Hita, un símbolo medieval

viernes, 24 mayo 1985 0 Por Herrera Casado

 

En nuestro repaso a los lugares que de algún modo fueron protagonistas en la gran empresa de la reconquista por los castellanos del reino islámico de Toledo, Hita es todo un símbolo, una atalaya geo‑histórica, desde la que se divisa, no solamente una gran extensión de la Meseta y las tierras de Alcarria, sino la historia plural que sucedió en esas tierras, y de la que ella puede considerarse como protagonista en las más variadas épocas y vicisitudes. Si ha quedado demostrado, por muy recientes estudios, la importancia que el cerro de Hita tuvo en épocas romana y árabe, ello es un factor que insiste en lo crucial que su conquista fue para el dominio de todo el territorio novo‑castellano de aquende la Sierra. En las maniobras de ataque y consolidación que Alfonso VI y su ejército realizó a finales del siglo XI, y que culminaron en la toma de Toledo en mayo del 1085, la situación de Hita fue siempre un punto de obligada referencia para toda estrategia planteada. De su evolución histórica, pues, haremos hoy un repaso y visión sipnóctica.

La importancia estratégica e histórica de Hita, comienza en la Prehistoria, siendo lugar fuerte de la población ibérica autóctona, y posteriormente ocupación señalada de los romanos, que durante varios siglos la ocuparon con el nombre de Caesada, tal como se la menciona en el itinerario de Antonino Pío, 22 millas arriba de Arriaca (Guadalajara). Situada sobre la calzada romana que conducía desde Mérida a Zaragoza, el puesto o «mansión» que Roma tenía allí instalado vigilaba el camino que desde Guadalajara ascendía por la margen derecha del Henares, pasando por tierras de Marchamalo, Fontanar y Yunquera, cruzando el río por donde luego estuvo la «barca» de Heras. Continuó su población hispano‑romana creciendo en siglos posteriores, y el año 712 vio atrasada su fortaleza y conquistada su posición por las tropas árabes.

En el mismo siglo VIII, un moro rebelado contra Abderramán, llamado Saquía, se hace dueño de amplias zonas de las orillas del Tajo y el Guadiana, y viene a los alrededores de Hita a establecer su cuartel general: en el cerro de Sabatrán, entre los actuales lugares de Hita y Torre del Burgo. Todavía se encuentran en este lugar restos de edificaciones y cerámicas que demuestran la estancia guerrera de este moro rebelde.

La población de Hita, bajo el dominio árabe, siguió engrandeciéndose. Gran parte dé ella era cristiana, mozárabe, y otra numerosa colonia de judíos fue asentándose, como siempre al murmullo del comercio que en los cruces de caminos tiene su puesto. Próspera y fortificada, Hita fue uno de los objetivos de las tropas castellanas en su Reconquista de la Transierra de las vertientes más norteñas del Tajo. Alfonso VI, por medio de su capitán Alvarfáñez, reconquistó la zona del Jarama y el Henares, llegando hasta Toledo, en 1085. Tras esta toma de posesión de Hita por parte de las armas castellanas, la villa continuó albergando entre sus muros a la población heterogénea de razas y religiones que eran los cristianos ‑de gran carga mozárabe‑ los hebreos y los moros ‑ya en su aspecto mudéjar‑,

Es ésta, la de los siglos XII y XIII, la época de mayor apogeo de Hita, en que se crea su Concejo, su Común y su Tierra se hace poderosa y ancha, abarcando más allá de los ríos de Ungría y de Tajuña, amplias zonas de la Alcarria. Las milicias concejiles de Hita participan en todas las batallas cruciales de la reconquista con Alfonso VIII (en las Navas) y Fernando III (en Sevilla). Su población hebrea, establece uno de los puntos de recaudación de impuestos de Castilla, bajo la dirección de Samuel Levy, que en su castillo hace centro de sus operaciones financieras., La población mudéjar, en fin, se dedica a construir edificios, iglesias, obras públicas y a la artesanía manual de todo tipo. En estos momentos, Hita cuenta con un Fuero propio, que se extiende, homogéneo, a toda su población y a la del alfoz que comprende su Tierra y Común. El año de 1348, en que aparece la gran «peste negra» en España, es el momento en que se puede marcar el inicio del declive de Hita.

El señorío de Hita durante la Edad Media castellana pasó con frecuencia de unas a otras manos: conquistada por Alvar Fáñez para el poder real, la reina doña Urraca se lo regaló, en 1119, a su «pariente» Fernando García, también conocido en las antiguas crónicas como Ferrán García de Hita, que estuvo casado en primeras nupcias con una hija del conquistador Alvar Fáñez de Minaya. Sucedió en el dominio del lugar su también pariente Martín Fernández, famoso capitán en las tropas castellanas de Alfonso VII.

