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agosto, 1987:

Algunos elementos populares en la literatura de Guadalajara: (cuentos, leyendas y autos sacramentales)

 

La provincia de Guadalajara, que tiene una población eminentemente rural, y siempre ha vivido de esa tierra que todo lo preside y lo determina, posee un rico patrimonio etnológico en forma de literatura popular, que creemos interesante debe ser conocido y, sobre todo, protegido y alentado.

Dentro de una tradición eminentemente castellana, la provincia de Guadalajara nos muestra hoy su rica variedad de cuentos, de leyendas, de romances, de loas y de autos sacramentales. Evidentemente, solo una pequeña cantidad de ellos ha llegado hasta nuestros días. Las nuevas condiciones de vida, y especialmente la homogeneización de la información y las metas culturales han impuesto, como en otros aspectos de lo etnológico y costumbrista, la desaparición por olvido e incluso por rechazo de muchas formas tradicionales del vivir.

Los cuentos que las «viejas cuentan al amor, de la lumbre» son similares a los del resto de Castilla. Algunas figuras tradicionales de la literatura de ficción en Guadalajara están en muchos otros lugares de nuestra región: el hombre del saco, la princesa encantada, los animales que hablan, etc. Todo ello deriva de una tradición que es a la par cultista y popular. Se pierde en la remota Edad Media, de trovadores y poetas palatinos, el origen de estos cuentos hoy populares, y que se han ido transmitiendo de boca en boca durante largos siglos.

Las leyendas, que suelen ser más puntuales, breves y relacionadas con el punto geográfico en que se refieren, tienen en Guadalajara una amplia representación en todas sus formas. Reconocen las leyendas orígenes comunes a otras regiones, a otros pueblos. Como toda literatura popular, las leyendas tienen un origen ancestral, primitivo, remodelado por la religión, los usos sociales, la política e incluso las formas de vida de cada pueblo. Y, aunque tamizadas por lo local, muestran un fondo común a muchos lugares.

Pueden considerarse tres tipos de leyendas: las de carácter general; las de carácter estrictamente local, especialmente relacionadas con hechos milagrosos, ?pariciones de vírgenes, etc., y las comarcales, referidas a hechos semihistóricos. De todas ellas existe nutrida representación en nuestra tierra alcarreña.

De las leyendas de tema general no merece la pena insistir. De aquéllas que tienen un carácter localista existen bonitos ejemplos, como la que refiere que los montes Ocejón, Santo Alto Rey y Moncayo eran tres hermanos a los que, por estar siempre peleándose, su madre les castigó a estar siempre viéndose, pero nunca juntos; o aquéllas que en Sigüenza, en Molina y Brihuega refieren de la existencia de largos túneles que comunicaban castillos con catedrales; e incluso las que hablan de castillos huecos, como en Zafra. También hay leyendas de tipo zoológico, en las que intervienen animales fantásticos, crecidos por la fantasía popular: la serpiente que cerraba el paso a los viajeros en Salmerón, el oso con el que luchó Alfonso VI en los páramos boscosos del Badiel, o el perro que en Albalate encontró a la orilla del Tajo la Cruz milagrosa.

La mayoría de las leyendas, sin embargo, son de tipo mariológico, relacionadas con la aparición de la Virgen María, en los inicios siempre de la repoblación de la comarca, en los momentos en que surge el pueblo de la nada. La variedad de leyendas relacionadas con apariciones e invenciones de la Virgen es tan grande que se hace imposible particularizar. Abundan las formas de aparición sobre árboles en ruinas, en cabañas, y aquellas otras que ante pastores, labradores y gentes casi siempre humildes, María pide que en aquel lugar se levante una ermita o santuario en su honor.

En el plano de las leyendas de fondo histórico, nuestra tierra posee un rico venero de dichos relacionados con los moros y la reconquista del territorio por parte de los cristianos. Son leyendas elaboradas durante los siglos en que esa reconquista se llevaba a cabo, o poco después, pero siempre por parte del elemento conquistador. Destacan algunas como las que suponen las conversiones milagrosas de destacados gerifaltes árabes: del terrible moro Montesinos, que asolaba las alturas de Cobeta; de Aly‑Maymon, en las cercanías de Sopetrán; de la princesa Elima, en su castillo de la Peña Bermeja de Brihuega, etc. Hay también leyendas que cuentan amores de guerreros cristianos y princesas moras. O las que refieren lugares y trances donde los islamitas dejaron enterrados sus valiosos tesoros, todos ellos encantados. Finalmente, han sido las leyendas referidas a la reconquista del territorio las que con mayor viveza han llegado hasta nuestros días, e incluso aún suscitan discusiones y estudios: sirva de ejemplo la conseja que dice cómo Alvar Fáñez de Minaya conquistó la noche de San Juan del año 1085 la ciudad de Guadalajara, y, en otros pueblos de la Alcarria, aplicados a sí mismos, refieren parecida hazaña. En algunos puntos de nuestra geografía provincial, esa conquista guerrera y preñada de heroísmos la protagoniza Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

Los romances son composiciones rimadas que cuentan leyendas o cuentos conocidos de otro modo. En este sentido, es bastante escasa la tradición en Guadalajara, o al menos han sido muy escasos los ejemplos de romances específicamente alcarreños serranos o molineses que se han conservado hasta nuestros días.

Uno de los aspectos más interesantes de la literatura popular de Guadalajara son las loas y los autos sacramentales. Ambos son piezas literarias destinadas a la representación teatral, comunitaria, que suele ponerse en práctica en espacios abiertos, como plazas de pueblos, puertas de santuarios, etc., y en ocasiones festivas de tipo religioso. La tradición popular confunde generalmente con ambos nombres, loas y autos, a estas representaciones. E incluso, les da otros muchos y variados nombres: sainetes, comedias o funciones. Por ello creemos que es más conveniente, al menos desde un punto referencial único, denominarlas como piezas de representación.

De ellas, unas tienen por contenido aspectos divertidos de las relaciones humanas. Se ven retratados tipos o personajes conocidos de todos. Y se celebran humorísticamente sus andanzas y problemas. Pero las piezas que más raigambre poseen en Guadalajara, y se han hecho famosas incluso fuera de nuestras fronteras, son las llamadas loas y los autos sacramentales de determinados lugares. Sin llegar a tener el carácter del auto barroco culto, como él presentan situaciones de maniqueísmo a ultranza, con perennes luchas del Bien y el Mal, y triunfo permanente del primero. Se relacionan, por supuesto, con la religión católica, sus misterios y ritos, y se representan con motivo de fiestas populares religiosas, muy especialmente en torno al «Corpus Christie» o sus octavas.

Sabemos por noticias documentales de la existencia de estos autos en lugares como Horche, Valdenuño ‑ Fernández, Saúca e incluso el mismo Guadalajara. Las plazas de estos lugares servían en os inicios del verano para representar estos autos. Hoy en día aun quedan algunos y se siguen representando en Utande, en Molina, de Aragón, junto al barranco de la Virgen de la Hoz, en la fiesta llamada de  «a Loa», y en Hinojosa, con motivo de «La Soldadesca». En Majaelrayo también se representan las «loas del Santo Niño». Pero donde estas piezas de la literatura popular alcanzan mayor variedad e interés es en el serrano pueblecillo de Valverde de los Arroyos, donde se han conservado al menos cinco de estas piezas, Y se tiene referencia de la antigua existencia de muchas otras.

En las fiestas de la Octava del Corpus, Valverde revive todos los años, al compás de las danzas y los vivos colores de sus cofrades del Santísimo, la representación de sus ancestrales piezas en «el portalejo» junto a la iglesia. Obras como «El papel del género humano, «El auto de San Miguel», «El sainete de Cucharán», la «Loa de las Tres Virtudes» y la «Loa del Pastor y del Galán», ponen en estas fiestas su nota de color y de gracia espontánea. Las representaciones se hacen por hijos del pueblo, a costa de su trabajo personal, de su preparación y entusiasmo.

Todas éstas son, en definitiva, formas tradicionales, pero vivas y permanentemente renovadas, de la literatura popular, que en la provincia de Guadalajara han tenido durante muchos siglos un gran predicamento entre su población.

Sigüenza, ciudad eterna

 

Acaba de celebrar la ciudad de Sigüenza sus fiestas patronales, con la misma alegría de siempre, y para ella evocamos algunos aspectos y facetas de su pasado antiquísimos. Tiene Sigüenza, como núcleo urbano, varías caras, todas ellas a cual más interesante, y que de un modo u otro han sido puestas de manifiesto por escritores y comentaristas., Por una parte, su rango multisecular de burgo: cabeza de una diócesis, señorío durante largas centurias de unos obispos omnipotentes. Por otra, asiento del arte hispano en sus más característicos estilos y formas. Y aún, en un sentido más moderno, ciudad eminentemente de atractivo turístico, por la voluntad de sus habitantes de mantener y defender a toda costa esos, valores, históricos y artísticos que la confieren rango y categoría únicos.

