Alcarreños en el Consejo de Castilla

viernes, 7 diciembre 1984 1 Por Herrera Casado

 

Una de las instituciones capitales, y de la mayor importancia política, en la España del Antiguo Régimen, fue la del Consejo de Castilla, que desde la Baja Edad Media (en que, todavía en el reino castellano ‑ leonés, se denominaba como Consejo Real) cumplió las funciones de un auténtico consejo de ministros, for­mado en principio por una docena de individuos, luego ampliado en número a 18, y ya en la Edad Mo­derna a poco más de 20. Eran los miembros de este prestigioso orga­nismo, personas de gran capacidad y probado juicio. Generalmente juris­tas, abogados y en alguna ocasión religiosos. Casi siempre pertenecien­tes a las familias de la más rancia nobleza castellana, se consideraba como culminación de una carrera (estudios en algún colegio mayor, acceso a una cátedra, ocupación de puestos en la administración real) el llegar a sentarse en la mesa del Con­sejo de Castilla, y en ella aportar criterios, influencias y aun trabajo, en orden a la gobernabilidad del rei­no. El respeto que todos los monar­cas tuvieron por este Consejo, y su permanencia ininterrumpida, desde la Edad Media hasta comienzos del siglo pasado, avalan la importancia de sus funciones y la jerarquía de sus miembros. El iniciador de la monarquía absoluta, el emperador Carlos I, llegó a calificar al Consejo de Castilla como «columna de nues­tros reinos», con lo que ello suponía de confianza e incluso dependencia de sus veredictos y opiniones.

A lo largo de la Edad Moderna, algunos alcarreños alcanzaron un puesto en este organismo directivo. Hoy vamos a recordarlos, siquiera sea en sus nombres y en algunos de­talles biográficos, en su mayoría iné­ditos, y que pueden suponer una es­timable aportación de datos para ha­cer más ancha y densa la galería de personajes que Guadalajara ha apor­tado a la historia de la Patria.

De la época de Felipe IV, en la primera mitad del siglo XVII, es la figura de don Juan de Morales y Barnuevo. Pertenecía a una familia afincada en la ciudad del Henares desde varios siglos antes, pues ya se sabe que en 1481 un Gonzalo de Morales fue alcaide de los castillos de Mandayona y Guijosa. Otro Juan de Morales fue secretario del Carde­nal Mendoza y Tesorero General (algo así como ministro de Hacien­da) de los Reyes Católicos, quedan­do enterrado en la capilla mayor de la iglesia de Santa María de Guada­lajara, al lado del Evangelio, donde hoy se puede aún contemplar su es­tatua orante y su gran escudo de armas.

Este Juan de Morales y Barnuevo inició su carrera acudiendo a estudiar al Colegio Mayor de San Pela­yo, en la Universidad de Salamanca, y posteriormente al de Santa Cruz, en Valladolid, uno de los más pres­tigiosos de Castilla. Ingresó en el primero de esos colegios en 1606, y ya en 1608 obtuvo una cátedra uni­versitaria Finalmente, en 1617, en­tró en la Administración, siendo co­rregidor de varias ciudades impor­tantes, y acudiendo a la tarea de re­formar los colegios universitarios de Salamanca, que él tan bien conocía. En Málaga fue sonado el proceso que le instruyó al alcalde mayor, acusado de mala administración, por lo que acabo en la horca.

Don Juan de Morales y Barbuevo tuvo un tío materno, don Francisco Mena de Barnuevo, que ocupó pues­to en el Consejo de Castilla, entre 1604 y 1616. Pudo servirle para su futura llegada a la Institución, pero indudablemente le fue de utilidad en los inicios de su carrera de fun­cionario. El nombramiento de con­sejero de Castilla para don Juan de Morales llegó el 25 de diciembre de 1645. Poco después, en octubre de 1647, y ya con mucho dinero en sus arcas, compró dos pueblos y el señorío de los mismos, en pleno cora­zón de la Alcarria. Primeramente fue Irueste, que entonces contaba con 60 vecinos, y por lo que pagó 44.100 reales. Inmediatamente ad­quirió Romanones. Fue también ca­ballero de la Orden militar de Al­cántara.

De la segunda mitad del siglo XVII y comienzos del XVIII, son otros tres personajes de nuestra pro­vincia, que alcanzaron el rango de consejeros de Castilla. Uno de ellos, don Miguel del Olmo y de la Riba, era natural de Almadrones, miem­bro de una ilustre familia de aquella villa, de la que salieron incluso mili­tares y eclesiásticos de rango. Este personaje nació en 1654, cursó estu­dios eclesiásticos, y compartió las funciones del ministerio pastoral con las de la administración públi­ca. Fue durante muchos años alto funcionario en Italia, destacando en su puesto de gran canciller de Mi­lán. Pero al mismo tiempo ocupó la silla episcopal de Cuenca y fue elec­to arzobispo de Palermo. El rey Fe­lipe V le designó directamente miembro del Consejo de Castilla el 4 de marzo de 1705. Murió en 1721.

