Los Zurbaranes de Jadraque

viernes, 12 septiembre 1986 0 Por Herrera Casado

 

En el contexto del patrimonio pictórico de la provincia de Guadalajara (en la que, obviamente, no está el Museo del Prado ni cosa que de lejos se le parezca) destacan con fuerza propia dos telas del pintor extremeño, gloria del arte universal, Francisco de Zurba­rán. Firmadas y documentadas como suyas. Piezas que adornarían cual­quier museo con el brillo del estrellato. Piezas que, junto a otras del mismo autor, hoy expatriadas de la provincia, figuraron durante muchos anos en un solo pueblo, Jadraque. Vamos a hablar de las dos que han quedado entre nuestros provinciales límites.

Estas dos telas de Zurbarán, y otras más que como he dicho salieron de Jadraque hace anos, llegaron a este pueblo, concre­tamente a la casona de la familia Arias Verdugo de forma no aclarada suficientemente. Faltan los documentos y los testimonios directos que nos lo expliquen. Aunque algunos detalles de uno de estos cuadros, concretamente el de la «Inmaculada», nos ayuden a encaminar la indaga­ción por derroteros de suposición y probabilidad grande. El primer día de julio de 1808 llegaba a Jadraque, huyendo del monumental «follón» que había organizado en España entre los liberales, los absolutistas y los franceses, don Gaspar Melchor de Jovellanos, a hospedarse en el palacio de su amigo, «y padre», como también le llamaba, don Juan José Arias de Saavedra y Verdugo. Allá estuvo, en una temporada de paz espiritual, hasta el 17 de septiembre de ese mismo ano, en que las circunstancias le arrastraron a aceptar la representación del Princi­pado de Asturias en la Junta Central. Aparte de ello, sabemos que en el testamento redactado por Jovellanos, en una de sus cláusulas apa­rece la donación que hace de este cuadro de la «Inmaculada» a su amigo Arias de Saavedra.

Jovellanos había tenido importantes cargos en el Ayun­tamiento de Sevilla, donde le habían regalado un cuadro pintado por Zurbarán, encargado en el siglo XVII por el Ayuntamiento hispalense, y representando una «Inmaculada», niña como las que hacia el pintor extremeño. En el cuadro aparecía, lógicamente, la ciudad de Sevilla en el fondo del paisaje. Este cuadro se lo regalo Jovellanos a su amigo jadraqueño, en prueba de agradecimiento a su hospitalidad. Quizás los otros «zurbaranes» del caserón de los Verdugo formaron parte del mismo lote. Quizás.

El hecho es que quedaron en los salones del palacio de la calle mayor de Jadraque durante más de siglo y medio, hasta que unos fueron vendidos, otro pasó a la iglesia, y el último fue llevado al Museo Diocesano de Sigüenza, donde hoy se conserva. Vamos a exami­narlos.

Cristo recogiendo sus vestiduras después de la flagelación

Se encuentra en la iglesia parroquial de Jadraque, situado a buena altura sobre uno de sus muros. Es obra sobre tela, pintado en 1661, el ultimo que trazo el genial pincel de Zurbarán (según Mayer), o el penúltimo (según Kehrer). Muestra a Cristo, semi­desnudo, agachado, recogiendo los paños y vestiduras de los que pre­viamente le habían despojado. Pero no hay tensión ni dolor en el cuadro, sino una serenidad y una melancolía que emergen del profundo claroscuro en que una sola y potente luz envuelve a la escena. Es carne limpia y palpitante la que surge de la tela zurbaranesca. Dice Hugo Kehrer, en su monografía dedicada a Zurbarán, que este cuadro «es uno de los pocos ejemplos de desnudo en nuestro maestro…» y destaca en el «la sobriedad de la composición, la abundancia de diagonales y el paralelismo de las líneas». En general, todos los tratadistas del pintor extremeños se detienen con especial delectación en describir y valorar esta obra, una de las más geniales.

Este cuadro, que mide 167 x 107 cm., fue llevado a la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1928, luciendo en parte impor­tante del Pabellón de Castilla la Nueva. También lucio en las exposi­ciones antológicas de Zurbarán realizadas en Madrid en 1905 y 1966. Esta obra, afortunadamente, aun se conserva en Jadraque, aunque mere­cería el privilegio de ser expuesta en un lugar perfectamente seguro, convenientemente iluminado, y a una altura conveniente para una mirada sin esfuerzos.

La Inmaculada niña

Lo pintó Zurbarán en 1630 aproximadamente. Era este uno de sus temas preferidos, y la de Jadraque podría situarse al comedio de la larga serie de «Inmaculadas» que pinto y que hoy se encuentran repartidas por los más variados museos del mundo. Siempre que Zurbarán pintó a Maria Virgen, lo hizo en la figura de una jovencita de encan­tador aspecto. Esta que comentamos no tiene más de trece o catorce anos. Sostenida por varias cabezas de angelillos en forzados escorzos, se sostiene sobre una media luna, flotando entre nubes y sobre un paisaje ideal, en el que se representa la Giralda de Sevilla. Entre las nubes, junto a diversas cabezas de Ángeles, aparecen diversos símbolos marianos. La posición en que aparece la Virgen es de una frontalidad estricta. Esta en oración, con las manos juntas, la cabeza levemente inclinada, fijos sus ojos y concentrada la atención en esas manos y en la oración que solamente de su corazón esta brotando. Quizás lo mejor de todo el cuadro, como en la mayoría de las obras zurbaranescas ocurre, son la túnica y el manto de la Virgen.

Esta obra se puede admirar hoy día en la sala sexta del Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza. Al lado de un ventanal que introduce luz hacia los ojos del espectador, no goza de una situa­ción como la que merecería. La forma de llegar esta obra la Museo en que se encuentra, ha sido además muy criticada, y con buena dosis de razón, por el pueblo de Jadraque, pues realmente este cuadro pertenece al patrimonio artístico de la villa alcarreña, y en ella debería estar. El único problema que plantea, al igual que el cuadro del Cristo, es el de su seguridad. Si la villa de Jadraque garantizara la segura vigilancia de estas obras, su iluminación adecuada y su oferta de fácil visita, por medio de habilitar un local adecuado, dotado de medios técnicos y personales mínimos y suficientes, seria un momento de plantear la vuelta del cuadro de la «Inmaculada» a su primitivo emplazamiento, dando la relevancia que también merece al otro cuadro del Cristo recogiendo sus vestiduras. En cualquier caso, son dos piezas prodigiosas y capiteles del patrimonio artístico y pictórico de la provincia de Guadalajara, que estas líneas solo han tratado de traer a todas las memorias y valorarlas en su justo término.