Otro aún es su valor o faceta de subido interés: el de Sigüenza, como ciudad; como burgo corazón de un territorio, en el que se concentra una población, unos servicios y unas funciones que le confieren supremacía sobre las villas y aldeas que la circundan. Esa función de Sigüenza como ciudad ha sido analizada en otros aspectos secundarios por diversos investigadores recientemente. Así, Terán estudió su tipología constructiva y la división del burgo en barrios y funciones. Blázquez ha hecho un análisis cuidadoso de su funcionalismo ciudadano desde la neofundación en el siglo XIII por los obispos aquitanos; Martínez Taboada ha indagado sobre el desarrollo y estructuración progresiva de barrios, calles y funciones a lo largo del tiempo. Davara nos ha presentado su visión completa de la ciudad mitrada como objeto que recibe y emana mensajes comunicativos. Nosotros mismos, en fin, hemos desarrollado recientemente una obra que toca al especto de Sigüenza como ciudad medieval fundamentalmente.

Todos estos aspectos urbanísticos, sociales, geográficos se imbrican entre sí perfectamente, y su evolución a lo largo del tiempo entronca con la actualidad. De ser una ciudad de mera avanzadilla ante territorio enemigo, árabe, pasa a ser cabeza de tie­rra señorial con el prestigio que una catedral, un cabildo y un obispo le deban a una población en la Edad Media.

Se circunda de murallas, abre puertas a los cuatro puntos cardinales, y ejerce sus funciones de centro jurídico, administrativo, mercantil y cultural. En ella se asientan conventos, luego la Universidad, también cuarteles y se hace con una gran Plaza de Mercado que ejerce lo que en definitiva alza y prima a un burgo so4re el resto de la tierra circundante: el poder económico. La pérdida del señorío, sobre ciudad y tierra por parte de los obispos, en las postrimerías del siglo XVIII, y su consiguiente igualación ‑a nivel de simple ayuntamiento‑ con las poblaciones antaño supeditadas, parece imprimir un parón en la vida ciudadana. La igualdad social que apunta la Constitución de Cádiz, heredera directa de la Revolución Francesa, parece frenar su función de ciudad con batuta. Su propio dinamismo la saca del episodio, y vuelve a tener rango y cuerda Para rato.

Una población muy reducida hoy en día (pero al máximo de habitantes de toda su historia) se conjunta a la perfección con su cometido: ciudad cabecera de comarca, con los servicios correspondientes. Ciudad cabecera de obispado, con otros tantos de su rango. Centro cultural en cuanto a densidad  de colegios y escuelas, y en el sentido de conglomerar actividades culturales vera­niegas sobre un círculo más amplio, que abarca a la capital del reino.

Y, en fin, burgo de capacidad y posibilidad turística, con ofrecimiento de un patrimonio histórico‑artístico de alto rango, que atrae miles de visitantes esporádicos, y con clima e Infraestructura que permite el asentamiento permanente de veraneantes en número creciente. La posibilidad industrial siempre anduvo a trasmano; nunca fue pedida con entusiasmo Por la población, consciente de que no es ese su camino, y el clima de permanente crisis industrial y económica que vive actualmente la sociedad occidental, está claro que no va a ser por ahí su despegue.

Sigüenza, ciudad medieval, ciudad eterna, es en estos días núcleo festivo de toda su comarca. Acumulando funciones, los cultos religiosos y festejos populares en honor de San Roque, el hombre que anduvo peregrino Por los caminos de Europa, son también fiestas para toda la comarca, que aquí se reúne en torno a unos fuegos de artificio, un desfile de carrozas, un pregón y unas penas que suponen un espejo, inalcanzable, para las aldeas y lugares del entorno. Aparte de estatuas, portadas, joyas de orfebrería y castillos; aparte de abultadas nóminas de obispos y escritores, de hechos y fábricas, está la realidad densa de Sigüenza como ciudad, simplemente. Como otro aspecto capital de su personalidad inconfundible.

Seguro que estos días, los que restan de este festivo mes de agosto, han de ser muy felices para cuantos escogieron pasar su descanso en la alta ribera del llenares. La pátina de siglos que cubre la ciudad y su paisaje, el gozo único de recorrer su antigua geografía urbana, la amabilidad y sincero acogimiento de sus gentes, hacen de este pueblo del corazón de España, del corazón de Castilla, un lugar ideal para pasar unos días Y el mejor para quedarse a vivir siempre. Al menos en la memoria.

Una imagen de Escipión

El Doncel de Sigüenza, don Martín Vázquez de Arce. Dibujo original de Antonio Herrera Casado

 

Índice  

1. Introducción
2. El Renacimiento
3. La Tumba renacentista
4. Escipión como arquetipo
5. Escipión y los Mendoza
6. El Doncel, un Mendoza más
7. La Idea del enterramiento
8. El Doncel de Sigüenza, imagen de Escipión
  

Un motivo que puede parecer exclusivamente ritual e irreal, como la celebración de un Centenario, puede transformarse a veces en útil tarea que procure un avance a la ciencia y a las letras en una determinada parcela de la sociedad. Este es el caso que hoy nos convoca, y que nos lleva convocando ya desde hace meses a diversos actos  y celebraciones: en este de 1986 se cumplen exactamente 500 años de la muerte en la Vega de Granada del Comendador de Santiago Don Martín Vázquez de Arce, caballero seguntino que ilustra, con su nombre, su memoria, y especialmente su estatua mortuoria, la catedral y la ciudad toda de Sigüenza, y aun de la provincia de Guadalajara.  

Aparte de servir la efemérides Para la lógica promoción de la estatua, de la ciudad de Sigüenza y de algunas otras cosas que ahora no nos incumben, esta ocasión ha sido propicia Para hablar del Doncel y, en ocasiones, para pensar sobre su figura, sobre su época, sobre la estatua que lo representa. Esto es, en definitiva, lo verdaderamente útil de tan grande boato: que algunas Personas se hayan dado a pensar y perfeccionar el conocimiento de este insigne Personaje.  

Y aquí estamos, no tan solo para cumplir el rito, sino intentando enfrentarnos, una vez mas, a la realidad y a la historia. Analizando en pormenor los datos que el pretérito nos concede, en forma de documento de papel o piedra, y tratando de adentrarnos, con honradez, con meticulosidad, con valentía también, en el misterio de lo que, sobrepasando los valores aceptados de la historia, se ha convertido ya en un mito. En definitiva, Procurando encontrar, no un nuevo significado, sino el ultimo, el verdadero significado de la estatua de Martín Vázquez.  

El año Pasado, en una charla que ofrecí en Sigüenza, a propósito de los enterramientos góticos de su Catedral, puse de manifiesto como se nos ofrece, al estudiar ese conjunto de monumentos, la doble vertiente de la Fe     teocentrica y el humanismo antropocéntrico que en la crisis de la Baja Edad Media castellana pugnan por aflorar, a través de unas estatuas mortuorias, ante la sociedad. Ahora entramos en una nueva época. En la del pleno Renacimiento. Pero como no existen en la historia cortes bruscos ni escuetos pasos de página, el momento es también de ambivalencia: el humanismo pleno lleva aun pegados jirones de goticismo. La estatua yacente y el enterramiento del Doncel es una autentica bisagra entre dos épocas tan varias como la Edad Media y el Renacimiento. Y no solo desde el punto de vista ideológico, como vamos a ver, sino incluso en el de las fechas: pues mientras la muerte del caballero se produce en 1486, dentro todavía del Medievo, la estatua se talla y genera años mas tarde, cuando ya la Edad Moderna, según los libros de historia, ha abierto sus puertas. Ocurre que el Personaje es gótico y su retrato es renacentista. Pero, de todos modos, y por estar en ese límite impreciso de dos mundos, tanto uno como otro comulgan de ambos modos: la mentalidad medieval y la renacentista se acabalgan en esta figura del Doncel. Personaje y estatua se suceden y se amalgaman a un tiempo con las edades que se persiguen.  

El Renacimiento  

Aunque en España no ha sido tenido en cuenta con la valoración que merece, el Renacimiento fue algo más que el simple tópico del retorno a lo clásico y la exaltación del hombre como eje del Universo: una serie de teorías y aun sistemas filosóficos se encargaron de servir de cimiento metafísico a lo que hoy nos ha llegado como un fenómeno meramente visual. Cuando muchas veces nos expresamos, al tratar de comprender un cuadro, una estatua o una disposición arquitectónica, en el sentido de querer llegar a la medula de su significado, corremos el riesgo de quedar en una superficie literaria que no llega a convencernos. Se hace necesario, pues, superar este nivel del examen artístico, y llegar a la razón ultima de su palabra.  

