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enero, 1987:

Fichero de Notables: Artistas alcarreños

Uno de los libros impresos por Antonio de Sancha

 

Ha dado la tierra de Guadalajara, a lo largo de los siglos, multitud de artistas que han sabido tallar la piedra, poner color a los lienzos, y medir el aire levantando edificios. De entre tantos, damos hoy algunas breves pinceladas de quienes, no por mínimos, han estado más olvi­dados. Como recuerdo y aportación a un Fichero de Notables alcarreños, van aquí estas sucintas biografías de artistas y paisanos. 

GIL RANZ, Luís ‑ Nacido en Renales, en 1787. Muerto en 1867. Es uno de los artistas más significativos de nuestra provincia, aunque su obra ha sido poco valorada y conocida. Desde niño residió en la corte, siendo discípulo de Goya en algunas ocasiones, y recibiendo de el una clara in­fluencia. Fue magnífico dibujante con la plumilla, dejando un extraordina­rio retrato del molinés don Diego González Chantos‑Ollauri, con quien padeció destierro, en su pueblo natal, Renales, durante la Guerra de la Independencia. Autor también de numerosos dibujos a pluma para libros de todo tipo, se destacó asimismo como un notabilísimo calígrafo, haciendo curiosas y difíciles imitaciones de antiguos escritos y documentos topográficos, recibiendo el encargo de la Biblioteca Nacional para reponer hojas y fragmentos de obras deterioradas. Su obra cumbre, en este sentido, son las portadas de un Diccionario Greco‑Latino, muestra de barroquismo y técnica depurada en el dibujo. 

MOLINA DEL DULCÍSIMO NOMBRE DE JESÚS, Gregorio ‑ Nació en Sace­dón, en 1811. Murió en Madrid, en 1834. Muy joven se trasladó a Madrid, ingresando en el Colegio de las Escuelas Pías, y dedicándose pronto a la enseñanza en dicho colegio. A pesar de su juventud, destacó enseguida como acreditadísimo profesor de letra y caligrafía, siendo proverbial sus carac­teres maravillosos, complicados, dejando su nombre ligado a esta parcela, poco estudiada todavía, de la historia del arte hispano. 

PARDO GONZÁLEZ, Pablo ‑ Es uno de los buenos pintores que la provincia de Guadalajara ha dado a la historia del arte español. Se formo en la Academia de San Fernando, recibiendo enseñanzas y tomando el saber de Vicente López. El, por su parte, llego a ser profesor de Dibujo artístico en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. Su especialidad fue el retrato, llevando fama de ser los mas notables por el pintados los del Conde de Oñate, y de la Reina María Cristina. Otros retratos, perfectos de técnica, presento a las Exposiciones Nacionales de 1858, 1862 y 1864, obteniendo por ellos varias menciones honoríficas. En 1876, con su cuadro «El Viático de Santa Teresa de Jesús», obtuvo un señalado éxito, siendo adquirida su obra por el estado. 

PARDO Y PÉREZ, Manuel ‑ Familiar y contemporáneo del anterior, también natural de Budia, se formó en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, y alcanzó un merecido prestigio como dibujante y pintor de temas arquitectónicos. Su mejor obra, sin duda alguna, fue una pintura titulada «El Claustro del Convento de Santo Tomas de Ávila». 

GARCÍA DOBLADO, Fray José ‑ Nacido en Alocén, en 1721. Muerto en Madrid, hacia 1793. Fue religioso agustino, y se ocupo con asiduidad de realizar dibujos y ejecutar grabados para estampas, hojas sueltas, y algu­nos libros, ocupación poco frecuente entre los religiosos de ese siglo. No era, de todos modos, un artista de primera línea. Queda muestra de su tarea en las laminas grabadas que aparecen ilustrando la obra del también agusti­no y alcarreño fray Francisco Méndez, titulada «Typographia Española o Introducción, propagación y progresos del arte de la Imprenta en España», representando escudos y emblemas de impresores. Realizo también con pulcri­tud varios mapas de los conventos agustinos de Aragón, Andalucía, Castilla y Portugal, así como numerosas estampas representando a San Agustín, Santa Mónica, Santa Rita de Casia, San Juan de Sahagún y el Santo Cristo de Alocén. 

