El cabildo de abades de Guadalajara

viernes, 4 abril 1986 0 Por Herrera Casado

 

Está aún  por hacer, con la profundidad y rigor que merecen, la historia de las Instituciones de la, ciudad de Guadalajara. Así por ejemplo, la de su Concejo  o ilustre Ayuntamiento.

La de sus merinos, corregidores y jefes políticos. Incluso la de su Cabildo de Abades o de clérigos y beneficiados. Instituciones políticas y sociales que han con­figurado, de una u otra manera, pero siempre con notable inten­sidad, el discurrir de la histo­ria de Guadalajara.

Como un simple adelanto o introducción eclesiástica, pero que denota en muchos puntos la forma de estructurarse la sociedad en tiempos antiguos: El Cabildo de Abades como se llamó oficialmente. Hubo otros cabildos o asociaciones de clérigos en diversos  pueblos de la provincia.

El cabildo de la Catedral de Sigüenza es el único que aún pervive. También los hubo en Atienza, desde muy pronto después de la Reconquista, y en Pastrana, cuando los Silva y Mendoza fundaron la Colegiata e instituyeron su cabildo. En Molina tam­bién tuvo una gran importancia y poder social el Cabildo de clérigos de la villa.

La fundación del Cabildo de Guadalajara es remotísima. No se conoce ni se conocerá nunca con exactitud la fecha en que comenzó su existencia. Fue, en cualquier caso, en el transcurso del siglo XII. Antiguos historiadores quisieron que fuera fundado por el reconquistador de la Wad  al  HaYara árabe, el Rey Alfonso VI. Cuando su sucesor Alfonso VII entregó el primer Fuero a Guadalajara, ya mencionaba una serie de prerrogativas a tener en cuenta con respecto a los eclesiásticos, como la exención de acudir a la guerra. Pero no se menciona ninguna de forma de asociación. Y es en el reinado de Alfonso VIII, monarca castellano que se ocupó con gran entusiasmo por la ciudad del Henares, cuando se puede dar por seguro el hecho del nacimiento de este Cabildo de Abades de Guadalajara.

Este monarca levantó, en su castillo o alcázar arriacense, en el que pasaba temporadas, una capilla dedicada a San Ildefonso. Y para atender su culto ofreció a los clérigos de Guadalajara, en asociación, una serie de ventajas económicas y políticas, a cambio de rezarle misa diaria y algunos otros ritos en ocasiones determinadas en favor de su alma. Fueron así denominados capellanes del Rey estos clérigos de Guadalajara. Más tarde aún, el monarca Alfonso X el Sabio concedió un privilegio a todos los sacerdotes arriacenses, en el sentido de estar exentos de pechos lo mismo que los caballeros de la ciudad. Aún más, su heredero Fernando III, extendió en 1228 un privilegio en el que decía que los clérigos de Guadalajara podían ser heredados legalmente por sus hijos. No merece la pena escandalizarse ante este aserto, pues el tema era público y generalizado en la época, y no venía sino a cumplir con una cuestión de estricta justicia hacia los hijos de dichos clérigos.

Todos los demás reyes, de Castilla y muchos personajes poderosos de la ciudad, dedicaron siempre, ayudas en forma de privilegios o de cantidades de dinero y bienes muebles e inmuebles al Cabildo de Abades. Así por ejemplo, la familia de los Pecha hizo grandes donaciones. Los Orozco, los Guzmán, etc., también lo hicieron. Los Mendoza, por supuesto, destacaron en estos favores, como en tantas otras cosas. El Cardenal don Pedro González de Mendoza les entregó el control de la iglesia de Santa María de Afuera, en Guadalajara, e Incluso obtuvo para ellos la prerrogativa de nombrar directamente párroco para la iglesia de San Julián, en el barrio de Cacharrerías. A cambio, los clérigos le dedicarían varias misas al año, en determinadas festividades relacionadas con San Pedro y la Santa Cruz, tan queridas del Cardenal mendocino.

Esta institución recibió varios nombres: así el oficial era Cabildo de Abades, pero también se denominaba popularmente como Cabildo de Clérigos o de Beneficiados. A él pertenecían, de forma automática, todos los sacerdotes que fueran párrocos, y beneficiados de las iglesias de la ciudad. Su cabeza principal era el Arcediano, que al mismo tiempo ocupaba silla en el Cabildo catedralicio de Toledo. Ese cargo lo ocupó, mediado el siglo XV, don Gutierre de Toledo, luego arzobispo primado. También fue arcediano de Guadalajara el propio Cardenal Mendoza, sobrino del anterior, y en esta estirpe de los Mendoza se mantuvo durante muchísimos años, ocupándolo aquellos segundones de la familia que no se dedicaban a las armas o al ejercicio cortesano.

Otros cargos eran el Abad del Cabildo, y el deán, elegidos entre sus miembros en fiesta «íntima» el día de San Pedro, que siempre fue considerado patrón de la «profesión». Los bienes que llegaron a atesorar los clérigos, en esta institución asociativa, fueron inmensos. Poseían casas en la ciudad, manzanas enteras, huertas en sus proximidades, fincas rústicas, viñedos, campos de pan llevar, y profusión incontable de censos enfitéuticos (el equivalente de los actuales depósitos bancarios a plazo fijo). Uno de los miembros del Cabildo se ocupaba como tesorero de llevar cuentas y administrar los bienes.

Esta institución desapareció como tal en el siglo XIX. Sus bienes fueron amortizados. Y de sus existencias, han, quedado pocos, muy pocos recuerdos. Esto puede extrañar a más de uno, pues lo lógico es que hubiera quedado abundante memoria y datos de una institución cuya existencia activa en la vida de la ciudad se mantuvo durante setecientos años. Y pocos datos más de los que acabo de referir se conocen al respecto a este Cabildo de Abades. La razón es muy sencilla sus inmensos archi­vos, cuajados de pergaminos, de legajos y de datos sin cuento, fueron revisados deprisa y por encima por don Juan Catalina García en el siglo pasado. Se almacenaban en las sacristías de San Nicolás y Santiago de Guadalajara. En esta segunda se conservaban, junto a sus Cons­tituciones y una copia del Fue­ro de Guadalajara de Alfonso VII, muchos pergaminos y los documentos primeros. En San Nicolás había más cantidad de legajos, cuestiones administra­tivas y áridas, pero todas de gran valor para el estudio de la histo­ria de la institución y de la ciu­dad toda. En julio de 1936, a po­co de haberse producido el al­zamiento del general Franco, y ya declarada la nación en guerra civil, algunos individuos pro­cedieron a sacar estos archivos a la calle, y en las puertas de los respectivos templos darlos al fuego. Sin comentarios.

En cualquier caso, el Cabildo de Abades de la ciudad de .Guadalajara fue un exponente claro del poder alcanzado por un estamento de la sociedad, concretamente el eclesiástico,  constituido durante la Edad Media, e incluso aún siglos después, en clase especial, diversa de la de nobles, de hidalgos o de pecheros. Su capacidad de autodefensa, y la rectitud de sus normas y administración, hicieron prosperar de forma notable esta institución. Un detalle más para tener en cuenta a la hora de valorar y examinar en toda su amplitud la historia de Guadalajara.