El Renacimiento florentino, germen de todos los demás renacimientos, tiene en su punto He partida la filosofía de Marsilio Fícino, el «Philosonhus Platonicus, Theologus et Medicus” que con su lucida mentalidad renovadora puso los fundamentos de toda la dinamica espirítual, social y cultural del Renacimiento europeo (1). Por tan solo presentarle ante Uds. diré aquí los tres puntos fundamentales de su empeño: fue el primero hacer accesibles, a base de traducciones al latín, con epitomes y comentarios, los documentos originales del Platonismo; el segundo fue coordinar esa enorme masa de información en un sistema vivo y coherente que fuera capaz de dar un nuevo significado a la herencia cultural de esa época, desde los escritos de Virgilio y Cicerón a los de San Agustín y Dante, incluyendo todo lo relativo a la mitología clásica, la física, la astrología y la medicina; el tercer punto, el que nos da la clave de su fuerza y novedad, fue el intento de armonizar ese sistema con la religión cristiana. En definitiva, Ficino trato de “cristianizar” la antigüedad clásica, sin renunciar a uno solo de los hallazgos de ésta.  

El humanismo florentino perseguía esta fusión haciendo de la mitología no solo una metáfora de la vida moral, sino incluso un simbolismo continuo de la vida universal y finalmente una anticipación plenamente satisfactoria de la verdad cristiana. De a.C. que se Produzca, desde el inicio del movimiento humanista toscano, esa. doble vía de actuación: por una parte, la introducción y uso de formas antiguas en las decoraciones de altares, pavimentos, códices, púlpitos y tumbas de uso cristiano, y por otra la dispensación de una especie de devoción y culto simbólico a personajes y temas clásicos (2).  

En ese camino trabaja Marsilio Ficino con la mas importante de sus obras filosóficas: la “Theologia Platonica», en la que aspira a restaurar el sistema de pensamiento platónico demostrando al mismo tiempo su pleno acuerdo con el cristianismo. La formula de un circuitus spiritualis que fluye por el Universo que el imagina, va a cuajar, en una definitiva “concordatio” entre las bases filosóficas y éticas del clasicismo griego y romano, y los modos de comportamiento mas la semántica cristiana. Para decirlo en pocas palabras, el “neoplatonismo” de Marsilio Ficino, base teórica del Renacimiento italiano, supone un supremo valor universal, una meta igualmente atrayente a los valores de la antigüedad clásica y a esos del cristianismo. Para él son tan santos Platón y Hermes Trimegisto como Agustín de Hipona e incluso Tomas de Aquino. Hércules será un esforzado varón que representa las virtudes mas altas que enseña Cristo, y Santa Librada, por poner un ejemplo cercano a nosotros, ve reflejadas sus virtudes en los fatti di Ercole (3).  

En ese sentido, cuando en 1487 pronuncio Ficino un memorable discurso en la iglesia florentina de Santa Maria de los Ángeles sobre el tema de la «Philosophia platonica tanquam sacra legenda est in sacris», lo hizo en apoyo del uso de las fabulas, mitologías y creencias antiguas como factores ilustrativos de los dogmas cristianos, y en ese sentido de fortalecer una mística pagana continuo siempre y continuaron sus múltiples seguidores.  

Pero no solo una vertiente filosófica o religiosa encierra la mentalidad neoplatónica. Es también un renovación del interés por el arte y su expresividad la que debemos a Ficino, y por ella el autentico Renacimiento de las artes, como consecuencia de un nuevo concento del artista, del «artifex universalis,» a quien el exalta en su escrito mas conocido (4). En la antropología de Ficino y Pico della Mirandola se destaca al artista no como realizador de una hazaña particular, de una obra concreta por maravillosa que sea, sino como un ser idealmente omnipresente en toda actividad humana, capaz de infundir un halito de universalidad y trascendencia a su tarea.  

Finalmente, el humanismo florentino nos entrega, en la raíz del Renacimiento que propugna, una nueva visión de la historia. Es el «Speculum Historiae”, que propone la época gloriosa de la Roma clásica como foco permanente de todas las virtudes (5). En esa perfección digna de imitación, han de mirarse los hombres que, en ese momento, hacen la historia: los dirigentes, los pensadores, los poderosos. A cada hecho de la actualidad se le pone en comparación con algo ya ocurrido en la vieja Poma. Allí esta el ejemplo, a.C. la imitación. Pero esa nueva «concordatio» entre lo ideal antiguo Y la realidad permite que esta sea también mejor, mas clara, ejemplar a su vez para el futuro.  

La Tumba Renacentista  

Uno de los elementos de índole social y artística que cambian radical­mente en el Renacimiento, es la tumba o lugar de enterramiento de las personas de relieve. En este sentido, son también numerosos los tratadistas que proponen conceptos y distribuciones ideales. La utopía alcanza, incluso a la forma en que el hombre manifiesta su muerte. Alberti, a comienzos del siglo XV, insiste en la importancia que tienen las tumbas en el interior de las iglesias (6). Dice que deben ser sencillas, y, si se colocan en el interior de una canilla familiar, esta debe distribuirse lo mismo que si de un templo independiente se tratara, una pequeña iglesia domestica: pusilla templorum exemplaria.  

Son múltiples los modelos que a partir de ese momento surgen por Italia. Quizás el más interesante, novedoso y completo del inicial renacimiento sea la capilla familiar de los Strozzi, en la iglesia de Santa María Novella de Florencia (7). El tipo que se impondrá a lo largo del Quatroccento es, sin embargo, el que adopta el humanista Leonardo Bruni, en 1445, para su tumba en Florencia. Fija en ella una tipología que a partir de entonces será seguida frecuentemente: un nicho, en forma de medio punto, y el sepulcro cobijado debajo de el. Es el antecedente mas claro del sepulcro de Martín Vázquez. Aun otro modelo, procedente de otra escuela artística de gran personalidad como es la veneta, se impondrá en numerosos ámbitos a partir de la segunda mitad del siglo XV: podríamos denominarlo el tipo de «sepulcro‑retablo», que se inicia con el que Pietro Lombardo diseña y realiza para el Dogo Pietro Mocenigo en la iglesia de los Santos Giovanni­e Paolo de Venecia. Ese es el modelo que se sigue, como en un calco, para el enterramiento del hermano del Doncel, para el Obispo de Canarias don Fernando de Arce. De él esta tomado también el de otro ilustre humanista del bloque mendocino: el cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, en la catedral de Sevilla (8).  

En cuanto al sentido último que a la tumba renacentista se le quiere dar, entra en ello en juego ese afán de trascendencia y significado múltiple que a toda representación artística se le da en el Renacimiento. Superando los modelos góticos que, a lo largo del siglo XV, especialmente en la Europa no italiana, se utilizan con generalidad, en los que se utiliza el modelo bajo arco, un énfasis individualizador del retrato del difunto, y un sentido escenográfico de la muerte que poco a poco ira dando paso a significados que preludian el concepto triunfal de la misma.  

El sepulcro renacentista es, en última instancia, un monumento “egoísta”, en el que se rinde culto al «yo» con exceso. Es lógico que sea así, en un momento en que se trata de exaltar el valor del individuo, no solo en un sentido genérico, como ser inteligente y director de la Naturaleza, sino de un grupo de individuos en particular: los poderosos, los dirigentes, los sabios y los guerreros. Y en ellos se tiende a calificar por encima de cualquier otra cosa la “virtus” del individuo, el valor que ha desarrollado a lo largo de su vida para vencer las dificultades que esta le ha puesto. El sepulcro es, en cualquier caso, un monumento, cívico las mas veces, que se localiza en el inferior de la iglesia, en el interior de tina capilla que viene a ser un templo familiar o un palacio familiar, un espacio reservado para ese grupo en la Eternidad.  

Escipión como arquetipo  

El Neoplatonismo viene a proponer a la sociedad de su tiempo, la admiración, el seguimiento y aun el culto laico hacia personajes clásicos, reales unos, mitológicos otros, y los ofrece como modelos. Tanto los paradigmas tomados de la Mitología griega clásica, en la que ve una enorme cantidad de situaciones sociales sublimadas, como en la serie de personajes históricos virtuosos: sabios, guerreros, poetas, científicos, etc. Todos ellos se toman como modelos de la «virtus» que el hombre debe perseguir. Y todos ellos tienen, en el seno de la concordatio ficiniana, un sentido cristiano de perfección.  

Bajo estas pautas, una de las valoraciones clásicas del escolasticismo bajo medieval será renovada: tratase de la consideración del santo cristiano como caballero o guerrero que pasa su vida en permanente lucha contra los vicios y las pasiones, obteniendo al final merecida victoria, y a la inversa la del caballero que lucha por la religión como un santo o que alcanza la Gloria eterna por sus acciones guerreras. El neoplatonismo extiende el campo de acción de esa figura, y valora también como santos a todos los guerreros y «virtuosi” de la época clásica, al tiempo que otorga un valor de sabiduría y comunión en el Parnaso de la Mitología a los santos cristianos (9).  

