El retablo renacentista de Riba de Saelices

viernes, 6 junio 1986 2 Por Herrera Casado

 

Muchas veces ha llegado el viajero, conducido entre los barranquejos de la Sierra del Ducado, hasta el bello enclave urbano de la Riba de Saelices. El pueblo se encuentra recostado sobre una suave ladera que mira al valle del rió Linares, vigilante de una las zonas con mas denso y antañón pretérito de nuestra tierra, pues en aquellos pagos moraron gentes prehistóricas, artistas exquisitos; celtiberos, árabes y cristianos pondrían finalmente su devoción en un San Felices que hoy queda recordado en su nombre y en el del pueblo cercano, Saelices de la Sal.

Muchas veces me ha servido la Riba de pretexto para lanzarme al camino y subir a la Sierra: en una ocasión fue la visita a la Cueva de los Casares, que tanta admiración causa a cuantos, conoce­dores del arte paleolítico, recorren sus galerías y admiran sus graba­dos rupestres. En otra ocasión fue la portada románica de su iglesia que, un tanto cansada de soportar durante siglos su pesadez de piedra, parece inclinarse dócilmente a un lado. Aun otra vez me sirvió la necesidad de visitar a un viejo amigo para acercarme: don Rufo, que tantas historias sabia, y tanto amaba a su pueblo y a su provincia. Pe­ro ha tenido que ocurrir un cuarto viaje para poder contemplar otra de las maravillas que atesora La Riba de Saelices, esta un poco escondi­da, pero siempre brillante y dedicada a todos. Se trata del gran retablo mayor de su parroquia, edificado con esculturas y pinturas, obra del siglo XVI, de tan alta calidad, que muy pocos se le pueden comparar en toda la provincia de Guadalajara.

Nada más tiene en su interior la iglesia de La Riba. Pero este su retablo mayor es suficiente motivo para hacerla una visita detenida. Desconocemos su autor o autores. En el pueblo se conservan los libros del archivo parroquial, pero por la rapidez del viaje y la imposibilidad de acudir de nuevo con tiempo suficiente, aun no he podido hojearlos y buscar datos referentes a esta obra, que con seguridad han de existir. Así de momento, solo cabe hacer de esta gran obra de arte su descripción y elaborar conjeturas.

Llena el retablo todo el muro de la cabecera del tem­plo. Es de estructura de fachada, colocado con un sentido arquitectónico renacentista. De forma cuadrada, lo cual es poco frecuente, la calle central sobresale muy escasamente sobre las laterales en altura. Se divide en cuatro cuerpos horizontales, y estos, a su vez, en cinco calles verticales. En el cuerpo inferior, banco o predela como se le llama, hay cuatro pinturas que muestran, por parejas, a los Apóstoles de Cristo. Destacan la fuerza del trazo y la posición de San Pedro y de San Juan. Las otras tablas del retablo están, evidentemente, alte­radas en su orden, como si se hubieran desmontado y vuelto a colocar por alguien desconocedor de la secuencia del Evangelio.

Los temas de dichas tablas son estos: cuerpo inferior, de izquierda a derecha, el camino del Calvario, la Flagelación, Jesús ante Pilatos y la Oración en el Huerto. Cuerpo medio: la Anunciación, el Nacimiento de Jesús, Jesús resucitado se aparece a una santa mujer, y la Magdalena penitente. Cuerpo superior: la Adoración de los Magos o Epifanía, una Asunción de María, otra Asunción, y la Resurrección de Cristo. La calle central esta ocupada por grupos escultóricos, y en ella encontramos, abajo, una hornacina avenerada, vacía; sobre ella otra similar, en la que aparece una talla de la Virgen, sedente, con el Niño en brazos, y arriba un Calvario de magnifica ejecución. Sepa­rando tablas, existe una prolija masonería, con abultada serie de frisos, molduras, pilastras y balaustres cuajados de decoración plate­resca de extraordinaria ejecución.

El conjunto resulta armónico, bien distribuidas las piezas y los protagonismos. Es mejor lo que lleva escultórico que lo pictórico, aunque en el aspecto popular sea más llamativo lo segundo: es más amplia la superficie del retablo dedicada a la pintura, pero la calidad de la talla, el arte del escultor, era más depurado que el del pintor. Así, los grutescos que cuajan en columnas, pilastras, balaus­tres y remates son de bastante buena factura. El Calvario que completa el conjunto por lo alto, con una forzada postura de Maria y Juan, obtienen extraordinaria calidad plástica en su totalidad. Las pintu­ras, en cambio, que son de la misma mano, adolecen de unas prisas, de una falta de cuidado en las proporciones (grandes cabezas, pequeños cuerpos) que arregla, sin embargo, con el buen tratamiento de sombras y la dulzura de actitudes. Sin embargo, no es el autor un maestro ni un consumado artista. Pero resulta hermoso el conjunto.

De sus autores, como antes dije, nada sabemos. Aunque la existencia del archivo parroquial nos garantiza que algún día llegue a saberse. Sin embargo, y dentro del terreno de las suposi­ciones, es fácil colegir que este retablo surgió de los artistas y talleres que funcionaban en Sigüenza en la segunda mitad del siglo XVI. La escuela en la que milita, y finalmente capitanea, Martín de Vandoma, uno de los mejores artistas del Renacimiento seguntino, es la que produce este retablo. Tradiciones orales sin ningún fundamento, señalan en el pueblo que este retablo es obra de valencianos, y que en El Escorial hay uno exactamente igual. Creo que esta bastante claro que, tanto en estructura como en forma de tratar las tallas, la filia­ción seguntina es patente. Del autor de las pinturas, una segunda fila comarcal, podemos decir que imita lo que Juan de Soreda hizo en Sigüenza, y es similar a lo de los maestros de Bochones, de Bujarrabal, de Rienda o de Santamera. En el círculo de Diego Martínez, que hace la pintura de los retablos de Caltójar y Pelegrina, debe encuadrarse, por ahora, el desconocido maestro de la Riba de Saelices.

Creo que con estas apreciaciones, esta descripción breve, y este aliento para visitar el pueblo, tiene el posible viajero un punto de inicio, una razón mas que le conmueva a visitar este enclave serrano, en el que una cueva prehistórica, una iglesia románi­ca, los restos de un castillo, y la amabilidad de sus gentes, son razones poderosas para empujarle a su descubrimiento.