MOYA Y CONTRERAS, Jerónimo de ‑ Pintor natural y vecino de Molina de Aragón, en el siglo XVI, del que se conocen muy escasos datos. Hemos encontrado su nombre y referencia a su obra en documentos inéditos del Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. El año 1591 pintó un gran retablo para la capilla que fundo Miguel Sánchez en la iglesia parroquial de Tartanedo. En ese año, don Pedro Sarmiento de Molina le paga una impor­tante cantidad que se le adeudaba de aquella obra. A pesar de la brevedad, esta nota aporta un dato inédito con respecto a los pintores de Molina en tan remota época. 

SANCHA, Antonio de ‑ Nació en Torija, en 1720, y murió en Madrid, en 1790. Procedente de familia modestísima, desde muy joven vivió en Ma­drid. Entró a trabajar en una librería. En 1745 se caso con la hija del librero Sanz, y desde entonces optó por dedicarse de lleno al comercio de libros. Comenzó sus andanzas de editor publicando una colección de poesías de los más celebrados poetas españoles, y la imprimió en casa de Joaquín Ibarra. A partir del tomo tercero de dicha colección, los publicó en su propia imprenta, en 1784. Se distinguió también como excelente grabador. De sus talleres tipográficos, de gran prestigio en el Madrid de su época, salieron obras notabilísimas, que forman en la primera línea de la historia de la imprenta española: la «Gramática griega filosófica» de Bernardo Agustín de Zamora (1771), las «Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glosado y traducido» (1772), «Las Eróticas y traducción de Bocio», de Villegas (1774), la «Colección de obras sueltas en prosa y verso de Lope de Vega» en 21 tomos (1776‑79). Inicio la edición de la obra completa de Cervantes, que no pudo concluir por morir cuando estaba con ella. 

Son, en fin, algunos breves datos, casi telegráficos, en torno a algunas figuras poco conocidas, pero lo suficientemente relevantes, que prestigian aun más, cada una en su parcela, a la cultura alcarreña de todos los tiempos.

Notas de política medieval: los Mendoza en el Señorío de Hita y Biutrago

 

Sabido es de todos que uno de los primeros bastiones que en la Alcarria tuvieron los vascos Mendoza fue el castillo y la villa de Hita. Su posesión les hizo, ya desde el siglo XIV, ir aumentando territorios y poder en esta parte de Castilla, hasta convertirse en magnates alcarreños con la poten­cialidad, el vigor y la entrega que de todos es conocida. Hoy quiero hablar, muy someramente, de un detalle de la política medieval, del concepto que se tiene de algunas virtudes hoy totalmente arrinconadas, y que surgen en un curioso docu­mento del que bien debería hacerse un estudio pormenorizado. Es este documento un escrito limpio y elegante, una página de la teoría política del Medievo, al mismo tiempo que carta de donación de los señoríos de Hita y Buitrago, por parte del rey Enrique II de Castilla a don Pedro González de Mendoza, primero de los de esta familia que se afinco a vivir en Guadalajara.

Respecto a la entrega del señorío de Hita y Buitrago a los Mendo­za ha reinado siempre gran confusión entre los historiadores locales. El mismo Francisco Layna Serrano, cronista eximio, en esto anduvo algo confuso, especial­mente cuando escribió su Historia de Guadalajara y sus Mendoza. Allá, en el tomo primero, al tratar de la figura de Pedro González de Mendoza, el héroe de Aljubarrota como en varias ocasiones le llama, dice que fue Pedro I el Cruel quien en 1366 le hizo merced de estas villas, y que luego el, malpagándole su favor, se pasó al bando de su hermanastro Enrique, haciéndole guerra. No es así, y a la vista del documento que existe, en copia del siglo XVII, en la colección Salazar y Castro de la Real Academia de la Historia, conviene puntualizar el momento exacto de tal concesión, al tiempo que comentar algunas de las frases contenidas en dicho documento, y que son por si solas auténticos fundamentos de la teoría política de aquella época.

Don Pedro López de Mendoza fue hijo de Gonzalo Yáñez de Mendoza y de dona Juana López de Orozco. El hermano de esta, don Iñigo López de Orozco, era en el comedio del siglo XIV el gran magnate de la tierra alcarreña, poseyen­do muchos lugares y castillos en ella: entre ellos el de Hita. Su sobrino, el joven Mendoza, casó con la segunda hija de este, Teresa López, con lo que además de sobrino llegó a ser su yerno. En todo aliados ambos parientes, el Mendoza se puso de parte del bastardo Trastamara en la guerra fratricida que enfrentó a Pedro I el Cruel y su hermanastro Enrique. En el transcurso de la batalla de Nájera, ocurrida el 13 de abril de 1367, fueron ambos hechos prisioneros. Iñigo López de Orozco, como uno de los más destacados señores de la Castilla de la época, fue muerto personalmente, atravesado por la espada en la tienda de campa­na, por el rey Pedro. Su sobrino y yerno consiguió salvar el pellejo, dicen las crónicas que gracias a un fuerte rescate. Más bien pienso que por la poca importancia política que aun suponía su persona.