En este contexto, surge una figura de la historia de Roma que el Renacimiento florentino potencia en gran manera. Se trata de Escipión, conocido en las historias con el apelativo de «el Africano», y cuyo verdadero nombre era Publio Cornelio Escipión. Las traducciones de los historiadores clásicos romanos, hicieron surgir casi mítica la figura de este héroe, sublimación de todas las virtudes, militares, cívicas y éticas de la Roma antigua. Julio Cesar, en las “Guerras de España y de África” le ensalza al máximo; Cicerón en su «Republica» dedica al joven militar los epítetos más valiosos; y Tito Livio en sus “Décadas” narra con detalle su trayectoria genial en las guerras púnicas contra Aníbal en España y el norte de África.  

Esta documentación clásica, es retomada por los hombres del Renacimiento. En 1417 encontró Poggio un manuscrito del clásico Silio Itálico en el que bajo el titulo de las Púnica se versificaba la tercera década de Tito Livio, dedicada a Escipión (10).Fue repetidamente copiado, en manuscritos Primero y luego en imprenta, esta obra poética. Y Petrarca dedico al héroe romano su poema «Africa». Macrobio también, en 1472, hizo una edición comentada de la “Republica» ciceroniana, en la que insiste en el sentido neoplatónico del «Sueno de Escipión» como un adelanto de la idea cristiana de la Eternidad (11).   

En cualquier caso, Escipión es Presentado a los ojos del hombre del Ouatroccento como una figura clasi.ca provista de las mas excelsas virtudes a las que Puede aspirar el hombre: sabio, valiente, decidido, organizador, elocuente, culto, joven. En la composición mencionada de Silio Itálico, surgen una serie de imágenes que luego el arte del Renacimiento se encargara de utilizar en múltiples formas: se ofrece al joven héroe entre el Vicio y la Virtud; aparece como el capitán noble y generoso frente al espantoso Aníbal; es la personificación entre el Bien y el Mal: las imágenes de Roma contra Cartago, de Marte contra Neptuno, del delfín contra el dragón, de Escipión contra Aníbal, adornadas con el verso latino, sirven para que desde 1475 aproximadamente, a partir del taller del Verrochio, el tema se divulgue y utilice con gran frecuencia.  

En numerosos ciclos pictóricos aparece el tema de Escipión: en el «Cambio» de Perusa, al compás del pincel de Perugino, y bajo la inspiración del humanista Maturanzio, surgen Licinio, Leonidas y Horacio Cocles bajo el signo de la Fortaleza, mientras que Pericles, Cincinato y Escipión se agrupan en el limite de la Templanza. La «Crónica Ilustrada» de Maso Finiguerra, y el «De Casibus illustrium virorum” de Bocaccio también colaboran a la difusión del tema, que es finalmente con Mantegna, en su serie de «El Triunfo de Escipión”, seguida Por Giambellino en “La Continencia de Escipión» y muchos otros artistas, cuando se hace tan popular y conocido que llega a transformarse en un tema absolutamente cotidiano y de todos aceptado es mas, a partir del Quatroccento florentino la figura de Escipión y su «leyenda» histórica se convierten en un arquetipo que va a ser utilizado en numerosos lugares y con fines a veces dispares (12).  

Como un inciso se hace preciso mencionar la aparición del tema de los «capitanes enfrentados», como lo denomina Chastel, que a partir del poema de las “Púnica» surge en el arte del Renacimiento(13). La figura del joven y apuesto capitán romano, suma de todas las virtudes, valeroso y culto, frente al malvado y brutal capitán oriental, déspota y resumen He las fuerzas del mal, será repetida hasta la saciedad en el arte: en definitiva son Escipión y Aníbal, pero que con numerosas variaciones locales representaran otras circunstancias y situaciones históricas. La Castilla de fines de la Edad Media, en ese momento en que un ejercito de jóvenes aristócratas valerosos lucha contra el islámico reino de Granada, será un     lugar muy apropiado donde poder personificar esa ancestral ambivalencia, ese maniqueo «tour de force» que late en toda proposición ética.  

Escipión y los Mendoza  

Existe una circunstancia que en este momento debe quedar claramente expuesta, y es la relación que esta figura arquetípica de Escipión el Africano tiene con los Mendoza de Guadalajara. No es preciso insistir aquí en el papel que la familia de los Infantado, desde el primer marques de Santillana hasta su nieto homónimo, Iñigo López de Mendoza, el segundo Conde de Tendilla, pasando por el gran Cardenal Pedro González de Mendoza, tienen en la introducción del Renacimiento florentino y romano en la Castilla de finales del Quatroccento (14). Por una parte, sabemos que el neoplatonismo arriba con fuerza a la corte literaria del marques de Santillana, pues uno de sus mas queridos colaboradores y amigos, su capellán Pero Díaz de Toledo, dedico una larga temporada a traducir, en las salas del palacio mendocino de Guadalajara, el “Libro de Platón llamado Fedron” (sic) en que se trata de como la muerte no es de temer”. El recibimiento en nuestro territorio que el Gran Cardenal hace al Legado papal, el Cardenal Rodrigo Borgia, que viene de Italia en 14112 acompañado de una corte nutrida de humanistas, entre los que destaca Pietro Martire d’Anghiera, es el primero de estos puntos clave. El segundo es la larga estancia (1486‑97) en Italia del Gran Tendilla, quien, aparte, de su amistad con Lorenzo de Médicis, se trae de allí escultores, arquitectos, pintores y la mente totalmente imbuida de neoplatonismo.  

Esas ideas, que asientan y crecen con vigor en la familia mendocina, llegaran a cuajar de modo muy concreto en vida del cuarto duque, también llamado Iñigo López de Mendoza, quien dado a los estudios humanistas escribe y edita un libro, el Memorial de Cosas Notables, en 1564, donde trata de Escipión con largueza, y apunta la posibilidad de ser incluso un antecesor de la familia (15). Evolucionada la tesis, será propuesta formalmente por el historiador Francisco de Medina y Mendoza, autor de la primera (y hoy desaparecida) historia de Guadalajara, y recogida por Hernando Pecha en su “Historia de la Ciudad de Guadalaxara» (16). El quinto duque, que hacia 1580 propone al florentino Rómulo Cincinato la decoración manierista de los techos de las salas bajas de su palacio arriacense, dedicara una sala entera a Escipión el Africano, cuajados los techos de pinturas alusivas a este héroe romano, tenido por los Mendoza, repito, no solo como un individuo que aglutina todas las virtudes posibles de la humana naturaleza, sino como un antecesor de la familia, que así se eleva al mayor rango moral (17)   

El Doncel, un Mendoza más     

En este contexto, es necesario analizar la figura del Doncel don Martín Vázquez de Arce como inserta en el universo socio‑cultural de la corte de los Mendoza (18). Aunque asentada por tradición y propiedades en Sigüenza, la familia de los Arce tuvo un manifiesto y notable entronque con los Mendoza arriacenses. El padre, don Fernando de Arce, adquirió en Guadalajara, por donación de don Diego Hurtado de Mendoza, conde de Priego, en febrero de 1485, una casa con su corral anejo en la calle de Santa Clara. Este caballero hidalgo sirvió, en calidad de secretario y cortesano, a don Diego Hurtado, Primogénito del marques de Santillana y a su vez primer duque del Infantado, así como a su hijo don Iñigo López de Mendoza, segundo duque y constructor del gran palacio arriacense. En esos anos recibió don Fernando de Arce la encomienda de Montijo dentro de la Orden de Santiago.  

Desde su primera infancia, y en compañía de sus hermanos Francisco y Fernando, el Doncel Martín Vázquez de Arce residió en Guadalajara junto a sus padres, y recibió la educación que la familia Mendoza administraba, a todos sus «deudos» y allegados, en el palacio de la capital de la Alcarria. Respiro el aire humanista de los Mendoza de fin del siglo XV, y junto a ellos se embarco en las diversas expediciones guerreras emprendidas cada primavera contra el reino de Granada, unido junto a ellos en la común empresa de fe y valentía.  

La Idea del enterramiento  

No hace falta insistir en el hecho de que toda obra artística posee un significado oculto, traducción última y recóndita de su lenguaje propio. Ese significado puede estar oculto, en las obras antiguas, a los ojos del hombre de hoy, pero sin embargo era claro y palpable a los ojos de sus contemporáneos. Dice Eugenio Garin que “la visión poética del mundo que proporciono en el Renacimiento la búsqueda de significados ocultos en las cosas, llevaba implícito el rechazo de la fisicidad aristotélica y el triunfo del hermetismo» (19).  

El enterramiento del Doncel de Sigüenza va más allá de la simple representación de un retrato, mas allá del recuerdo escueto de una persona: trata de traducir una Idea de la muerte, mas concretamente de la Muerte del joven guerrero, cristiano, humanista y virtuoso. Durante el presente ano 1986, siguiendo estudios iniciados hace ya tiempo, se ha tratado por diversos autores de encontrar el verdadero significado del enterramiento del Doncel, y aun del nombre de la persona que trazara o diseñara su estructura. a.C. lo intento de nuevo (20).  

