El castillo de Iniesque

viernes, 17 mayo 1985 1 Por Herrera Casado

 

Para seguir una nueva etapa en esta serie de artículos sobre la Reconquista de la Tierra de Guadalajara, vamos a comenzar a partir de hoy, la visita a algunos lugares un tanto recónditos y poco conocidos todavía, o al menos con más cosas que contar de las que hasta ahora se han dicho sobre ellas. Son una porción de enclaves fuertes que, protegiendo ríos y valles, tuvieron una crucial importancia en los siglos medievales en que fueron construidos, y aún después, cada uno siguió diferente rumbo de progreso y desarrollo.

Hoy nos vamos hasta un castillo, que podríamos llamar inédito, por cuanto nuestro gran historiador Layna Serrano, en su obra archifamosa sobre los castillos de Guadalajara no le había estudiado, aunque sí le menciona, como por referencias documentales, pero sin visitarlo. Un reciente estudio sobre la arqueología de la época árabe y mudéjar en la provincia de Guadalajara, escrito recientemente por Pavón Maldonado aborda con extensión de unas cuantas líneas al castillo de Inesque, pero nada más.

Creo que es una aventura fácil y reconfortante ir a visitarlo. Junto a otros amigos, nos acercamos a Inesque, una fría y soleada mañana de este pasado invierno. Se llega a los restos de la antigua fortaleza caminando unos cuantos kilómetros, pocos en todo caso, bien desde Angón, bien desde Pálmaces. Incluso puede arribarse a él desde la carretera que baja a este último pueblo, dejando el coche en alguno de los caminos que salen a la derecha de esta carretera, y bajando por el monte hasta el fondo del valle, donde enseguida se divisa el castillo.

Preside la antigua fortaleza el mínimo vallejo que desde Angón baja al Cañamares por Pálmaces. Subiendo desde este pueblecito, no tiene pérdida encontrarle. Supone, en cualquier modo, una agradable y siempre reconfortante excursión a pie, contemplando un paisaje de dimensiones domésticas y características serranas, donde los roquedales pelados alternan con los bosquecillos de jaras y escasas manchas de carrascales o algunos robles sueltos. Por el fondo de) valle surgen algunas arboledas de chopos y se van encontrando mínimos arroyos que bajan desde los montes circundantes.

Respecto a la historia del castillo de Inesque, es preciso decir las generalidades obligadas en relación con la importancia que el río Henares y los demás valles que a él afluyen, especialmente por su orilla derecha, tuvieron en la época de la dominación árabe en la península. Porque en esa zona se estableció la parte oriental de la Marca Media de Al‑Andalus, o auténtica y definitiva frontera del califato omeya contra los reinos cristianos del norte peninsular. Guadalajara ciudad, el burgo de Al‑Faray, era capital del territorio. Y distribuidos a lo largo del río Henares aparecían otros castillos, como los de Hita, Jadraque, Sigüenza, etc., que reforzaban esta línea principal, pero a su vez estaban apoyados estratégicamente por una larga serie de torreones y atalayas, una de las cuales, vigilante sobre el río Angón, era este castillo de Inesque.

Controlaba el paso entre los valles más importantes del Cañamares y el Salado, y por lo tanto con el Henares. En definitiva, podemos decir que este paso del Angón venía a ser un nudo de comunicaciones entre los dos valles que con más facilidad ponían en contacto de caminos a las dos mesetas castellanas. En el mismo valle del Cañamares los árabes pusieron torreones en Castilblanco, en Pálmaces y en la Torrubia de Miedes. Sobre el Salado, con recordar la fortaleza de la Rubia de Santiuste, ya tenemos suficiente.

Se encuentra Inesque presidiendo el valle de Angón, rodeado en su basamenta por densas arboledas, y protegido por dos arroyos que le circundan, sobre uno de los cuales hay un pequeño y remotísimo puente que nos sirvió para cruzarlo. En lo alto del cerrete se encuentran las ruinas, que en todo caso se vislumbran a gran distancia. Podemos apreciar todavía un núcleo central, estrecho y alargado con muros casi intactos y cuatro torreones de planta circular en sus esquinas. Estos restos nos permiten colegir muy aproximadamente la forma que tuvo la fortaleza. Aún por fuera del recinto descrito, se aprecia un nivel de murallón, que más ampliamente circuía al castillete, y que vendría a ser el muro exterior de la fortaleza propiamente dicha. Pero aún más afuera, y en la zona que cae, suavemente, hacia el río Angón, se aprecia una tercera línea defensiva, mucho más erosionada que las anteriores, y que es lo que me hace colegir que en este lugar hubiera población, y esta última fuera precisamente la cerca que la protegía por el lugar más accesible. Indudablemente los restos que aparecen hoy en Inesque, y que para cualquiera que los visite le hablan con elocuencia de la forma y proporciones que tuvo el castillo, son remotísimos, pertenecientes a la Edad Media plena. Pavón dice que uno de los paramentos, de tosco sillar, del recinto central, es árabe. Tanto no podríamos asegurar nosotros, pero en cualquier caso sí es factible asegurar que al menos una antigüedad de 900 ó 1.000 años tienen aquellas venerables ruinas, las de Inesque, a las que recomiendo el viaje para todos los amigos de descubrir cada día los restos, silenciosos, pero elocuentes a la vez, del pasado de nuestra provincia.

Aunque por supuesto Inesque fue construcción primitiva de los árabes, tras la reconquista de esta zona en el año 1085 fue reforzado y protegido por los castellanos, que lo modificaron y posiblemente pusieron en su derredor una pequeña población de colonos repobladores. Lo que si es seguro es que Inesque quedó dentro de la jurisdicción de Atienza, incluido en su Común de Villa y Tierra, y esto durante largos siglos, pues así como en la Baja Edad Media las tierras del Tajo se desgajaron para formar el Común de Cifuentes, y las de en torno, al Henares para crear otro Común independiente con cabeza en Jadraque, el caso es que Inesque quedó siempre en jurisdicción de Atienza, hasta hoy mismo, en que aún pertenece a su término municipal, a pesar de estar, entre otros, dos diferentes (Angón y Pálmaces) y encontrarse a bastantes kilómetros de su cabeza jurisdiccional.

Se menciona Inesque en diversos textos antiguos, siempre como lugar de poca entidad, un poco de paso y referencia caminera. Así lo refiere el rey Alfonso XI en su Libro de la Montería y así lo dicen las Relaciones Topográficas enviadas a Felipe II por los de Angón, que decían en los años finales del siglo XVI textualmente: «que a poco más de media legua está un sitio que se llama e nombra el castillo de Ynesque, y en aquella parte e lugar está un castillo que se llama según dicho es, Ynesque, e no dicen ni han oído que haya sido población». La verdad es que por el lugar en que está enclavado sí que parece muy posible que la fortaleza se hubiera rodeado, en su parte baja, de un pequeño burgo o aldehuela, pues el lugar era de tránsito, fácil y de alcanzar y cómodo para la vida.

Preside la antigua fortaleza el mínimo vallejo que desde Angón baja al Cañamares por Pálmaces. Subiendo desde este pueblecito, no tiene pérdida encontrarle. Supone, en cualquier modo, una agradable y siempre reconfortante excursión a pie, contemplando un paisaje de dimensiones domésticas y características serranas, donde los roquedales pelados alternan con los bosquecillos de jaras y escasas manchas de carrascales o algunos robles sueltos. Por el fondo de) valle surgen algunas arboledas de chopos y se van encontrando mínimos arroyos que bajan desde los montes circundantes.

Respecto a la historia del castillo de Inesque, es preciso decir las generalidades obligadas en relación con la importancia que