Arte religioso en Brihuega

viernes, 6 abril 1984 0 Por Herrera Casado

 

La villa alcarreña de Brihuega, jardín de nuestra región por antonomasia, está declarada como conjun­to histórico‑artístico y muestra al visitante un sinfín de interesantes obras de arte distribuidas por el conjunto urbano. Ya sus calles y plazas, sus cuestas y soportales son todo un monumento y evocación del pasado. Su larga historia, cuajada de memorables hechos de armas e industriosas iniciativas, ha marcado en algunos momentos del devenir de los siglos el sendero de futuros acontecimientos. Sin ir más lejos, el motivo de que la dinastía borbónica esté en el trono de España se debe al éxito que las tropas de Felipe V obtuvieron en Brihuega y Villavicio­sa sobre los ejércitos del austriaco aspirante Carlos. Era 1710 y ya por entonces Brihuega llevaba muchos siglos de historia colmada a las es­paldas, y aún inició, con la Fábrica de Paños que fundó el barón de Ri­perdá, bajo los auspicios de Fernando VI, una nueva era de prosperi­dad que llega hasta nuestros días.

Si cualquier rincón de Brihuega encierra los aromas del pasado, las frases sonoras de la historia, o el rumor increíble de las leyendas, hay algunos edificios que son particularmente interesantes para quien gus­ta admirar el arte antiguo. Son sus iglesias, restos breves de lo que en siglos anteriores llegó a ser un con­junto inigualable y sorprendente del estilo gótico. Hoy quedan algunas de estas iglesias en pie, restauradas unas y otras en trance de estarlo prontamente. Son reflejo, como di­go, de una época de crecimiento y riqueza. Cuando en el siglo XIII los obispos de Toledo lucieron como señores de la villa, uno de ellos, Don Rodrigo Ximénez de Rada, levantó diversos templos a imitación en es­tructura y decoraciones en lo que había visto por Europa en sus via­jes. Así podríamos decir que el arte protogótico o gótico inicial tiene en Brihuega unos interesantes expo­nentes, que son de los primeros de aparecer en toda Castilla.

El mejor de estos templos es, sin duda, el que adorna el campo o Pra­do de Santa María, abierto recinto arbolado que fue patio de armas del antiguo castillo briocense. La iglesia de Santa María de la Peña, allí en­clavada sobre la rojiza roca, la peña bermeja donde asentó la inicial de­fensa de Brihuega, es obra de la pri­mera mitad del siglo XIII. Su puer­ta principal está orientada al norte, cobijada por atrio porticado. Se puede admirar esa puerta en la fotografía que acompaña este artículo. Es un gran portón gótico, escoltado por columnillas adosadas, que rematan en capiteles ornados con hojas de acanto y alguna escena mariana, como una rudísima Anunciación. De ellos parten arquivoltas apuntadas recorridas por puntas de diamante y decoración vegetal. El tímpano se forma con dos arcos también góti­cos que cargan sobre un parteluz imaginario y entre ellos un rosetón en el que se inscriben cuatro círcu­los. La puerta occidental a los ­del templo, fue restaurada en el siglo XVI por el cardenal Tavera, cu­yo escudo la remata.

El interior de Santa María es de una gran belleza y equilibrio arqui­tectónico, con un puro sabor me­dieval en su aspecto de sobriedad. Los muros de piedra descubierta de sus tres naves comportan una tenue luminosidad grisácea que transpor­tan a las edades en que fue construido el edificio. El tramo central es más alto que los laterales, estando separados unos de otros por robustas pilastras que se coronan con va­rios conjuntos de capiteles en los que sorprenden sus motivos icono­gráficos, plenos de escenas medievales, religiosas y mitológicas. Las te­chumbres se adornan con nervatu­ras góticas sobre la entrada a la primera capilla lateral de la nave del Evangelio, una gran ventana gótica se muestra. En el siglo XVI, el car­denal Tavera modificó el templo colocando a sus pies un coro alto, que se sostiene sobre valiente arco es­carzano, en el que medallones, es­cudo y balaustrada pregonan lo radicalmente distinto del arte plateresco con respecto al románico.

A instancias del mismo obispo toledano, Don Rodrigo Ximénez de Rada, y en la primera mitad del si­glo XIII, se levantaron otras iglesias en Brihuega. Atendían al aumento constante de la población que se al­zaba como campeona del valle del Tajuña, cuajada de comercio e in­dustrias, preferida en sus períodos de descanso por los jerarcas eclesiásticos castellanos. De estas iglesias cabe recordar la de San Juan que fue de las principales, y hoy ya no queda, tras el hundimiento hace años de su torre, ni el más remoto recuerdo. La iglesia de San Miguel, situada en la parte baja de la villa, camino ya de Cifuentes, muestra su torre cuadrada y los cuatro muros, en uno de los cuales, el de poniente, luce la gran portada románica de transición, de sencillos capiteles y arquivoltas apuntadas, y en el otro el ábside poligonal de corte mudé­jar, de ladrillo descubierto, que ni las guerras ni el tiempo lograron arruinar del todo, habiendo conse­guido en los últimos años recibir una restauración interesante y útil que ha evitado su hundimiento. De su interior, vacío y cubierto de nu­bes, se admiran las columnas y capiteles de entrada al presbiterio.

La más bella de las iglesias brio­censes es, sin duda, la de San Felipe. Construida en la misma época que las anteriores, presenta la por­tada principal orientada al oeste, alzándose las apuntadas arcadas que nacen de los capiteles vegetales y culminando el muro con rosetón calado y alero sostenido por caneci­llos zoomórficos. Al sur existe otra puerta, más sencilla, pero también de estilo tradicional. El interior, que sufrió grandes desperfectos en un incendio, allá por el año 1904, ha sido también restaurado, y ofrece hoy un aspecto de autenticidad y galanura gótica como es muy difícil encontrar en otros sitios. Tres na­ves esbeltas, la central más alta que las laterales, se dividen por pilares con decoración vegetal y se recu­bren con artesonados de madera. Al fondo, la capilla absidial, de muros lisos y cúpula nervada, completa el conjunto que sorprende por su aspecto netamente gótico y medieval.

Al viajero que le gusten las hue­llas remotas y pétreas de los antiguos siglos, es evidente que en Gua­dalajara toda tendrá su paraíso. In­acabables edificios muestran el arte de las épocas remotas. Pero Brihue­ga, con sus templos protogóticos del siglo XIII, es lugar de preferente y obligada visita.