre 1987 0 Por Herrera Casado

 

Aunque este año no podamos hacer el relato de la blanca «Navidad» sobre la Alcarria, porque la nieve faltó a su cita acostumbrada, y las ilusiones de los niños y de los poetas queda­ron un tanto truncadas, sí que haremos la llamada al recuerdo de lo que fueron, y aún perviven casi agónicas, las Navidades aldea­nas de nuestra tierra alcarreña, con su correlato de villancicos y rondas, con sus alegrías chiquilleriles y las costumbres añejas de la matanza y el buen comer.

Ya en el calendario románico de Beleña, en el arco de ingreso a la pequeña iglesia aldeana, obra del remoto siglo XIII, se representa el mes de diciembre por un hombre sentado ante una mesa bien provista de viandas, dando al conocimiento de los tiempos venideros que la forma de celebrar estas fiestas era, también entonces, llenar abundantemente los estómagos. Al mes de enero le significan por la matanza del cerdo, desequilibrando con ello la normal representación de los meses en la generalidad de los calendarios antiguos.

Pero el caso es que estos dos ritos son los que, hoy también, conforman la celebración de la Pascua de Navidad en nuestra región. Que hasta hace muy poco tiempo fué la fiesta eminentemente pastoril, en la que ese gremio olvidado y de gentes con muy pocas posibilidades, se levantaba durante unos días en centro de la atención y el cariño de sus paisanos. En muchos lugares de la Alcarria, los pastores llenaban el mes de diciembre con su presencia notable en cualquier acto del pueblo, y sus cánticos plenos de ingenuidad invadían trochas y altares, porto­nes y soportales de las villas de la tierra.

Eso nos cuenta Aragonés Subero, en su libro magnífico sobre el folclore de Guadalajara, y más recientemente José Anto­nio Alonso Ramos, en el estudio publicado en los «Cuadernos de Etnología de Guadalajara» sobre Canciones tradicionales de la Navidad alcarreña. Ellos nos dicen como los pastores de Peñalver cuidaban durante todo el mes la lamparilla del Santísimo y del altar de la parroquia. Allí mismo, la Nochebuena veía su triunfo, pues en la Misa del Gallo, a la medianoche, iban en traje de faena a la iglesia, portando dos ancianos pastores un corderillo y un gallo, que contestaban a las oraciones del cura con un balido o un quiquiriqueo, según a uno u otro apretaran sus dueños. Los zagales ayudaban a misa y el resto de pastores y pastoras dejaban oír su orquesta de almireces, castañuelas, zam­bombas y panderetas. Poco más o menos ocurría en el cercano lugar de San Andrés del Rey, donde también se libraba de muerte tempra­na a los corderillos que nacían en ese día de la Nochebuena.

Grandes fogatas se encendían en nuestros pueblos delan­te de las iglesias. Como contrapunto a ese otro 24 de junio en el que la noche se puebla de luminarias, las posturas extremas del sol sobre el horizonte son saludadas con el rito del fuego. Y, después de la gran lumbre, a la Misa del Gallo, a cantar villan­cicos. Durante toda la noche recorrían el pueblo los mozos jóve­nes, con improvisadas orquestas a base de palillos, huesos secos, panderetas y zambombas, botellas de anís rascadas, y alguna que otra bandurria entrometida. A rondar a todos los vecinos y pedir­les el aguinaldo. Así hacen en Trillo, donde les daban lo más selecto de la reciente matanza: los chorizos aún blandos, que al día siguiente ponían a freír y así celebrar la Navidad.

La matanza del cerdo, proverbial festejo comunitario en los pueblos de la Alcarria, se encuentra muy unida a la celebra­ción navideña. Porque si bien es cierto que estos sacrificios se hacen en la época del frío intenso para conservar mejor sus productos, por otra parte es la ocasión más solemne y en la que con más justificación se pueden consumir esos bocados de ilustre prosapia castellana como son el jamón, el chorizo y la morcilla. Las familias se reúnen por uno y otro motivo, y en la Navidad se cata casi con mayor placer de lo salado que fabricó el abuelo, que de los bizcochos y mazapanes que trajo el tendero.

Los villancicos son también, en muchos casos, plenamen­te autóctonos, especialmente en su música, pues las letras son comunes al costumbrismo general castellano. Así ocurre con los famosos y populares villancicos que cantan en Sigüenza y Brihue­ga, puestos de relieve en estos últimos años por los grupos corales y rondallas de los respectivos pueblos. En la zona de los Yélamos se canta uno, La Airosa, de peculiares características.

Y siempre, siempre, con la alegría ingenua y sin lími­tes que a todos, chicos y grandes, el Nacimiento de Cristo en la humildad de un pesebre les ha deparado a lo largo de los siglos. Que sirvan, finalmente, estas palabras para desear a todos mis lectores, en esta fecha mágica y humana del 25 de diciembre, los mejores augurios de Feliz Navidad.