En cuanto al autor de la Idea del enterramiento, del sentido emblemático del mismo, parece claro que no pudo ser el propio Martín Vázquez de Arce, por razones obvias. Tampoco debió ser su padre, hombre poco afín a los asuntos humanísticos, mas entregado a los meramente burocráticos y caballerescos. Se ha pensado en que fuera su hermano, el obispo Fernando Vázquez, quien ideara el enterramiento y trazara su estructura planteando su simbología. Es muy posible, y por ello me inclino. Pero con ciertas matizaciones: es la principal la de ser este don Fernando Vázquez un mero reproductor de las ideas humanistas de los Mendoza, con las que convivió toda su vida.  

He aquí algunos datos de interés acerca de la vida del eclesiástico Fernando Vázquez, hermano del Doncel (21). Era unos 15 años mayor que el joven guerrero. Estudio Decretos en Salamanca, lo mismo que el Cardenal Pedro González de Mendoza, cabeza de la estirpe mendocina durante el ultimo cuarto del siglo XV. Era unos 16 anos mas joven que el eclesiástico mendocino. Muy posiblemente se formo en la casa de los Mendoza en Guadalajara, y de allí salio como un «familiar» del cardenal, ocupando su primer cargo conocido en 1474, como prior del cabildo de la catedral del Burgo de Osma, de la que fue Obispo una breve temporada don Pedro González. Nombrado en 1513 obispo de Canarias, y a pesar de estar envuelta su biografía en nebulosidades, parece ser que poco después volvió a la península, muriendo en 1522, posiblemente en Sevilla, o habiendo estado algún tiempo de cualquier modo, en aquella ciudad, en la que hasta 1501, en que murió, fue arzobispo don Diego Hurtado de Mendoza, sobrino predilecto del Cardenal Mendoza, que había ocupado previamente la silla arzobispal sevillana.  

Resalto esta relación, porque es muy curioso comprobar que el enterramiento que, junto al del Doncel, puso el eclesiástico Fernando Vázquez en la catedral seguntina para si mismo, y con toda probabilidad por sí mismo diseñado, es reproducción casi exacta del enterramiento suntuosísimo del Cardenal Hurtado de Mendoza en Sevilla, hecho algunos anos antes, a imagen de los utilizados por Pietro Lombardo en Venecia. La inscripción latina del sepulcro del purpurado mendocino en Sevilla la escribió el humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera, que vino con su hermano Iñigo López, «el gran Tendilla” de su viaje a Italia. En última instancia, el enterramiento de ambos eclesiásticos (Diego Hurtado en Sevilla y Fernando Vázquez en Sigüenza), no hacen sino imitar en gran modo la estructura novedosa del enterramiento de su familiar y patrón el Cardenal Mendoza en el presbiterio de la Catedral de Toledo. Todo ello, en definitiva, sirve para confirmar la idea de haber estado, también el hermano don Fernando Vázquez de Arce, diseñador del enterramiento del Doncel, en un vital e intimo contacto con la idea del humanismo renacentista encarnada y mantenida por los Mendoza.  

El Doncel de Sigüenza, la imagen de Escipión  

Todo cuanto llevo antedicho nos trae a la formulación de una interpretación concreta y nueva de la figura de Martín Vázquez de Arce en su enterramiento de la catedral seguntina: se trata de una imagen de Escipión, que quiere simbolizar, en su aptitud y significado, la figura de aquel guerrero y político romano, en una expresión sublimada de virtud humana, valor militar, ilustración sabia y hombría de bien.  

Cuando en 1916, José Ortega y Gasset se puso como «espectador» ante la estatua del Doncel, y se pregunto, al comparar su vestimenta con su rostro, si era nos5ble que alguien hubiera unido el coraje a la dialéctica, no hacia sino expresar la perdida que para el se había producido del primitivo significado de la estatua (2P). Porque era eso precisamente lo que el hermano del Doncel había querido expresar, y lo que sus contemporáneos veían al ponerse ante la estatua. Lo que para Ortega estaba oculto, y solo afloraba tras la inquisitiva y sabia mirada de un intelectual preclaro del siglo XX, había sido algo patente y meridiano a los ojos de los hombres de comienzos del XVT: entonces, al contemplar el alabastro brillante tallado en forma de caballero recostado, nadie dudaba: era Escipión quien allí estaba, el joven Martín Vázquez de Arce representado como el valiente y memorable héroe romano. Era lógico: su vida breve e intensa, su dualismo guerrero e intelectual, la «concordatio” neoplatónica entre las armas y las letras, estaba allí perfectamente resumida.  

Para hacer, en definitiva, el análisis de la estatua del Doncel conforme a la técnica de la lectura iconográfico‑iconológica de Panofsky, se impone su examen escalonado siguiendo los pasos propuestos por el maes­tro alemán (23). En un primer estadio de lectura icnográfica simple, o estadio formal, nos encontramos con una figura, tallada en alabastro, que muestra a un caballero, a un guerrero, joven, cubierto de armadura del tipo utilizado en Castilla en los anos finales del siglo XV, en actitud recostada, apoyando su brazo d9recho sobre un haz de laureles y teniendo entre sus manos un libro. A sus pies aparece un pequeño paje que llora apoyado en el casco del caballero. Llama la atención también la decoración del frontal del sepulcro, en el que alternan zonas de prolijas floral5as con un escudo familiar sostenido de dos pajes ataviados a la alemana, apoyando todo sobre los pequeños cuerpos de varios leones.  

En un segundo estadio de lectura icnográfica propiamente dicha, o análisis temático del asunto, nos encontraremos ante algunos elementos que posibilitan la adquisición de cierto sentido al conjunto. Así, vemos por ejemplo que el caballero tiene las piernas cruzadas, lo cual nos habla sobre su carácter de combatiente frente al enemigo del cristianismo, pues ello es una evidencia de ser «caballero cruzado» o defensor de la Cruz.  

Vemos también que el Doncel no lee, sino que medita, fija la vista en un punto inconcreto del suelo, pues la línea de su mirada se pierde sobre el borde superior del libro que tiene entre las manos. El brazo derecho lo apoya en un haz de laurel, que expresa en el lenguaje medieval de los símbolos La “virtud, la verdad, la perseverancia, la gloria militar y la fama literaria y artística», Pues se considera al laurel el árbol de Apolo, relacionado con el sol, y a la corona hecha con sus hojas el premio máximo que puede concederse a un hombre (24).  

Vemos a los leones de la basamenta que nos expresan el sentido de Resurrección espiritual, de confianza en el otro mundo, pues el león fue siempre tenido como emblema de la capacidad de renacer tras la muerte, dado que en la Edad Media se creía que el leen, al nacer, y mantenerse con los ojos cerrados durante varios días, estaba ciego y después adquiría la capacidad de ver. También el paje que llora a los pies del Doncel, apoyado en el casco del caballero, es expresión del dolor de los deudos por la muerte del compañero y amigo. Todos estos, y aun otros muchos que ya se han repetido en diversas ocasiones, son elementos puntuales, capaces de dar un sentido homogéneo a la comprensión de la estatua de Martín Vázquez de Arce, pero que en cualquier caso quedan cortos en orden a la expresión de su significado intrínseco, de su simbolismo total y único (25).  

En este sentido, y arribando a la tercera fase del análisis de Panofsky, hoy propongo una lectura iconológica de la estatua de don Martín Vázquez de Arce, que, ya para terminar, y teniendo en cuenta todo lo anteriormente expuesto, quiero que sea muy breve y concisa.   

Tres aspectos fundamentales sobresalen en esta consideración iconológica de la estatua del Doncel de Sigüenza. Es la primera la representación de la concordatio entre las armas y las letras, tema este que tanto había preocupado a los humanistas toscanos desde los días iniciales de su movimiento neoplatónico. A esa idea de la concordatio dirigieron todas sus acciones la mayoría de los caballeros italianos y españoles de la segunda mitad del siglo XV: uno de los que mas destaco en su perfección y Prestigio fue sin duda don Iñigo López de Mendoza, primer marques de Santillana, en cuyo ámbito cultural surge la plasmación de esta escultura. Se me ocurre, aquí, una pregunta que nunca tendrá contestación: ¿Cómo seria el enterramiento del Marques?, porque ya su hijo el primer conde de Tendilla, cuyo sepulcro se conserva hoy, muy deteriorado, en el crucero de la iglesia de San Gines de Guadalajara, le mostraba tendido, acompañado de un paje que lloraba a sus pies junto al casco del caballero, con vestimenta civil y un libro en las manos. No seguiría el escultor de la figura de  Martín Vázquez un modelo ya probado con éxito y del que solo tenía que fijarse en el presbiterio de la iglesia conventual de San Francisco de Guadalajara? (26).  

Es la segunda la identificación del difunto con un personaje virtuoso, extraído del catálogo de viri illustribu del neoplatonismo florentino: no puede ser otro que Escipión, Suma de la virtud, guerrero y sabio. El acumulo de características de nobleza, de capacidad para la guerra y de humanidad en la acción intelectual, que el diseñador de la tumba de Martín Vázquez de Arce quiere poner, se extraen del discurso sobre Escisión que todos los escritores y pensadores contemporáneos han desarrollado. La identificación no solo es fácil, sino que es obligada.  

