El Ateneo Caracense, un movimiento cultural en la Guadalajara finisecular

viernes, 14 febrero 1986 3 Por Herrera Casado

 

Existe la falsa creencia, originada del propio concepto de «desarrollo continuo» que la sociedad de su tiempo creó, en torno al hecho de que Guadalajara, durante los siglos XVIII y XIX, especialmente este último, no tuvo ningún tipo de vida intelectual y casi ni siquiera social. La decadencia que se observa en otras esferas de la sociedad y en la nación toda Influyó negativamente sobre Guadalajara, pero no hasta el punto de apagarla. Muestra de que hubo una inquietud cultural, y muy interesante, en el último cuarto de siglo XIX, acompañando a la renovación del país en época de la Restauración borbónica, es el Ateneo Caracense, del que hoy vamos a hablar sucintamente.

Por el entusiasmo de unos cuantos, alcarreños surgió este órgano de cultura y progreso. Se creó en 1880, y tomó en principio el nombre de «Ateneo Escolar», para poco después ser llamado «El Ateneo Caracense» y finalmente, en 1887, ser denominado «El Ateneo Caracense y Centro Volapukista Español». Uno de sus mayores impulsores fue don Francisco Fernández Iparraguirre, así así, como Diges Antón y otros. Desde un primer momento tuvo una marcada Ideología liberal, lo que le hizo ser considerado con cierta prevención por el sector ­conservador de la ciudad. Para su identificación se creó un emblema simbólico, de complicada composición, a base de mapa mundi, orlas, cenefas y frases en castellano y en Idioma Volapuk que era todo un poema.

Sus intenciones eran las de reunir en torno a un cenáculo Intelectual a las gentes cultas de Guadalajara con inquietudes sociales. Dar conferencias y cur­sos, celebrando «sesiones científicas», con exposición de un te­ma y discusión del mismo entre todos los asistentes. Presenta­ción de libros y de Memorias, re­lacionadas con los más variados temas de la vida de la ciudad, muy especialmente aquellos que se referían al progreso de las ciencias y los adelantos de la vida moderna, la electricidad, la higiene, las comunicaciones, etc. En ese sentido, el Ateneo comulgaba plenamente de las ideas positivistas del siglo XIX, con un sentido del “desarrollismo sin  fin” muy propio de la época. Otro de los objetivos del Ateneo Caracense fue el de dar “clases populares, públicas y gratuitas” para formación de la juventud y de la población. Como último ob­jetivo, estaba la publicación de un Boletín o Revista de un interesante contenido literario y  científico.

Esta Revista, de la que hemos tenido oportunidad de consultar .recientemente los números correspondientes al año 1887, tenía por contenido una sección de noticias culturales de Guadalajara, publicaba resúmenes de las con que contó el Ateneo, vemos que esta sociedad era evidentemente activa y había penetrado en la sociedad arriacense con fuerza. Lo digo así, a pesar dé las cifras, porque conozco las de otras empresas similares en este último cuarto del siglo XX, con una población triple, y que difícilmente han alcanzado las cotas de participación que consiguió el Ateneo en el siglo XIX Lo fundaron 26 personas, y tuvo en ocasiones la cifra máxima de treinta, y la mínima de trece. Entre 1880 y 1887 habían anotado su nombre como socios un total de 171 personas. En este último año lo constituían 5 socios fundadores, 20 numerarios, 26 corresponsales y 20 honorarios, completando la cifra de 71 atenenistas, que no estaba nada mal.

Es curioso que, entre las varias polémicas que se suscitaron en torno a temas culturales en la Guadalajara finisecular, muestra evidente de unas preocupaciones intelectuales, no fue la menor la que se originó en torno a la necesaria realización de una «Historia de Guadalajara», obra que se echaba de menos por todos cuantos amaban su ciudad y querían conocerla. Desde qué Núñez de Castro había publicado su Historia de la ciudad, nadie había vuelto a trabajar en el tema. El Ateneo instaba a que fuera D. José Julio de la Fuente, uno ‑ de sus más avanzados tribunos, hombre sabio y eminente, quien acometiera la tarea. Y la empezó, pero al final no pudo con ella. Desde las páginas de la Revista del Ateneo se arremetió, con todo respeto, pero con energía, contra don Juan Catalina García López, que por sus­ ideas catolicísimas no debía ser muy afecto al Ateneo, y se le, reprochó que siendo Cronista Provincial, recientísimamente nombrado como tal por la Diputación, Provincial, y dotado con: el astronómico sueldo (era el año 1887) de 1.500 pesetas anuales, que no se pusiera él mismo a la tarea. Finalmente, otro ateneista, el periodista don Miguel Mayoral, prometió que él haría esa «Historia de Guadalajara» que la vox‑populi demandaba. Pero… tampoco cuajó.

Sería curioso realizar un estudio detenido de ‑las personas y los temas que ocuparon la palestra del Ateneo Caracense en el decurso de su existencia. Como un ejemplo, hoy traigo una lista, por una parte, de algunos de los nombres más representativos de la institución, y por otra de algunas de las 36 conferencias que se pronunciaron en el centro durante el año 1887.

Era, presidente don José Julio de la Fuente, destacados, miembros Fernández Iparraguirre, Juan, Diges Antón y sus hermanos Manuel y, José; don Pedro. Pérez Caja; el médico, don Tomás Sánchez; el topógrafo, don Julio Fernández Navarro; don Rafael de la Rica y Albó; don Félix Fernández Anduaga; don Enrique Solano de Alemany; don Eugenio Alguacil García; don Román Atienza y Baltueña; don Emiliano Cordavias Pascual; don Aurelio Díaz Ferrer; el ingeniero don Mariano Riera, y muchos otros.

Estos Son los títulos de algunas de las conferencias, que en ocasiones levantaron polémica, no solo en el Ateneo, sino en la ciudad toda: La Vía pública y su higiene, por don Luís Torralba; Las aguas y su Influencia en la vida orgánica, por don Santiago Oria; Non Plus Ultra por don José Diges Antón; La conservación de cereales, y legumbres, por el señor Cantero; La educación moral como base y fundamento de la sociedad, por don Eugenio Alguacil;, El idioma universal del Volapuk, por su introductor en Guadalajara y en España, don Francisco Fernández Iparraguirre; Verdaderas necesidades de la primera enseñanza, por don Diego Sanz; Importancia de los canales marítimos en el comercio y desarrollo de las naciones, por don Juan José Martín; Metales líquidos y gaseosos’ por don Santiago Oria; Ideas generales sobre el Universo, por don Aurelio Díaz Ferrer;, Idea general de la vida, por don Rafael de la Rica; La Oratoria y sus clases, por don Jacinto García Calvo; Reseña a grandes rasgos de las obras publicadas y su influencia política y económica en nuestro, país, por don Mariano Riera; Memoria sobre un proyecto, de alumbrado eléctrico en la ciudad de Guadalajara, por don Felipe de Mora y Oro, etc., etc.

De esa larga lista puede espigarse el hecho de que era pluriforme y evidenciaba una curiosidad sana la temática de las conferencias ateneístas. Con un estudio más detenido, año por año, tanto de los conferenciantes y de sus temas, como de las reacciones suscitadas por las mismas, podría realizarse un estudio más fidedigno de la vida cultural en Guadalajara, durante el fin de siglo.­ Espero que con un poco de tiempo pueda ponerme a la tarea en breve. Valgan hoy estas notas como recuerdo de aquella magnífica institución cultural arriacense, sin par en el futuro.