En el siglo siguiente, en 1274, aparece como señora de Hita la infanta doña Berenguela, hija de Alfonso X, a la que sucede su sobrina la infanta doña Isabel, hija de Sancho IV. Junto a Hita y Ayllón, doña Isabel figura como señora de Guadalajara en 1280. Pasó luego al ricohombre don Diego Fernández de Orozco, y de éste a su hijo Iñigo López de Orozco, gran capitán en los ejércitos de Alfonso XI, y hombre que llegó a apoderarse y a hacer señorío de grandes extensiones en la actual provincia de Guadalajara. Extensiones que, por unos u otros medios, habían de pasar luego, aun ampliadas, a la familia Mendoza. Así ocurrió con Hita.

El enganche de don Iñigo López de Orozco al partido de Pedro I el Cruel; y el de don Pedro González de Mendoza al de su hermanastro Enrique de Trastámara, hizo que, ya en camino de victoria éste último y aún sin haber logrado su total asentamiento en el trono, le hiciera donación al Mendoza de los señoríos de Hita y Buitrago, por carta dada en 1 de enero de 1368. Este don Pedro González de Mendoza instituyó en 1378 un mayorazgo dejando a su hijo don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla, estas villas de Hita y Buitrago, con sus ya anchos territorios. Así fue éste de Hita enclave primero de la presencia mendocina en tierras de la Alcarria.

Estos magnates fortificaron la villa, levantaron definitivo y majestuoso el castillo en lo alto del cerro, tallaron su bellísima puerta fuerte a la entrada de la población, y establecieron en ella para su cuidado y defensa, a diversos alcaides, entroncados con su propia familia. De mediados del siglo XV datan, pues, la puerta y el castillo, hoy este último totalmente en ruinas, y aquella a medio restaurar tras su desmoche en la Guerra Civil de 1936‑39.

Incluida en el señorío de los Mendoza, Hita fue desde el siglo XIV asiento de una importante aljama hebrea; centro de convivencia de mudéjares; y reducto de linajudas familias de hidalgos castellanos, representando fielmente, todavía durante varios siglos, el espíritu aglutinante de razas y culturas que habla mantenido la Castilla Nueva de la Baja Edad Media. Hasta el siglo XIX estuvo incluida en el señorío de Mendozas y Osunas. En la guerra civil de 1936‑39, largo tiempo mantenida como línea de frente de batalla, quedó reducida a escombros, desapareciendo prácticamente, incluso sus más distinguidos monumentos, entre los que se encontraba alguna iglesia mudéjar y varios palacios.

Si la historia de Hita, tan densa y prolífica, nos ha dado su sonido en este año de celebración centenaria, deberíamos dejar que su imagen nos volviera a sorprender, dedicándola un viaje sosegado, una excursión de día entero, en la que no sólo el callejear por sus empinados vericuetos, sino el subir hasta lo alto de la ruinosa fortaleza, o el contemplar su altiva figura desde diversas perspectivas, fueran el motivo de la jornada. En ese sentido, deberíamos recorrer el trayecto que aún queda, a trechos hundida, a trechos restaurada, de su antigua muralla de origen árabe pero rehecha a fines del siglo XV por el marqués de Santillana. Y, por supuesto, elevamos hasta la cima del c6nico cerro, a contemplar los restos, mínimos, de su castillo con diversos recintos y aljibe.

De la iglesia de Santa María quedan restos notables de su ábside mudéjar, y en lo alto del caserío, la iglesia de San Juan, que es un edificio también de origen mudéjar, reconstruido en gran parte. Guarda de interesante el magnífico artesonado de la capilla de la Virgen de la Cuesta, y la imagen de esta advocación, talla exquisita de estilo gótico, policromada. Rodea como zócalo todo el templo, que es de tres naves una larga e interesante serie de lápidas recogidas entre los escombros de las iglesias que poseyó Hita, y que vienen a ser pétreo documento, sellado por magníficos escudos de armas tallados, de lo abundante del grupo hidalgo, que habitó Hita en los siglos del Renacimiento y Barroco. Es una de las más antiguas e interesantes lápidas la que, cubrió los restos del alcalde de la villa y fortaleza, don Fernando de Mendoza, cuyo escudo se ve, repetido, engarzado entre bellos trazos góticos y exquisitas cardinas.

Es, en definitiva, un lugar señero y crucial en el devenir de nuestra tierra. Hita conjuga, en la visión impar de su altivez, la ruina triste de sus monumentos y alcazaba, con el denso paginar de sus historias y encrucijadas pretéritas. Un lugar clave para tener presente en estas jornadas conmemorativas.