Como tercer elemento iconológico a extraer de esta tumba, esta la sublimación de la “Cruzada contra Ganada», representación en un ámbito estrictamente humanista de la lucha de “Toma contra Cartago» que en el Renacimiento marca los límites de toda lucha entre el ámbito social civilizado y el bárbaro: es la confrontación entre el Occidente cristiano y el Oriente infiel. El delfín contra el dragón. La victoria en todos estos enfrentamientos, queda palpable en la estatua del Doncel. Esa es su misión última, demostrar la victoria de la Virtud a pesar de la muerte.  

Notas  

(1) Sobre el filosofo Ficino y su obra consultar preferentemente KRISTELLER: The Philosophy of Marsilio Ficino, Nueva York, 1943; HAK,H.J.: Marsilio Ficino, Amsterdam, 1934: SAITTA,G.: La filosofia di Marsilio Ficino, Mesina, 1923. Del autor florentino, es especialmente reveladora su Theologia Platonica incluida en “Opera, et quae hactenus extetere, et quae in lucem nunc primum prodiere omnia…”, edic. orig., Basilea, 1576  

(2) Sobre el neoplatonismo florentino véase especialmente ROBB, N.A.: Neoplatonism of the Italian Renaissance, Londres, 1935; TORRE, A. della: Storia dell’Accademia Platonica di Firenze, Florencia, 1920. Mas accesibles los estudios de CHASTEL, A.: Art et Humanisme a Florence au temps de Laurent le Magnifique, Paris, 1961, del que existe traducción española, Edic. Catedra, Madrid, 1982; y PANOFSKY, E.: El movimiento neoplatónico en Florencia y el norte de Italia, incluido en «Estudios sobre Iconología», Edic. de Alianza Universidad, Madrid, 1972.   

(3) Sobre el uso de Hércules en el arte renacentista español, ver ANGULO INIGUEZ, D.: La mitología y el arte español del Renacimiento, en Boletín de la Real Academia de la Historia», CXXX (.1952), 63‑212. Sobre la aparición de Hércules en la catedral de Sigüenza, y mas concretamente en el retablo de Santa librada, ver HERRERA CASADO, A.: Hércules en Sigüenza, en «Glosario Alcarreño”’, Tomo II: «Sigüenza y su tierra», Guadalajara, 1976, pp. 77‑80  

(4) La relación de Ficino con el arte queda plenamente revelada en la obra capital de CHASTEL,A.: Marsile Ficin et l’art, Ginebra, 1954. Toda la obra de Chastel es fundamental en este aspecto  

(5) Ver en este sentido la obra de SEBASTIÁN LÓPEZ, S: Arte y humanismo Madrid, 1978, especialmente el capitulo sobre “El espejo histórico”, pp. 254 y ss., así como en un sentido mas amplío CHASTEL & KLEIN, El humanismo, Barcelona, 1975  

(6)STEGMANN‑GEYMULLER: Die Architektur des Renaissance in der Toskana, Munich, 1908. Vol. V. Ver también la obra de NTETO ALCATDE, V., y CHECA CREMADES, F.: El Renacimiento (formación y crisis del modelo clásico), Madrid, 1980, especialmente su capitulo dedicado a «La exaltación del héroe y la gloria: el monumento ecuestre y la tumba», pp. 131 y ss. También consultar lo relativo a este tema en el siglo XV en la obra de CHECA CREMADES, F.: Pintura y escultura del Renacimiento en España, Madrid, 1983, pp. 43‑48  

(7) CHASTEL, A.: La glorification humaniste dans les monuments funeraires de la Renaissance, en “Atti Congresso Studi Umanistici», Milán, 1951  

(8) MENDEZ CASAL, A.: El Renacimiento italiano en España, en «Historia del Arte», Edit. Labor, Barcelona, 1968, tomo IX. Es interesante en el sentido de apuntar los orígenes de los enterramientos de la estirpe mendocina, AZCARATE RISTORI, J. M.: El Maestro Sebastián de Toledo y el Doncel de Sigüenza, en “Wad-al‑Hayara”, I (1974), pp. 7‑34. También el clásico estudio de TORMO y MONZO, E.: El brote del Renacimiento en los monumentos españoles y los. Mendoza del siglo XV, en    Bol. de la soc. Esp. de Exc., 25 (1917)  

(9) la teoría neoplatónica sobre la «concordatio» entre virtud clásica y cristianismo se expone fundamentalmente en las tesis de Marsilio Ficino sobre el amor, especialmente en FICINO, M.: De christian. religión, en “Opera…” , XV, y su comentario mas clarificador en CASSIRER, E.: Individuum und kosmos in der PhilosopIbie der Renaissance, Leipzig, 1927, así como en PANOFSKY, E.: Estudios sobre iconología, pp. 199 y ss.  

(10) Ver a este respecto SABBADINI,R.: Le scoperte dei codici latini e grecí ne’secoli XIV e XV, Florencia, 1915; STEFLE,R.B.: The Method of Silius Italicus, en “CIassical Philology” ,1922  

(11) OYANCE, P.: Etudes sur le songe de Scipion, Paris, 1935; ROSSI, V.: Il Quatroccento, Milán, 1949  

(12) Ver a este respecto BLUM, I.: Andrea Mantegna und die Antike, Estrasburgo, 1930; LOHNIZEN­MULDER, M. van: Raphael’s Images of Justice‑Humanity‑Friendship. A mirror of Princes for Scipione, Wassernaar, 1977. Es de anotar, incluso, la utilización que de la figura de Escipión el Africano se hace por parte de la Corte borgoñona, que en pleno siglo XV, alega tener por ascendientes de Felipe el Bueno nada menos que a Alejandro, Cesar, Escipión y Augusto, con Hércules en la cima de tan remotos ancestros. De esta «humanista» aspiración se burla sarcásticamente Erasmo de Rotterdam en su «Elogio de la Estulticia».  

(13) Ver a este respecto CHASTEL,A.: Arte y humanismo… pp. 255‑56, y CHASTEL, A.: Les capitaines antiques affrontes dans l’art florentin du  XV siecle, en “Memoires de la societe des Antiquaires de France”, París,1954  

(14) NADER,H.:The Mendoza FamiIy in the Spanish Renaissance (1350 to 1550), New Brunswick, 1979, edición española «los Mendoza y el Renacimiento español», Institución Provincial de Cultura «Marques de Santillana», Guadalajara, 1985. Ver tambien TORMO y MONZO, E.: El brote del Renacimiento en los monumentos españoles y los Mendoza del siglo XV, en Boletín de la Soc. Esp. de Exc., 25 (19171)  

(15) LÓPEZ DE MENDOZA, Iñigo: Memorial de Cosas Notables…, Guadalajara, 1564   

 (16) PECHA, H.: Historia de Guadalaxara y como la religion de Sn Geronymo en España fue fundada, y restaurada por sus ciudadanos, Institución Provincial de Cultura “Marques de Santillana”, Guadalajara, 1977   

(17) HERRERA CASADO, A.: El arte del humanismo mendocino en la Guadalajara del siglo XVI, Guadalajara, 1981. En esta obra trato sobre la decoración manierista de las techumbres de las salas bajas del palacio del Infantado en Guadalajara, donde la facilidad pictórica del florentino Rómulo Cincinato y el entusiasmo renacentista del quinto duque Iñigo López de Mendoza, se vieron dirigidas por el programa preparado por el historiador Medina de Mendoza. Ver a este respecto también HERRERA CASADO, A.: El historiador D. Francisco de Medina y Mendoza (1516‑1577) en «Wad‑al­Hayara”, VIII (1981), 445‑452. Sobre el palacio de los Mendoza en Guadalajara, consultar aún HERRERA CASADO, A.: El Palacio del Infantado en Guadalajara, Institución Provincial de Cultura «Marques de Santillana», Guadalajara, 1975  

(18) La novedad de esta teoría sobre la adscripción del Doncel de Sigüenza, D. Martín Vázquez de Arce, a la familia de los Mendoza de Guadalajara, la publique inicialmente en HERRERA CASADO, A.: Un Mendoza más: Martín Vázquez de Arce, en «Glosario Alcarreño”, tomo II, “Sigüenza y su tierra” Guadalajara, 1976, PP. 95‑98. Expuesta mas ampliamente en HERRERA CASADO, A.: El Doncel, 500 años después, separata de la Revista “Guadalajara”, Excma. Diputación Provincial, Guadalajara, 1986, ha sido posteriormente admitida y seguida Por otros autores, entre ellos MARTÍNEZ GÓMEZ‑GORDO, J. A.: El Doncel de Sigüenza (historia del heroico Comendador don Martín Vázquez de Arce), Sigüenza, 1986, especialmente pp. 34 y SS.  