Es impensable que Pedro González de Mendoza tuviera Hita y Bui­trago, por merced de Pedro I en 1366. No tenía aun categoría para recibir tal regalo. Y además, entonces era todavía del Orozco. Cuando en 1367 murió asesina­do por el rey Pedro, pasaron ambas villas y castillos a la corona, y sería al año siguiente, en 1368, cuando Enrique II, aun sin haber concluido su campana militar frente a su hermanastro, le entregara al Mendoza esas villas que habían sido de su pariente, poniendo así los cimientos de la futura grandeza de la casta mendocina.

El documento de privilegio es bien tajante al respecto: dado en la ciudad de Burgos, primero de enero Era de 1406 anos. Que con el computo real, restando 38 anos, nos lo pone en 1386, uno después de la batalla de Nájera. En ese momento, Pedro González ya es el mayordomo y ayo educador del infante Juan, según se dice en el documento. Es, pues, hombre de toda la confianza de Enrique II.

Así, se desgranan a lo largo del pergamino los conceptos que justifican la merced real. Dice de esta manera el joven rey castellano: «Porque la lealtad es la mas noble y alta virtud que puede ser en el home y por ella es poblado y se mantiene todo el mundo…». Es esa lealtad, a ciegas y a ultranza, hasta la muerte, la única que, como entrega sin condiciones, es capaz de asegu­rar una estrategia política en los anos revueltos del Medievo. En una época como la que ha vivido Enrique II, de lucha contra su hermano Pedro I, rey legitimo, aunque trastornado de la cabeza, y cuando ha tenido que vencer por una parte la fidelidad de los nobles al rey autentico, y ganarse para si la lealtad de esos mismos nobles hacia su persona, esta claro que solo esa «virtud» es la que puede garantizar su estabilidad y permanencia en el trono. Y esa virtud ha de comprar­la a cualquier precio.

En el documento que estudiamos, Enrique II se apoya en la predicación de los Teólogos, y dice que esta lealtad es muy provechosa y convenyble a Dios y al mantenimiento del Mundo, aumentando la opinión de que Dios, que todas las cosas pudo, non quiso que el home fuese governado ni mantenido sin ella. Y se apoya en el hecho de que todos los derechos vigentes ponen su mayor crudeza en castigar a quienes fuesen contra la lealtad. Y sigue el documento argumentando razones a favor del mantenimiento y consolidación de esa lealtad como primera y mas principal virtud política: Et por ende el aiuntamiento de los homes y el poblamiento del Mundo pereceria y las cosas que Dios crio serian para nada. Y termina el primero de los alegatos a favor del tema referido con la justificación de sus mercedes, que tan innumerables fueron que le sirvieron de mote: «Et a los Reyes y a los señores es dado de facer gracias y mercedes y donaciones a los suyos que leales vasallos y servidores fueron… porque lo merescen muy bien».

Y en el preámbulo de la donación de los señoríos de Hita y Buitrago a Pedro González de Mendoza, el rey se extiende en consideraciones teóricas previas que ponen en particular aplicación la teoría general antes explicada. Dice darle tal galardón por conoscer a vos… quanta lealtad y crianza que en vos ficiemos y de poridades, y fianza que en vos fallamos siempre en los nuestros Consejos… et por quanto afan y travajo oviestes y tomastes en nuestro servicio en tanto quanto anduviemos fuera de los nuestros Regnos de Castiella y de Leon.

Aunque el documento referido seria merecedor de un muy detenido estudio, baste hoy con haberlo reseñado y localizado como uno de los puntales, no solo de la documentada historia de los Mendoza alcarreños, sino como un hermoso y paradigmático monumento de la teoría política de la baja Edad Media castellana.

Alcocer: la Catedral de la Alcarria

 

La comarca de la Alcarria, que es por todos nosotros querida y admirada en diversas facetas y direcciones, no puede exhibir ningún pueblo o ciudad en su geografía que tenga catedral o templo mayor que recuerde, en títulos y grandezas, a los limítrofes de Sigüenza o Cuenca. Si quisiéramos poner una Catedral en la Alcarria, habría que recurrir, sin duda, a Alcocer, la villa que recuesta su historia multisecular a la derecha orilla del rió Guadiela, y que capitaneando la antigua Hoya del Infantado, es hoy todavía un lugar donde la historia y el arte afloran con una especial brillantez que aturde y alegra a un mismo tiempo.

