Galería de Notables: Algunos científicos

lunes, 16 marzo 1987 0 Por Herrera Casado

 

Tras de algunas semanas en las que me ha sido de todo punto imposible acudir a la cita con mis lectores de NUEVA ALCARRIA, debido a la presión implacable del trabajo profesional, y atendiendo algunas peticiones que se me han hecho a favor de escribir acerca de los personajes importan­tes que por una u otra razón descollaron en Guadalajara en tiempos pasados, vuelvo ahora a recordar unas cuantas figuras que en el plano de la ciencia tuvieron entre nosotros su nacimiento, y en remotos lugares la aureola de su fama y el refugio de saber.

Quizás con ellos pueda un día hacerse esa galería de notables que tan abultada, y solo con los alcarreños, llegaría a presentarse. Hoy recordamos a tres científicos que por una u otra razón sobresalieron en los aconteceres de su tiempo, y en periódicos, en memorias o en las hablas de las gentes dejaron correr su nombre y su quehacer. Un físico, un farmacéutico y un médico, los tres alcarreños.

Diego Rostriaga Cervigón

Nació en el pueblecito de Castilforte, en 1723. De allí partió, muy niño aún, para la Corte, donde entró a trabajar con el acreditado Fernando Nipet, relojero del Rey. La inteligencia, el dinamismo y listeza del joven Rostriaga hizo que pronto alcanzara saberes altos y depuradas técnicas en el tema de armar relojes y máquinas de precisión, lanzándose a una particular investigación en el campo, entonces naciente, de la mecánica instrumental, logrando que su ingenio y dedicación le abrieran las más difíciles puertas de la consideración madrileña.

Algunos grandes relojes de la Corte, con el del Palacio de los Reyes, el de las lomas del Moro, o el del palacio del Buen Retiro, mas el del Ministerio de la Hacienda Pública, y otros muchos, fueron salidos de su mano y su dedicación. El preparó, además, toda la colección de instrumentos necesarios para la enseñanza en el Colegio de Artillería instalado en el Alcázar de Segovia. En 1764 fué nombrado Ingeniero de instrumentos de Física y de Matemáticas, y aun poco después director técnico del departamento de Física del Real Seminario de Nobles de Madrid.

Sus artes y conocimientos le llevaron en 1770 a colaborar con Jorge Juan en la construcción de las bombas de vapor para el dique de Cartagena, realizando otros ingenios hidráulicos en Murcia, así como diversas máquinas y elementos extractores en las minas de Almadén.

De unas y otras empresas alcanzó Rostriaga, durante el ilustrado reinado de Carlos III, fama y reputación de entendió y sabio, hasta el punto de ser nombrado preceptor en los temas físicos del Príncipe de Asturias. En los Reales Estudios de San Isidro quedaron muchas de sus obras, en su mayoría ensayos y pruebas de aparatos: máquinas neumáticas, pirómetros, barómetros, pantómetros, microscopios de precisión, brújulas perfectas, hermosas esferas armilares, escopetas de viento, y un sinfín de elementos mecánicos de precisión, que le pusieron en la primera fila de los ingenios españoles de su época.

Murió Rostriaga en Madrid, en 1783, y si este recuerdo puede parecer breve, al menos dos siglos después surge su nombre como el de un alcarreño que puso muy alto el pabellón de su verde tierra en la Corte difícil y sabia de la borbónica ilustración carolina.

Fernando Sepulveda y Lucio

De Brihuega era éste, donde nació en 1825. Allí estudió sus primeras letras, y la enseñanza media en Guadalajara. Se doctoró en Farmacia, en Madrid, en 1849. Y ejerció otra vez su carrera a través de los lugares más representativos de su tierra: en la ciudad de Guadalajara fué además profesor de química y física en la Academia de Ingenieros militares. Pasó algunos años en Humanes, y finalmente volvió a Brihuega, donde ejerció de alcalde, y donde murió en 1883.

Su inquieto afán le llevó de continuo al estudio y a la investigación de la realidad alcarreña en múltiples aspectos, tanto en el de la historia, la arqueología y la numismática, en todos los cuales fué un reconocido adelantado, como en el de la botánica fundamentalmente. Sepúlveda descubrió una necrópolis celtibérica en Valderrebollo y en ratos libres se dedicó a estudiar a fondo los archivos municipales de Brihuega y otros pueblos de la comarca.

Su afán primera fué, sin embargo, para la flora alcarreña. Largos años de su vida los pasó estudiando, clasificando, cultivando y protegiendo las plantas de nuestra tierra. Densos herbarios y escritos meticulosos premiados en varias ocasiones fueron fruto de sus trabajos, realizados siempre en compañía de su hermano José. En la Exposición Agrícola de Madrid (1857) presentó una abundante colección de productos químicos derivados de plantas alcarreñas, obteniendo con ella un importante premio.

La Asociación de Ganaderos del Reino, heredera de la antigua Mesta, le premió además por haber obtenido la sustancia precisa para la curación el «sanguiñuelo» o «mal el bazo» el ganado lanar, que en aquellos años causaba estragos en la cabaña nacional.

Prosiguió formando herbarios y aumentando sus relaciones botánicas. En la Exposición Provincial e 1876 obtuvo medalla de plata su trabajo sobre la flora de Guadalajara, y tres distinciones de bronce por otras tantas colecciones de tintas químicas, fósiles y objetos históricos. Es en la Exposición Farmacéutica Nacional de 1882, cuando Sepúlveda obtuvo la Gran Medalla de Honor y la Medalla de Oro de la Sociedad Económica Matritense por su obra, ya definitiva, Flora de la Provincia de Guadalajara, acompañada de una exposición de 750 especies vivas, que causó gran admiración.

Benito Hernado Espinosa

Este es el médico de nuestra relación. Nacido en Cañizar, en 1846, y muerto justamente 70 años después, en 1916, en Guadalajara, cursó sus estudios galénicos en la Facultad de Madrid, ganando por oposición, en 1872, la cátedra de Terapéutica en la Universidad de Granada, pasando después a regir la misma asignatura en la Universidad Central. Toda su vida dedicó a la enseñanza y la investigación, escribiendo numerosas e interesantes obras, entre las que podemos destacar La lepra en Granada, Ataxia locomotriz mecánica, y Metodología de las Ciencias Médicas, así como gran número de artículos en la prensa médica.

Hernando fue nombrado Académico de la Real de Medicina en 1895. Se dedicó asimismo a los estudios de historia y arte, escribiendo algunas obras a este respecto, como una amplia biografía del famoso músico alcarreño Félix Flores. El fué quien encontró en una perdida biblioteca de Toledo, en 1897, el importante libro de las «Constituciones del Arzobispado de Toledo» escrito por Cisneros. Su bondad de carácter y su sabiduría le ganaron a lo largo de la vida el respeto de cuantos le conocieron y la admiración de sus paisanos, perpetuado en la clásica medida de dar su nombre a una céntrica calle de Guadalajara, la que por entonces (y hoy todavía, en el decir popular) se llamaba «calle del Museo».

Estos tres personajes pueden, por derecho propio, formar con sus nombres y biografías que ahora hemos visto en rápido resumen, un inicio de «galería de retratos» de alcarreños ilustres, en este caso por los derroteros de la ciencia.