Otro personaje de esta época fue don Juan Rosillo de Lara, que había nacido en el molinés enclave de Alustante, en 1632. En aquel pueblo hubo durante generaciones, persona­jes ilustres de esta familia, y aún hoy permanece en pie la gran caso­na de los Lara, de rancio abolengo molinés. Juan Rosillo obtuvo el grado de licenciado en la Universidad de Salamanca, en 1666 Desde mayo de 1671 formó parte del Colegio de Abogados de Madrid, y durante 10 años más fue agente del Consejo de Ordenes. En julio de 1682 fue nom­brado fiscal del juzgado de lanzas y fiscal interino del Consejo de Or­denes. Su carrera de jurista se des­arrolló siempre en las altas instan­cias de la administración de Madrid, y no llegó a pasar por los habituales cargos de presidente de Cancillería o Audiencias en provincias o ultra­mar, antes de llegar a ser miembro del Consejo de Castilla, cargo al que accedió en 16 de diciembre de 1714. Con ocasión del proceso in­quisitorial de Macanaz, Rosillo fue revocado de su cargo, pero en 1717 fue repuesto en él, siendo entonces elevado al puesto de ministro del Consejo Real Murió en Madrid en 1720. Fue caballero de la Orden de Santiago.

Finalmente, recordaremos la figu­ra de otro arriacense, don Apóstol Andrés de Cañas y Castilla, que per­teneciente también a linajuda de Burgos, luego asentada en Guadala­jara, supo escalar con su trabajo y entrega de toda una vida, los altos puestos de la administración. Admi­tido en Colegio Mayor en 1673, ob­tuvo cátedra de leyes en 1686, y en­tró al servicio de la Administración de Justicia en 1691. Empezó siendo juez de la Audiencia de Sevilla y desplegó una gran actividad, desta­cando en misiones auténticamente policiales, hasta el punto de que en Madrid debía gozar de fama de «buen sabueso», pues las más difíci­les pesquisas se le encomendaron a él desde las altas instancias de la Corte: en 1697 fue enviado a Cádiz para investigar sobre la pérdida del galeón «Carlos II», el barco Almirante de la flota hispana, que se hundió, a lo tonto, en el mismo puerto gaditano. En ese mismo año, y en una campaña dirigida por él para la represión del contrabando en Sevilla, obtuvo uno de sus éxitos al requisar nada menos que 200.000 pares de medias, por un valor de 28.000 pesos, en el domicilio de un canónigo sevillano. Al año siguien­te, en 1698, cumplió con una difícil misión al investigar en los astilleros cercanos a Moguer, la construcción de barcos que iban a ser entregados a Inglaterra. Aún en 1702 fue nuevamente destinado a Cádiz, para re­solver un difícil caso entre un capi­tán de barco y el presidente de la Casa de Contratación. De su estan­cia en Andalucía salió casado con una joven de Antequera.

Ya en Madrid, a donde luego se trasladó a vivir, don Apóstol de Cañas fue nombrado para la sala de al­caldes de Casa y Corte. El 1 de ma­yo de 1714 fue nombrado miembro del Consejo de Castilla, y en ese puesto continuó, dedicado a él con entusiasmo, hasta su muerte en 1740. Por su testamento, que se conserva en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, sabemos de su acendrada religiosidad, su amistad con los libros de vidas de santos, que parece ser era lo único que leía, y su pertenencia a innumerables cofradías y hermandades reli­giosas, de varias ciudades españolas, de las consideradas «selectas»: era de la Orden Tercera de San Francis­co, de la Esclavitud de Nuestra Se­ñora de la Almudena, de la Escuela de Cristo de los Agustinos Descal­zos de Salamanca, etc., etc. En ese mismo testamento, llega a implorar su intercesión y ayuda a 40 santos diferentes.

Y estas son las noticias biográfi­cas de cuatro interesantes persona­jes, nacidos en los límites territo­riales de nuestra actual provincia de Guadalajara, que hemos considera­do de interés poner a la considera­ción de curiosos y enamorados de la vieja historia de nuestras tierras y nuestras gentes.

Bibliografía

Sobre la historia del Consejo de Castilla, debe leerse la obra de GIBERT, Rafael: El antiguo Consejo de Castilla, Madrid 1964, y los diversos estudios del granadino Pedro GAN GIMENEZ sobre dicha institución. Para analizar en profun­didad el perfil sociológico de los miembros del Consejo, consultar la obra de la hispanista FAYARD, Ja­nine: Les membres du Conseil de Castille á l’époque moderne, Gine­bra (Droz), 1979. Para analizar en detalle los documentos de los perso­najes citados, se hace precisa la in­vestigación directa y en profundi­dad en la Sección de Consejos supri­midos, del Archivo Histórico Nacio­nal, en Madrid Especialmente in­teresante, en este sentido, la docu­mentación referida a don Juan Rosi­llo de Lara, en A.H.N. sección Con­sejos, legajo 13.385, expediente 51.