Vamos hoy a visitar ese templo mayor de la Alcarria, esa «catedral» de Alcocer que no desmerece en comparación con los edificios religiosos de otros lugares de mayor prestigio. La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asuncion, fue declarada Monumento Nacional en 1941, y ha recibido en los últimos anos muy valiosas y acertadas restauraciones que la han devuelto en parte su antiguo carácter. Es un edificio colosal en el que predomina la arquitectura de estilo gótico, aunque muestra detalles del románico, y algunos del Renacimiento. Su época de construcción hay que situarla en el siglo XIII, quizás cuando la señora de la villa, dona Mayor Guillen, que mostró unos grandes ímpetus fundacionales, dio en levantar similares templos románicos en Cifuentes, Millana, el monasterio de Santa Clara en las cercanías de Alcocer, etc. Durante el siglo XIV continuo levantándose este edificio, y hasta la XVI centuria vio producirse aumentos y reformas.

Al exterior muestra su fábrica de recia sillería. Sobre el muro norte se alza la torre‑campanario de dos cuerpos: el inferior con escuetas aspilleras horadando el muy grueso muro, y el superior con una parte cubierta de arquillos ojivos ciegos, sobre la que apoya el segundo cuerpo, de planta octogonal, en el que se abren esbeltas y muy adornadas ventanas góticas ajimezadas, rematando dicha torre con una linterna muy moderna. Cuatro puertas se abren en el templo. En su muro del norte, el que da sobre la actual plaza, se ve la primitiva puerta, hoy principal de entrada; es un ingreso incluido en saliente cuerpo de sillar, con arco semicircular abocinado, formado por cinco arquivoltas baquetonadas y un arco exterior cuajado de puntas de diamante; apoyan estos arcos sobre moldurada imposta, y bajo ella aparecen columnas adosadas con sus bases molduradas y sus capiteles de sencilla traza vegetal. Una cornisa sostenida por canecillos de diverso tema completan esta portada, la mas antigua y plenamente románica. La otra portada de este muro es la más moderna de todas. Consta de arco trilobulado exornado de puntas de diamante y florones, y sobre ella aparecen tres arquivoltas de apuntada traza rodeadas de la misma decoración de puntas de diamante. Todo ello apoya sobre esbeltas columnas adosadas que rematan en pequeños capiteles de gótica hojarasca. Un alto plinto sirve de descanso a las columnillas y da realce a la puerta. Modernamente relleno su arco trilobulado, sirvió para lucir en el tímpano un escudo de armas. Al interior también luce escudos esta puerta, que comunica la plaza con el brazo norte del crucero.

Otra portada, abierta a los pies del templo, en el muro de poniente: tiene dos arquivoltas de arco apuntado, con exorno exterior de puntas de diamante, y los arcos van baquetonados. Las dos columnillas de cada lado se rematan en bellos capiteles foliáceos. La portada del muro meridional es verdaderamente grandiosa. Se la llama la puerta del sol, y en los muros de su derredor se veían antiguamente varios relojes pétreos para marcar la hora solar. Se encaja también esta puerta en un cuerpo saliente y forma honda bocina con cinco arquivoltas baquetonadas, de arco apuntado, y un exorno exterior de puntas de diamante. Columnas cilíndricas adosadas, cinco a cada lado, rematadas en sus respectivos capiteles de elegante traza vegetal. Todas estas puertas son elegantísimos y bien conservados ejemplares de la arquitectura románica de la Alcarria del siglo XIII.

El interior del templo es grandioso. Es de tres naves, estrechas y muy largas. La central más alta que las laterales. Se separan por pilares semicirculares en los que se adosan semicilíndricas columnillas que se rodean de collarines cubiertos de muy bien trabajada decoración vegetal. De ellos surgen las bóvedas nervadas, elegantísimas, apuntadas.

