Presencia de los Mendoza en Granada. El castillo-palacio de la Calahorra

viernes, 20 noviembre 1987 0 Por Herrera Casado

Figura mitológico tallada en una puerta interior del castillo-palacio de La Calahorra en Granada.

 La familia de los Mendoza, que durante varios siglos marcó con su presencia y su quehacer político, militar y cultural la historia de Guadalajara y sus tierras, adquirió a finales del siglo XV y comienzos del siguiente un relieve tal en la parcela de poder del estado castellano, que su presencia se multiplicó por muchos otros lugares y secuencias. En Granada alcanzaron los Mendoza una parcela de su gloria más alta. Primero como Capitanes Generales de la Alhambra y de todo el nuevo reino, y después como constructores de edificios, de alentadores de una cultura nueva, renacentista, que allá dejó huellas indelebles.

En un reciente viaje a tierras andaluzas, nos hemos llegado hasta la capital del antiguo marquesado del Cenete, a las tierras polvorientas, a la llanada vigilada por la Sierra Nevada, que los árabes nazaritas denominaron el Sened, y que desde los momentos mismos de la reconquista del reino granadino pasaron a formar el marquesado cuyo primer titular fué don Rodrigo de Vivar y Mendoza, hijo primogénito del Cardenal don Pedro González de Mendoza, y uno de esos «bellos pecados del Cardenal» a quienes la reina Isabel la Católica colmó de favores y títulos. 

Tras haber viajado por diversos lugares de Europa, especialmente Italia, la Lombardía y la Toscana, y estar empapado de la cultura y el arte de aquellos territorios, don Rodrigo quiso dejar la huella de tales maravillas en una obra que pudiera considerar suya, y que al mismo tiempo marcara, no con fuego sino con piedra, el territorio del que era dueño y que quizás no iba a tener otra posibilidad de demostrarlo.

Era este pueblo La Calahorra, capital del marquesado del Cenete, y que ya en tiempos árabes había tenido cierta impor­tancia y, por supuesto, en lo alto del cerro que domina al pue­blo, había ostentado una pequeña alcazaba de vigilancia sobre los amplios horizontes que desde ella se divisan. Allí localizó el marqués don Rodrigo su idea. Para llevarla a cabo, recurrió al artista preferido de los Mendoza: al arquitecto Lorenzo Vázquez [de Segovia], quien había construido en los finales del siglo XV y principios del XVI algunos majestuosos edificios para parientes suyos, como el convento de San Antonio en Mondéjar, el palacio de los Medinaceli en Cogolludo, o el palacio de don Antonio de Mendoza en Guadalajara. Para el padre del marqués, Lorenzo Váz­quez había trabajado en Valladolid, construyendo el Colegio de la Santa Cruz, quizás la más antigua de todas las construcciones renacentistas en España.

Se ideó el palacio con la forma de un castillo externa­mente, al estilo de lo que el padre de don Rodrigo, el Cardenal, había hecho poco antes en Pioz o en Jadraque, también en tierras de Guadalajara. Cuatro torreones cilíndricos en las esquinas, unidos por fuertes muros que solo ofrecen vanos en las partes altas, recorridos de matacán, a todo lo cual se añade, sobre el costado de levante, un muro defensivo almenado independiente del castillo, sin otro objeto que el estético. La puerta de entrada, a oriente, es pequeña, semicircular, solo rematada de magnífico escudo del marqués (con los blasones de Mendoza y la Cerda).

Poco después de iniciado el palacio, que se construyó muy rápidamente, entre 1509 y 1512, el marqués prescindió de los servicios de Lorenzo Vázquez, a quien quizás solamente contrató para realizar la estructura, y llamó a un numeroso grupo de italianos, entre los que destaca Michele Carlone, quien actuó como director de la obra, teniendo a su mando un largo número de artesanos, escultores y ensambladores que primero actuaron en Italia, y finalmente vinieron a Granada, a La Calahorra, donde trabajaron y continuaron posteriormente sus tareas artísticas en Guadix y otros pueblos del nuevo reino granadino.

Las investigaciones de Carlo Justi en los archivos de Génova, nos han permitido conocer todos los pormenores de la construcción de este maravilloso palacio mendocino de La Calaho­rra. De la Lombardía vinieron Igidius de Grandia, Johannes de Grandia y Petrus Antonius de Curto, entre otros. Y de la Liguria, Pantaleoni Cachari, Pietro Bachoni, y Uberto Carampi. Vinieron con mármoles de Carrara ya tallados, y con otros en bruto que adecuaron a la consatrucción. Su obra no puede catalogarse sino con el apellido de magnífica. Tanto el director arquitecto, Carlone, que consiguió una estructura interna soberbia, muy geno­vesa, en un estilo plenamente renacentista italiano, como los tallistas y escultores, que pusieron lo mejor de un arte excelso, meticuloso, proporcionado y bello.

En el castillo/palacio de La Calahorra destacan, por tanto, la estructura del patio, cuadrado, con cinco arcadas perfectamente semicirculares por lado, apoyadas en columnas de mármol, rematadas en capiteles corintios y con hermosos escudos de Mendoza y La Cerda, y de Fonseca (su segunda mujer) en las enjutas. Quizás lo más hermoso del conjunto, y al mismo tiempo lo más original en el contexto del arte español de la época, es la escalera, en tres tramos, con tres arcos de inicio, que remata en lo alto en una plataforma amplia, de la que salen, así como de las galerías altas, bajas y del entresuelo, a través de portadas delicadamente talladas, salones de habitación.

El tema de las portadas a los salones es lo más llama­tivo de este palacio mendocino. En ellas descuellan figuras mitológicas, emblemas heráldicos, panoplias militares, frutas y grutescos, más frases latinas que exponen la cultura clásica del propietario. En fin, y por no hacer más larga esta relación de maravillas, solo nos queda recomendar, para aquellos que gustan de buscar y admirar las huellas del pasado mendocino, la visita a este auténtico santuario del arte renacentista, situado en lugar tan remoto e insospechado, como es el alto valle del Cenete, en la espalda norte de la Sierra Nevada.