MOLINA, SIEMPRE MOLINA

viernes, 2 agosto 1985 0 Por Herrera Casado

 

Unas palabras nos servirán como recuerdo y emblema para decir Molina. Serán frases en las que lo literario y lo descriptivo se unan en cántico sereno y apasionado a un tiempo para dedicarlo a esta tierra que es única y plural: Molina.

Situado en las altas parameras de las sierras ibéricas, que dan aguas a las cuencas de Tajo y Ebro, usando así el privilegio de ser la tierra o comarca habitada más elevada de España, el señorío de Molina asienta sobre una geografía inhóspita, de clima extremado, de escasa producción agrícola, de bosques antaño abundantísimos y hoy esquilmados, y sobre unas áridas parameras que se contienen entre las cuatro paredes de Sierra Menera, Sierra Molina, Aragoncillo y Serranías del Ducado.

Un sol de justicia en el verano, o un cierzo helado y sutil en el invierno, le confieren una luz, una anchura de horizontes, una palabra de altura inigualable. Los escasos habitantes que aún quedan aquí son herederos valientes de un pueblo sacrificado y muy trabajador, que supo arrebatar a la remisa tierra los frutos más difíciles.

Es este territorio hispano, recóndito, lejano, silencioso y hermosísimo, lo que el viajero que hasta él llegue se dispondrá a conocer con un bagaje de pasión y esfuerzo. Su historia densa, sus paisajes múltiples, su folclore rico, sus monumentos irrepetibles, saldrán al paso en cada esquina, y con todo ello a buen seguro el caminante reunirá un cuaderno inolvidable y querido.

Para el peregrino de España, de la eterna Castilla en que habitamos, llegar a este recóndito enclave del Señorío, alto y recio en el corazón de la Hispania, puede resultar sorprendente, porque junto a vastos campos de cereal, suaves ondulaciones sobre el mesetario erial, se ven los barrancos profundos, rocosos, revestidos de exuberante verdor por donde discurren ríos cargados de límpidos líquidos surgidos de la hondura.

El territorio molinés es, en frase descriptiva y geográfica de uno de sus mejores conocedores, el profesor Alonso Fernández, «una llanura esteparia, sin casi agua, de clima durísimo y de aspecto desolador. Esta paramera molinesa estuvo antaño cubierta, en buena parte por pinares que fueron descuajados por el hombre, para destinar a cereales un suelo que hoy a todas luces resulta improductivo. Como testigo aparece actualmente, salpicando el paisaje, algún sabinar aislado, o simplemente, alguna sabina.

Si los campos inacabables de Tortuera, de Tartanedo o de La Yunta pueden parecer monótonos, la exuberancia paisajística de Chequilla, de Buenafuente, de Peralejos, de Villel de Mesa y tantos otros, acuden a ganar una partida que, de todos modos, resulta claramente favorable para el bando de los paisajes hermosos, de las presencias inolvidables de esta tierra multicolor y anchísima.

El Señorío de Molina, lo saben todos, está dividido en sesmas: seis partes tuvo el territorio cuando allá por la primera mitad del siglo XII lo fundó don Manrrique de Lara. De las cuatro que hoy quedan, el Sabinar nos da su gris imagen en la que salpican las viejas plantas de aromática madera sobre el duro pavimento rocoso. La Sierra presenta las mayores alturas del Señorío, los más intrincados vericuetos, caminos y rincones. En ella, junto a extensiones abundantes de pinos se desbordan los roquedales oscuros e inhóspitos. El Pedregal muestra su cara sobria, reseca también, surcada de la sierra de Zafra, que, como una espina, la centra. El Campo, en fin, se ve ceñido de las gargantas de los ríos Mesa y Piedra, volcado hacia Aragón en voluntades geográfica e histórica.

Y en el centro, Molina de los Caballeros, amparada por las rojizas torres de su castillo medieval poniendo con su historia, su arte y su expresión urbana el sello inconfundible de una tierra diferente a todas. Tierra, pueblos y caminos de Molina: para vagar por unos y otros, buscando la huella perdida de los pasados siglos; la frase sabia de sus gentes; el pálpito renovado de sus campos. Tierra, pueblos y caminos molineses, justa meta para quien desea entrar en esa España lejana, nueva de tan vieja y desconocida, pulcra en su aislamiento, sorprendente siempre, y siempre querida y añorada.