La capilla mayor tiene un tramo rectangular anterior, y el ábside poligonal; y se cubre con cúpulas nervadas de magnifico efecto. Todos sus muros están calados por altísimos ventanales, que le confieren un tono de capilla mayor catedralicia, de un estilo gótico exquisito. Tras esta capilla mayor discurre, rodeándola, una girola o deambulatorio también cubierto de bóvedas nervadas. A esta girola se abren diversas capillas mas modernas, como son las del Descendimiento, de Nuestra Señora de Lourdes, y del Cristo, con bóvedas de crucería, y la capilla de la Concepción, o de los Sendines, todas ellas construidas del siglo XVI al XVIII y sin especial relieve, excepto alguna interesante reja del Renacimiento. Por los altos muros del crucero se muestran algunos bellísimos ejemplares de rosetones y ventanales góticos. En el muro sur del templo se abre la capilla del Tremedal, con portada a la nave de la Epístola, por una pequeña y hermosa puerta de arco semicircular, con exorno de puntas de diamante y arquivolta baque tonada, apoyando todo en jambas y finas columnillas a cada lado, sobre alta basa, que rematan a su vez en bello conjunto de capiteles de tema vegetal y carátulas. Su planta es pentagonal, abriéndose magníficos ventanales góticos en sus muros, y mostrando en los ángulos columnas adosadas que parten de bellas ménsulas con carátulas. Estas columnas rematan en capiteles de profusa hojarasca, y de ellos, a través de repetidas molduras, surgen los arcos que conforman la magnifica bóveda gótica de esta capilla. Al exterior, muestra sus muros de sillería, en los que abren las ventanas de arco apuntado sobre columnas y capiteles del estilo.

En el brazo sur del crucero se abre la gran sacristía, de bóvedas de crucería. La primera de las capillas de la girola, llamada de la Concepción o de los Sendines, es construcción del siglo XVI. Se cierra por bella reja renacentista con escudos repujados y artísticos balaustres. La fundaron los señores Diego Moreno, abogado, y su mujer Lucrecia Campuzano, que en ella están enterrados, así como diversos descendientes suyos, de la familia Sendin, en una cripta bajo la capilla. Por las paredes se ven pintados y policromados diversos escudos de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava y Alcántara. Sobre el arco de entrada a la capilla, tallado en piedra se muestran el escudo propio de los Sendin: un par de panelas sobre árbol y en derredor la leyenda «Ave Maria Gracia Plena Do te».

Esta descripción, exhaustiva y pormenorizada, del templo parroquial de Alcocer, da una idea leve y aproximativa de su grandiosidad e interés. Solo su contemplación, su degustación en directo puede finalmente asombrar a quien hasta allí acude en busca de nuevas sorpresas artísticas. La esencia del Medievo castellano late aun entre los solemnes muros de Alcocer. Merece un viaje su altura y sonido.

Las montañazas

 

Recorrer la tierra de Guadalajara es, no necesitamos repetirlo, uno de nuestros entretenimientos preferidos: encontramos las maravillas del paisaje, las delicias del silencio, la presencia solemne del arte, el inefable encanto de lo rural inmaculado. Es un mundo como quedan pocos, el de esta Castilla eterna, inmersa ya en la Europa de la antepuerta del siglo XXI.

Y en esta tierra de Guadalajara aparecen, para quien espigue en los paisajes sus ansias de encuentros, las montañazas del territorio: los picachos agrestes y majestuosos que como atalayas o columnas de un templo en ruina se alzan sobre el horizonte. Si la provincia alcarreña es, en general, montuosa y agreste, pletórica de elevaciones y valles, salpicada por sus cuatro esquinas de sorprendentes rincones vírgenes, hay algunos picos, algunas cumbres que se alzan majestuosas sobre el resto de los accidentes: nos vamos a ellas, a dejar en el empeño de subirlas el aliento y la vanidad de la juventud.

Solo quiero recordar cuatro de estas vigorosas columnas de la orografía provincial. Para quien desee enfrentarse a la altura, sentir su vértigo, y avizorar desde lo alto el infinito recurso paisajístico alcarreño, con ellas tendrá bastante. La más occidental es también la más típica, la montañaza por antonomasia: el pico Ocejón, que como un espectro en la madrugada pálida de invierno surge sobre las ondulaciones de la sierra de Ayllón, llega en su cúspide hasta los 2065 metros de altura. Desde el se ve la cumbre del Lobo, que doscientos metros mas alta, marca los limites de la provincia de Segovia con la nuestra. Pero al Ocejón es preciso subir, desde Valverde de los Arroyos, o aun mejor desde Majaelrayo. Sobrepasar, después de algunas horas de ascensión lenta, las cotas del Mostajar o del Ocejoncillo, y apurar los últimos tragos de oxigeno en las lajas empinadas y cortantes de la altura, donde el aire es de cristal antiguo y gélido.