(19) GARIN, E.: Imágenes y símbolos en Marsilio Ficino, Barcelona, 1981  

(20) En especial ver MARTÍNEZ GÓMEZ-GORDO, J. A.: El Doncel de Sigüenza: historia, leyendas y simbolismo, Sigüenza, 1974.; HERRERA CASADO, A.: El Doncel de Sigüenza, 500 anos después, Guadalajara, 1986  

(21) SÁNCHEZ DONCEL, G.: Don Fernando Vázquez de Arce, prior de Osma y Obispo de Canarias, en «Wad­al‑Hayara», VI (1979), 119‑126. MINGUELLA Y ARNEDO, fr. T.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, Madrid, 1912   

(22) ORTEGA Y GASSET, J.: Tierras de Castilla: Notas de andar y ver, en «El Espectador”. Biblioteca Nueva, Madrid, 1966.   

(23) PANOFSKY, E.: Estudios sobre Iconología, Madrid, 1972, pp. 13 y ss. Del mismo autor, y sobre este tema, ver Idea (contribución a la historia de la teoría del arte), Edit. Cátedra, Madrid, 1977   

(24) ALCIATO, Emblemas, Edit. Akal, Madrid, 1985, especialmente el comentario de SEBASTIÁN LÓPEZ, S. en pág. 251  

(25) Sobre la significación simbólica de los elementos de la obra de arte, ver fundamentalmente REAU, L.: Iconographie de l’art chretien, 5 vols, París 1955‑59.  

(26) En el concepto neoplatónico de la “concordatio” surgen como polos de la cuestión los dos modelos del vir activum frente al vir contemplativus. La máxima expresión, o al menos la más conocida, de esta cuestión, la desarrolla Michealangello Buonarrotti en los enterramientos mediceos de la sacristía de San Lorenzo en Florencia. Allí aparecen las figuras del activo Giuliano, que parece esperar la entrada en una batalla, frente al pensativo Lorenzo, quien medita reposadamente. El Doncel viene a ser, incluso antes del desarrollo de la idea por el genial artista florentino, una síntesis de esas dos figuras; en definitiva, una representación ideal de la “concordatio” neoplatónica entre la acción y la contemplación. Es mas, la estatua del Doncel viene a ser expresión de un arquetipo de la época: el «guerrero que lee”, la discusión entre las armas y las letras están aquí perfectamente equilibradas. Para mi no existe duda que este es el principal valor iconológico, el mensaje mas contundente de la estatua funeraria de Martín Vázquez: la encarnación en un hombre del ideal de “concordatio” humanista. Otra muestra mas, en el arte del Quatroccento italiano, de este tema que, en cualquier caso, es abundantísimo, nos la ofrece el retrato de Federico de Montefeltro acompañado de su hijo Guidobaldo, que pinto el español Pedro Berruguete y hoy se conserva en el Palacio Ducal de Urbino: allí aparece el noble toscano vestido de los pies a la cabeza como (in militar y en el reposo sereno de su “estudiolo” dedicado a la lectura de los clásicos: en el suelo aparecen, junto al casco guerrero, montanas de libros.

La vieja Catedral

 

En nuestro caminar por la superficie montañosa y alborotada de la península más occidental de Europa, se abren las sendas que zigzaguean sobre el paisaje pardo y aterido de la tierra celtíbera. Al fin damos vista a una ciudad que se agazapa, temerosa y en silencio, entre las lomas enrojecidas de arcilla que abrigan un pequeño arroyo, el Henares, que va corriendo hacia el Océano entre chopos y roquedas. Esa ciudad es Sigüenza.

La vieja ciudad de Sigüenza parece, en ciertos días de invierno cuando el sol no levanta, al mediodía, dos palmos sobre el horizonte, un espectro que muestra sus huesos descarnados, cuajadas las calles y plazas de edificios solemnes, pétreos, de arcadas interminables, de espadañas y torres en las que el hierro, los canecillos, los ampulosos emblemas episco­pales llenos de borlas, de capelos y de águilas, tienen una mueca de severidad y nostalgia. Pero la ciudad de Sigüenza, en la alta paramera celtíbera recostada, ofrece también, porque lo hemos visto, en la plenitud de la estación veraniega un clamor constante de canciones, un bullir ince­sante de gentes por sus parques, por su Alameda, por calles y vericuetos en los que surge el color, surge la música, surge la algarabía menuda que da la vacación y la alegría. Y además tienen verbenas, toros, pinturas y guateques.

Plantada en medio del caserío, surge la catedral, un antiguo, un enorme edificio de mil esquinas, en el que admira el viajero lo sobrio de su diseño, lo monumental de su volumen, lo dulce de sus veletas. Es la muestra palpable de una historia de siglos, de un devenir incesante de gentes, de ideas, de planteamientos diversos. Esta catedral seguntina tiene, para quien quiera leerla, una historia densa en la que se suceden los proyectos de sus obispos, las decisiones de sus chantres, los plantes de sus deanes, las batallas y los rezos en una algarabía que se vuelve polvo denso, luz tamizada y conventual cuando alguien se dedica a cruzar sus naves en la media tarde otoñal.

En esa catedral, que es en tantos aspectos similar a las otras grandes iglesias de España, encontramos sin embargo aspectos únicos, ma­tices desbordantes de originalidad, parlantes de un anhelo que sólo aquí, entre su militar perfil, han tenido albergue. Aquí el viajero chocará su mirada con el agudo canto de las bóvedas góticas, con la oriental agonía aérea del palmeral de sus columnas. Aquí la madera policroma del retablo mayor dará el mensaje de la Historia Sagrada, de la asamblea de los santos  y los sucederes galileicos. Aquí los sepulcros de mármol y yesería mudéjar impondrán el silencio de la muerte sobre las yacentes, las orantes, las meditabundas estatuas de clérigos y guerreros. Aquí, sí, en esta catedral de Sigüenza gris y parda, la locuacidad inexpresiva de los ojos del Doncel tendrá permanentemente abierta la página arpada del libro de la historia de Castilla.

Existen libros, cargados unos de bellas imágenes coloreadas, luminosas, explicativas a la retina de cuanto contiene este edificio; pletóricos otros de datos y cifras, de nombres y avatares en los que se da puntual referencia a lo ocurrido entre las cien paredes catedralicias: las páginas escritas sobre el templo mayor seguntino, ofrecen al viajero la apoyatura indispensable para conocer el pasado, el frío rigor de los do­cumentos, la vívida imagen de sus logros estéticos. Pero nada puede susti­tuir al gozo de andar sobre las losetas mullidas de arcilla que alfombran las naves y los claustros, las capillas y sacristías. Nada es comparable a la vibrante emoción callada que se produce al descubrir, tras cada esquina, bajo un arcosolio, sobre la cornisa de un muro, iluminada por el múltiple grito de las vidrieras, apabullada bajo la mirada repetida de los rostros irritados de la bóveda de la sacristía, alguna señal del hombre, cualquier temblor de la madera, de la piedra o el metal en el que se puede reconocer la mano que fué, el nervio que dio vida perenne.

En esta catedral de Sigüenza ha entrado el tiempo dando portazos, exclamando gritos irreverentes, ondeando su capa, dando martillazos a diestro y siniestro. Nadie lo ha podido evitar. La avalancha de los años es imparable. Y el tiempo es lluvia, es hielo, es polvo. Los años son los dientes de un monstruo secular que todo lo muerde y engulle. Aquí ha clavado su quijada y amenaza con derribar primero, luego con mutilar y quizás, en un final triunfante, con pulverizar para siempre los perfiles del edificio.

Nadie piense que estas palabras son literatura pura, disquisición de soñador desocupado. Son la preocupación cierta cuajada en frases que quieren llamar la atención hacia un problema real, un problema que se viene encima sin remedio. Son las palabras preocupadas por el progresivo deterio­ro, la ruina que avanza, de puntillas, por sobre los tejados catedralicios. ¿Se quiere más clara demostración de esa amenaza que las hendiduras san­grientas de la bóveda de la girola? Ese, y mil detalles más nos muestran el peligro real que se cierne sobre el edificio que todos amamos y admiramos. En ese temor nos unimos. Y la Asociación de Amigos de la Catedral de Sigüenza, que está hecha con las gentes que, un día tras otro, desde todos los caminos que arriban al viejo burgo medieval, se acercaron a disfrutar de sus perfiles, clama ahora, y trabaja en serio, por evitar esa ruina, por apoyar de cualquier modo a la achacosa, a la renqueante masa de piedras que es el templo de Santa María de Sigüenza.

Cuanto está haciendo, cuanto va a hacer esta asociación de gen­tes, entre las que me cuento, no será en vano. La intención es diáfana, y el fin no puede ser más altruista: no se trata de aupar a nadie, de conse­guir una mejora personal, de consolidar situaciones humanas. Es apoyar la historia, la silueta incomparable de un edificio, los colores y las formas de cien detalles de arte y de expresividad que corren peligro. Para ello se necesita dinero, se necesitan apoyos, se necesita ilusión. Y eso es lo que pide y lo que trae la Asociación.

Solo una cosa es fundamental en este momento: aumentar el grupo que unánimemente se preocupa por la catedral seguntina. Las gentes que en él se integran pueden, cada una en lo suyo, ayudar a que esta severa, esta magnífica conjunción de piedras y artificios no desaparezca nunca. Y de ese modo dentro de muchos siglos pueda acercarse de nuevo algún viajero, cansa­do de recorrer los senderos de la alta paramera celtibérica, y sorprender­se, emocionado, al ver surgir en el horizonte brillante de la tarde, acom­pañada de arboledas y campanadas, la silueta esbelta y dúctil de la cate­dral de Sigüenza.

Un vistazo a los edificios del siglo XIX en Guadalajara

 

En el diario trato con los temas del pasado de nuestra tierra, con la historia de sus gentes, con el estudio y defensa de sus huellas monumentales, van surgiendo temas diversos, apa­sionantes todos, que requieren y merecen una atención detenida. El arte románico rural de nuestra provincia; la magnífica presen­cia del Renacimiento en Sigüenza; la interpretación honda de lo que la familia Mendoza significó en este territorio; los datos arqueológicos de variados lugares… en fin, un largo acopio de temas que un buen puñado de personas estudian y dan a conocer a todos para su apreciación cabal y su defensa.

Pero en esta empresa ha quedado siempre un poco sosla­yado un momento de la historia alcarreña que, quizás por haber sido el menos brillante, ha importado poco: me refiero al siglo XIX que en Guadalajara significó un momento crucial de pobreza, de desánimo, de despoblación y atraso. La devastación de la francesada redujo a ruinas gran parte de nuestros pueblos y ciudades. Poco a poco, y en medio de un decaimiento económico agudísimo se fueron levantando edificios, barrios, conjuntos urbanísticos que, surgidos en un momento determinado de la histo­ria, son ahora ejemplo vivo de ella, muestra irremplazable de una época.

Sin querer ahondar en esta ocasión en el estudio y la apreciación exhaustiva de algunas de estas muestras del arte del siglo XIX, sí podemos recordar algunas de ellas y brindarlas a cuantos deseen colaborar en esta polivalente tarea de la defensa del pasado histórico‑artístico, para que las estudien, las den a conocer, y las defiendan.

Artísticamente, el siglo XIX, una vez superado su idi­lio con el neoclasicismo a ultranza y la imitación del imperio francés, se desenvuelve en un sugestivo eclecticismo que da pie a interpretaciones curiosas de pasados estilos. De ese eclecticismo artístico es muestra monumental, de las más destacadas de España, el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo, junto al resto de los edificios que esta señora construyó en su torno. Un aire románico de inspiración italiana se cierne en el edificio gigan­tesco del mausoleo: arcos, planta, cúpula y multitud de detalles quieren devolver la gloria de un momento medieval en la tallada piedra del siglo XIX.

El edificio central de lo que se planeó para asilo y hoy se utiliza por las religiosas adoratrices para la enseñanza, imita fidedignamente el plateresco español, recordando en su estructura y ornamentación a la fachada de la Universidad de Alcalá de Henares. El claustro de este edificio es obra magnífica que imita al románico. Y la iglesia, hoy parroquia del «Barrio de Defensores», es un elemento arquitectónico en el que revive el arte mudéjar y aun el islámico con sus más valientes galas y el recuerdo de este tipo de arquitectura en Guadalajara.

Los planos, las ideas, los símbolos que en esta arqui­tectura esplendorosa aparecen, la distribución de sus edificios, su ornamentación, etc., está tratando de enviar un mensaje al hombre de hoy, y por ello debería ser estudiado detenidamente para que pueda decirnos algo de interés. Lo que habrá que tocar con el máximo cuidado, en evitación de repetir desmanes de «in­terpretación ambiental histórica» como recientemente se han come­tido en nuestra ciudad, es a la hora de esa reforma y aumento de los jardines de San Roque a costa del terreno de esta fundación de la Adoratrices. El conjunto de edificios y parque, todo ello rodeado por una verja y valla de la misma época, es del suficien­te interés en la historia de la arquitectura y de la ciudad de Guadalajara, como para mirarlo con lupa.

Otros muchos edificios o conjuntos deben ser tratados en este sentido del mensaje que hoy aportan: el palacio de la misma condesa de la Vega del Pozo, con su aneja iglesia de San Sebastián, hoy ocupados por los religiosos maristas, son también piezas fundamentales para calibrar el eclecticismo artístico del siglo XIX alcarreño: su estructura que remeda los grandes pala­cios de la nobleza arriacense en el siglo XVI, y la iglesia u oratorio tratada en su fachada como uno de los más delicados monumentos platerescos, al tiempo que su airosa torreta expone líneas románicas bien definidas. Debe ser abordado su estudio en el aspecto constructivo, ornamental y simbólico‑funcional. Y en una tarea que, más que por parte de los historiadores del arte, quizás por arquitectos interesados en estos temas, al tiempo que dotados técnicamente de una preparación óptima.

Recorriendo de nuevo el panorama de la ciudad de Guada­lajara en el siglo XIX, nos vienen a la cabeza algunos otros edificios y conjuntos singulares: es uno de ellos el poblado de Miraflores, en el borde de Monte Alcarria, que se levantó a fines del siglo pasado como lugar ideal de explotación agrícola, inclu­yendo un gran palacio, una capilla de romántico entorno, un par de molinos aceiteros, un gran silo cilíndrico con palomar y una serie ordenada de casas y almacenes, hoy todavía muy bien conser­vado y en uso; con el complemento de una zona de descanso y esparcimiento que se ha instalado en sus proximidades y que, si se usa adecuadamente, puede revalorizar el lugar.

Otros edificios y conjuntos de interés son la colonia residencial, junto a los amplios talleres y almacenes, que en la segunda mitad del siglo XIX surge en el recinto del fuerte de San Francisco, hoy afortunadamente íntegra; la serie de edificios militares que servían de espalada a la Acade­mia de Ingenieros, destacando el conjunto que se erigió sobre las antiguas murallas, imitando un castillo almenado, incluso con torres, y que se edificó en 1879; la portada y ábside del santuario de la Virgen de la Antigua, hecho en perfecta imitación de la arquitectura mudéjar arriacense (recordar en este sentido la importancia del neo‑mudéjar madrileño del siglo pasado); el pala­cio de la Diputa­ción Provincial, construido de 1880 a 1883 sobre el solar que dejó el palacio de los Gómez de Ciudad Real y la parroquia de San Ginés, es obra más impersonal, pero con una fachada interesante de remedo renacentista, y un patio central curiosísimo en estilo neo‑mudéjar; el mismo Ayuntamiento de Gua­dalajara es obra in­teresantísima, construida a finales del siglo XIX, inaugurada en 1906, y que presenta en su fachada abundantes elementos del estilo plateresco que vienen a estructurarse en un peculiar y curioso eclecticismo; también es de considerar el edificio, con­junto interno y cerca del Mercado de Abastos en la plaza de la Antigua, obra finisecular en la que entran en juego los armazones de hierro como elemento artístico a finales del siglo XIX, si­guiendo el movimiento que poco antes iniciara la torre Eiffel de Paris; y, en fin, el edificio monumental, y ejemplo de eclecti­cismo basado en la Baja Edad Media, de la Cárcel Provincial, que muestra una planta de perfecta cruz latina con gran cúpula cen­tral, al estilo de los antiguos hospitales bajomedievales, mas una fachada rematada en barbacana almenada, coronada del escudo de la ciudad, y una estructura general que convierten a este edificio en un monumento singularísimo de este siglo XIX alca­rreño que, como se ve, conserva abundantes mues­tras, suficientes como para justificar un estudio amplio, unifi­cado, de la época, la sociedad y los constructores de todos ellos.

Por cierto que en estos días el edificio de la Cárcel Provincial cumple el primer centenario de su construcción y vida. Comenzó a edificarse en noviembre de 1880, al menos en su primer proyecto, y lentamente, aunque sin paralización ninguna, llegó hasta el 15 de junio de 1887, en que definitivamente se concluyó. Fueron sus constructores los arquitectos municipales Vicente García Alvarez de Ron y Pedro Alonso, y el costo total de la obra, incluido el solar donde se ubicó, que entonces eran las afueras de la ciudad (hoy ya demasiado céntrico), no alcanzó el medio millón de pesetas. 

Pero de todos modos, y mientras se haga ese estudio sistemático que proponemos, lo que debemos hacer todos cuantos estamos interesados en la protección del patrimonio histórico‑ artístico de Guadalajara es respetarlo al máximo. Mientras sigan cayendo, como recientemente han caído, edificios del siglo pasado que por añadidura estaban incluidos en el Catálogo o Inventario de Monumentos de la ciudad, como han sido algunas casas de la calle de San Roque, ante la indiferencia (no me atrevo a decir complacencia) de los responsables de estos temas en el Ayunta­miento, no podremos decir que la historia de Guadalajara esté suficientemente protegida. Es, en definitiva, una tarea de todos, una tarea de mentalización y educación que, en estas líneas, intenta explicarse y abrirse paso.