En la demarcación de la sierra central, estribaciones meridionales de Ayllón todavía, el Pico del Santo Alto Rey de la Majestad lleva en su largo y pomposo, casi sacral nombre, la carga de una montaña con visos de milagrosa. Es un «monte sagrado» en toda la extensión de la palabra. Su cota más alta, en la que precisamente se alza una ermita dedicada al Cristo de la Majestad, esta en los 1852 metros. Es la brisa suave o el huracán desatado la melodía que siempre suena sobre los suaves cantos y las praderas verdiazules del Alto Rey. Su presencia, desde Bustares oronda y amable, adusta y severa desde Albendiego, incita a la ascensión y la caminata. Es fácil, aunque larga. Y si uno le echa paciencia y alegría, en un día puede subir, comerse un bocadillo en lo alto y bajar luego.

Yendo hacia levante, en tierras que son ya del Ducado de Medinaceli a caballo sobre el Señorío de Molina se alza, como solitario y asustado, el Pico de Aragoncillo, cabeza pelada de la sierra del mismo nombre, y que también en su cumbre mas elevada recibe el nombre de Pico de la Señorita, que suma los 1518 metros en su altura máxima, y que se viste las faldas de encinares, sabinares y matojos de diversas especies. Subirle es lo más fácil del mundo, y arriba compensa con creces el rato de caminata. A lo lejos se ve el alcázar molinés, como un recortable de juguete, y por aquí y allá se pintan los pueblecillos, sosegados por la lejana y azul presencia del Moncayo fiel.

En fin arribamos al ultimo de los cuatro extremos de la partida orográfica que hoy jugamos: entre Orea y la provincia de Teruel, allá por donde la Sierra de Albarracín y los Montes Universales van alzando su cortina espesa de pinos y picos, se levanta la mayor altura del Señorío molinés: el Pico de la Gallina, que tiene la cúspide puesta a 1789 metros sobre el nivel del mar. De oscura vestimenta, siempre pintado de neviscas pálidas y manchas pardas de arcillas y otros minerales, que por allí los hay en abundancia y variedad, esta montañaza es la más lejana para nuestras apetencias camineras, la más inaccesible por lo que supone de andar por montes, por caminos, por distancias sin fin que parecen alejarlo siempre. Pero ahí esta, como un reto.

Cualquiera de los cuatro puntos que hoy hemos repasado será un encuentro sorprendente, fatigoso quizás, pero siempre estimulante, con la Naturaleza y con Guadalajara. Conocer la tierra no es solo andar los caminos y extasiarse en las plazas de los pueblos. Hay que subir a los altos, y respirar la increíblemente limpia atmósfera de nuestros techos.

Hospitales antiguos de Guadalajara

 

Junto a iglesias y monasterios, san los hospitales unas de las más antiguas fundaciones de nuestra ciu­dad. Que, como con todo ha ocurri­do, han evolucionado a lo largo de los tiempos, hasta quedar constitui­das en modo absolutamente diferen­te a como en un principio fueron concebidas. Pues si un hospital es, hoy en día, lugar donde la ciencia médica se pone en movimiento al más alto nivel que le es posible, con atención y trabajo constante de los médicos hacia los enfermos, en la Edad Media no ocurría esto: el Hospital era, fundamentalmente, al­bergue donde se reunían los pobres de la localidad y los peregrinos transeúntes a pasar la noche. Cuan­do uno de ellos enfermaba grave­mente, allí le llevaban también, pero a morir nada más. No a curarle. Era la época en que sólo tenía derecho a médico el que además po­seía largos bienes de fortuna.

De estos lugares, hoy inexistentes en su totalidad, vamos a hacer una resumida ficha de su historia y vi­cisitudes. No debe extrañar que, concretamente en el siglo XVII, existieran hasta siete albergues de este tipo, en una ciudad mucho más reducida que en la que hoy vivimos. Eran, en realidad, simples habita­ciones, pajares vacíos y con goteras, a excepción de uno de ellos, el de la Misericordia, que siempre man­tuvo un nivel aceptable de atención a los pobres y enfermos.

En la relación que la ciudad de Guadalajara envió a Felipe II el año de 1579 (1) se dice escuetamente: Ay en esta ciudad algunos hospitales para curar pobres, y miserables, y el uno de ellos es el Hospital de la Caridad y Misericordia para cuidarlos de las enfermedades que se les ofrece, a los quales acuden los vecinos, y los asisten con mucha piedad y cuidado. De todos ellos, y al­guno más de reciente construcción, habla detenidamente Núñez de Cas­tro a mediados del siglo XVII (2), siendo la que sigue su relación sucinta.

El Hospital de peregrinos foraste­ros estuvo situado en la cuesta de San Miguel, y era fundación de do­ña María Fernández Coronel, importante dama arriacense del siglo XIII, a quien debemos también la institución del convento de Santa Clara. Fue precisamente en el pri­mitivo local que ocupara esta comu­nidad, en lo que hasta 1268 había sido palacio (más bien caserones modestos) de la reina doña Beren­guela, donde doña María dejó colo­cadas gran número de ayudas eco­nómicas para emplear en el mante­nimiento de los pobres y transeún­tes. La administración y gobierno de este hospital correspondía a la abadesa de las clarisas, quien hasta el último momento gozó facultades para poner administrador de él. De todos modos, ya en 1567, y por decisión unilateral del ayuntamiento de la ciudad, deseoso de la crianza de los niños huérfanos, se retiraron de él los peregrinos, y fue instituido como Hospital de los Niños de la Doctrina, en el que recibieron, du­rante siglos, enseñanza y cuidado los niños faltos de todo recurso eco­nómico y afectivo.

El Hospital de la Puerta Quemada fue instituido en 1374 por doña Elvi­ra Martínez, viuda ya, y madre de los fundadores de la Orden Jeróni­ma, don Pedro y don Alonso Her­nández Pecha (3), en unas casas que esta señora tenía junto al postigo que le dio nombre.

El más importante centro sanita­rio que durante muchos siglos ha poseído Guadalajara es el Hospital de la Misericordia, fundado en 1375 (4) por doña María López, muger noble y virtuosa, de mucho zelo de la honra de Dios, en sus casas de la colación de Santiago. Reunida esta señora con otras devotas mujeres de la ciudad, se dedicaban a la ora­ción y el ejercicio de la caridad con los pobres de ella, por lo que llega­ron a recibir incluso la ayuda del arzobispo de Toledo don Pedro Te­norio. Al morir doña María López, dejó todos sus bienes para el man­tenimiento del hospital, que ha sido, es y será refugio de los pobres en­termos, así de esta ciudad como de toda su comarca.

La institución se gobernaba por una cofradía de caballeros hijosdal­go, así como por el Cabildo de Cu­ras y Beneficiados. Con todo, y por ser laicos quienes estaban encarga­dos del cuidado de los enfermos, la atención que se les prestaba no era del todo satisfactoria (5), por lo que el Ayuntamiento solicitó de los hermanos de San Juan de Dios, vinie­ran a hacerse cargo de este estable­cimiento benéfico, cosa que ocurrió en 1632. Se levantó por entonces un nuevo edificio, con un patio clasicis­ta, sobrio y elegante, y una iglesia, donde se veneraba a la Virgen de la Misericordia, que es uno de los principales Santuarios de esta ciudad, en devoción y culto. Pero este Hos­pital fue también, durante muchos años, lugar de recreación y regocijo para los arriacenses, pues en su pa­tio se representaban comedias, sien­do pues aquel lugar el más antiguo teatro de Guadalajara (6).

A la hora de la Desamortización, en 1835, expulsados de él los religio­sos, el Estado creó allí el Hospital Civil Provincial, que luego se trasla­daría al convento de monjas jeróni­mas de Nuestra Señora de los Re­medios, y aun más adelante sería construido, ya de nueva planta, en donde hoy se encuentra el Hospital Provincial. En el antiguo local del Hospital de la Misericordia se situó luego la Escuela Normal de Maes­tros, donde muchas promociones de estos profesionales se han forma­do. Hace ya algunos años fue derriba­do este viejo y venerable edificio, y en su solar se levantaron nuevas viviendas. El nombre de San Juan de Dios es lo único que ha quedado en ese lugar como recuerdo de tan­tos aconteceros ciudadanos.

Otro hospital, el de Santa Ana, dedicado a curar pobres enfermos, fue instituido por don Juan de Morales, secretario del Cardenal Mendoza, ca­nónigo de Toledo y tesorero de los Reyes Católicos, en 1461. El enterra­miento de este caballero fundador, y su estatua orante se conservan aún en el presbiterio de la iglesia concatedral de Santa María, en nuestra ciudad. Estaba situado este hospital en el arrabal de San Francisco.

De otro secretario que tuvo el Cardenal Mendoza, don Diego González de Guadalajara (7), es la fundación, en 1480, del Hospital de San Ildefon­so, que estaba situado frente a la iglesia de Santo Tomé, hoy Santua­rio de Nuestra Señora de la Anti­gua. Recogense en él los sacerdotes y peregrinos. Era patrón de la Ins­titución el Cabildo de Curas y Be­neficiados de la ciudad. El fundador dejó renta para camas, ropa y todo lo demás necesario para el regalo, aunque imaginamos que este regalo de los allí acogidos no sería en ex­ceso cómodo.

En 1568, don Domingo Hernández de Aranda, vecino de Guadalajara, dejó sus casas para Hospedería de peregrinos, con distinción de tres salas con suficientes camas, una para hambres, otra para mugeres y otra para sacerdotes. Como este se­ñor fundó también la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe, de la que sus miembros tenían que ser nobles y lindos Caballeros y Hijos Galgos, tiempo adelante tomó este nombre su Hospital.

Otros dos pequeños hospitales, que luego se trasladaron con sus rentas al de la Misericordia, fueron los de Santa Ana, que fundó Ortiz de Urbina, y el llamado hospital de la Torre, por estar situado en la to­rre grande de la puerta que es pos­tigo de la Parroquia de Santa Ma­ría, o sea, en el conocido actualmen­te por torreón del Alamín. Allí deci­dió el Ayuntamiento, ya en el si­glo XVI, que fueran a tomar las un­ciones y sudores los enfermos de males que piden este remedio, y hasta el comienzo del siglo en que vivimos, tuvo carácter ese torreón de nauseabundo albergue para pobres y vagabundos.

En la relación o contestación de la ciudad al cuestionario para el es­tablecimiento de la única contribu­ción, hecho en 1753 (8), solo se men­cionan ya el Hospital de San Juan de Dios, que había aglutinado a to­dos los demás, y el hospital para pobres viandantes del torreón del Alamín, que no tenía renta alguna.

Y hasta aquí el rápido resumen de lo que ha sido la asistencia hospitalaria en la historia de Guadala­jara, tema curioso del que aún se pueden sacar muchas otras noticias. Vayan pues, éstas, como visión ge­neral de esta faceta del antiguo acontecer ciudadano.

Notas:

(1) Publicada por don Manuel Pé­rez Villamil en el tomo XLVI del Memorial Histórico Español. Ma­drid 1914, pp. .1‑18.

(2) Alonso Núñez de Castro‑ «Cro­nista general de su Magestad en es­tos Reynos», en su obra Historia eclesiástica y seglar de la muy noble y muy leal ciudad de Guadalaxara Madrid 1653, cap. XI, pp. 84‑86. Tam­bién don José López Cortijo, en su Topografía Médica de Guadalajara, Núñez de Castro.

(3) Da esta noticia el doctor Layna en su obra Los Conventos antiguos de Guadalajara, pág. 36, tomándola del testamento de esta señora, cuyo traslado autorizado se conserva entre los papeles del monasterio de San Bartolomé de Lupiana, que hoy se guardan en el Archivo Histórico Nacional.

(4) Y no en 1555, como inexplica­blemente apunta Núñez de Castro en su Relación.

(5) En sesión concejil de 22 de marzo de 1661, el regidor de la ciu­dad don Agustín Caniego de Guz­mán hizo público este malestar, se­ñalando que hay poco rrecaudo o ninguno para curar los pobres en­fermos desta ciudad.

(6) Ver el interesante estudio que a este respecto publicó Muñoz Jimé­nez, J.L.: El Patio de las Comedias del Hospital de la Misericordia de Guadalajara, en Revista Wad‑al‑Ha­yara, 11 (1984), pp. 239‑255.

(7) Con el habitual trastoque de fe­chas y apellidos a que nos tiene acostumbrados Núñez de Castro, viene a referirse aquí a Diego García de Guadalaxara, hijo y nieto de caballeros, que con el mismo nom­bre tuvieron altos cargos en la ciu­dad y año en el reinado de Juan II, del que uno de ellos llegó a ser su secretario. Su padre fundó la capi­lla gótica del convento de Santa Cla­ra, hoy parroquia de Santiago, y él mismo llegó a ser también regidor perpetuo del estado de caballeros hijosdalgo de la ciudad.

(8) Se conserva el original en el Archivo Histórico Provincial, en el Palacio del Infantado.